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Dean Spade · Activista trans: “Hay que transferir el presupuesto de policía a cubrir necesidades básicas”.
Nuria Alabao / Lucas Platero | ctxt, 2021-06-30
https://ctxt.es/es/20210601/Politica/36470/Dean-Spade-activismo-trans-leyes-policia-sistema-penal-Nuria-Alabao-Lucas-Platero.htm
Dean Spade es profesor de Derecho en la Universidad de Seattle y fundador del Sylvia Rivera Law Project, que ofrece asesoría legal a personas trans, intersexuales o no binarias sin recursos económicos. También es activista contra la expansión del sistema penal y policial.
La obra de Spade está centrada en desentrañar los principales problemas que tiene el activismo de base que, en los últimos años y con la pandemia, ha crecido enormemente en Estados Unidos. A estas formas organizativas le dedica su último libro, 'Ayuda mutua: Construyendo solidaridad durante esta crisis (y la próxima)' –de próxima aparición en castellano–. "Una vida 'normal'" (Ed. Bellaterra) –publicado en el 2015– es un ensayo sobre cómo la violencia institucional, el racismo, o la criminalización del consumo de drogas influyen sobre las vidas de las personas LGTBI, temas que no suelen ser abordados por el activismo ‘mainstream’ o desde la reforma legal.
P. En España está a punto de aprobarse una nueva ley trans que implica la autodeterminación de género y algunas políticas de apoyo a las personas trans, ¿que impacto tienen estas leyes a la hora de transformar la vida de la gente?
Una de las cosas con la que lidiamos en movimientos sociales es la cuestión de cómo no centrarnos solo en producir leyes, o en introducir cuestiones como los discursos de odio sobre grupos marginados, porque hace que pongamos mucho el foco en el poder del Estado. Es como si solo el gobierno pudiese resolver todos nuestros problemas. Además, refuerza la idea de que lo que dicen las leyes se reflejará automáticamente en la vida de las personas, y la realidad es que hay una gran brecha. Esta brecha surge por las diferencias en el interior de los grupos, dentro de las ciudades o regiones, entre barrios, o por diferencias de cómo los funcionarios del gobierno y otros actores ven a las personas trans con discapacidades, a las inmigrantes o a las personas trans de clase alta. Todas estas diferencias dentro de un grupo hacen que la aplicación de la ley les impacte de manera diferente, porque las leyes son implementadas por personas y tendrán diferentes prioridades bajo diferentes administraciones o bajo diferentes partidos.
Otra preocupación es que cuando se legisla o se cambian las leyes, los gobernantes dicen: “Ahora este grupo de personas es igual”, o “A partir de ahora, será tratado bien”. Dicen haber resuelto los problemas y se intenta desmovilizar a nuestros movimientos. Nuestro trabajo es decir que nada se habrá resuelto hasta que nuestra gente pueda sobrevivir, y la ley no es la herramienta ideal para eso. Lo que realmente necesitamos es una población fuertemente movilizada y movimientos interseccionales radicales en constante resistencia, que busquen realmente el bienestar de las personas bajo las condiciones a las que se enfrentan en el capitalismo o el neoliberalismo.
Creo en el trabajo de reforma legislativa de los movimientos sociales, pero no debería tener un papel central, y además debemos tener un papel crítico.
P. ¿Qué tipo de leyes necesitan las personas trans o cuáles serían realmente transformadoras?
Deberíamos buscar una reforma legal basada en aliviar los peores sufrimientos que enfrentan las personas trans, las que se encuentran en las situaciones más complicadas y peligrosas o que están realmente al margen: las personas trans que están en prisión, las que se enfrentan a la deportación, las más pobres o las más criminalizadas o las personas trans con discapacidad. Observar sus vidas y pensar si las reformas legales que se están considerando van a abordar sus problemas, porque de lo contrario, acabamos creando leyes que lo que hacen es perfeccionar el sistema que las mantiene marginadas. Si al final la justicia es algo a lo que solo se puede acceder si se tiene un empleo con estatus, o si no se está criminalizado y se tiene papeles, o lo que sea. Eso significa que tenemos que fijarnos en el impacto material de las leyes. Queremos evitar leyes que sean solo simbólicas, que no ofrezcan ayudas, que solo sirven a las personas de alto estatus o que lo tienen más fácil, que en realidad es lo que hacen la mayoría de leyes.
