Imagen: Mujer Hoy / Megan Rapinoe |
Hablamos con la mejor futbolista del mundo, activista por los derechos LGTB, azote de Trump e imagen de Loewe. Una mujer que juega en serio, gana y no se calla.
David Marchese | Mujer Hoy, 2020-02-09
https://www.mujerhoy.com/vivir/protagonistas/202002/08/megan-rapione-futbolista-entrevista-deporte-homofobia-rev-20200207154730.html
La capitana de la selección femenina norteamericana tiene un absoluto dominio de la escena. Descarada, juguetona, carismática, rápida. Cuando marca un gol, Rapinoe extiende los brazos, levanta la cabeza y despliega su sonrisa en una pose que tiene algo de insolencia, de operístico y de grácil entrega. Abiertamente homosexual, se ha convertido en un icono del colectivo LGTB, y tras obtener todos los premios de 2019 con 34 años, es la más deseada por firmas de lujo como Loewe, que ven en ella la encarnación de una audacia con la que nuevas generaciones pueden identificarse. El director creativo de Loewe, Jonathan Anderson, dice que le propuso colaborar con la marca tras verla hablar en la CNN: “Lo que decía resonó en mí. Megan es un increíble modelo a seguir”.
En términos estrictamente deportivos, Megan Rapinoe y la selección de fútbol femenino de Estados Unidos arrasaron en la última Copa del Mundo. Y, sin embargo, a pesar de los goles irrepetibles, lo que ocurrió fuera de los estadios fue aún más importante que aquel triunfo. Rapinoe y sus compañeras ganaban partidos mientras, paralelamente, demandaban a su propia Federación de Fútbol por discriminación de género y se enfrentaban al mismísimo presidente Donald Trump.
Poco antes de la competición trascendió que la capitana rechazaría cualquier invitación a la Casa Blanca si el equipo vencía en el Mundial. Y Trump respondió, como siempre, vía Twitter: “Soy fan de la selección... pero Megan Rapinoe debería ganar antes de hablar”. Finalmente, no solo ganaron, sino que ella recibió tanto el Balón de Oro a la máxima anotadora como el premio a la mejor jugadora del torneo, convirtiéndose, de paso, en un icono del activismo en el deporte mundial. “Es genial que las niñas de hoy puedan ver a diferentes tipos de mujeres en posiciones de poder —dice Rapinoe—. Yo me siento un poco marginal, porque he llegado hasta aquí siendo deportista y sé que mucha gente ahora mismo estará diciendo: “Joder, ahora qué hacemos con esta tía, ¿dónde la ponemos?”.
Mujer Hoy: Durante el último Mundial Femenino que se celebró en Francia el pasado verano, se habló mucho, no solo de deporte o igualdad de género, sino también de su conflicto con el presidente Donald Trump y del componente político que había en él. ¿Se sintió incómoda estando en el centro del debate?
Megan Rapinoe: Hace mucho que elegí participar en el debate político. Obviamente, cuando el presidente de tu país tuitea sobre ti, todo crece exponencialmente, pero en general me siento bastante cómoda hablando de política, así que no tuve que decidir si involucrarme o no. Yo siempre estuve allí. Afortunadamente, en el equipo todas entendimos que teníamos que equilibrar nuestro juego con lo que ocurría fuera para que la política no se viera como una “distracción”.
M.H.: ¿Qué piensa de quienes defienden la idea de que el deporte debería ser un oasis apolítico?
Megan: No les entiendo para nada. Quieren que seamos modelos a seguir para sus hijos, que hagamos publicidad a sus productos, que participemos en desfiles y pasacalles... ¿Pues saben qué? No hacemos lo que hacemos para que luego nos exhiban calladas en sus vitrinas de cristal. Así no funciona la historia.
M.H.: Una curiosidad: ¿de dónde sale su ya clásica celebración con los brazos abiertos cuando marca goles?
Megan: Bueno, de un poco de arrogancia de mi parte. Es como decir: “¿Te lo estás pasando bien? ¿Qué más puedes pedir?”. Aunque para mí también era como decirle a Trump, o a los detractores en general, que no nos robarían la alegría ni al equipo, ni a la comunidad LGTB, ni a los Estados Unidos.
M.H.: ¿Siempre ha sido tan segura de sí misma?
Megan: Sí. En el colegio y en el instituto el tema de la identidad sexual podría haber sido algo incómodo, pero yo no supe que era gay hasta que estuve en la universidad. Creo que verme como gay fue como asumir que no iba a ser “normal”. Y si asumes que no tienes que seguir ninguna regla, vas por todas. Gran parte de mi seguridad viene de ahí, de no sentir la presión social para ser algo más que lo que quiero ser.
M.H.: ¿Y cómo se dio cuenta?
