Llega el Día Mundial del Teatro (el 27) y una de las citas más morbosas de la temporada. José Luis Gómez dirige y encarna La Celestina de Rojas en un montaje que se estrena el 6 de abril en el Teatro de La Comedia. El director y académico trasciende la comedia de costumbres y de enredo amoroso para firmar un espectáculo en el que muestra las tensiones sociales de la época -el odio antisemita, la voracidad monetaria, la rebeldía de las clases populares, la brujería- a través de un personaje entre poético y mitológico.
Alberto Ojeda | El Cultural, El Mundo, 2016-03-25
http://www.elcultural.com/revista/escenarios/Jose-Luis-Gomez-Celestina-es-una-rebelde-luciferina/37833
José Luis Gómez (Huelva, 1940) cierra los ojos, guarda unos segundos de silencio y se envuelve en el aura luciferina de Celestina para arrancar la letanía: “Te conjuro, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, gobernador y veedor de los tormentos de las ánimas pecadoras, administrador de todas las cosas negras...”. La atmósfera del salón de su casa, adosada a la Quinta de la Fuente del Berro, se adensa de funestos presagios mientras la alcahueta invoca la intercesión del diablo para que Melibea caiga rendida en los brazos de Calisto. “Este conjuro es una de las obras maestras de nuestra literatura”, sentencia Gómez, ya de regreso a la entrevista dejada en suspenso durante el recitado y que se prolonga durante casi dos horas. “No se entiende el texto de Rojas si no se toma muy en serio la brujería. En su época era una ciencia, no se dudaba del poder de estas mujeres. Solo así se explica el enamoramiento de Celestina por el ángel caído”.
Gómez no deja de enunciar aspectos que, a su juicio, han sido pasados por alto en las representaciones precedentes de este clásico seminal de las letras españolas. Su obsesión es desvelarlos en la puesta en escena a la que lleva dando forma desde hace casi un año. Quiere trascender la comedia de costumbres o el melodrama amoroso, que son los códigos en que ha sido encorsetado. Toda esa investigación concienzuda, el resultado de “interrogar testarudamente” a esta novela dialogada de principios del siglo XVI, aflorará sobre el escenario de La Comedia a partir del próximo 6 de abril, en un montaje coproducido por la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Teatro de la Abadía, que tiene como atractivo añadido que el propio Gómez encarnará a su protagonista. Le acompañarán sobre las tablas Marta Belmonte (Melibea), Diana Bernedo (Lucrecia), Miguel Cubero (Pármeno), Palmira Ferrer (Alisa), Chete Lera (Pleberio), Nerea Moreno (Areúsa), Inma Nieto (Elicia), Raúl Prieto (Calisto) y José Luis Torrijo (Sempronio).
Su versión pretende evidenciar las tensiones sociales bajo las que el leguleyo Rojas, licenciado por la Universidad de Salamanca y descendiente de judíos, alumbró la tragicomedia. “Es prácticamente seguro que vio a su padre morir en la hoguera con 15 años, y si así no fuera, sí que vio correr la misma suerte a parientes y amigos. Fue víctima del absolutismo confesional que implantaron los Reyes Católicos, que pensaban que sólo mediante la unidad religiosa se podía construir un país fuerte, capaz de ostentar una posición hegemónica. Las ciudades para estos conversos eran como cárceles. Vivían bajo la constante amenaza de la delación”. Esa sensación de 'Big Brother' renacentista la subraya Gómez con una escenografía inspirada en ‘Le carceri d'invenzioni’, la serie de grabados en que Piranesi transformó las ruinas romanas en tenebrosos laberintos de galerías, pasadizos, escaleras… Elementos arquitectónicos todos coherentes con el peripatetismo de la trama: los personajes están en constante movimiento, yendo de una casa a otra.
Pregunta.- ¿Cree que el motor de Rojas era el rencor hacia el Santo Oficio y su odio antisemita?