Queremos pensar en soluciones legales que vayan más allá de tener escrita la palabra “trans” en ellas. Por ejemplo, en Estados Unidos, cualquier ley que ayude a reducir el número de policías será bueno para las personas trans, porque la policía las persigue; o cualquier ley que ayude a reducir las sanciones penales por ser pobre o consumir drogas, porque así es como la mayoría de ellas terminan en la cárcel. Aparentemente, esas leyes no son para las personas trans, pero en el fondo serían las más beneficiosas. Deberíamos centrarnos en ellas. Por ejemplo, en Estados Unidos, hace décadas que se han aprobado leyes para endurecer las penas por atacar a personas trans por ser trans (delitos de odio). No hay evidencia de que impidan la violencia, y generalmente sirven para incrementar la financiación a la policía y a los fiscales, y cualquier cosa que potencie a la policía y a los fiscales es malo para las personas trans. Tenemos que pensarlo bien: ¿cómo podemos saber si la ley es realmente buena? Analizando si es buena para las personas trans que se encuentran en las situaciones más peligrosas.
P. ¿Entrarían aquí las leyes que penalizan el trabajo sexual?
Exactamente. Esta es una de las formas más importantes de criminalizar a las personas trans. Si podemos descriminalizar el trabajo sexual y reducir el impacto de la policía en la vida de las trabajadoras sexuales, esa sería una reforma legal que ayudaría de verdad a las personas trans.
P. En su último libro habla del apoyo mutuo, ¿se puede combinar con la acción legal o estamos perdiendo el horizonte de dónde intervenir?
Si queremos un cambio que sea liberador, tenemos que hacer una presión importante y sostenida desde los movimientos sociales, necesitamos que participe mucha gente. A veces el problema con la reforma legal es que se lleva adelante únicamente desde algunas ONG, e involucra solo a algunas personas de élite. No es una estrategia muy participativa. Y lo que veo tanto en EE.UU. como en otras partes del mundo es que, aunque tengas buenas leyes, si no tienes una manera de sostener la presión a partir de la movilización, no necesariamente se aplicarán. El verdadero motor del cambio social para las personas trans y para todo cambio social debe ser la movilización de base, por lo que necesitamos organizaciones trans fuertes, pero también debemos estar conectados con otras organizaciones más amplias de trabajadoras sexuales, de descriminalización o de organización de los pobres.
Las redes de apoyo mutuo ahora mismo son lugares donde mucha gente se une a los movimientos sociales. Es donde la gente común viene y participa más que en acciones para cambiar la ley. El trabajo legislativo, cuando proviene de la movilización de base, tiene más calidad, porque sabe cuáles son los problemas materiales cotidianos de las personas vulnerables y, probablemente, también cómo se aplican las leyes existentes, porque si estás haciendo trabajo de apoyo mutuo, conoces de primera mano el problema y cómo funciona actualmente el sistema legal. No cómo figura en la redacción de la ley, sino qué le pasa a la gente en concreto con sus caseros, o con sus trabajos, o qué les dicen cuando van a servicios sociales y qué puede significar realmente el cambio de nombre en el DNI en su vida cotidiana.
P. Usted forma parte del movimiento anti policial en Estados Unidos, ¿qué está pasando?
El año pasado hubo una movilización asombrosa social y antipolicial en todo el país. Tras las muertes de George Floyd y Breonna Taylor, se han producido disturbios en todas partes. Esto ha llevado a la petición de desfinanciar a la policía (‘defund the police’). Hace décadas que trabajo para la abolición de la cárcel y de la policía, y estas ideas nunca habían llegado al ‘mainstream’ como ahora.
En muchísimas ciudades, la gente ha estado luchando en ayuntamientos y otras instituciones para, literalmente, acabar con el presupuesto de la policía, o reducirlo. Ha sido una lucha muy difícil porque en los 40 o 50 años anteriores los presupuestos policiales han aumentado cada año. Es uno de los desarrollos políticos más emocionantes que he visto en mi vida. Las personas queer y trans y también las feministas son una parte importante de estas luchas porque saben que la policía no hace que estemos más seguras. Esto es importante, porque a menudo se usa la excusa de la seguridad de las mujeres para pedir más policía. Donde yo vivo, en Seattle, la policía tiene hasta pegatinas del arcoíris, o han contratado a un policía gay o trans. Así que es realmente importante tener queer, trans y feministas y especialmente personas racializadas diciendo: “Esto no resuelve nuestros problemas, lo rechazamos”.
