Imagen: Público |
Sergio Parra · Strambotic | Público, 2015-11-11
http://blogs.publico.es/strambotic/2015/11/barsexlona/
En la Barcelona del siglo XV, empezaron a permitirse la existencia de algunos burdeles en calles concretas, sobre todo en la zona del Raval. Una tradición que aún se conserva en nuestros días. Para delimitar dónde podía encontrarse una casa de lenocinio, teniendo en cuenta el nivel de analfabetismo reinante, se empezaron a usar unas señales, como balizas sicalípticas.
La señal era mucho más fina y sutil que esos letreros de neón que pueden atisbarse en las carreteras patrias y que dibujan el nombre de ‘Whisquería’, y ya no digamos esos anuncios de periódico con estética de calendario de taller mecánico que recoge las tradiciones formales del ‘tuning’ (de carrocería) y el bakalao. Este símbolo era la cara de una mujer esculpida en la piedra de las fachadas, generalmente las esquinas de las calles.
Los rostros no tienen la cara guarrindonga de una lumia, sino que se emparenta más con las gárgolas, y obraba del mismo modo que lo hacen las bombillas rojas en el norte de Europa. Si había una cara, allí había un prostíbulo, y eso lo entendía quien no sabía leer y también el extranjero que precisaba de un rápido desahogo genital.
Las caras eran discretas, y en su mayoría se hallaban en el Raval, particularmente muy cerca de la calle Princesa, como en la llamada vía de la Carassa (vía de la cara), que recibe este nombre por uno de esos rostros esculpidos en una esquina y que aún hoy sobrevive.
Barsexlona
Así como hoy en día los zaguanes y rincones oscuros de los aledaños de las Ramblas se han convertido en dispensadores sexuales al estilo ‘fast food’, y en los ochenta la tradición de la prostitución estaba arraigada a lumias que bien podrían ser amas de casa o verduleras, Barcelona siempre ha tenido una relación muy íntima y pintoresca con la más vieja profesión de la historia.
Por ejemplo, la calle Tallers, la calle de Barcelona con más tiendas de discos por metro cuadrado (hasta la llegada del mp3), fue en el siglo XIV una calle exclusiva para la prostitución. Tanta era la oferta que se desbordó a las calles próximas, y en 1350, Pere el Ceremoniós, prohibió los prostíbulos, pero solo los que se encontraran a menos de cuarenta pasos de las iglesias.
De prostíbulos, así como de putas, había de todos los tipos, desde sucios y contrahechos hasta finos y elegantes. Uno de los de mayor alcurnia en la zona era Madame Petit, en la calle Arc del Teatre, que disponía de un ejército de mujeres expertas, bidets y una amplia gama de servicios sexuales (con o sin adminículos) que le otorgó cierta fama nacional. Aquí llegaron a ser muy celebrados dos servicios en particular, el ‘manage à trois’ (con dos prostitutas simultáneamente) y la ‘cama redonda’, que permitía a los clientes intervenir en pequeñas orgías.
Con todo, su lujo se trocó en decadencia a principios del siglo XX, y aquella regia casa del sexo derivó, sobre todo en la posguerra, en una pensión barata que las prostitutas de las Ramblas alquilaban por horas.
Y desde las alturas, en algunas esquinas estratégicas, las caras pétreas de las mujeres de la vida, como gárgolas en pleno clímax sexual, asistieron, y asisten, a las evoluciones e involuciones del trabajo más antiguo de la historia, y nos recuerdan que Barcelona también es Barsexlona.
La señal era mucho más fina y sutil que esos letreros de neón que pueden atisbarse en las carreteras patrias y que dibujan el nombre de ‘Whisquería’, y ya no digamos esos anuncios de periódico con estética de calendario de taller mecánico que recoge las tradiciones formales del ‘tuning’ (de carrocería) y el bakalao. Este símbolo era la cara de una mujer esculpida en la piedra de las fachadas, generalmente las esquinas de las calles.
Los rostros no tienen la cara guarrindonga de una lumia, sino que se emparenta más con las gárgolas, y obraba del mismo modo que lo hacen las bombillas rojas en el norte de Europa. Si había una cara, allí había un prostíbulo, y eso lo entendía quien no sabía leer y también el extranjero que precisaba de un rápido desahogo genital.
Las caras eran discretas, y en su mayoría se hallaban en el Raval, particularmente muy cerca de la calle Princesa, como en la llamada vía de la Carassa (vía de la cara), que recibe este nombre por uno de esos rostros esculpidos en una esquina y que aún hoy sobrevive.
Barsexlona
Así como hoy en día los zaguanes y rincones oscuros de los aledaños de las Ramblas se han convertido en dispensadores sexuales al estilo ‘fast food’, y en los ochenta la tradición de la prostitución estaba arraigada a lumias que bien podrían ser amas de casa o verduleras, Barcelona siempre ha tenido una relación muy íntima y pintoresca con la más vieja profesión de la historia.
Por ejemplo, la calle Tallers, la calle de Barcelona con más tiendas de discos por metro cuadrado (hasta la llegada del mp3), fue en el siglo XIV una calle exclusiva para la prostitución. Tanta era la oferta que se desbordó a las calles próximas, y en 1350, Pere el Ceremoniós, prohibió los prostíbulos, pero solo los que se encontraran a menos de cuarenta pasos de las iglesias.
De prostíbulos, así como de putas, había de todos los tipos, desde sucios y contrahechos hasta finos y elegantes. Uno de los de mayor alcurnia en la zona era Madame Petit, en la calle Arc del Teatre, que disponía de un ejército de mujeres expertas, bidets y una amplia gama de servicios sexuales (con o sin adminículos) que le otorgó cierta fama nacional. Aquí llegaron a ser muy celebrados dos servicios en particular, el ‘manage à trois’ (con dos prostitutas simultáneamente) y la ‘cama redonda’, que permitía a los clientes intervenir en pequeñas orgías.
Con todo, su lujo se trocó en decadencia a principios del siglo XX, y aquella regia casa del sexo derivó, sobre todo en la posguerra, en una pensión barata que las prostitutas de las Ramblas alquilaban por horas.
Y desde las alturas, en algunas esquinas estratégicas, las caras pétreas de las mujeres de la vida, como gárgolas en pleno clímax sexual, asistieron, y asisten, a las evoluciones e involuciones del trabajo más antiguo de la historia, y nos recuerdan que Barcelona también es Barsexlona.
Con información de 1001 curiositats de Barcelona, de Silvia Suárez y Anna-Priscila Magriñà y Barcelofilia.
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