Imagen: El País / Ana Orantes en Canal Sur, 1997-12-04 |
Lee la carta con la que Raquel Orantes homenajea a su madre 20 años después de su asesinato.
El País, 2017-12-14
https://politica.elpais.com/politica/2017/12/14/actualidad/1513242071_641026.html
La hija de Ana Orantes, Raquel, ha leído una carta en la que homenajea a su madre 20 años después de ser asesinada por su exmarido. En el mensaje, retransmitido por la Cadena SER este jueves, Raquel rememora los maltratos y el miedo que su madre y sus hermanos sufrieron durante 40 años de matrimonio. "Aún recuerdo con angustia como, ante cualquier ruido, me levantaba con ese bate de béisbol que transformé en un arma de defensa", ha relatado Raquel con un emocionado tono de voz.
Ana Orantes murió el 17 de diciembre de 1997 cuando su exmarido la quemó viva en el patio de su casa. 13 días antes denunció su caso en un programa de Canal Sur. "En 40 años solo me ha dado palizas y sinsabores", contó ante las cámaras sin derramar una sola lágrima. Su asesinato puso la violencia machista en el primer plano del debate social en España, donde hasta entonces este problema se abordaba como "malos tratos en el ámbito doméstico".
Raquel subraya que la ley integral de violencia de género que, en gran medida, impulsó el testimonio de su madre no ha hecho "casi nada" en la actualidad. "Me encantaría decirte que todo ha cambiado. Que hay voluntad política y que todas las personas que trabajan para que se erradique la violencia hacia la mujer ha conseguido avanzar. Pero eso no es así. Las víctimas siguen siendo las mismas y continúan asesinando con impunidad. Seguimos siendo, desgraciadamente, ciudadanas de segunda", ha leído.
En el escrito también evoca algunos momentos que Ana vivió durante su infancia o con sus hijos, cuando su exmarido pasaba varios meses fuera de casa. "Durante esas temporadas, vivíamos respirábamos, corríamos por las calles, sin el temor de que llegara", recuerda Raquel.
Esta es la carta íntegra de Raquel Orantes a su madre, difundida por la SER
Hola, mamá.
Te escribo en la distancia y pasado el tiempo, pero con la esperanza de que mis palabras lleguen de alguna manera a ti.
Hace ya 20 años que te arrancaron de nuestras vidas. Un desgraciado 17 de diciembre que ha marcado nuestras vidas de tu ausencia y ha llenado de lágrimas cada día. Me gustaría decirte que tu testimonio, ese con el que rompiste un silencio para denunciar un matrimonio de más de 40 años de maltrato, ha quedado marcado en la memoria de un país que hoy en día te recuerda; que muchas mujeres ven reflejado su dolor en tu dolor; que gracias a ese acto de valentía impulsaste, por fin, la creación de una ley integral contra la violencia de género; y que, en muchos casos, sucesos y denuncias como la que tú realizaste no quedan impunes.
Me gustaría contarte que ni una mujer más ha tenido que abandonar su hogar, como lo hacías tú cuando tu agresor rompía en cólera, con todos nosotros avanzando delante de tu partida. Me gustaría contarte que las sentencias son justas, que los jueces no las siguen “interpretando”. Que al igual que tú, ninguna mujer tiene que convivir con su maltratador, que ninguna mujer, aunque haya roto la relación, tiene que vivir con el miedo de que en cualquier momento su agresor entre en casa. Que ningún hijo o hija tiene que permanecer alerta en sus sueños como lo hacíamos nosotros.
Aún recuerdo con angustia cómo, ante cualquier ruido, me levantaba con ese bate de béisbol que antaño sirvió para el juego, y que transformé en un arma de defensa. Con el número de la policía siempre a mano. Con la desazón de dejarte en muchos momentos sola porque tenía que trabajar. Tu angustia era la mía, cada mañana y cada noche.
Me encantaría decirte que todo ha cambiado. Que hay voluntad política, que las movilizaciones sociales son a una, y que todas las personas que trabajan para que se erradique la violencia hacia la mujer han conseguido avanzar. Ojalá decirte que hoy en día hijos e hijas de mujeres valientes como tú no somos los grandes olvidados de la barbarie.