P. ¿Qué contribuye a reducir la violencia o qué hace que estemos más seguras?
Sabemos que la policía solo añade más violencia a cualquier situación –encierran a la gente, te pegan y puede que hasta te violen...–. Si te pasa algo, la policía llega cuando ya ha sucedido todo. No hace nada para evitar que pase, y cuando aparecen, pueden que te hagan daño. Además, quizás castiguen a quien lo hizo, pero nada cambia –que no lo vuelvan a hacer, por ejemplo–, por lo que no estarás más segura que antes.
Desde los movimientos sociales, estamos planteando otro tipo de preguntas: “¿Qué hace realmente que la gente esté segura?”. Una de las cosas que hace que la gente tenga más seguridad es que tengan acceso a vivienda, a alimentos, a un sistema de salud público. Cuando nos fijamos en las mujeres trans asesinadas en los Estados Unidos, muchas no tenían un sitio seguro donde vivir, lo cual les llevaba a situaciones de peligro o ejercían trabajo sexual de maneras poco seguras, porque no tenían recursos para hacerlo de otra forma. Si queremos seguridad de verdad, tenemos que transferir el dinero de los presupuestos de policía a vivienda, sanidad, cuidados infantiles, etc., a cubrir las necesidades básicas.
La segunda cuestión que ocupa a muchas feministas, movimientos queer y trans es qué condiciones tiene esta persona que son particularmente poco seguras. Nos preguntamos, ¿qué necesita la gente de nuestra comunidad? ¿que les acerquemos con el coche a los eventos o traerlos después? ¿Necesitamos que la comunidad ofrezca formaciones sobre violencia doméstica, sobre cómo apoyar a nuestras amistades cuando están viviendo situaciones violentas...? ¿Qué puede hacer el activismo de base para cambiar las condiciones de vida que hacen que algunas personas de nuestra comunidad sean tan vulnerables?
P. ¿Está relacionado esto con lo que se denomina justicia transformadora o reparadora?
Mucha gente en nuestras comunidades ya hace trabajo de justicia transformadora, que supone pensar cuando pasa algo malo ¿qué podemos hacer? Por ejemplo, si estamos en un círculo social donde una persona asalta sexualmente a otras, ¿cómo podemos hacer para que pare? ¿Qué necesita esa persona, qué tipo de presión hay que ejercer, para que pare? ¿Necesita apoyo? ¿Por qué lo hace? ¿Tiene problemas con las drogas? ¿Necesita apoyo de salud mental? ¿Lo hace porque tiene que cambiar sus ideas sobre el género y la sexualidad, ideas que emanan de una cultura tóxica? ¿Y qué necesitan las personas que han sido agredidas para seguir siendo parte de la comunidad y sentir que tienen apoyo? Ya que no se puede deshacer el daño causado, ¿puede haber alguna manera de sanar y curarse, de restaurar su bienestar?
La policía y los juzgados no ofrecen nada esto. Así que tiene más que ver con cómo respondemos para que deje de pasar y que todas las personas implicadas estén mejor, en lugar de aplicar un castigo. El castigo nunca disminuye el daño causado. De hecho, si una persona viola a otra y la mandas a prisión, puede que siga violando allí. Eso no resuelve ninguna de las causas que hay de fondo.
P. En España vemos un cierto feminismo que está muy encauzado a la introducción de nuevos delitos o incluso que piden un aumento de penas, aunque creemos que no es mayoritario.
En Estados Unidos le llamamos “feminismo carcelario”, y no queremos un feminismo que se construya sobre la petición de más policía y más cárcel. Vivimos un período, que empezó en los 70 y continúa desde entonces, en el que la policía y las prisiones están creciendo muchísimo. Uno de los motivos por los que crece es el de “proteger a las mujeres”. Así, el gobierno empezó a financiar programas para afrontar la violencia doméstica y sexual, pero solo si estaba vinculado a decir que la solución eran más detenciones y más gente en prisión. Después de aplicar esto durante 40 o 50 años no vemos que se reduzca. En el caso de la violencia sexual, incluso la aumenta, porque la policía es una fuente importante de violencia sexual.
