Imagen: Jot Down / Fotograma de 'Y tu mamá también' |
Enrique Campos | Jot Down, 2016-03-23
http://www.jotdown.es/2016/03/mujeres-maduras-hombres-jovenes-cine/
Una película cualquiera. Un argumento cualquiera. El protagonista, un varón; quizá abogado, arquitecto, policía. Eso no importa aquí, que continúe la aleatoriedad. En las películas, normalmente, suceden cosas, y a nuestro protagonista le puede suceder de todo. Tiene los «treinta y cinco y pico» de Hugh Laurie cuando vende cremas, o ya es cincuentón, o más allá. Tampoco esto es relevante. En algún momento se nos presentará a su mujer, su amante, su relación complicada (según Facebook), y su mujer, su amante o su relación complicada tal vez sean relevantes en la historia, aunque las probabilidades en este juego azaroso que ahora iniciamos nos inducen a pensar que no, que será el descanso del guerrero, el fiel e incondicional apoyo que acompañará al héroe hasta la meta.
Pero digamos que ella es la piedra angular de todo el cotarro. Sigue sin importar, a efectos empíricos. Ha quedado dicho que al protagonista puede pasarle de todo, no sabemos de qué película estamos hablando, pero esa hipótesis va con matices; puede pasarle de todo y sin embargo las probabilidades de que en su casa le espere una mujer, amante o relación complicada de su misma edad se pagan muy bien en Betwin. Son ínfimas. No, ella no tiene más de treinta, treinta y cinco años. Él le saca media vida, aunque ese dato forma parte de lo accesorio, como aquel semáforo de allí, o los niños que juegan en el parque, o el tren que pasa tronando por Brooklyn. Esa diferencia de edad es un elemento cotidiano, no se subraya en el guion, no se le explica al actor para que le aplique el Stanislavski.
Cambiamos el rollo (en el proyector). Otra película cualquiera. Ahora la protagonista es una mujer que pasa de los cuarenta, quizá incluso ronde los cincuenta si es que se conserva bien. No puede ser mucho más mayor, porque entonces no sería una película cualquiera, sería una película con anciana a bordo. Así que ella tiene entre cuarenta y cincuenta años, y una relación con un hombre bastante más joven. En esta película ese no es un dato accesorio, ese es inequívocamente el único argumento de la obra. La película va de ESO.
Google, enséñame lo que tienes
Clark Gable corría como un tiro para los cuarenta cuando le soltó a Vivien Leigh, que no pasaba de las veintiséis primaveras, aquello de «sinceramente, querida, con tu pan te lo comas», o algo así. A Kirk Douglas lo crucificaron en ‘Espartaco’ con cuarenta y cinco años y desde la cruz dejaba viuda a una Jean Simmons que acababa de llegar a la treintena pero aparentaba veinticinco. Y quince eran también los años que separaban a James Stewart del peinado barroco de Kim Novak en ‘Vértigo’. ¿Hace falta seguir? De acuerdo, podemos venirnos a Europa, aquí nos tomamos las cosas de otra forma, somos los padres de las vanguardias, de la Bauhaus, de las casas de tolerancia… y del cine. Podemos pensar en Michel Piccoli y Romy Schneider, que rodaron juntos media docena de películas. Con ellos nos va a bastar. Claude Sautet los embarcó en dos terceras partes de su trilogía del amor. Schneider fue la puta con derecho a beso en la boca en ‘Max y los chatarreros’, y la segunda mujer de Piccoli en ‘Las cosas de la vida’. ¿Coetáneos? Parece que no. Michel sigue con nosotros y Romy abandonó el edificio a principios de los ochenta, pero había un trecho de trece años entre el icono ‘nuevaolero’ y la criatura más hermosa que se ha paseado por una pantalla de cine. Europa ‘is not different’.
‘Lo que el viento se llevó’, ‘Vértigo’, ‘Espartaco’, ‘Max y los chatarreros’… Ha llovido mucho desde entonces. Ha pasado toda una era glacial por Tara. Valores, edad de emancipación, las mujeres pueden abrir cuentas corrientes sin el permiso de su padre/esposo. Todo ha cambiado mucho, sí. Ahora existe Google y existe Tinder, ahora Leslie Wilkes, el verdadero amor de Escarlata —o eso decía ella—, no habría tenido que ir a la guerra, ya irían los negros libres en su nombre. Pero, hablando de Google, ¿qué dice el oráculo de Mountain View de todo esto? El ojo que todo lo ve, mucho más sabio que tú, más sabio que yo, al introducir en su buscador y en este orden las palabras «mujer madura hombre joven» inmediatamente invierte los términos como si quisiera alertarnos de un error ortográfico. ¿Quizá quisiste decir «hombre mayor mujer joven»? Quizá, Google, quizá. Enséñame lo que tienes.