R.- Yo me resisto a utilizar la palabra rencor. No sé tampoco si fue una manera de saldar cuentas. Lo que sí está claro es que es una denuncia de una sociedad tremendamente injusta. La Celestina está escrita a la manera de un gran tratado moral: es un alegato contra los amores disolutos y contra el eclipse de Dios, que se aprecia en las blasfemias que pronuncian constantemente los personajes, un reflejo de lo que se cocía en la calle. Además, en esa época también se aprecia la irrupción devastadora del dinero: el enriquecimiento es la meta fundamental. Comienza una carrera que llega hasta nuestros días. De hecho, la analogía involuntaria con el presente (Rojas no podía saber, claro, cómo sería el futuro) resulta obvia. Es una obra con un potencial de corrosión tremendo, con mucha negrura, pero ya sabemos que donde está la oscuridad está también la luz.
P.- ¿Y qué alumbra esa luz de ‘La Celestina’?
R.- Es un libro que libera un torrente de vida irrefrenable. Ya lo decía Valle-Inclán: que la guerra tenía una vertiente genesíaca. Y es verdad, aunque pueda parecer una barbaridad: para que haya resurrección ha de haber muerte antes.
Desde luego, la Inquisición se aplicó a ello. Abonó el suelo patrio de cadáveres para propiciar una resurrección masiva. Ese celo criminal y ese fanatismo religioso lastraron nuestro avance hacia la modernidad. Perdimos el paso entonces y luego nos costó siglos recuperarlo. “Por eso -afirma- es tan interesante 'La Celestina', porque los errores cometidos en su época llegan, de forma subrepticia, hasta la actualidad. España se amarró al carro de la Contrarreforma y decidió tirar de él ella sola. Lógicamente, acabó extenuada. La derrotaron los países que fueron asumiendo las distintas reformas protestantes. Fueron de muchos ‘colores', sí, unas más rígidas, otras más liberales, pero permitieron afirmar la libertad individual y un ideal de tolerancia, de convivencia entre religiones. Estas reformas fueron la antesala de la Ilustración en el siglo XIX, otro tren que perdimos. Tuvimos ilustrados estupendos pero su mensaje no impregnó el cuerpo social y tampoco inspiró a la clase política. En 1936, un cardenal español dijo: ‘Esta cruzada es la respuesta a la filosofía emanada de la Revolución Francesa'. Es decir, la Ilustración”.
Contra el retrato costumbrista
Gómez insinuará ese hilo conductor que conecta el arranque del Renacimiento en España y el periodo contemporáneo. “No se puede interpretar una obra del pasado sino desde el presente. No tiene sentido que hagamos un retrato costumbrista, no por vanguardismo estéril sino porque la conciencia del presente es imposible desplazarla cuando te asomas a un texto clásico. Ahora vivimos en un mundo en el que estamos tan controlados y espiados como entonces. Y esas asociaciones deben vislumbrarse a través de signos escénicos que no están en el texto pero que emanan de sus entresijos. El reto es que permee también toda esa ojeriza antisemita, el luciferismo y la rebeldía explícita de las clases bajas contra sus amos, algo que no tenía precedentes en nuestra literatura. Nadie había retratado al vulgo con personajes con tanta profundidad psicológica. Es una novedad absoluta”.
Dice Gómez que es ahora el momento en que se siente capaz de conseguirlo: “Hace 20 años no es que estuviera verde pero carecía del peso y el poso que requiere el texto de Rojas. Creo que es la tarea más fascinante en que me he embarcado en mi vida. Y es ahora cuando estoy preparado”. El director onubense se ha encargado (junto a Berta Escobedo) de completar una adaptación estructural muy laboriosa: la prosa la ha troceado para someterla a patrones rítmicos, marcados por octosílabos y endecasílabos. No es una versificación sino simplemente una forma de pautar la dicción, de manera que discurra con naturalidad. “Ha sido un trabajo de chinos pero la lengua cobra más vigor gracias a esta sintaxis trastocada”. Gómez se ha decantado por la literalidad original de Rojas, dejando de lado actualizaciones como las firmadas por Torrente Ballester y otros autores: “Su español del siglo XVI, manejado adecuadamente, es perfectamente inteligible para los oídos del público contemporáneo y además trae un perfume de vida pasada que enriquece al oyente. Actualizado, ese perfume se disipa”.
Ya llevaba tiempo Gómez rumiando poner en escena ‘La Celestina’. En el ciclo de lecturas dramatizadas que organizó con motivo de su ingreso en la RAE, titulado 'Cómicos de la lengua', incluyó las andanzas de la avejentada meretriz. Entonces las leyeron Carmen Machi, en la piel de la alcahueta, e Israel Elejalde y Beatriz Argüello en las de Calisto y Melibea.