Queremos enterrar el feminismo carcelario, y centrarnos en un feminismo que va a las causas de la violencia contra las mujeres, las personas queer y trans, y que quiere acabar con la violencia en lugar de apoyar más policía. Y nos preguntamos ¿por qué la mayoría de personas que sufren violencia en el hogar no la denuncian? Muchas no quieren que sus seres queridos vayan a la cárcel o saben que la policía no les va a creer porque son pobres, no tienen papeles o porque tienen miedo de la policía, porque son queer o trans, y han recibido agresiones policiales o las ha recibido alguien de su comunidad.
La solución tiene que ver con creer que las personas, incluso aquellas que han causado dolor, son parte de nuestra comunidad, y hay que pedirles responsabilidades, pero también devolverles su lugar. El objetivo es ayudarles a que cambien su comportamiento en lugar de expulsarles. ¿Qué hace falta para que asumamos que la gente no es solo aquello tan horrible que hizo? Usemos soluciones comunitarias para hacer que cese el daño.
Son las mujeres de color, inmigrantes o con discapacidad las que han tenido que encontrar estas estrategias. Nunca han podido llamar a la policía, porque saben que, si viene, les van a hacer más daño. Este trabajo práctico ha surgido del feminismo.
P. En las protestas de los últimos tiempos en Estados Unidos ha habido grandes manifestaciones encabezadas por el lema: “Black Trans Live Matter”, ¿cómo se están produciendo estas alianzas entre luchas?
La manera en la que Black Lives Matter está creciendo ha llevado a que la gente organice agrupaciones en todo el país durante los últimos años y antes incluso del 2020 este ha sido un movimiento verdaderamente interseccional. Tienen gente trans, negra, queer, feminista, de apoyo a la causa Palestina… Uno de los objetivos ha sido mostrar las historias de las mujeres negras, de las personas negras con discapacidad… La solidaridad que hay dentro del movimiento ha sido muy orgánica y siempre ha habido un montón de gente trans en lugares de liderazgo en todos los niveles.
Este momento supone una transformación en Estados Unidos desde aquellos movimientos civiles con políticas y estrategias que buscaban la respetabilidad, y que han sido históricamente más patriarcales y más heterosexuales, menos interseccionales. El movimiento Black Lives Matter surge ya desde las mujeres queer, ha sido más confrontativo e inherentemente más queer y trans. Es un momento impresionante y, además, llega en el mismo período del renacer de la resistencia indígena en Standing Rock, de los movimientos feministas indígenas, que son muy inclusivos con lo trans y lo queer… Estamos en un momento de emergencia de los movimientos de base, que son muy interseccionales.
P. ¿Qué opina de la aparente alianza que se está produciendo entre cierto feminismo anti trans y algunas derechas o fundamentalistas cristianos?
Por desgracia, todavía estamos viviendo la reacción contra el feminismo que comenzó en los años 80. En Estados Unidos estamos asistiendo a momentos de reacción anti trans muy específicos. Hay una cantidad sorprendente de leyes que se centran en dificultar o impedir el acceso de los jóvenes trans a la atención sanitaria y al deporte. A pesar del período de las políticas trans y los esfuerzos de las reformas legales que se han producido desde finales de los 90 hasta hoy, en realidad, no hemos conseguido tanto.
Hay una ley federal, de ley de delitos de odio que le da dinero a la policía y luego hay algunas cosas pequeñas que se consiguieron con Obama, pero la mayoría de las personas trans todavía viven en la marginalidad. También ha habido algunas mejoras en la identidad recogida en los DNI, pero todavía hay muchos obstáculos para la supervivencia. Sin embargo, en los últimos cinco años ha habido más apariciones de personas trans en la televisión ‘mainstream’. Así que, a pesar de que no ha habido cambios importantes en el día a día de las personas trans, sí que ha habido una reacción violenta muy significativa de la derecha, que se ha recrudecido.
Alrededor de 2013, comienza un período en el que muchas leyes estatales intentan criminalizar aún más a las personas trans por usar los baños (con los que se sienten cómodos) y ahora se están intentando aprobar muchas leyes estatales diciendo que los jóvenes trans no pueden recibir atención sanitaria específica. También les intentan impedir practicar deportes en las escuelas de acuerdo con su género. Por ejemplo, que las chicas trans no puedan hacer deporte con otras chicas.