Lugar, Google, ya ha quedado dicho. Época, segunda década del siglo XXI. Resultados para la búsqueda «hombre mayor mujer joven», miles. Un vistazo general y hay que volver a fusilar a Gil de Biedma, porque «la verdad desagradable asoma». El grueso de los artículos, las referencias, los comentarios se alojan en webs «femeninas» para mujeres muy «femeninas» que rezuman el progresismo de la Sección Femenina.
«Una de las razones por las cuales las mujeres se interesan por hombres mayores es una mera autoprotección, la belleza de la mujer dura menos que el atractivo del hombre. Para la mujer, la máxima expresión de belleza llega a lo más hasta los treinta y cinco años, la del hombre hasta los cuarenta-cuarenta y cinco», dice una tal Alexandra, en ‘EnFemenino’. «Actualmente observamos que las mujeres prefieren a hombres maduros cuando quieren establecerse en una relación de pareja», leído ‘actualmente’ en ‘Salud180’. Y continúan, siempre pegados a la actualidad: «Estabilidad, apariencia, inteligencia, son profesionales asentados en la vida, tienen mejores modales, respetan tu forma de ser, y tienen mayor experiencia sexual». Sin un cubo a mano en el que poder apaciguar estas arcadas me niego a continuar con la investigación de campo. Le pido, pues, a Google que respete mi error y entrecomillo: «mujeres maduras y hombres jóvenes». No me devuelve ni un cuarto de los resultados que me ofreció antes, pero los que me devuelve son tan ilustrativos como los anteriores. Cambia el tono, eso sí. Ya no hay verdades absolutas sino una cierta clandestinidad, confesiones al amparo de otras que, como tú, salen con ‘yogurines’ y se han acostumbrado a que las miren raro. De vez en cuando el punto de mira se vuelve hacia el hombre; la cuestión no es por qué una mujer madura querría salir con un hombre joven —¿por qué querría hacer eso una mujer?, ¿en qué cabeza cabe?— sino qué lleva a un hombre joven a salir con una madura. Y a partir de esta búsqueda en el ciberespacio se pueden construir todas las sinopsis de todas las películas que encaman a mujeres maduras con hombres en la flor de la vida. Todas las películas que tratan de ESO.
La madura desechable, el rito iniciático
Un Fellini niño sumerge su cabeza entre los pechos abismales de una estanquera como lo habían hecho antes que él todos los críos del barrio. ‘Amarcord’, recuerdos de una infancia entre camisas negras y pan duro. Pero Fellini no se casó con la estanquera. Tampoco se casó con la peluquera Jean Rochefort, no con aquella peluquera original, también turgente y neumática, que observaba sestear desde una esquina del escaparate. Nadie sabe por qué se suicidó antes de que pudiera regalar al pequeño Jean con achuchones erótico-maternales que aplacaran el revoloteo de las hormonas. Sea como fuere, aquello le marcó, por eso decidió que se convertiría en ‘El marido de la peluquera’. De otra peluquera. De una Anna Galiena veinticinco años más joven que él, la típica diosa italiana que sueña con montárselo hasta que la muerte los separe con un protoanciano siempre que la impotencia senil no les juegue malas pasadas.
La mujer madura como figura introductoria a los placeres de la carne no llega para quedarse, es una estación de tránsito desde donde embarcar hacia destinos más adecuados. Estanquera, peluquera, ama de casa, la criada, la prostituta que te lo hace gratis y de camino te invita a ‘El pico’. Son desechables, un bonito recuerdo de juventud. La mayoría de las veces, la fantasía no realizada de un escritor, o de un director de cine.
Tienes que estar muy sola para irte con ese chaval
En Texasville nunca pasa nada. No pasan ni bolas de paja rodando, solitarias, por la única calle del pueblo. Lo mejor que uno puede hacer es salir pitando de allí mientras las piernas te sostengan. Hasta quieren cerrar el cine, pronto estrenarán ‘La última película’ y el edificio se abandonará a la aluminosis y los escombros, como todo lo demás.
