Imagen: El Confidencial / Caster Semenya |
La atleta sudafricana sigue viviendo a la espera de otro dictamen del TAS que exponga si tiene que rebajar o no sus niveles de testosterona, que son naturalmente más altos de lo normal.
Gonzalo Cabeza | El Confidencial, 2017-08-10
https://www.elconfidencial.com/deportes/atletismo/2017-08-10/semenya-intersexual-hiperandrogena_1427255/
Caster Semenya no es un caso sencillo, tomarlo como tal es caer en una gran simplificación. Fue bronce en 1.500 en estos Mundiales de Londres y, en buena lógica, se impondrá en el 800, su prueba fetiche. Podría también haber corrido el 400, aunque finalmente no lo hizo. Sí estará, en principio, en el relevo 4x400. La combinación de pruebas, desde la velocidad al mediofondo, ya da idea de que el caso de Semenya no es común.
La sudafricana es una atleta intersexual. Desde su explosión como deportista, en los Mundiales de 2009 en Berlín, ha sido mirada con sospecha por muchos y abrazada casi como un icono por otros. Fue en la capital alemana cuando se supo que la IAAF había preparado para ella unos test de género, algo que se conoció por una filtración que fue un gran escándalo. Porque, además, en un acto de extrema torpeza, las pruebas se condujeron sin que ella supiese el objetivo de las mismas.
El objetivo era ver si su condición física le daba una "ventaja injusta", algo que, en todo caso, es bastante difícil de delimitar. Tanto como de definir la palabra injusticia. Primero porque nadie piensa que Semenya haga trampas; su situación no tiene que ver con el dopaje sino con sus condiciones anatómicas. Tiene hiperandroginia, lo que quiere decir que segrega unas cantidades de testosterona muy superiores a las habituales entre las mujeres —los datos que se manejan la sitúan en unos niveles cercanos a los percentiles más bajos en el género masculino— lo que podría suponer una ventaja específica en el deporte. Pero aquí el condicional es importante.
Semenya fue obligada a medicarse para bajar la testosterona de su cuerpo. En 2011 la IAAF puso en marcha una política de "elegibilidad para mujeres con hiperandroginia" en las que señalaba que la ventaja que tenían naturalmente estas atletas, que pueden ser escogidas para las pruebas femeninas, deben tener los niveles de testosterona por debajo de los niveles habituales en los hombres. Y eso, en el caso de Semenya, obligaba a ponerse parches para contener la producción de esa hormona.
Así estuvo desde 2011 hasta el pasado año. Semenya, aun medicada, no dejó de ser una atleta notable. Venció en los Juegos de Londres 2012 —fue plata en principio, pero descalificaron por dopaje a la rusa Savinova— y también logró el oro uno año antes en los Mundiales de Daegu. En esos años, en todo caso, sus resultados perdieron fuelle. Por la medicación, pero también por algunas lesiones y cierta falta de compromiso con el deporte. Así fue hasta que encontró un nuevo grupo de entrenamiento en un entorno tranquilo, en Potchefstroom, cerca de Johanesburgo, célebre en España por haber sido el lugar de concentración de la selección española de fútbol en el victorioso Mundial 2010.
El resto de su vida iba camino de ser en esa línea hasta que apareció en escena Dutee Chand, una atleta india con una complejidad similar a la de Semenya. Se encontró con que la IAAF la impuso la necesidad de medicarse u operarse para rebajar sus niveles naturales de testosterona. Y Chand dijo no. Acudió al TAS y el tribunal lo primero que hizo fue pedirle a la federación internacional que demostrase que la testosterona segregada naturalmente era una ventaja competitiva injusta. No lo logró.
Vuelta al mejor nivel
Eso supuso que, automáticamente, las atletas que estaban bajo la política de medicación para reducir los niveles de testosterona pudieran dejarla sin más. Semenya, pero no solo Semenya. La sudafricana, sin esa limitación y ya más centrada en el deporte, ha vuelto a demostrar que su nivel atlético es inalcanzable para sus rivales. En una sesión histórica en los campeonatos nacionales logró ganar el 400, el 800 y el 1.500. En la misma tarde.
Esta película está muy lejos de terminar. Primero, desde un punto de vista legal. La IAAF presentó hace poco un estudio que demuestra que la ventaja adquirida por las atletas con exceso de testosterona natural sí lleva a una "ventaja injusta". Eso quiere decir que volverán al TAS y que, con nuevos análisis, el tribunal de arbitraje puede terminar determinando que se vuelva a la regla de la federación internacional para limitar la hormona en el deporte femenino.