Se da una reacción, en forma de guerra cultural, y es interesante cómo ha coincidido con la acción de las TERF (feminismo anti trans), que me recuerda a la década de 1980 cuando los activistas de derechas contra la pornografía se aliaron con las feministas antisexo que estaban en contra del trabajo sexual, de la pornografía y a favor de la censura. Siento que se repite esa coalición. El hecho de que esas personas se consideren feministas, y estén dispuestas a alinearse con la derecha que trata de proteger el patriarcado y el control sobre los cuerpos de las mujeres y del cuerpo queer y trans, es impactante para mí.
La obra de Spade está centrada en desentrañar los principales problemas que tiene el activismo de base que, en los últimos años y con la pandemia, ha crecido enormemente en Estados Unidos. A estas formas organizativas le dedica su último libro, 'Ayuda mutua: Construyendo solidaridad durante esta crisis (y la próxima)' –de próxima aparición en castellano–. "Una vida 'normal'" (Ed. Bellaterra) –publicado en el 2015– es un ensayo sobre cómo la violencia institucional, el racismo, o la criminalización del consumo de drogas influyen sobre las vidas de las personas LGTBI, temas que no suelen ser abordados por el activismo ‘mainstream’ o desde la reforma legal.
P. En España está a punto de aprobarse una nueva ley trans que implica la autodeterminación de género y algunas políticas de apoyo a las personas trans, ¿que impacto tienen estas leyes a la hora de transformar la vida de la gente?
Una de las cosas con la que lidiamos en movimientos sociales es la cuestión de cómo no centrarnos solo en producir leyes, o en introducir cuestiones como los discursos de odio sobre grupos marginados, porque hace que pongamos mucho el foco en el poder del Estado. Es como si solo el gobierno pudiese resolver todos nuestros problemas. Además, refuerza la idea de que lo que dicen las leyes se reflejará automáticamente en la vida de las personas, y la realidad es que hay una gran brecha. Esta brecha surge por las diferencias en el interior de los grupos, dentro de las ciudades o regiones, entre barrios, o por diferencias de cómo los funcionarios del gobierno y otros actores ven a las personas trans con discapacidades, a las inmigrantes o a las personas trans de clase alta. Todas estas diferencias dentro de un grupo hacen que la aplicación de la ley les impacte de manera diferente, porque las leyes son implementadas por personas y tendrán diferentes prioridades bajo diferentes administraciones o bajo diferentes partidos.
Otra preocupación es que cuando se legisla o se cambian las leyes, los gobernantes dicen: “Ahora este grupo de personas es igual”, o “A partir de ahora, será tratado bien”. Dicen haber resuelto los problemas y se intenta desmovilizar a nuestros movimientos. Nuestro trabajo es decir que nada se habrá resuelto hasta que nuestra gente pueda sobrevivir, y la ley no es la herramienta ideal para eso. Lo que realmente necesitamos es una población fuertemente movilizada y movimientos interseccionales radicales en constante resistencia, que busquen realmente el bienestar de las personas bajo las condiciones a las que se enfrentan en el capitalismo o el neoliberalismo.
Creo en el trabajo de reforma legislativa de los movimientos sociales, pero no debería tener un papel central, y además debemos tener un papel crítico.
P. ¿Qué tipo de leyes necesitan las personas trans o cuáles serían realmente transformadoras?
Deberíamos buscar una reforma legal basada en aliviar los peores sufrimientos que enfrentan las personas trans, las que se encuentran en las situaciones más complicadas y peligrosas o que están realmente al margen: las personas trans que están en prisión, las que se enfrentan a la deportación, las más pobres o las más criminalizadas o las personas trans con discapacidad. Observar sus vidas y pensar si las reformas legales que se están considerando van a abordar sus problemas, porque de lo contrario, acabamos creando leyes que lo que hacen es perfeccionar el sistema que las mantiene marginadas. Si al final la justicia es algo a lo que solo se puede acceder si se tiene un empleo con estatus, o si no se está criminalizado y se tiene papeles, o lo que sea. Eso significa que tenemos que fijarnos en el impacto material de las leyes. Queremos evitar leyes que sean solo simbólicas, que no ofrezcan ayudas, que solo sirven a las personas de alto estatus o que lo tienen más fácil, que en realidad es lo que hacen la mayoría de leyes.