En el transcurso de aquellas funciones sumó a su pretensión de dirigirla la de encarnarla. “Son todos actores maravillosos pero me asombró las dificultades que tenían con el texto. En este país tenemos un déficit de alocución escénica, no estamos a la altura de tradiciones como la francesa, la alemana, la inglesa o la rusa. Goethe ya escribía consejos de cómo debían hablar los actores. Aquí, en cambio, las recomendaciones de Jovellanos cayeron en saco roto. Y la generación de directores y actores de la guerra y la posguerra no pudo transmitir su escuela. Se produjo una ruptura por el exilio y la represión”. Así que decidió lanzarse al albero para cargar de expresividad la cadencia verbal de la alcahueta y aportarle sus inflexiones andalusíes (“Porque Celestina viene del sur”).
P.- ¿Y no le genera inseguridad meterse en la psique de una mujer?
R.- Ya lo comenté en mi discurso de ingreso en la Academia: no puedo ser Creonte sobre el escenario porque mi ira privada, la de José Luis Gómez, no me alcanza. Para alzarme a su nivel necesito el lenguaje de Sófocles. Basta saber portarlo para tener casi todo el trabajo hecho. Lo mismo sucede con Celestina y Rojas.
De todas formas, Gómez no tiene la sensación de habitar una mujer: “En realidad, es un ser andrógino y, por tanto, mágico y mítico. No me disfrazo, no hago un calco, lo que intento es levantar una figura poética”. Para ponerle cara también ha sometido a un tercer grado a la novela. Y a partir de ciertos datos ha perfilado su faz: con su “ojo malo”, sus barbas (“entonces había muchas mujeres pilosas por descompensaciones hormonales”), sus greñas encanecidas… Antes de cada función deberá aposentarse durante una hora para que los maquilladores obren la mutación, en la que Picasso y su retrato de la alcahueta también ha sido un referente clave. Un proceso engorroso soportado por Gómez con el estoicismo de un apasionado del teatro. Esa pasión le da la fuerza para encarar todos los frentes escénicos en los que batalla, incluida la dirección desde hace más de dos décadas de La Abadía.
P.- ¿Tiene ánimo y aliento para seguir dirigiéndola en los próximos años?
R.- El otro día alguien con 10 ó 12 años menos que yo me decía que estaba muy contento porque se iba a jubilar y así podría dedicarse por fin a lo que le gustaba. Mi situación es diferente: yo no me quiero jubilar porque ya me dedico a lo que me gusta. Llevo una vida austera. Me paso casi todo el tiempo encerrado aquí, entre la biblioteca y el gimnasio que me he hecho en la caseta del jardín. Quizá en esa caseta esté el secreto de mi energía.
P.- También vienen con mucha energía (y talento) las nuevas generaciones de ‘teatreros'. ¿Cómo ve el panorama?
R .- La oleada de talento es una barbaridad. Por desgracia no está acompañada de un esfuerzo de las instituciones públicas. Willy Brandt, cuando inició la Ostpolitik [la política del Este] a finales de los 60 dijo que la RDA y la RFA eran dos estados de nación, lengua y cultura alemana. Fue el primer paso de la reunificación. Hay un orgullo por su lengua y por su cultura que no hemos conseguido inculcar aquí. El contraste entre las conmemoraciones de Shakespeare y Cervantes es una prueba. No se entiende. A lo largo de 45 años de interlocución con representantes públicos por asuntos de mi profesión, he comprobado su escaso interés por la cultura. Los fastos de Shakespeare y Cervantes me traen al recuerdo una intervención de Azaña en el Congreso. Tras un parlamento de Lerroux que él consideró inapropiado, pidió la palabra y dijo: “Permítame, su señoría, que me sonroje en su lugar”. No dijo más. Yo tampoco.
P.- ¿Le sonroja también la incapacidad de nuestros políticos para formar gobierno?
