Imagen: El País / Gloria Gaynor en 1978 |
El clásico de Gloria Gaynor convirtió la música disco en un género masivo, pero también fue uno de los clavos de su ataúd. Un día como hoy de 1980, en la gala de los Grammy, ganó en una categoría que existió por primera y última vez esa noche.
Guillermo Alonso | Icon, El País, 2020-02-27
https://elpais.com/elpais/2020/02/27/icon/1582811086_707871.html
Hay muchas particularidades que podrían destacarse de ‘I will survive’, el clásico disco de Gloria Gaynor (Nueva Jersey, 1949) publicado en 1978. Es una de las pocas canciones del género, por ejemplo, que no tenía coros. Todo, de principio a fin, lo canta Gloria Gaynor, algo inaudito en un tipo de música pensada para el éxtasis de baile en el que se premiaba el coro épico y la textura espesa como subidón final. Es, también, una de las canciones más íntimamente unidas a la comunidad LGTB no solo por su ritmo pegajoso, sino por su letra que habla de superar la adversidad, de comerse el mundo aunque –como dice la letra– “al principio estaba solo, estaba petrificado”.
Por cierto, como nota adicional, ese “solo” conecta de forma directa con el motivo principal por el que la música disco fue asociada irremediablemente con lo gay: en los años sesenta y setenta todavía se prohibía en muchas discotecas de Estados Unidos que parejas del mismo sexo bailasen juntas. La música disco fue la respuesta: no se necesitaba un compañero. Uno podía bailar solo y hacerlo durante toda la noche porque el pinchadiscos mezclaba una canción tras otra y la fiesta no terminaba nunca. Además, frente al rock, en ese momento considerado heterosexual y blanco, la música disco abrazaba minorías: casi todas sus estrellas (Donna Summer, Diana Ross, la propia Gaynor) eran mujeres negras. Mientras el mundo normativo reinaba fuera, homosexuales y afroamericanos eran los reyes paganos de la pista de baile.
Pero la canción es también uno de los pocos himnos gais que cruza cómodamente el umbral hacia el público generalista y heterosexual: si suena ‘I will survive’ todo el mundo se la sabe. Si suena ‘I will survive’, la discoteca se viene abajo, haya en ella gais, lesbianas o heterosexuales de todas las edades. Eso no ocurre con otros clásicos de baile que han sido enormes éxitos, pero que el público generalista recibe de forma más fría: ahí están 'Vogue' de Madonna, ‘Go west’ de Pet Shop Boys o ‘Believe’ de Cher. Sí, un padre de familia se las puede saber, pero no le hablan de forma tan directa y pura como ‘I will survive’. En este sentido, la canción de Gloria Gaynor figura en una pequeñísima lista de himnos LGTB que el público heterosexual también ama, junto a ‘I want to break free’ de Queen. De hecho, en 1996 los Cake se apuntaron un gran éxito con una versión ‘indie rock’. Y la banda holandesa Hermes House Band popularizó en el año 2000 otra versión a medio camino entre el ‘eurodance’ y el ‘ska’ que arrasó en las discotecas y que hacia el final incluía unos “lololo” que se han convertido, casi, en una cómica representación del orgullo hetero.
Pero tal vez la cualidad más sorprendente (y menos conocida) de ‘I will survive’ es una que hoy tiene especial significancia porque cumple 40 años. Un 27 de febrero de 1980 tuvo lugar la edición número 22 de los premios Grammy, y esa noche Gloria Gaynor (y los productores Dino Fekaris y Freddie Perren) recogió un premio que solo ella tiene, porque se entregó por primera y última vez. Era el Grammy a la mejor grabación disco.
¿Cómo fue esto posible? Básicamente, la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación, que otorga estos premios, invirtió demasiado tiempo en pensarse si debía existir una categoría disco, un subgénero que había conquistado a la fauna nocturna gracias a tomar las discotecas y se había hecho masivo gracias al gran éxito de ‘Fiebre del sábado noche’ (1977). Tanto tiempo se tomaron que para cuando se decidieron a entregar un premio en esa categoría, el género ya había pasado de moda. Junto a ‘I will survive’ estaban nominadas aquella noche ‘Don’t stop til you get enough’ de Michael Jackson, ‘Boogie Wonderland’ de Earth, Wind & Fire, ‘Dim All the Lights’ de Dona Summer y ‘Da Ya Think I’m Sexy?’ de Rod Stewart.
La muerte de la música disco entre 1979 y 1980, que tiene tanto de cultural como de reaccionario, racista y homófobo, paró en seco carreras ascendentes y obligó a cerrar algunas discográficas. La Academia no podía mantener una categoría en la que no había canciones para nominar, porque de repente nadie quiso adscribirse a ese género. Muchos que lo habrían practicado siguieron adelante, claro (por ejemplo Blondie, Michael Jackson, Rod Stewart, David Bowie o Earth, Wind & Fire) pero tocando otros estilos o poniendo a los ritmos disco un disfraz que protegiese a sus canciones ante la aristocracia de la moral y los guardianes del buen gusto. En las postrimerías de la música disco uno podía decir que hacía electrónica, ‘synthpop’, ‘dance-rock’ o ‘house’, pero autodefinirse como disco era como quemarse a lo bonzo en la plaza del pueblo.