Queremos pensar en soluciones legales que vayan más allá de tener escrita la palabra “trans” en ellas. Por ejemplo, en Estados Unidos, cualquier ley que ayude a reducir el número de policías será bueno para las personas trans, porque la policía las persigue; o cualquier ley que ayude a reducir las sanciones penales por ser pobre o consumir drogas, porque así es como la mayoría de ellas terminan en la cárcel. Aparentemente, esas leyes no son para las personas trans, pero en el fondo serían las más beneficiosas. Deberíamos centrarnos en ellas. Por ejemplo, en Estados Unidos, hace décadas que se han aprobado leyes para endurecer las penas por atacar a personas trans por ser trans (delitos de odio). No hay evidencia de que impidan la violencia, y generalmente sirven para incrementar la financiación a la policía y a los fiscales, y cualquier cosa que potencie a la policía y a los fiscales es malo para las personas trans. Tenemos que pensarlo bien: ¿cómo podemos saber si la ley es realmente buena? Analizando si es buena para las personas trans que se encuentran en las situaciones más peligrosas.
P. ¿Entrarían aquí las leyes que penalizan el trabajo sexual?
Exactamente. Esta es una de las formas más importantes de criminalizar a las personas trans. Si podemos descriminalizar el trabajo sexual y reducir el impacto de la policía en la vida de las trabajadoras sexuales, esa sería una reforma legal que ayudaría de verdad a las personas trans.
P. En su último libro habla del apoyo mutuo, ¿se puede combinar con la acción legal o estamos perdiendo el horizonte de dónde intervenir?
Si queremos un cambio que sea liberador, tenemos que hacer una presión importante y sostenida desde los movimientos sociales, necesitamos que participe mucha gente. A veces el problema con la reforma legal es que se lleva adelante únicamente desde algunas ONG, e involucra solo a algunas personas de élite. No es una estrategia muy participativa. Y lo que veo tanto en EE.UU. como en otras partes del mundo es que, aunque tengas buenas leyes, si no tienes una manera de sostener la presión a partir de la movilización, no necesariamente se aplicarán. El verdadero motor del cambio social para las personas trans y para todo cambio social debe ser la movilización de base, por lo que necesitamos organizaciones trans fuertes, pero también debemos estar conectados con otras organizaciones más amplias de trabajadoras sexuales, de descriminalización o de organización de los pobres.
Las redes de apoyo mutuo ahora mismo son lugares donde mucha gente se une a los movimientos sociales. Es donde la gente común viene y participa más que en acciones para cambiar la ley. El trabajo legislativo, cuando proviene de la movilización de base, tiene más calidad, porque sabe cuáles son los problemas materiales cotidianos de las personas vulnerables y, probablemente, también cómo se aplican las leyes existentes, porque si estás haciendo trabajo de apoyo mutuo, conoces de primera mano el problema y cómo funciona actualmente el sistema legal. No cómo figura en la redacción de la ley, sino qué le pasa a la gente en concreto con sus caseros, o con sus trabajos, o qué les dicen cuando van a servicios sociales y qué puede significar realmente el cambio de nombre en el DNI en su vida cotidiana.
P. Usted forma parte del movimiento anti policial en Estados Unidos, ¿qué está pasando?
El año pasado hubo una movilización asombrosa social y antipolicial en todo el país. Tras las muertes de George Floyd y Breonna Taylor, se han producido disturbios en todas partes. Esto ha llevado a la petición de desfinanciar a la policía (‘defund the police’). Hace décadas que trabajo para la abolición de la cárcel y de la policía, y estas ideas nunca habían llegado al ‘mainstream’ como ahora.
En muchísimas ciudades, la gente ha estado luchando en ayuntamientos y otras instituciones para, literalmente, acabar con el presupuesto de la policía, o reducirlo. Ha sido una lucha muy difícil porque en los 40 o 50 años anteriores los presupuestos policiales han aumentado cada año. Es uno de los desarrollos políticos más emocionantes que he visto en mi vida. Las personas queer y trans y también las feministas son una parte importante de estas luchas porque saben que la policía no hace que estemos más seguras. Esto es importante, porque a menudo se usa la excusa de la seguridad de las mujeres para pedir más policía. Donde yo vivo, en Seattle, la policía tiene hasta pegatinas del arcoíris, o han contratado a un policía gay o trans. Así que es realmente importante tener queer, trans y feministas y especialmente personas racializadas diciendo: “Esto no resuelve nuestros problemas, lo rechazamos”.