R.- Vivimos una situación irrazonable. Pienso que una izquierda sensible, pragmática y moderna puede pactar con una derecha que así también lo sea. Se entiende el desinfle de Podemos por su pretensión descarnada de poder. Lamento la debilidad de IU y ver al PP asolado por la corrupción. Ciudadanos está manejando juiciosa y generosamente sus 40 diputados y a la vez defendiendo sus intereses. Y me asombra el intento del PSOE de convertirse en un elemento visible, a pesar de ser tan criticado. Viendo las actitudes de ahora, creo que me equivoqué en las últimas elecciones. Voté movido por un ‘wishful thinking’. De todos modos, veo signos alentadores. Confío en nuestro país antiguo y resistente, que ha sufrido y creado tanto.
DOCUMENTACIÓN
'Celestina', un clásico travestido.
El director José Luis Gómez también protagoniza este clásico y aborda la obra como la tarea más fascinante de su vida.
Jesús Rodríguez Lenin | Metrópoli, El Mundo, 2016-04-06
http://www.metropoli.com/teatro/2016/04/06/5702460e46163f2e198b465e.html
Gómez no deja de enunciar aspectos que, a su juicio, han sido pasados por alto en las representaciones precedentes de este clásico seminal de las letras españolas. Su obsesión es desvelarlos en la puesta en escena a la que lleva dando forma desde hace casi un año. Quiere trascender la comedia de costumbres o el melodrama amoroso, que son los códigos en que ha sido encorsetado. Toda esa investigación concienzuda, el resultado de “interrogar testarudamente” a esta novela dialogada de principios del siglo XVI, aflorará sobre el escenario de La Comedia a partir del próximo 6 de abril, en un montaje coproducido por la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Teatro de la Abadía, que tiene como atractivo añadido que el propio Gómez encarnará a su protagonista. Le acompañarán sobre las tablas Marta Belmonte (Melibea), Diana Bernedo (Lucrecia), Miguel Cubero (Pármeno), Palmira Ferrer (Alisa), Chete Lera (Pleberio), Nerea Moreno (Areúsa), Inma Nieto (Elicia), Raúl Prieto (Calisto) y José Luis Torrijo (Sempronio).
Su versión pretende evidenciar las tensiones sociales bajo las que el leguleyo Rojas, licenciado por la Universidad de Salamanca y descendiente de judíos, alumbró la tragicomedia. “Es prácticamente seguro que vio a su padre morir en la hoguera con 15 años, y si así no fuera, sí que vio correr la misma suerte a parientes y amigos. Fue víctima del absolutismo confesional que implantaron los Reyes Católicos, que pensaban que sólo mediante la unidad religiosa se podía construir un país fuerte, capaz de ostentar una posición hegemónica. Las ciudades para estos conversos eran como cárceles. Vivían bajo la constante amenaza de la delación”. Esa sensación de 'Big Brother' renacentista la subraya Gómez con una escenografía inspirada en ‘Le carceri d'invenzioni’, la serie de grabados en que Piranesi transformó las ruinas romanas en tenebrosos laberintos de galerías, pasadizos, escaleras… Elementos arquitectónicos todos coherentes con el peripatetismo de la trama: los personajes están en constante movimiento, yendo de una casa a otra.
Pregunta.- ¿Cree que el motor de Rojas era el rencor hacia el Santo Oficio y su odio antisemita?
R.- Yo me resisto a utilizar la palabra rencor. No sé tampoco si fue una manera de saldar cuentas. Lo que sí está claro es que es una denuncia de una sociedad tremendamente injusta. La Celestina está escrita a la manera de un gran tratado moral: es un alegato contra los amores disolutos y contra el eclipse de Dios, que se aprecia en las blasfemias que pronuncian constantemente los personajes, un reflejo de lo que se cocía en la calle. Además, en esa época también se aprecia la irrupción devastadora del dinero: el enriquecimiento es la meta fundamental. Comienza una carrera que llega hasta nuestros días. De hecho, la analogía involuntaria con el presente (Rojas no podía saber, claro, cómo sería el futuro) resulta obvia. Es una obra con un potencial de corrosión tremendo, con mucha negrura, pero ya sabemos que donde está la oscuridad está también la luz.
P.- ¿Y qué alumbra esa luz de ‘La Celestina’?
R.- Es un libro que libera un torrente de vida irrefrenable. Ya lo decía Valle-Inclán: que la guerra tenía una vertiente genesíaca. Y es verdad, aunque pueda parecer una barbaridad: para que haya resurrección ha de haber muerte antes.