Megan: Redding, el pueblo de California donde crecí es bastante homogéneo en cuanto a raza, sexualidad y política. No tuve una infancia represiva u opresiva de ninguna manera y el concepto de gay simplemente no existía. Una vez que llegué a la universidad, conocí a otras personas homosexuales y estas cosas comenzaron a ser nombradas de manera natural. Me vi obligada a pensar por mí misma y a hacerme preguntas. Fue como si todas esas cosas que yo ya intuía de pronto pudieran decirse en voz alta.
M.H.: ¿Cree que el hecho de que sea una mujer abiertamente homosexual ha provocado que se la sometiera a un escrutinio excesivo?
Megan: No puedo imaginar un escenario en el que yo, una lesbiana que va con el pelo teñido de rosa, le pueda caer bien a cierto tipo de gente. Pero, precisamente, el hecho de no ser la típica chica blanca “normal” me da una perspectiva diferente de las cosas y esa es la base de mi activismo. No he sufrido tanta homofobia como otras, ni he sido perseguida, ni he tenido gente acosándome y llamándome camionera o algo así. Pero es un hecho que ser gay ha determinado que se me perciba de cierta manera.
M.H.: Cuando se plantearon la demanda de la selección contra la Federación de Fútbol, ¿qué cambios deseaban ver, además de la equidad salarial respecto a los hombres?
Megan: La demanda abarcaba muchos aspectos. En un sentido amplio, se trataba de exigir la misma inversión y la misma atención para los equipos masculinos y femeninos. Desde el trabajo con los equipos juveniles, al marketing, pasando por cómo se venden las entradas, la publicidad, los presupuestos para el personal de apoyo, los entrenamientos, los viajes... Es todo eso. Los salarios que cobramos son la culminación de ese proceso. Sin equiparar todo lo demás, es difícil abrir una conversación sobre cuánto vale cada uno, porque nunca podría alcanzarse el valor y el potencial de cada equipo. Y al menos el nuestro no lo ha alcanzado. No sé exactamente qué están haciendo los hombre en esta discusión, pero sospecho que también merecen que se les pague más. Ambos equipos somos la principal fuente de ingresos de la Federación y están ganando mucho dinero a nuestra costa. Tendríamos que comunicarnos más entre nosotros.
M.H.: Teniendo en cuenta que el fútbol femenino es mucho más popular en Estados Unidos que en otros países, ¿por qué le cuesta tanto alcanzar un estatus más rentable?
Megan: La verdad es que no sé por qué no hay más inversión. El equipo nacional es, como dices, muy popular, gana mucho dinero y crece vertiginosamente, entonces, ¿se te ocurre un motivo por el que no se invierta más en nosotras además del sexismo? Las personas que van a ver los partidos de la Major League Soccer [la liga masculina], ¿van porque son fanáticos del fútbol o porque es una experiencia genial? El marketing de la MLS es excelente, la marca se vende muy bien, el ambiente siempre es festivo, es genial ir al estadio y formar parte de todo eso. Y creo que con la liga femenina podría pasar exactamente lo mismo.
M.H.: Seguro que muchas personas que la descubrieron el verano pasado no saben que antes del Mundial no estaba claro que siguiera con la selección. ¿Qué ha cambiado, como jugadora y como persona, para que ahora esté en el mejor momento de su carrera?
Megan Muchos cambios. Como deportista, cuando tienes 20 años físicamente puedes hacer lo que te dé la gana. Cuando cumples 30, no tienes más remedio que evolucionar tanto en tu estilo de juego como en la manera de cuidarte.
M.H.: Porque la alternativa de no hacerlo es...
Megan: Envejecer y retirarte. Por eso me siento tan afortunada de haber conocido a mi novia, Sue [Sue Bird, veterana estrella de la WNBA, la liga femenina de baloncesto y ganadora de cuatro oros olímpicos] en el preciso momento en que sucedió. Fue en 2016, justo después de los Juegos Olímpicos de Río. Fui con la selección, pero probablemente no debería haber formado parte de esa lista. En ese momento no estaba preparada. Acababa de salir de una lesión, tenía 31 años y claramente no estaba en mi mejor nivel. Entonces conocí a Sue, que también había tenido lesiones de rodilla pero que, a sus 39 años está teniendo una carrera increíblemente larga gracias a un cambio en la dieta y los entrenamientos. Hice ese cambio y comencé a centrarme mucho más en la recuperación y el descanso, en cuidarme. Conocer a Sue fue una suerte para mí en muchos sentidos. También en ese.
M.H.: Usted y Sue Bird están entre el puñado de atletas femeninas de élite que han salido públicamente del armario. Pero no hay hombres en la misma posición en las ligas deportivas profesionales más importantes. ¿Cómo se explica ese fenómeno?