P. ¿Qué contribuye a reducir la violencia o qué hace que estemos más seguras?
Sabemos que la policía solo añade más violencia a cualquier situación –encierran a la gente, te pegan y puede que hasta te violen...–. Si te pasa algo, la policía llega cuando ya ha sucedido todo. No hace nada para evitar que pase, y cuando aparecen, pueden que te hagan daño. Además, quizás castiguen a quien lo hizo, pero nada cambia –que no lo vuelvan a hacer, por ejemplo–, por lo que no estarás más segura que antes.
Desde los movimientos sociales, estamos planteando otro tipo de preguntas: “¿Qué hace realmente que la gente esté segura?”. Una de las cosas que hace que la gente tenga más seguridad es que tengan acceso a vivienda, a alimentos, a un sistema de salud público. Cuando nos fijamos en las mujeres trans asesinadas en los Estados Unidos, muchas no tenían un sitio seguro donde vivir, lo cual les llevaba a situaciones de peligro o ejercían trabajo sexual de maneras poco seguras, porque no tenían recursos para hacerlo de otra forma. Si queremos seguridad de verdad, tenemos que transferir el dinero de los presupuestos de policía a vivienda, sanidad, cuidados infantiles, etc., a cubrir las necesidades básicas.
La segunda cuestión que ocupa a muchas feministas, movimientos queer y trans es qué condiciones tiene esta persona que son particularmente poco seguras. Nos preguntamos, ¿qué necesita la gente de nuestra comunidad? ¿que les acerquemos con el coche a los eventos o traerlos después? ¿Necesitamos que la comunidad ofrezca formaciones sobre violencia doméstica, sobre cómo apoyar a nuestras amistades cuando están viviendo situaciones violentas...? ¿Qué puede hacer el activismo de base para cambiar las condiciones de vida que hacen que algunas personas de nuestra comunidad sean tan vulnerables?
P. ¿Está relacionado esto con lo que se denomina justicia transformadora o reparadora?
Mucha gente en nuestras comunidades ya hace trabajo de justicia transformadora, que supone pensar cuando pasa algo malo ¿qué podemos hacer? Por ejemplo, si estamos en un círculo social donde una persona asalta sexualmente a otras, ¿cómo podemos hacer para que pare? ¿Qué necesita esa persona, qué tipo de presión hay que ejercer, para que pare? ¿Necesita apoyo? ¿Por qué lo hace? ¿Tiene problemas con las drogas? ¿Necesita apoyo de salud mental? ¿Lo hace porque tiene que cambiar sus ideas sobre el género y la sexualidad, ideas que emanan de una cultura tóxica? ¿Y qué necesitan las personas que han sido agredidas para seguir siendo parte de la comunidad y sentir que tienen apoyo? Ya que no se puede deshacer el daño causado, ¿puede haber alguna manera de sanar y curarse, de restaurar su bienestar?
La policía y los juzgados no ofrecen nada esto. Así que tiene más que ver con cómo respondemos para que deje de pasar y que todas las personas implicadas estén mejor, en lugar de aplicar un castigo. El castigo nunca disminuye el daño causado. De hecho, si una persona viola a otra y la mandas a prisión, puede que siga violando allí. Eso no resuelve ninguna de las causas que hay de fondo.
P. En España vemos un cierto feminismo que está muy encauzado a la introducción de nuevos delitos o incluso que piden un aumento de penas, aunque creemos que no es mayoritario.
En Estados Unidos le llamamos “feminismo carcelario”, y no queremos un feminismo que se construya sobre la petición de más policía y más cárcel. Vivimos un período, que empezó en los 70 y continúa desde entonces, en el que la policía y las prisiones están creciendo muchísimo. Uno de los motivos por los que crece es el de “proteger a las mujeres”. Así, el gobierno empezó a financiar programas para afrontar la violencia doméstica y sexual, pero solo si estaba vinculado a decir que la solución eran más detenciones y más gente en prisión. Después de aplicar esto durante 40 o 50 años no vemos que se reduzca. En el caso de la violencia sexual, incluso la aumenta, porque la policía es una fuente importante de violencia sexual.
Queremos enterrar el feminismo carcelario, y centrarnos en un feminismo que va a las causas de la violencia contra las mujeres, las personas queer y trans, y que quiere acabar con la violencia en lugar de apoyar más policía. Y nos preguntamos ¿por qué la mayoría de personas que sufren violencia en el hogar no la denuncian? Muchas no quieren que sus seres queridos vayan a la cárcel o saben que la policía no les va a creer porque son pobres, no tienen papeles o porque tienen miedo de la policía, porque son queer o trans, y han recibido agresiones policiales o las ha recibido alguien de su comunidad.