Desde luego, la Inquisición se aplicó a ello. Abonó el suelo patrio de cadáveres para propiciar una resurrección masiva. Ese celo criminal y ese fanatismo religioso lastraron nuestro avance hacia la modernidad. Perdimos el paso entonces y luego nos costó siglos recuperarlo. “Por eso -afirma- es tan interesante 'La Celestina', porque los errores cometidos en su época llegan, de forma subrepticia, hasta la actualidad. España se amarró al carro de la Contrarreforma y decidió tirar de él ella sola. Lógicamente, acabó extenuada. La derrotaron los países que fueron asumiendo las distintas reformas protestantes. Fueron de muchos ‘colores', sí, unas más rígidas, otras más liberales, pero permitieron afirmar la libertad individual y un ideal de tolerancia, de convivencia entre religiones. Estas reformas fueron la antesala de la Ilustración en el siglo XIX, otro tren que perdimos. Tuvimos ilustrados estupendos pero su mensaje no impregnó el cuerpo social y tampoco inspiró a la clase política. En 1936, un cardenal español dijo: ‘Esta cruzada es la respuesta a la filosofía emanada de la Revolución Francesa'. Es decir, la Ilustración”.
Contra el retrato costumbrista
Gómez insinuará ese hilo conductor que conecta el arranque del Renacimiento en España y el periodo contemporáneo. “No se puede interpretar una obra del pasado sino desde el presente. No tiene sentido que hagamos un retrato costumbrista, no por vanguardismo estéril sino porque la conciencia del presente es imposible desplazarla cuando te asomas a un texto clásico. Ahora vivimos en un mundo en el que estamos tan controlados y espiados como entonces. Y esas asociaciones deben vislumbrarse a través de signos escénicos que no están en el texto pero que emanan de sus entresijos. El reto es que permee también toda esa ojeriza antisemita, el luciferismo y la rebeldía explícita de las clases bajas contra sus amos, algo que no tenía precedentes en nuestra literatura. Nadie había retratado al vulgo con personajes con tanta profundidad psicológica. Es una novedad absoluta”.
Dice Gómez que es ahora el momento en que se siente capaz de conseguirlo: “Hace 20 años no es que estuviera verde pero carecía del peso y el poso que requiere el texto de Rojas. Creo que es la tarea más fascinante en que me he embarcado en mi vida. Y es ahora cuando estoy preparado”. El director onubense se ha encargado (junto a Berta Escobedo) de completar una adaptación estructural muy laboriosa: la prosa la ha troceado para someterla a patrones rítmicos, marcados por octosílabos y endecasílabos. No es una versificación sino simplemente una forma de pautar la dicción, de manera que discurra con naturalidad. “Ha sido un trabajo de chinos pero la lengua cobra más vigor gracias a esta sintaxis trastocada”. Gómez se ha decantado por la literalidad original de Rojas, dejando de lado actualizaciones como las firmadas por Torrente Ballester y otros autores: “Su español del siglo XVI, manejado adecuadamente, es perfectamente inteligible para los oídos del público contemporáneo y además trae un perfume de vida pasada que enriquece al oyente. Actualizado, ese perfume se disipa”.
Ya llevaba tiempo Gómez rumiando poner en escena ‘La Celestina’. En el ciclo de lecturas dramatizadas que organizó con motivo de su ingreso en la RAE, titulado 'Cómicos de la lengua', incluyó las andanzas de la avejentada meretriz. Entonces las leyeron Carmen Machi, en la piel de la alcahueta, e Israel Elejalde y Beatriz Argüello en las de Calisto y Melibea.
En el transcurso de aquellas funciones sumó a su pretensión de dirigirla la de encarnarla. “Son todos actores maravillosos pero me asombró las dificultades que tenían con el texto. En este país tenemos un déficit de alocución escénica, no estamos a la altura de tradiciones como la francesa, la alemana, la inglesa o la rusa. Goethe ya escribía consejos de cómo debían hablar los actores. Aquí, en cambio, las recomendaciones de Jovellanos cayeron en saco roto. Y la generación de directores y actores de la guerra y la posguerra no pudo transmitir su escuela. Se produjo una ruptura por el exilio y la represión”. Así que decidió lanzarse al albero para cargar de expresividad la cadencia verbal de la alcahueta y aportarle sus inflexiones andalusíes (“Porque Celestina viene del sur”).
