Imagen: Vanity Fair / Raphael |
A sus 72 años está en plena gira con 'Raphael Sinphonico' y acaba de estrenar 'Mi gran noche' y se sienta con Vanity Fair para hablar de absolutamente todo.
Alberto Pinteño | Vanity Fair, 2015-10-25
http://www.revistavanityfair.es/la-revista/articulos/raphael-entrevista-mi-gran-noche-rumores-homosexualidad/21448
Recibió una llamada inquietante. Era de una amiga, taquillera en el Palacio de Congresos de Madrid, donde iba a ofrecer un concierto hace unos años. “Raphael, en la cola hay gente muy rara, gente rapada o con el pelo verde”. El de Linares le respondió: “No se preocupe, mujer. Es mi público”.
En los años sesenta, Miguel Rafael —“con ph, para que se pueda leer en todos los idiomas”— Martos Sánchez (Linares, Jaén, 1943), despertaba los instintos más primarios en las jóvenes adolescentes (y no tanto). Hoy, tras más de 55 años de carrera, Raphael es El Jefe Indie. “Lo he sido siempre, desde que comencé. He sido independiente en todo. Lo que me asombra es que a la gente le asombre”. Al menos sorprende: 45.000 personas llegaron al éxtasis durante el pasado festival ‘indie’ Sonorama cuando sonó ‘Mi gran noche’. Un joven ‘punki’ sostenía un cartel: “Rafa, eres el puto amo”.
—El puto amo... (reflexiona). ¿Yo soy aquél? Soy mejor. Mejor que aquél. Y si no fuese mejor sería para partirme la cabeza.
—¿Cuánto de Raphael hay en Rafael?
—Todo. Somos la misma persona. No existe un personaje y una persona. La diferencia es que cuando me bajo del escenario soy mucho más tranquilo. Aunque desde mi trasplante de hígado soy más tranquilo también en el escenario. Ya no es como antes, estoy más calmado. Voy pisando huevos, soy más huevón.
—¿Quiere decir que ha perdido energía?
—No. La vida me ha llevado al momento en el que estoy y sería muy raro que a la edad que tengo me comportara como si tuviera 17 años. Estaría ‘desfasao’.
De cerca, Raphael es mucho menos histriónico que en el escenario. Deja atrás esa voz impostada y sus ademanes amanerados —a excepción de un tic que le hace colocarse el pelo detrás de la oreja—. Es calmado, suave, pero directo. Perdió hace años su acento andaluz, pero de vez en cuando se come las des y repite la misma coletilla: “¡Figúrate!”. Lleva los dedos de las manos manchados de óleo marrón. La pintura es su gran afición. Es tan prolífico que en todas las paredes de las casas de sus hijos cuelgan sus obras. Y dice que cambió la típica corbata de regalo de aniversario a sus amigos por algún lienzo suyo: “Así les fastidio la vida y tienen que colgarlo”. Ha llegado vestido con unos vaqueros, camisa blanca con flores azules, americana de raya diplomática malva y un fular violeta bien atado al cuello. “Voy a pedir que quiten el aire acondicionado. No lo soporto. Pero sobre todo por el ruido”. Sale y en unos segundos regresa dando pequeños saltitos. “Mira niño, ¿ves qué tranquilidad?”. Está eufórico. La noche anterior actuó ante 5.000 personas en su pueblo natal con su nueva gira Raphael Sinphonico. Está preparando un nuevo disco que saldrá en enero con jóvenes compositores y a finales de octubre estrena Mi gran noche, la última película de Álex de la Iglesia, en la que parece interpretarse a sí mismo, un cantante con casi medio siglo de carrera que lucha por sobrevivir ante la nueva oleada de jóvenes (y macizos) intérpretes. Un rodaje que constituye su vuelta al cine después de varias décadas.