La solución tiene que ver con creer que las personas, incluso aquellas que han causado dolor, son parte de nuestra comunidad, y hay que pedirles responsabilidades, pero también devolverles su lugar. El objetivo es ayudarles a que cambien su comportamiento en lugar de expulsarles. ¿Qué hace falta para que asumamos que la gente no es solo aquello tan horrible que hizo? Usemos soluciones comunitarias para hacer que cese el daño.
Son las mujeres de color, inmigrantes o con discapacidad las que han tenido que encontrar estas estrategias. Nunca han podido llamar a la policía, porque saben que, si viene, les van a hacer más daño. Este trabajo práctico ha surgido del feminismo.
P. En las protestas de los últimos tiempos en Estados Unidos ha habido grandes manifestaciones encabezadas por el lema: “Black Trans Live Matter”, ¿cómo se están produciendo estas alianzas entre luchas?
La manera en la que Black Lives Matter está creciendo ha llevado a que la gente organice agrupaciones en todo el país durante los últimos años y antes incluso del 2020 este ha sido un movimiento verdaderamente interseccional. Tienen gente trans, negra, queer, feminista, de apoyo a la causa Palestina… Uno de los objetivos ha sido mostrar las historias de las mujeres negras, de las personas negras con discapacidad… La solidaridad que hay dentro del movimiento ha sido muy orgánica y siempre ha habido un montón de gente trans en lugares de liderazgo en todos los niveles.
Este momento supone una transformación en Estados Unidos desde aquellos movimientos civiles con políticas y estrategias que buscaban la respetabilidad, y que han sido históricamente más patriarcales y más heterosexuales, menos interseccionales. El movimiento Black Lives Matter surge ya desde las mujeres queer, ha sido más confrontativo e inherentemente más queer y trans. Es un momento impresionante y, además, llega en el mismo período del renacer de la resistencia indígena en Standing Rock, de los movimientos feministas indígenas, que son muy inclusivos con lo trans y lo queer… Estamos en un momento de emergencia de los movimientos de base, que son muy interseccionales.
P. ¿Qué opina de la aparente alianza que se está produciendo entre cierto feminismo anti trans y algunas derechas o fundamentalistas cristianos?
Por desgracia, todavía estamos viviendo la reacción contra el feminismo que comenzó en los años 80. En Estados Unidos estamos asistiendo a momentos de reacción anti trans muy específicos. Hay una cantidad sorprendente de leyes que se centran en dificultar o impedir el acceso de los jóvenes trans a la atención sanitaria y al deporte. A pesar del período de las políticas trans y los esfuerzos de las reformas legales que se han producido desde finales de los 90 hasta hoy, en realidad, no hemos conseguido tanto.
Hay una ley federal, de ley de delitos de odio que le da dinero a la policía y luego hay algunas cosas pequeñas que se consiguieron con Obama, pero la mayoría de las personas trans todavía viven en la marginalidad. También ha habido algunas mejoras en la identidad recogida en los DNI, pero todavía hay muchos obstáculos para la supervivencia. Sin embargo, en los últimos cinco años ha habido más apariciones de personas trans en la televisión ‘mainstream’. Así que, a pesar de que no ha habido cambios importantes en el día a día de las personas trans, sí que ha habido una reacción violenta muy significativa de la derecha, que se ha recrudecido.
Alrededor de 2013, comienza un período en el que muchas leyes estatales intentan criminalizar aún más a las personas trans por usar los baños (con los que se sienten cómodos) y ahora se están intentando aprobar muchas leyes estatales diciendo que los jóvenes trans no pueden recibir atención sanitaria específica. También les intentan impedir practicar deportes en las escuelas de acuerdo con su género. Por ejemplo, que las chicas trans no puedan hacer deporte con otras chicas.
Se da una reacción, en forma de guerra cultural, y es interesante cómo ha coincidido con la acción de las TERF (feminismo anti trans), que me recuerda a la década de 1980 cuando los activistas de derechas contra la pornografía se aliaron con las feministas antisexo que estaban en contra del trabajo sexual, de la pornografía y a favor de la censura. Siento que se repite esa coalición. El hecho de que esas personas se consideren feministas, y estén dispuestas a alinearse con la derecha que trata de proteger el patriarcado y el control sobre los cuerpos de las mujeres y del cuerpo queer y trans, es impactante para mí.
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