No es solo por eso. Siempre que Semenya sale al tartán hay runrún. Laura Muir, que quedó cuarta en el 1.500, fue preguntada al respecto y no quiso hablar del tema. Ya es más que lo que se puede decir de otros como Paula Radcliffe, 'recordwoman' mundial de maratón que en su momento dijo que había que defender "los derechos humanos de la mayoría" por delante de los de una persona solo. Lo que quiera que signifique eso, por otro lado. Todos tienen una opinión al respecto, lo cual ya es de por sí insólito. También una carga de presión aún mayor para la atleta, que puede ganar dinero y fama con el atletismo, pero también un buen puñado de disgustos con lo que tiene que escuchar.
"Cuando hago pis lo hago como una mujer. No entiendo cuando me dicen que soy un hombre o que tengo la voz grave, yo sé que soy una mujer, no hay duda para mía", decía esta semana, visiblemente enfadada. Ella suele intentar no meterse en el tema. Hay, además, un argumento que se repite entre quienes defienden que se deje competir a Semenya sin tomar a cabo ningún tipo de medida. Recuerdan que el deporte está muy lejos de ser homogeneizador, más bien al contrario. Michael Phelps tiene el tronco extraordinariamente largo, Adam Peaty una doble articulación en los tobillos y rodillas, medir más de dos metros es algo que empuja a un hombre normal a ser alguien estimable en baloncesto, voleibol o balonmano.
Recuerdan, también, que hay restos de racismo y machismo en toda esta conversación. En las competiciones masculinas nadie se detiene a hablar de la altura o el músculo de los participantes, incluso puede llegar a ser un argumento para señalar la excepcionalidad de un atleta —la altura de Bolt es un ejemplo—, pero en el campo femenino parece que se busca un tipo de atleta homogénea, femenina a los ojos occidentales, que no destaque en demasía.
Hay otro detalle por el que la carrera de Semenya no ha sido normal hasta el momento, aunque quizá hemos llegado a ese punto en el que puede empezar a serlo. Por el momento, dicen los que la conocen, nunca ha forzado la máquina. Piensan que tiene en su pierna el récord más antiguo del atletismo, el de 800 de Jarmila Kratochvilova. También que podría competir en más pruebas y si no lo ha hecho hasta ahora es por una cierta intención a resultar 'normal' (la comilla simple es importante). Los que están cerca de ellas consideran que esos remilgos han terminado, que la sudafricana, que fue abanderada de su país en Londres, ha decidido no dejarse por el camino una sola opción. Y ya si aprende la táctica del 1.500 es seguro que tendrá más éxito.
La sudafricana es una atleta intersexual. Desde su explosión como deportista, en los Mundiales de 2009 en Berlín, ha sido mirada con sospecha por muchos y abrazada casi como un icono por otros. Fue en la capital alemana cuando se supo que la IAAF había preparado para ella unos test de género, algo que se conoció por una filtración que fue un gran escándalo. Porque, además, en un acto de extrema torpeza, las pruebas se condujeron sin que ella supiese el objetivo de las mismas.
El objetivo era ver si su condición física le daba una "ventaja injusta", algo que, en todo caso, es bastante difícil de delimitar. Tanto como de definir la palabra injusticia. Primero porque nadie piensa que Semenya haga trampas; su situación no tiene que ver con el dopaje sino con sus condiciones anatómicas. Tiene hiperandroginia, lo que quiere decir que segrega unas cantidades de testosterona muy superiores a las habituales entre las mujeres —los datos que se manejan la sitúan en unos niveles cercanos a los percentiles más bajos en el género masculino— lo que podría suponer una ventaja específica en el deporte. Pero aquí el condicional es importante.
Semenya fue obligada a medicarse para bajar la testosterona de su cuerpo. En 2011 la IAAF puso en marcha una política de "elegibilidad para mujeres con hiperandroginia" en las que señalaba que la ventaja que tenían naturalmente estas atletas, que pueden ser escogidas para las pruebas femeninas, deben tener los niveles de testosterona por debajo de los niveles habituales en los hombres. Y eso, en el caso de Semenya, obligaba a ponerse parches para contener la producción de esa hormona.