—¡Qué no! ¡Que no es mi vuelta al cine! —me interrumpe—. Si nunca me he ido. He tenido muchísimas ofertas, pero no había hueco en mi agenda. Y, además, yo no firmo películas, firmo guiones. Álex me envió el guion, me gustó mucho, porque no tiene nada que ver con lo que he hecho hasta ahora, y decidí rodar. Dejé de estar en el cine para subirme a los escenarios, y es que yo me entrego a la causa para todo en la vida. Si no, no lo hago.
—Y sigue entregándose en el escenario...
—Siempre. Lo sigo dando todo, pero de otra manera. El tiempo te enseña muchísimo. Lo único que puedes perder con el tiempo son tus facultades, pero en mi caso ha sido al revés. Me han puesto el motor nuevo y, claro, estoy disparao. ¡Figúrate!
En el año 2000, y durante siete meses, Raphael participó en la versión española del musical ‘Jekyll & Hyde’. Cada noche el teatro colgaba el cartel de “No hay entradas”. Fue un éxito. Pero no para el cantante jienense. “En esa época estaba muy malito, minado por la enfermedad. Las fuerzas se iban yendo”, reconoce hoy. Desde 1985 la salud de Raphael se veía afectada por una hepatitis B que se agravó por el consumo de alcohol hasta derivar en encefalopatía hepática.
—Se ha dicho que durante sus giras abría usted el minibar de la habitación del hotel y llegaba a consumirlo por completo.
—Sí, así es. Lo hacía inconscientemente, porque beber me producía sueño y podía dormir. Beber fue el desencadenante, lo que detonó la bomba de relojería que llevaba dentro. Hasta me alegro de que ocurriera, porque fue la gota que colmó el vaso. Si no, me hubiese tirado años sin saber qué estaba pasando. Seguiría callado y apagándome poco a poco.
—¿Tan solo se encontraba?
—Estaba tan agotado que no podía conciliar el sueño. Yo no he bebido en mi vida ni he fumado. Empecé a fumar porque necesité aprender para una película y se me quedó el tic. Me fumaba un cigarrillo a la hora de la siesta y otro a la hora de dormir. Pero beber, nunca bebía. Hasta que a los cuarenta y muchos descubrí que si tomaba alcohol me dormía. Eso hizo que se acelerara mi desorden hepático.
—¿Pasó miedo?
—Terror. Cuando en 2003 me llamaron para el trasplante de hígado, me encerré en la habitación y me negué a ir al hospital. Gracias a las palabras de mi mujer conseguí salir. Pero aquí me ves. Mi recuperación ha sido fantástica, el trasplante ha sido una inyección de vida, de ilusiones, de trabajo... ¡Figúrate!
—¿Y cuánto queda de Raphael?
—Mucho. Evidentemente, un día me tomaré unas vacaciones. No hablo de retiro, porque el que nace artista muere artista. ¿Te retiras de qué? Eso nunca. El día que esté cansado o no de la talla, ese día me iré de vacaciones. No pienso retirarme ni hacer giras de despedida. ¡Qué tristeza!
—Pero usted afirmó que lo dejaría en cuanto viese que hace el ridículo. ¿Nunca lo ha hecho?
—Nunca. Y no llegaré a hacerlo jamás. Soy lo bastante ‘espabilao’ como para darme cuenta de las cosas.
—¿Cuánto hay de espontáneo en Raphael?
—Todo. Soy de los que se lanzan a la piscina. Pura espontaneidad. Lo que sucede es que cuando hago una cosa que surte efecto, la repito inconscientemente. Pero soy completamente espontáneo, totalmente autodidacta. Por no saber, no sé ni música.
—¿Ni siquiera creó sus ademanes?
—¡Que yo no creo esas cosas! ¿Crees que me pongo delante de un espejo? Nunca he sido artista de espejo. ¡Eso se nota muchísimo! Lo llevo en la sangre.
