Imagen: El País / Andreu Soler |
Miguel Hurtado, víctima de abusos, cuenta en primera persona la historia de pederastia en la Iglesia “que nadie quiso escuchar”.
El País, 2020-02-15
https://elpais.com/sociedad/2020/02/15/actualidad/1581795077_830091.html
Concha tenía razón. Me gustó. El monasterio de Montserrat, perdido en medio de la montaña, es un lugar majestuoso e imponente. Sobre todo para mí, que, con dieciséis años, comenzaba a distanciarme de mis padres. El grupo ‘scout’ estaba formado por adolescentes y jóvenes.
(...) Los 'escoltes' llegábamos al monasterio el viernes por la noche o el sábado por la mañana en coche, en autobús, en tren cremallera o en el aéreo de Montserrat. El sábado hacíamos actividades de ocio y formativas, además de preparar y distribuir las tareas para la eucaristía del día siguiente, y el domingo colaborábamos en la celebración de la misa. Después de comer, volvíamos para casa. Se respiraba un ambiente de compañerismo y respeto.
(...) Desde hacía cuatro décadas, el grupo ‘scout’ lo dirigía el monje Andreu Soler, el ‘germà’ Andreu. Había formado ya a varias generaciones de jóvenes y era respetado tanto por los chavales como por sus padres. Aparentemente, era un adulto de confianza. Pero la verdad era otra.
Se ganó mi confianza al servirme de apoyo durante las crisis que estaba viviendo, tanto en mi familia como personalmente. Los problemas con la relación entre mis padres, el conflicto que me generaba asumir mi realidad sexual, el complicado paso por el instituto... (...) Me mostraba a menudo claramente angustiado, así que el ‘germà’ Andreu se acercó a mí.
—Te veo triste, Miguel. ¿Te pasa algo? ¿Tienes algún problema? Sabes que, si necesitas hablar, estoy aquí para escucharte.
Y empezamos a hablar. Al principio, de temas algo más neutros, como mi familia o los estudios, y lo hacíamos siempre en zonas comunes como el comedor, después de cenar. Pero, poco a poco, la relación empezó a cambiar.
Comenzó a pasarse a mi cuarto por las noches y a hablarme de temas sexuales como la masturbación. (...) Hasta que un día cruzó una línea que rompió mi adolescencia, que me quebró por dentro.
—Esto mejor no lo toques demasiado, no es bueno para ti.
Eso dijo mientras metía su mano debajo del pijama y empezaba a manosear mis genitales.
(...) Ese día mi vida dio un vuelco para siempre. Los abusos se prolongaron durante todo un año. Yo tenía solo dieciséis años. Recuerdo la profunda confusión que me embargó. (...) Montserrat era un lugar venerable, tierra sagrada para los catalanes. Estaban abusando de mí a los pies de la Moreneta, la virgen patrona de Cataluña. En teoría era un lugar seguro para niños y adolescentes.
(...) Todo aquel año, eterno, viví en dos realidades paralelas y contradictorias. Mientras los sábados por la noche el ‘germà’ Andreu abusaba de mí, el domingo por la mañana, junto con el resto de mis compañeros, ayudaba en la celebración de la misa. Observaba la devoción de los fieles.
(...) Mis padres me habían repetido en innumerables ocasiones el clásico: “Miguel, ni se te ocurra subirte en el coche de un extraño”. (...) Pero ¿quién me había prevenido de los conocidos, de la gente de mi entorno de confianza: familiares, profesores, sacerdotes, monitores, amigos de la familia? Es el perfil de las personas que cometen la mayor parte de los abusos a menores.
(...) El ‘germà’ Andreu era el típico pederasta con piel de cordero. Como hacen la mayoría de los abusadores, no me había agredido inmediatamente, nada más conocerme. Los abusos fueron la culminación de un largo proceso, planificado y ejecutado a sangre fría durante meses, que tenía como objetivo identificar a víctimas vulnerables y vencer sus resistencias para, acto seguido, explotarlas sexualmente.
(...) Viví paralizado durante muchos meses, sin saber cómo reaccionar, funcionando de forma automática. Continuaba asistiendo al instituto, quedando con mis amigos y yendo a Montserrat una vez al mes. No era capaz de asimilar lo que estaba pasando y negué la realidad, por más obvia que fuera. A fin de cuentas, si no había habido violencia ni me había violado, ¿podía considerarlo un abuso?
Quizás estaba siendo malpensado. El ‘germà’ Andreu se preocupaba por mí, le importaba, me escuchaba. A diferencia de mi padre, a él le podía contar cosas sabiendo que me prestaría atención. ¿Y si realmente solo quería ayudarme? Porque ¿cuál podría ser la explicación alternativa? (...) ¿Que me estaba traicionando? (...) Y si rompía la relación con él, con mi padre sustituto, ¿qué alternativa tenía para encontrar algo de apoyo ante mis problemas?
¿Retomar la relación con mi verdadero padre? Esto último no era una opción. Así que reaccioné como solemos hacer los seres humanos, tanto los menores como los adultos: decidí creerme una mentira reconfortante, engañarme a mí mismo.
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