Así estuvo desde 2011 hasta el pasado año. Semenya, aun medicada, no dejó de ser una atleta notable. Venció en los Juegos de Londres 2012 —fue plata en principio, pero descalificaron por dopaje a la rusa Savinova— y también logró el oro uno año antes en los Mundiales de Daegu. En esos años, en todo caso, sus resultados perdieron fuelle. Por la medicación, pero también por algunas lesiones y cierta falta de compromiso con el deporte. Así fue hasta que encontró un nuevo grupo de entrenamiento en un entorno tranquilo, en Potchefstroom, cerca de Johanesburgo, célebre en España por haber sido el lugar de concentración de la selección española de fútbol en el victorioso Mundial 2010.
El resto de su vida iba camino de ser en esa línea hasta que apareció en escena Dutee Chand, una atleta india con una complejidad similar a la de Semenya. Se encontró con que la IAAF la impuso la necesidad de medicarse u operarse para rebajar sus niveles naturales de testosterona. Y Chand dijo no. Acudió al TAS y el tribunal lo primero que hizo fue pedirle a la federación internacional que demostrase que la testosterona segregada naturalmente era una ventaja competitiva injusta. No lo logró.
Vuelta al mejor nivel
Eso supuso que, automáticamente, las atletas que estaban bajo la política de medicación para reducir los niveles de testosterona pudieran dejarla sin más. Semenya, pero no solo Semenya. La sudafricana, sin esa limitación y ya más centrada en el deporte, ha vuelto a demostrar que su nivel atlético es inalcanzable para sus rivales. En una sesión histórica en los campeonatos nacionales logró ganar el 400, el 800 y el 1.500. En la misma tarde.
Esta película está muy lejos de terminar. Primero, desde un punto de vista legal. La IAAF presentó hace poco un estudio que demuestra que la ventaja adquirida por las atletas con exceso de testosterona natural sí lleva a una "ventaja injusta". Eso quiere decir que volverán al TAS y que, con nuevos análisis, el tribunal de arbitraje puede terminar determinando que se vuelva a la regla de la federación internacional para limitar la hormona en el deporte femenino.
No es solo por eso. Siempre que Semenya sale al tartán hay runrún. Laura Muir, que quedó cuarta en el 1.500, fue preguntada al respecto y no quiso hablar del tema. Ya es más que lo que se puede decir de otros como Paula Radcliffe, 'recordwoman' mundial de maratón que en su momento dijo que había que defender "los derechos humanos de la mayoría" por delante de los de una persona solo. Lo que quiera que signifique eso, por otro lado. Todos tienen una opinión al respecto, lo cual ya es de por sí insólito. También una carga de presión aún mayor para la atleta, que puede ganar dinero y fama con el atletismo, pero también un buen puñado de disgustos con lo que tiene que escuchar.
"Cuando hago pis lo hago como una mujer. No entiendo cuando me dicen que soy un hombre o que tengo la voz grave, yo sé que soy una mujer, no hay duda para mía", decía esta semana, visiblemente enfadada. Ella suele intentar no meterse en el tema. Hay, además, un argumento que se repite entre quienes defienden que se deje competir a Semenya sin tomar a cabo ningún tipo de medida. Recuerdan que el deporte está muy lejos de ser homogeneizador, más bien al contrario. Michael Phelps tiene el tronco extraordinariamente largo, Adam Peaty una doble articulación en los tobillos y rodillas, medir más de dos metros es algo que empuja a un hombre normal a ser alguien estimable en baloncesto, voleibol o balonmano.
Recuerdan, también, que hay restos de racismo y machismo en toda esta conversación. En las competiciones masculinas nadie se detiene a hablar de la altura o el músculo de los participantes, incluso puede llegar a ser un argumento para señalar la excepcionalidad de un atleta —la altura de Bolt es un ejemplo—, pero en el campo femenino parece que se busca un tipo de atleta homogénea, femenina a los ojos occidentales, que no destaque en demasía.
Hay otro detalle por el que la carrera de Semenya no ha sido normal hasta el momento, aunque quizá hemos llegado a ese punto en el que puede empezar a serlo. Por el momento, dicen los que la conocen, nunca ha forzado la máquina. Piensan que tiene en su pierna el récord más antiguo del atletismo, el de 800 de Jarmila Kratochvilova. También que podría competir en más pruebas y si no lo ha hecho hasta ahora es por una cierta intención a resultar 'normal' (la comilla simple es importante). Los que están cerca de ellas consideran que esos remilgos han terminado, que la sudafricana, que fue abanderada de su país en Londres, ha decidido no dejarse por el camino una sola opción. Y ya si aprende la táctica del 1.500 es seguro que tendrá más éxito.
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