Desearía contarte que nos protegen, que ya ningún niño ni niña llora en silencio su desgracia, acurrucados como lo hacía yo en la soledad gris y triste de su habitación. Que esos críos ya no son maltratados, mutilados psicológicamente, arrancados de sus hogares, asesinados en muchos casos…
Pero, mamá, eso no es así. Las víctimas, palabra que no me gusta porque somos supervivientes de la violencia -y tú lo sabes mejor que nadie-, siguen siendo las mismas. Siguen asesinando con impunidad; seguimos siendo, desgraciadamente, ciudadanas de segunda; y ley, hoy por hoy, no ha conseguido nada o casi nada.
Sabes que nuestras vidas, como hijos, nunca ha sido fácil. Presenciamos demasiadas peleas y agresiones; muchas de ellas, en carne propia. Sufrimos tanta hostilidad y desprecio de una persona que, se suponía, te quería, nos quería, pero que nos consideraba tan solo objetos de su dominio, juguetes que manejaba a su antojo. Un ser destructor, autoritario, frío y agresivo en casa, pero gentil y agradable de puertas para afuera. Como decía tu padre, mi abuelo, un “candil de puerta ajena”. Alguien que no mostraba su verdadera faceta, alguien a quien desde bien pequeña no he tenido más que miedo, pavor y, aún sin saber muy bien por entonces su significado, desprecio.
Desprecio por todos esos malos gestos contigo y con nosotros, por esas agresiones que jamás nadie debe recibir de un padre o de un marido. No tuvimos más la infancia que tuvimos, a ratos, a tu lado cuando él, a quien no considero padre, se alejaba. Esas temporadas en las que permanecía fuera varios meses, vivíamos, respirábamos, corríamos por las calles, sin el temor de que llegara. Disfrutábamos tanto... ¿verdad, mamá? De nuestra complicidad, de nuestras escapadas al centro de Granada. También recuerdo las visitas a tu madre, nuestra abuela, la que nos comía a besos y nos contaba historias; a la que veíamos y disfrutábamos tan poco... Un aislamiento impuesto que te separaba de todos aquellos a los que queríamos y que nos querían: tíos, abuelos, hermanos…
Te echo tanto de menos, mamá. Me haces tanta falta... En mis decisiones, en mi camino, en mi vida. Has sido y serás la mujer más valiente y honesta que he conocido. Me has inculcado valores, y me has educado desde el respeto y el cariño. Has sido capaz de sacar adelante a tus ocho hijos, y has logrado que seamos hombres y mujeres de bien, como tú siempre has querido. Con el orgullo de un apellido, Orantes, que significa todo.
Cuanto daría, mamá, porque siguieras aquí. Me imagino cuántas veces levantaste tu mirada hacia ese arco de Elvira que vio tu infancia y adolescencia pasar, cuántas veces te perdiste por las callejuelas de Granada. Cuántas veces bebiste en esa fuente que antaño calmaba la sed de los comerciantes que convivían en una calle ahora tan diferente... Cuántas te quedaste rendida, dormida cerca de la pequeña tienda que tu madre regentaba para sacaros a ti y a tus cinco hermanos adelante. Cuántas noches en vela perfilando las mantillas que lucen las mujeres en Semana Santa, cosiendo para poder llevar ese vestido de domingo que soñabas. Tan coqueta y femenina, tan llena de energía. Cuántas ilusiones acogería tu alma, cuántas añoranzas y risas derrochaste en esos tiempos en los que eras solo esa niña que crecía ajena a la desdicha y la sinrazón de su futuro. Cuánto daría por tenerte y haberte liberado de tantas lágrimas.