Gloria Gaynor fue fiel ejemplo de ese camino: tuvo después de ‘I will survive’ un par de éxitos menores, pero ha seguido desde entonces cantando su mayor éxito por todo el mundo, a menudo en España. La letra, además, le viene al pelo (perdió a tres de sus hermanos y vivió un doloroso divorcio). Siempre podrá presumir, frente a otros artistas que coleccionan Grammys, que ella tiene uno que no tiene absolutamente nadie más. Y por si eso no fuera poco, cuarenta años después de ganarlo, el pasado enero, le dieron otro, esta vez a mejor álbum góspel por ‘Testimony’. De todas las rendiciones posibles ante los excesos de los setenta la música disco, la más radical fue encontrar a Dios.
Por cierto, como nota adicional, ese “solo” conecta de forma directa con el motivo principal por el que la música disco fue asociada irremediablemente con lo gay: en los años sesenta y setenta todavía se prohibía en muchas discotecas de Estados Unidos que parejas del mismo sexo bailasen juntas. La música disco fue la respuesta: no se necesitaba un compañero. Uno podía bailar solo y hacerlo durante toda la noche porque el pinchadiscos mezclaba una canción tras otra y la fiesta no terminaba nunca. Además, frente al rock, en ese momento considerado heterosexual y blanco, la música disco abrazaba minorías: casi todas sus estrellas (Donna Summer, Diana Ross, la propia Gaynor) eran mujeres negras. Mientras el mundo normativo reinaba fuera, homosexuales y afroamericanos eran los reyes paganos de la pista de baile.
Pero la canción es también uno de los pocos himnos gais que cruza cómodamente el umbral hacia el público generalista y heterosexual: si suena ‘I will survive’ todo el mundo se la sabe. Si suena ‘I will survive’, la discoteca se viene abajo, haya en ella gais, lesbianas o heterosexuales de todas las edades. Eso no ocurre con otros clásicos de baile que han sido enormes éxitos, pero que el público generalista recibe de forma más fría: ahí están 'Vogue' de Madonna, ‘Go west’ de Pet Shop Boys o ‘Believe’ de Cher. Sí, un padre de familia se las puede saber, pero no le hablan de forma tan directa y pura como ‘I will survive’. En este sentido, la canción de Gloria Gaynor figura en una pequeñísima lista de himnos LGTB que el público heterosexual también ama, junto a ‘I want to break free’ de Queen. De hecho, en 1996 los Cake se apuntaron un gran éxito con una versión ‘indie rock’. Y la banda holandesa Hermes House Band popularizó en el año 2000 otra versión a medio camino entre el ‘eurodance’ y el ‘ska’ que arrasó en las discotecas y que hacia el final incluía unos “lololo” que se han convertido, casi, en una cómica representación del orgullo hetero.
Pero tal vez la cualidad más sorprendente (y menos conocida) de ‘I will survive’ es una que hoy tiene especial significancia porque cumple 40 años. Un 27 de febrero de 1980 tuvo lugar la edición número 22 de los premios Grammy, y esa noche Gloria Gaynor (y los productores Dino Fekaris y Freddie Perren) recogió un premio que solo ella tiene, porque se entregó por primera y última vez. Era el Grammy a la mejor grabación disco.
¿Cómo fue esto posible? Básicamente, la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación, que otorga estos premios, invirtió demasiado tiempo en pensarse si debía existir una categoría disco, un subgénero que había conquistado a la fauna nocturna gracias a tomar las discotecas y se había hecho masivo gracias al gran éxito de ‘Fiebre del sábado noche’ (1977). Tanto tiempo se tomaron que para cuando se decidieron a entregar un premio en esa categoría, el género ya había pasado de moda. Junto a ‘I will survive’ estaban nominadas aquella noche ‘Don’t stop til you get enough’ de Michael Jackson, ‘Boogie Wonderland’ de Earth, Wind & Fire, ‘Dim All the Lights’ de Dona Summer y ‘Da Ya Think I’m Sexy?’ de Rod Stewart.
La muerte de la música disco entre 1979 y 1980, que tiene tanto de cultural como de reaccionario, racista y homófobo, paró en seco carreras ascendentes y obligó a cerrar algunas discográficas. La Academia no podía mantener una categoría en la que no había canciones para nominar, porque de repente nadie quiso adscribirse a ese género. Muchos que lo habrían practicado siguieron adelante, claro (por ejemplo Blondie, Michael Jackson, Rod Stewart, David Bowie o Earth, Wind & Fire) pero tocando otros estilos o poniendo a los ritmos disco un disfraz que protegiese a sus canciones ante la aristocracia de la moral y los guardianes del buen gusto. En las postrimerías de la música disco uno podía decir que hacía electrónica, ‘synthpop’, ‘dance-rock’ o ‘house’, pero autodefinirse como disco era como quemarse a lo bonzo en la plaza del pueblo.
Gloria Gaynor fue fiel ejemplo de ese camino: tuvo después de ‘I will survive’ un par de éxitos menores, pero ha seguido desde entonces cantando su mayor éxito por todo el mundo, a menudo en España. La letra, además, le viene al pelo (perdió a tres de sus hermanos y vivió un doloroso divorcio). Siempre podrá presumir, frente a otros artistas que coleccionan Grammys, que ella tiene uno que no tiene absolutamente nadie más. Y por si eso no fuera poco, cuarenta años después de ganarlo, el pasado enero, le dieron otro, esta vez a mejor álbum góspel por ‘Testimony’. De todas las rendiciones posibles ante los excesos de los setenta la música disco, la más radical fue encontrar a Dios.
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