Megan: Porque en el deporte hay homofobia. Es la explicación evidente, pero no la única. Para estos tíos decir que son homosexuales es poner en juego su calidad de vida, y creo que tienen mucho miedo a perderla. Has llegado hasta aquí, nadie en tu familia ha hecho algo así, tú y tu familia tenéis la oportunidad de tener una vida completamente diferente durante el resto de tu vida, y no quieres arriesgarte. Pero, obviamente, debe haber muchos deportistas masculinos homosexuales, y en algunos casos es un secreto a voces que lo son. Pero sí, parece una locura que ninguna estrella importante haya salido aún del armario.
En términos estrictamente deportivos, Megan Rapinoe y la selección de fútbol femenino de Estados Unidos arrasaron en la última Copa del Mundo. Y, sin embargo, a pesar de los goles irrepetibles, lo que ocurrió fuera de los estadios fue aún más importante que aquel triunfo. Rapinoe y sus compañeras ganaban partidos mientras, paralelamente, demandaban a su propia Federación de Fútbol por discriminación de género y se enfrentaban al mismísimo presidente Donald Trump.
Poco antes de la competición trascendió que la capitana rechazaría cualquier invitación a la Casa Blanca si el equipo vencía en el Mundial. Y Trump respondió, como siempre, vía Twitter: “Soy fan de la selección... pero Megan Rapinoe debería ganar antes de hablar”. Finalmente, no solo ganaron, sino que ella recibió tanto el Balón de Oro a la máxima anotadora como el premio a la mejor jugadora del torneo, convirtiéndose, de paso, en un icono del activismo en el deporte mundial. “Es genial que las niñas de hoy puedan ver a diferentes tipos de mujeres en posiciones de poder —dice Rapinoe—. Yo me siento un poco marginal, porque he llegado hasta aquí siendo deportista y sé que mucha gente ahora mismo estará diciendo: “Joder, ahora qué hacemos con esta tía, ¿dónde la ponemos?”.
Mujer Hoy: Durante el último Mundial Femenino que se celebró en Francia el pasado verano, se habló mucho, no solo de deporte o igualdad de género, sino también de su conflicto con el presidente Donald Trump y del componente político que había en él. ¿Se sintió incómoda estando en el centro del debate?
Megan Rapinoe: Hace mucho que elegí participar en el debate político. Obviamente, cuando el presidente de tu país tuitea sobre ti, todo crece exponencialmente, pero en general me siento bastante cómoda hablando de política, así que no tuve que decidir si involucrarme o no. Yo siempre estuve allí. Afortunadamente, en el equipo todas entendimos que teníamos que equilibrar nuestro juego con lo que ocurría fuera para que la política no se viera como una “distracción”.
M.H.: ¿Qué piensa de quienes defienden la idea de que el deporte debería ser un oasis apolítico?
Megan: No les entiendo para nada. Quieren que seamos modelos a seguir para sus hijos, que hagamos publicidad a sus productos, que participemos en desfiles y pasacalles... ¿Pues saben qué? No hacemos lo que hacemos para que luego nos exhiban calladas en sus vitrinas de cristal. Así no funciona la historia.
M.H.: Una curiosidad: ¿de dónde sale su ya clásica celebración con los brazos abiertos cuando marca goles?
Megan: Bueno, de un poco de arrogancia de mi parte. Es como decir: “¿Te lo estás pasando bien? ¿Qué más puedes pedir?”. Aunque para mí también era como decirle a Trump, o a los detractores en general, que no nos robarían la alegría ni al equipo, ni a la comunidad LGTB, ni a los Estados Unidos.
M.H.: ¿Siempre ha sido tan segura de sí misma?
Megan: Sí. En el colegio y en el instituto el tema de la identidad sexual podría haber sido algo incómodo, pero yo no supe que era gay hasta que estuve en la universidad. Creo que verme como gay fue como asumir que no iba a ser “normal”. Y si asumes que no tienes que seguir ninguna regla, vas por todas. Gran parte de mi seguridad viene de ahí, de no sentir la presión social para ser algo más que lo que quiero ser.
M.H.: ¿Y cómo se dio cuenta?
Megan: Redding, el pueblo de California donde crecí es bastante homogéneo en cuanto a raza, sexualidad y política. No tuve una infancia represiva u opresiva de ninguna manera y el concepto de gay simplemente no existía. Una vez que llegué a la universidad, conocí a otras personas homosexuales y estas cosas comenzaron a ser nombradas de manera natural. Me vi obligada a pensar por mí misma y a hacerme preguntas. Fue como si todas esas cosas que yo ya intuía de pronto pudieran decirse en voz alta.
M.H.: ¿Cree que el hecho de que sea una mujer abiertamente homosexual ha provocado que se la sometiera a un escrutinio excesivo?