A veces recorro la calle Elvira, donde naciste, y el barrio en el que te criaste, y cada vez lo disfruto más. Antes me inundaba la tristeza, pero ahora te imagino y me llenas el alma de tanto amor y tanta dicha de haberte tenido en mi vida que por un momento siento que estás aquí y sigues a mi lado. Mujer valiente donde las haya, mujer con principios. Ojalá estuvieras aquí para poder escribir ese libro que querías, porque como tú decías, tenías experiencias para hacerlo. Te extraño cada día, estás en mí y eso me consuela, pero daría mi vida por otro último abrazo tuyo. Te echo de menos y siempre estás en mi pensamiento y en mi corazón. Hasta que nos volvamos a encontrar... Te quiero mucho mamá.
Ana Orantes murió el 17 de diciembre de 1997 cuando su exmarido la quemó viva en el patio de su casa. 13 días antes denunció su caso en un programa de Canal Sur. "En 40 años solo me ha dado palizas y sinsabores", contó ante las cámaras sin derramar una sola lágrima. Su asesinato puso la violencia machista en el primer plano del debate social en España, donde hasta entonces este problema se abordaba como "malos tratos en el ámbito doméstico".
Raquel subraya que la ley integral de violencia de género que, en gran medida, impulsó el testimonio de su madre no ha hecho "casi nada" en la actualidad. "Me encantaría decirte que todo ha cambiado. Que hay voluntad política y que todas las personas que trabajan para que se erradique la violencia hacia la mujer ha conseguido avanzar. Pero eso no es así. Las víctimas siguen siendo las mismas y continúan asesinando con impunidad. Seguimos siendo, desgraciadamente, ciudadanas de segunda", ha leído.
En el escrito también evoca algunos momentos que Ana vivió durante su infancia o con sus hijos, cuando su exmarido pasaba varios meses fuera de casa. "Durante esas temporadas, vivíamos respirábamos, corríamos por las calles, sin el temor de que llegara", recuerda Raquel.
Esta es la carta íntegra de Raquel Orantes a su madre, difundida por la SER
Hola, mamá.
Te escribo en la distancia y pasado el tiempo, pero con la esperanza de que mis palabras lleguen de alguna manera a ti.
Hace ya 20 años que te arrancaron de nuestras vidas. Un desgraciado 17 de diciembre que ha marcado nuestras vidas de tu ausencia y ha llenado de lágrimas cada día. Me gustaría decirte que tu testimonio, ese con el que rompiste un silencio para denunciar un matrimonio de más de 40 años de maltrato, ha quedado marcado en la memoria de un país que hoy en día te recuerda; que muchas mujeres ven reflejado su dolor en tu dolor; que gracias a ese acto de valentía impulsaste, por fin, la creación de una ley integral contra la violencia de género; y que, en muchos casos, sucesos y denuncias como la que tú realizaste no quedan impunes.
Me gustaría contarte que ni una mujer más ha tenido que abandonar su hogar, como lo hacías tú cuando tu agresor rompía en cólera, con todos nosotros avanzando delante de tu partida. Me gustaría contarte que las sentencias son justas, que los jueces no las siguen “interpretando”. Que al igual que tú, ninguna mujer tiene que convivir con su maltratador, que ninguna mujer, aunque haya roto la relación, tiene que vivir con el miedo de que en cualquier momento su agresor entre en casa. Que ningún hijo o hija tiene que permanecer alerta en sus sueños como lo hacíamos nosotros.
Aún recuerdo con angustia cómo, ante cualquier ruido, me levantaba con ese bate de béisbol que antaño sirvió para el juego, y que transformé en un arma de defensa. Con el número de la policía siempre a mano. Con la desazón de dejarte en muchos momentos sola porque tenía que trabajar. Tu angustia era la mía, cada mañana y cada noche.
Me encantaría decirte que todo ha cambiado. Que hay voluntad política, que las movilizaciones sociales son a una, y que todas las personas que trabajan para que se erradique la violencia hacia la mujer han conseguido avanzar. Ojalá decirte que hoy en día hijos e hijas de mujeres valientes como tú no somos los grandes olvidados de la barbarie.
