Imagen: El Correo |
El lino tuvo gran trascendencia en la vida social y económica vasca
desde la Edad Media hasta el siglo XX, en especial para muchas madres solteras
Itxaso Alvarez | El Correo, 2014-10-07
Viviana Igartua teje lino a la puerta del caserío,
en una época en la que esa tradición ya se perdía. Es la mujer de la imagen, la
abuela materna del historiador vasco José Antonio Azpiazu, que lleva cuatro
décadas investigando y recreando los modos de vida de los vascos en los
primeros siglos de la Edad Moderna. Buscando información en archivos
notariales, contratos y pleitos, Azpiazu ha escrito y publicado obras sobre
balleneros, corsarios, esclavos, traficantes... Y sobre la trascendencia que el
lino tuvo en la vida social y económica vasca desde la Edad Media hasta bien
entrado el siglo XX, en especial para muchas madres solteras, que en la época
estaban muy mal consideradas y para quienes el mundo del lino y de la
elaboración textil era una salida digna. Lo hace en ‘La historia desconocida
del lino vasco’, editado en 2006 por Ttarttalo.
Fue su tío quien fotografió a su madre cuando
estaba haciendo un ovillo de lino delante de casa. Esos ovillos nunca llegarían
al telar, porque prácticamente habían desaparecido. Pero la abuela estaba
siguiendo una tradición, o al menos parecía aferrarse a ella. Fabricados en los
humildes hogares, reconvertidos en improvisados talleres textiles, los lienzos
de lino elaborados por las mujeres vascas tuvieron una gran aceptación en el
mercado, siendo importantes artículos comerciales demandados desde diversas
regiones de la Península, incluso desde las Indias. Había un tipo de lino, que
era áspero pero muy resistente, y otro muy apreciado, la ‘beatila’ (beatilla),
que era muy fino y muy difícil de trabajar.
En aquella época en la que la mujer no tenía
presencia jurídica, en la que necesitaba el consentimiento o la firma de su
marido para todo, fue entonces cuando debido al trabajo del lino, el
protagonismo de las mujeres solteras fue enorme. A través del lino, la mujer se
forjó una posición a la que las autoridades no sabían cómo responder, porque
con la posición económica que les procuraba el lino, adquirían también una
posición social, hasta el punto de que a finales del siglo XVI se les bautizó
como ‘mujeres libres’, porque adquirieron un estatus social importante en un
momento en que por lo demás las mujeres estaban sometidas por completo al
hombre.
La semilla de lino o la linaza venía fundamentalmente
de Portugal y los mercaderes vascos aportaban estas simientes en enormes
cantidades. Se recogía la materia prima en los puertos y se distribuía hasta en
los caseríos más recónditos. Para tratar el lino procedente de esas semillas,
los caseríos vascos empezaron a dotarse de la maquinaria necesaria para
confeccionar tejidos. Era la mujer la que fabricaba el lino, desde el sembrado
de la linaza hasta la confección de las telas. El proceso era muy complicado,
duro y laborioso. Le permitía activar unas relaciones sociales muy importantes,
porque se reunía para trabajar con otras compañeras.
El escritor Nikolas Ormaetxea Orixe (1888-1961)
habla en su obra de las hilanderas que se juntaban de noche en los caseríos.
Cantos, chismes, noviazgos... Había toda una vida social en torno a la labor
del lino. Las mujeres trabajaban en ello al final del día, de noche, tras
completarse los trabajos agrícolas habituales, durante las ‘sorgin afariak’
(cenas de brujas), que se componían de castañas y leche caliente. Según algunos
testimonios de mujeres recogidos por los historiadores, “haiek ziren gure zine
ta teatroak” (era nuestro cine y teatro), argumentaban ellas.
"Particulares tocados"
“El hecho de disponer de un terreno para sembrar
lino, y posteriormente poder trabajarlo, adquiría ciertos rasgos de identidad e
incluso les otorgaba cierto grado de dignidad. La mujer se sentía libre y
dueña. Esta parcela de poder real le otorgaba un claro motivo de orgullo, que
se manifestaba en el peculiar modo de utilizar algunos efectos creados por
ella, en particular los llamativos tocados que se convertirán en uno de los
principales distintivos por los que la iconografía reconoce a la mujer vasca.
El lino constituía para el género femenino un auténtico tesoro”, indica
Kizkitza Ugarteburu, responsable del museo caserío Igartubeiti de EzkioItsaso,
que el mes pasado dedicó un ciclo al cultivo y el trabajo del lino por las
baserritarras vascas.
Entre los productos que realizaban había sacos,
lienzos y las mencionadas beatillas. Destaca el sudario que se conserva en el
Museo de Bellas Artes de Bilbao, un lienzo que es una auténtica obra de arte y
es sólo la punta del iceberg del arte producido por el lino vasco. Además de
sobre el impulso económico y social que supuso el lino, el libro de José
Antonio Azpiazu también recoge las historias de tejedoras que han perdurado,
como la de Isabela de Bequea, vecina de Hondarribia, quien en el año 1602 se
presenta como una mujer cuyo oficio es “hilar y coser, labrar y liencear en
comprar y vender lienzos”. Esta mujer puso una querella criminal contra María
de Copite, vecina de Hendaya, a la que acusaba de haber robado un paño de su
mostrador. Mujer libre y decidida.
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