Hijo de un ferrallista y un ama de casa, Raphael nació en una familia “más que modesta, humilde, pero era un gordito feliz”. A los cuatro años y medio era solista en un coro y con 18 pasó de interpretar la que él llama “la tournée del hambre” a cantar en el Madison Square Garden. Es el cuarto cantante en recibir un disco de uranio (50 millones de discos vendidos con una sola discográfica), junto a Michael Jackson, AC/DC y Queen. Sus películas eran las más taquilleras en Rusia, y en Latinoamérica es conocido como “El divo de Linares”.
—¿Alguna vez le ha incomodado la fama?
—Jamás. Entiendo que es un choque tremendo para mucha gente, pero yo fui asimilando mi carrera de una manera muy rápida. A veces, hasta me asombro. Me emociono en mis conciertos, pero al acabar ya no hablo de eso, pertenece al pasado. Quizá ahí está el truco. Cuando llego a casa y me preguntan: “¿Qué tal”, solo digo: “Bien”. Y si hablo es porque algo ha salido mal.
—¿No es de cumplidos?
—No. Siempre voy a lo que se puede mejorar.
—Lo que sí mejoró fue su cuenta corriente. ¿Cómo es su relación con el dinero?
—El dinero es importante siempre y cuando cubra tus necesidades y la de los tuyos. Una vez que lo hace, deja de ser importante. A mí siempre me ha hecho falta, porque yo he apostado por mí y he puesto mi dinero para algunos proyectos cuando la gente no creía en mí. ¿Si me he arruinado? Por supuesto. He perdido cosas, pero me he recuperado en otras ocasiones. Pero no soy derrochón, eso va con las personas. Yo soy de Linares... ¡Figúrate!
Y aunque no le guste hablar del pasado, Raphael comienza a contar una historia. El destacado director de orquesta francés Franck Pourcel trabajó con él durante una temporada en el Palacio de la Música de Madrid. El cantante jamás le demostraba que todo salía bien. Un día Pourcel creyó ver que Raphael le había hecho un gesto levantando el pulgar como que todo había estado impecable. “Creo que jamás lo hice —asegura—, pero vino a mi camerino y me dijo: ‘Aujourd´hui...’. Yo le miré a través del espejo y le dije: ‘Sí, ¿y mañana?’. Se fue y nunca más volvió a trabajar conmigo”.
—Con más de 55 años de carrera a sus espaldas habrá visto de todo en España, ¿cualquier tiempo pasado fue mejor... o peor?
—No. Fue lo que fue. No soy nada nostálgico, no miro nunca hacia atrás. Odio pasar el día recordando cosas. Hablo del futuro. Y nada que lamentar.
—Tampoco querrá recordar las declaraciones sobre el antiguo régimen (“espero que la historia haga justicia a Franco”). ¿Es cierto que usted fue el cantante favorito del dictador?
—¡Yo qué sé! He vivido la España que me ha tocado vivir. Desde entonces, con Franco, hasta ahora, con Felipe VI. Carmen Polo iba a escucharme y Franco me vio en El Pardo, en un acto al que íbamos los artistas. ¡A ver quién le decía que no iba! La gente no puede criticar eso. No lo entiendo. Recuerdo que una artista criticó el sistema en un periódico. Yo le dije: “Pero si tú has estado conmigo, ¿por qué dices eso?”. Ella me dijo que se le escapó. ¡No digas tonterías! Allí íbamos todos a los que nos llamaban, y entonces era un honor. ¡Figúrate!
—¿Qué cantaría en el Congreso de los Diputados?
—‘¡Escándalo!’ Sería una indirecta directísima. Hay que saber reírse de uno mismo. Creo que se lo pasarían muy bien.
—¿Qué piensa de la situación política actual?
—Pues que a ver cómo salimos de esta. Hay que ser un poco fríos y no dejarse llevar por la cólera, porque podemos meter la pata más todavía.
—¿Sigue pensando que “los votantes del PSOE son unos catetos”?
—Eso fue una gilipollez. Lo dije una sola vez en mi vida, no hace falta que me lo recuerden cuarenta años después. Fue un ataque imbécil de histeria.
—¿Habla de política con su consuegro, José Bono?