Desearía contarte que nos protegen, que ya ningún niño ni niña llora en silencio su desgracia, acurrucados como lo hacía yo en la soledad gris y triste de su habitación. Que esos críos ya no son maltratados, mutilados psicológicamente, arrancados de sus hogares, asesinados en muchos casos…
Pero, mamá, eso no es así. Las víctimas, palabra que no me gusta porque somos supervivientes de la violencia -y tú lo sabes mejor que nadie-, siguen siendo las mismas. Siguen asesinando con impunidad; seguimos siendo, desgraciadamente, ciudadanas de segunda; y ley, hoy por hoy, no ha conseguido nada o casi nada.
Sabes que nuestras vidas, como hijos, nunca ha sido fácil. Presenciamos demasiadas peleas y agresiones; muchas de ellas, en carne propia. Sufrimos tanta hostilidad y desprecio de una persona que, se suponía, te quería, nos quería, pero que nos consideraba tan solo objetos de su dominio, juguetes que manejaba a su antojo. Un ser destructor, autoritario, frío y agresivo en casa, pero gentil y agradable de puertas para afuera. Como decía tu padre, mi abuelo, un “candil de puerta ajena”. Alguien que no mostraba su verdadera faceta, alguien a quien desde bien pequeña no he tenido más que miedo, pavor y, aún sin saber muy bien por entonces su significado, desprecio.
Desprecio por todos esos malos gestos contigo y con nosotros, por esas agresiones que jamás nadie debe recibir de un padre o de un marido. No tuvimos más la infancia que tuvimos, a ratos, a tu lado cuando él, a quien no considero padre, se alejaba. Esas temporadas en las que permanecía fuera varios meses, vivíamos, respirábamos, corríamos por las calles, sin el temor de que llegara. Disfrutábamos tanto... ¿verdad, mamá? De nuestra complicidad, de nuestras escapadas al centro de Granada. También recuerdo las visitas a tu madre, nuestra abuela, la que nos comía a besos y nos contaba historias; a la que veíamos y disfrutábamos tan poco... Un aislamiento impuesto que te separaba de todos aquellos a los que queríamos y que nos querían: tíos, abuelos, hermanos…
Te echo tanto de menos, mamá. Me haces tanta falta... En mis decisiones, en mi camino, en mi vida. Has sido y serás la mujer más valiente y honesta que he conocido. Me has inculcado valores, y me has educado desde el respeto y el cariño. Has sido capaz de sacar adelante a tus ocho hijos, y has logrado que seamos hombres y mujeres de bien, como tú siempre has querido. Con el orgullo de un apellido, Orantes, que significa todo.
Cuanto daría, mamá, porque siguieras aquí. Me imagino cuántas veces levantaste tu mirada hacia ese arco de Elvira que vio tu infancia y adolescencia pasar, cuántas veces te perdiste por las callejuelas de Granada. Cuántas veces bebiste en esa fuente que antaño calmaba la sed de los comerciantes que convivían en una calle ahora tan diferente... Cuántas te quedaste rendida, dormida cerca de la pequeña tienda que tu madre regentaba para sacaros a ti y a tus cinco hermanos adelante. Cuántas noches en vela perfilando las mantillas que lucen las mujeres en Semana Santa, cosiendo para poder llevar ese vestido de domingo que soñabas. Tan coqueta y femenina, tan llena de energía. Cuántas ilusiones acogería tu alma, cuántas añoranzas y risas derrochaste en esos tiempos en los que eras solo esa niña que crecía ajena a la desdicha y la sinrazón de su futuro. Cuánto daría por tenerte y haberte liberado de tantas lágrimas.
A veces recorro la calle Elvira, donde naciste, y el barrio en el que te criaste, y cada vez lo disfruto más. Antes me inundaba la tristeza, pero ahora te imagino y me llenas el alma de tanto amor y tanta dicha de haberte tenido en mi vida que por un momento siento que estás aquí y sigues a mi lado. Mujer valiente donde las haya, mujer con principios. Ojalá estuvieras aquí para poder escribir ese libro que querías, porque como tú decías, tenías experiencias para hacerlo. Te extraño cada día, estás en mí y eso me consuela, pero daría mi vida por otro último abrazo tuyo. Te echo de menos y siempre estás en mi pensamiento y en mi corazón. Hasta que nos volvamos a encontrar... Te quiero mucho mamá.
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