P.- ¿Y no le genera inseguridad meterse en la psique de una mujer?
R.- Ya lo comenté en mi discurso de ingreso en la Academia: no puedo ser Creonte sobre el escenario porque mi ira privada, la de José Luis Gómez, no me alcanza. Para alzarme a su nivel necesito el lenguaje de Sófocles. Basta saber portarlo para tener casi todo el trabajo hecho. Lo mismo sucede con Celestina y Rojas.
De todas formas, Gómez no tiene la sensación de habitar una mujer: “En realidad, es un ser andrógino y, por tanto, mágico y mítico. No me disfrazo, no hago un calco, lo que intento es levantar una figura poética”. Para ponerle cara también ha sometido a un tercer grado a la novela. Y a partir de ciertos datos ha perfilado su faz: con su “ojo malo”, sus barbas (“entonces había muchas mujeres pilosas por descompensaciones hormonales”), sus greñas encanecidas… Antes de cada función deberá aposentarse durante una hora para que los maquilladores obren la mutación, en la que Picasso y su retrato de la alcahueta también ha sido un referente clave. Un proceso engorroso soportado por Gómez con el estoicismo de un apasionado del teatro. Esa pasión le da la fuerza para encarar todos los frentes escénicos en los que batalla, incluida la dirección desde hace más de dos décadas de La Abadía.
P.- ¿Tiene ánimo y aliento para seguir dirigiéndola en los próximos años?
R.- El otro día alguien con 10 ó 12 años menos que yo me decía que estaba muy contento porque se iba a jubilar y así podría dedicarse por fin a lo que le gustaba. Mi situación es diferente: yo no me quiero jubilar porque ya me dedico a lo que me gusta. Llevo una vida austera. Me paso casi todo el tiempo encerrado aquí, entre la biblioteca y el gimnasio que me he hecho en la caseta del jardín. Quizá en esa caseta esté el secreto de mi energía.
P.- También vienen con mucha energía (y talento) las nuevas generaciones de ‘teatreros'. ¿Cómo ve el panorama?
R .- La oleada de talento es una barbaridad. Por desgracia no está acompañada de un esfuerzo de las instituciones públicas. Willy Brandt, cuando inició la Ostpolitik [la política del Este] a finales de los 60 dijo que la RDA y la RFA eran dos estados de nación, lengua y cultura alemana. Fue el primer paso de la reunificación. Hay un orgullo por su lengua y por su cultura que no hemos conseguido inculcar aquí. El contraste entre las conmemoraciones de Shakespeare y Cervantes es una prueba. No se entiende. A lo largo de 45 años de interlocución con representantes públicos por asuntos de mi profesión, he comprobado su escaso interés por la cultura. Los fastos de Shakespeare y Cervantes me traen al recuerdo una intervención de Azaña en el Congreso. Tras un parlamento de Lerroux que él consideró inapropiado, pidió la palabra y dijo: “Permítame, su señoría, que me sonroje en su lugar”. No dijo más. Yo tampoco.
P.- ¿Le sonroja también la incapacidad de nuestros políticos para formar gobierno?
R.- Vivimos una situación irrazonable. Pienso que una izquierda sensible, pragmática y moderna puede pactar con una derecha que así también lo sea. Se entiende el desinfle de Podemos por su pretensión descarnada de poder. Lamento la debilidad de IU y ver al PP asolado por la corrupción. Ciudadanos está manejando juiciosa y generosamente sus 40 diputados y a la vez defendiendo sus intereses. Y me asombra el intento del PSOE de convertirse en un elemento visible, a pesar de ser tan criticado. Viendo las actitudes de ahora, creo que me equivoqué en las últimas elecciones. Voté movido por un ‘wishful thinking’. De todos modos, veo signos alentadores. Confío en nuestro país antiguo y resistente, que ha sufrido y creado tanto.
DOCUMENTACIÓN
'Celestina', un clásico travestido.
El director José Luis Gómez también protagoniza este clásico y aborda la obra como la tarea más fascinante de su vida.
Jesús Rodríguez Lenin | Metrópoli, El Mundo, 2016-04-06
http://www.metropoli.com/teatro/2016/04/06/5702460e46163f2e198b465e.html
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