Megan: No puedo imaginar un escenario en el que yo, una lesbiana que va con el pelo teñido de rosa, le pueda caer bien a cierto tipo de gente. Pero, precisamente, el hecho de no ser la típica chica blanca “normal” me da una perspectiva diferente de las cosas y esa es la base de mi activismo. No he sufrido tanta homofobia como otras, ni he sido perseguida, ni he tenido gente acosándome y llamándome camionera o algo así. Pero es un hecho que ser gay ha determinado que se me perciba de cierta manera.
M.H.: Cuando se plantearon la demanda de la selección contra la Federación de Fútbol, ¿qué cambios deseaban ver, además de la equidad salarial respecto a los hombres?
Megan: La demanda abarcaba muchos aspectos. En un sentido amplio, se trataba de exigir la misma inversión y la misma atención para los equipos masculinos y femeninos. Desde el trabajo con los equipos juveniles, al marketing, pasando por cómo se venden las entradas, la publicidad, los presupuestos para el personal de apoyo, los entrenamientos, los viajes... Es todo eso. Los salarios que cobramos son la culminación de ese proceso. Sin equiparar todo lo demás, es difícil abrir una conversación sobre cuánto vale cada uno, porque nunca podría alcanzarse el valor y el potencial de cada equipo. Y al menos el nuestro no lo ha alcanzado. No sé exactamente qué están haciendo los hombre en esta discusión, pero sospecho que también merecen que se les pague más. Ambos equipos somos la principal fuente de ingresos de la Federación y están ganando mucho dinero a nuestra costa. Tendríamos que comunicarnos más entre nosotros.
M.H.: Teniendo en cuenta que el fútbol femenino es mucho más popular en Estados Unidos que en otros países, ¿por qué le cuesta tanto alcanzar un estatus más rentable?
Megan: La verdad es que no sé por qué no hay más inversión. El equipo nacional es, como dices, muy popular, gana mucho dinero y crece vertiginosamente, entonces, ¿se te ocurre un motivo por el que no se invierta más en nosotras además del sexismo? Las personas que van a ver los partidos de la Major League Soccer [la liga masculina], ¿van porque son fanáticos del fútbol o porque es una experiencia genial? El marketing de la MLS es excelente, la marca se vende muy bien, el ambiente siempre es festivo, es genial ir al estadio y formar parte de todo eso. Y creo que con la liga femenina podría pasar exactamente lo mismo.
M.H.: Seguro que muchas personas que la descubrieron el verano pasado no saben que antes del Mundial no estaba claro que siguiera con la selección. ¿Qué ha cambiado, como jugadora y como persona, para que ahora esté en el mejor momento de su carrera?
Megan Muchos cambios. Como deportista, cuando tienes 20 años físicamente puedes hacer lo que te dé la gana. Cuando cumples 30, no tienes más remedio que evolucionar tanto en tu estilo de juego como en la manera de cuidarte.
M.H.: Porque la alternativa de no hacerlo es...
Megan: Envejecer y retirarte. Por eso me siento tan afortunada de haber conocido a mi novia, Sue [Sue Bird, veterana estrella de la WNBA, la liga femenina de baloncesto y ganadora de cuatro oros olímpicos] en el preciso momento en que sucedió. Fue en 2016, justo después de los Juegos Olímpicos de Río. Fui con la selección, pero probablemente no debería haber formado parte de esa lista. En ese momento no estaba preparada. Acababa de salir de una lesión, tenía 31 años y claramente no estaba en mi mejor nivel. Entonces conocí a Sue, que también había tenido lesiones de rodilla pero que, a sus 39 años está teniendo una carrera increíblemente larga gracias a un cambio en la dieta y los entrenamientos. Hice ese cambio y comencé a centrarme mucho más en la recuperación y el descanso, en cuidarme. Conocer a Sue fue una suerte para mí en muchos sentidos. También en ese.
M.H.: Usted y Sue Bird están entre el puñado de atletas femeninas de élite que han salido públicamente del armario. Pero no hay hombres en la misma posición en las ligas deportivas profesionales más importantes. ¿Cómo se explica ese fenómeno?
Megan: Porque en el deporte hay homofobia. Es la explicación evidente, pero no la única. Para estos tíos decir que son homosexuales es poner en juego su calidad de vida, y creo que tienen mucho miedo a perderla. Has llegado hasta aquí, nadie en tu familia ha hecho algo así, tú y tu familia tenéis la oportunidad de tener una vida completamente diferente durante el resto de tu vida, y no quieres arriesgarte. Pero, obviamente, debe haber muchos deportistas masculinos homosexuales, y en algunos casos es un secreto a voces que lo son. Pero sí, parece una locura que ninguna estrella importante haya salido aún del armario.
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