—Normalmente hablamos de familia y de lo guapos que están los niños. Pero si hay algo de actualidad sí que lo comentamos. De música, menos (risas).
En la carrera musical de Raphael hay un nombre imprescindible, Manuel Alejandro. El compositor ha firmado, junto a José Luis Perales, la mayor parte de sus temas. “Manolo lo es todo en mi vida. Todo. Sin él no hubiese sido lo que hoy soy, sería muy poco. Me ha hecho cada temazo que crujes”.
Una mañana de 1995 Manuel Alejandro llamó a Raphael para que, como acostumbraba, fuese a su casa a sonarle los nuevos temas que había compuesto. “Normalmente siempre tenía las canciones muy hechas, pero ese día, por lo que fuese, no funcionaba. Yo estaba como ido. Él me dijo: ‘¡Márchate, no vas a oír más!’. Al día siguiente me llamó a las ocho de la mañana. Me interpretó 'En carne viva', 'Qué sabe nadie', 'Se me va', 'Qué tal te va sin mí' y otra más. ¡Cinco trallazos! Ese era el Manolo al que estaba acostumbrado”.
—¿Siempre se ha identificado con las letras de sus canciones?
—Debo hacerlo. Soy un contador de cuentos y me identifico cuando las estoy cantando. Está claro que no todas mis letras coinciden con mi vida.
— ‘Digan lo que digan’, ‘Qué sabe nadie’... Son temas de gran ambigüedad que hizo correr rumores sobre su supuesta homosexualidad. ¿Se ha servido usted de esa ambigüedad?
—Yo no estaba hablando de homosexualidad. Se puede referir a eso si tú lo ves así. Depende del receptor, de cada persona. ‘Digan lo que digan’, desde luego no, fue la primera canción protesta que se escribió. ‘Qué sabe nadie’ puede ser. Lo que pasa es que si alguien quiere poner el parche... Allá cada uno.
—¿Cómo ha llevado usted esos rumores?
—A mí esos rumores me han pasado siempre de largo. Me puede enfadar que me digan que una cosa es verdad cuando sé que no lo es. Como nunca ha sido verdad, me pasa de largo. Pero estoy muy a favor de todos los movimientos estos que hay y ellos lo saben muy bien. No soy ambiguo en ese sentido, apoyo esta clase de colectivos, pero yo no pertenezco a ellos. Lo veo normalísimo, pero a mí me pasa de lao.
—¿Y también le dan igual las comparaciones que le han hecho con Julio Iglesias?
—Julio es muy amigo mío, compañero de trabajo y fatigas. Se ha hecho una carrera envidiable, con mucho talento. Ha sabido dirigir sus pasos por donde tenía que hacerlo. Cada uno lleva su carrera como quiere. Hay muchas personas que están hasta las narices de esta profesión, retirados y felices en Benidorm porque llevan mal estar fuera de casa.
—¿Cómo lo ha llevado usted?
—He tenido la suerte de tener al lado a una mujer maravillosa y a una familia que me ha apoyado siempre. Los domingos nos reunimos todos en casa y el tema de conversación es: “¿Qué vas a hacer papá?”. Les informo de mis proyectos y cada uno da su opinión. Luego yo hago lo que quiero. Así es la democracia.
—¿Detrás de una gran estrella hay una mujer sacrificada?
—¿Sacrificada por qué? No quiero pensar que mi mujer (Natalia Figueroa) se haya sacrificado, sino que me quiere tanto que está feliz porque me estén pasando todas estas cosas. Me lo pones muy mal, me voy a ir a casa y me voy a retirar (risas). No quiero sacrificados a mi alrededor. No, ¡por Dios! Mi familia está feliz de ver las cosas buenas que me pasan, como estaba destrozada cuando me vieron mal. Me adoran.
—¿Es usted consciente de que es una de las grandes figuras de nuestro país?
—No, no lo soy. Supongo que solo quedaré en el recuerdo de la gente que me quiere artísticamente.
—¿Cuál es su mayor talento?
—Ah, ¿pero tengo talento?
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