Imagen: La Voz del Sur / Lidia Falcón |
A la presidenta del Partido Feminista hay que reconocerle que ha sido una pionera en introducir en España la ideología de odio de un mal llamado feminismo radical.
Raúl Solís | La Voz del Sur, 2020-02-23
https://www.lavozdelsur.es/lidia-falcon-es-la-transfobia-no-el-feminismo/
Izquierda Unida ha expulsado, por fin, al partido transfóbico de Lidia Falcón de la coalición de izquierdas. Digo “partido transfóbico” porque la estrategia de quienes han emprendido una batalla contra las personas transexuales en nombre del feminismo es erigirse como portadoras del feminismo. El Partido Feminista de España no es un partido aunque esté inscrito en el registro del Ministerio del Interior, sus militantes caben en un taxi y en 40 años de existencia sólo ha celebrado dos congresos hasta la fecha (1983 y 2015), a la espera de celebrar una tercera reunión la semana próxima.
Evidentemente, de cada congreso ha salido elegida como máxima y única autoridad la abogada Lidia Falcón, quien ganara su prestigio en la lucha antifranquista y defendiendo valientemente los derechos de las mujeres cuando estaban prohibido, pero que en su senectud ha mutado en una señora que llama “puteros, proxenetas y compradores de niños” a mujeres trans, que insulta calificando de “niño” a una niña transexual de ocho años o que, como hace Vox, criminaliza a las organizaciones que defienden los derechos de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales metiéndolas en un saco denominado “lobby gay”.
A Lidia Falcón hay que reconocerle que ha sido una pionera en introducir en España la ideología de odio de un mal llamado feminismo radical que hace más esfuerzos en excluir, difamar y humillar a mujeres transexuales que al patriarcado. Mujeres, en su mayoría, con altavoces dentro del feminismo institucional y que están consiguiendo que su odio se propague y llegue incluso a una niña de ocho años que, desde el atril de la Asamblea de Extremadura, contó cuál había sido su proceso con la inocencia y candidez de una criatura que está empezando a vivir.
En el fondo de todo este festival de insultos y vejaciones hacia las personas trans, a las que mezclan de manera infame con el proxetenismo, la prostitución y el alquiler de vientres, lo que hay es un ataque de cuernos de un feminismo que, habiendo sido muy útil, se ha visto sobrepasado por el movimiento de masas que se plasmó en el 8M de 2018 y que dijo que el feminismo era una fuerza de cambio y no el cortijo identitario de nadie.
Hay que agradecerle a Lidia Falcón y a todas esas feministas que lo eran cuando nadie quería ser feminista, reconocerlas como madres de la explosión del feminismo popular, pero de la misma manera hay que decir alto y claro que el feminismo, ni ninguna ideología emancipatoria, es de nadie, nada más que de las mujeres, de todas, y que mucho menos es la excusa para construir discursos de odio contra mujeres vulnerables de nuestra sociedad.
El feminismo no se distrae por considerar que las mujeres trans son mujeres, por entender que estas mujeres provienen de vidas marcadas por la violencia, el abandono familiar y que su única salida laboral en muchos casos sigue siendo, desgraciadamente, la prostitución, el desarraigo y la emigración emocional de por vida para buscar un lugar seguro donde sólo por ser no te peguen una paliza.
La violencia que sufren las mujeres transexuales no es por ser transexuales, que también, sino por ser mujeres. Los hombres trans no sufren prostitución, tienen índices de empleabilidad mucho mayores y no se convierten en el chiste del barrio sólo por existir. Lo que hacen las mujeres trans es descender al sótano del género, a las catacumbas de la sociedad, situarse en la liga de las perdedoras, porque lo humillante, lo que causa risa, mofa y legitima la violencia es ser mujer, no hombre.
Por eso es imposible entender que mujeres que se dicen feministas, que provienen de la lucha antifranquista y que son de izquierdas, no comprendan que las mujeres transexuales son también víctimas del proxenetismo, de la prostitución, de los trabajos de miseria, de la violencia de género, de la hipersexualización y la cosificación de sus cuerpos para el deseo pornográfico masculino. Llamar “puteros, proxenetas y compradores de niños” a mujeres transexuales es transfobia, no feminismo, y no debería tener cabida en ninguna organización democrática.
Evidentemente, de cada congreso ha salido elegida como máxima y única autoridad la abogada Lidia Falcón, quien ganara su prestigio en la lucha antifranquista y defendiendo valientemente los derechos de las mujeres cuando estaban prohibido, pero que en su senectud ha mutado en una señora que llama “puteros, proxenetas y compradores de niños” a mujeres trans, que insulta calificando de “niño” a una niña transexual de ocho años o que, como hace Vox, criminaliza a las organizaciones que defienden los derechos de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales metiéndolas en un saco denominado “lobby gay”.
A Lidia Falcón hay que reconocerle que ha sido una pionera en introducir en España la ideología de odio de un mal llamado feminismo radical que hace más esfuerzos en excluir, difamar y humillar a mujeres transexuales que al patriarcado. Mujeres, en su mayoría, con altavoces dentro del feminismo institucional y que están consiguiendo que su odio se propague y llegue incluso a una niña de ocho años que, desde el atril de la Asamblea de Extremadura, contó cuál había sido su proceso con la inocencia y candidez de una criatura que está empezando a vivir.
En el fondo de todo este festival de insultos y vejaciones hacia las personas trans, a las que mezclan de manera infame con el proxetenismo, la prostitución y el alquiler de vientres, lo que hay es un ataque de cuernos de un feminismo que, habiendo sido muy útil, se ha visto sobrepasado por el movimiento de masas que se plasmó en el 8M de 2018 y que dijo que el feminismo era una fuerza de cambio y no el cortijo identitario de nadie.
Hay que agradecerle a Lidia Falcón y a todas esas feministas que lo eran cuando nadie quería ser feminista, reconocerlas como madres de la explosión del feminismo popular, pero de la misma manera hay que decir alto y claro que el feminismo, ni ninguna ideología emancipatoria, es de nadie, nada más que de las mujeres, de todas, y que mucho menos es la excusa para construir discursos de odio contra mujeres vulnerables de nuestra sociedad.
El feminismo no se distrae por considerar que las mujeres trans son mujeres, por entender que estas mujeres provienen de vidas marcadas por la violencia, el abandono familiar y que su única salida laboral en muchos casos sigue siendo, desgraciadamente, la prostitución, el desarraigo y la emigración emocional de por vida para buscar un lugar seguro donde sólo por ser no te peguen una paliza.
La violencia que sufren las mujeres transexuales no es por ser transexuales, que también, sino por ser mujeres. Los hombres trans no sufren prostitución, tienen índices de empleabilidad mucho mayores y no se convierten en el chiste del barrio sólo por existir. Lo que hacen las mujeres trans es descender al sótano del género, a las catacumbas de la sociedad, situarse en la liga de las perdedoras, porque lo humillante, lo que causa risa, mofa y legitima la violencia es ser mujer, no hombre.
Por eso es imposible entender que mujeres que se dicen feministas, que provienen de la lucha antifranquista y que son de izquierdas, no comprendan que las mujeres transexuales son también víctimas del proxenetismo, de la prostitución, de los trabajos de miseria, de la violencia de género, de la hipersexualización y la cosificación de sus cuerpos para el deseo pornográfico masculino. Llamar “puteros, proxenetas y compradores de niños” a mujeres transexuales es transfobia, no feminismo, y no debería tener cabida en ninguna organización democrática.
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