Sonny Crawford se acaba de graduar, no es el chaval más brillante de los alrededores pero cree que podrá escapar de ese agujero algún día. No quiere terminar atrapado en una vida de zombi, no quiere ser el entrenador Popper ni casarse con alguien como Ruth Popper, tan gris, tan poco agraciada, tan sola. Ruth ya no cree en esa gran evasión, Texasville será su tumba. Mientras ella se ahoga en el día de la marmota Sonny busca cómo matar el tiempo, y aunque Ruth representa todo lo que no desea los sudores del verano van a hacer el resto. La mirada anhelante de ella, el «¿y por qué no?» de él. Salta alguna chispa, alguien lo confunde con el amor… Pero Sonny no va a quedarse allí para siempre. Las mujeres como Ruth también son desechables, y pecadoras. Ningún remordimiento para él, puñalada en el corazón para ella y el cuchicheo eterno en el colmado del pueblucho.
Solas están también Kate Winslet en ‘El lector’ y Maribel Verdú en ‘Y tu mamá también’. La primera, que por vicisitudes de la vida se ha unido a las SS, se encapricha de un caballerete de quince años que le lee libros, le lleva flores y folla con el apasionamiento torpe pero encantador de la adolescencia. La segunda anda por México huyendo de un marido poco atento y (sobre todo) de sí misma y se encuentra en medio del fuego cruzado de testosterona de Gael García y Diego Luna. Ninguna de las dos repararía en esos niñatos si no fuera para llenar el hueco que otros, o la propia vida, les han taladrado en el pecho. En condiciones normales, la mujer adulta no se fija en los ojos verdes de un Gael de veinte años, y si lo hace piensa que ese trozo de pastel no le conviene, no es para ella. Necesita un motivo de peso, y el cine, por su parte, necesita que las mujeres mayores sean como la Winslet o la Verdú para aplicarles la doctrina del porno: ‘MILF’ a los treinta, ama de casa desesperada a los cuarenta, abuelita cachonda a los cincuenta. Si no, el personal masculino, el ‘target’ de esos sueños húmedos, se levanta y se va. Punto.
Porque son muy malas…
«¿Por qué mataste a madre, padre?», pregunta Antonio Resines al venerable Ciges en ‘Amanece, que no es poco’. «Pues porque era muy mala. Es duro decirle esto a un hijo, pero tu madre era muy mala». Y a dormir. Respetándose, porque un hombre en la cama es un hombre en la cama, pero a dormir.
La mujer es mala, es mala en general, no solo la madre de Resines. Eva era mala, Lilith era peor, tanto que la sacaron de la Biblia. Y la maldad es otra de las variables que intervienen en las relaciones entre maduras y jovencitos inocentes. Hay que ser muy mala para tratar de levantarle el novio a tu hija. Sí, señora Robinson, la estamos mirando a usted y a lo que hizo con ‘El Graduado’ Hoffman. Cómo jugaba con la ingenuidad de aquel chiquillo, qué barbaridad.
—Benjamin, no intento seducirte
—Lo sé pero, por favor, señora. Robinson, esto es complicado…
—¿Es que te gustaría que te sedujera?
—¿Cómo?
—¿Es eso lo que me estás intentando decir?
Por supuesto que no, señora Robinson. Es usted una viciosa, se le va la mano con los martinis en las fiestas de la alta sociedad, y es mala. Mala gente, un súcubo. Se ha olvidado de que «Jesús la quiere más de lo que usted nunca llegará a saber». Su par masculino podría ser el conde Drácula, pero el hombre a cuyo paso no quedaba ni un turco sin empalar no puede evitar ser lo que es; lleva océanos de tiempo buscando a Mina. Lo de la sosias de Anne Bancroft es una elección. Elige hacer la puñeta para regocijo propio.
Debe de ser cosa de las mujeres ricas. Como la marquesa de Merteuil, que atrae a su cama con dosel al caballero Danseny, al que le saca diez cabezas en edad pero también en picardía. La marquesa se aburre, vive por y para joder. En su conducta subyacen los proverbiales manejos maquiavélicos de las féminas, aunque Maquiavelo tuviera pene. Retorcida, más inteligente que el hombre; nunca utiliza esa inteligencia para nada bueno. Y el amigo Danseny, enloquecido por los requiebros maléficos de su amante-maestra termina ensartando con su florete al vizconde de Valmont, otra víctima de la viuda alegre. ‘Las amistades peligrosas’, eso son las mujeres. Palabra de cine.
Desequilibradas, pervertidas
Louis Malle se llevó por delante con la potencia de Ben Johnson (circa Seúl 1989) todas las líneas rojas que pudo en ‘La pequeña’. Metió en la cama a Keith Carradine y a Brooke Shields cuando ella no pasaba de los doce. Tranquilidad en las masas, esto es solo ficción. La realidad siempre es mucho peor; la madre de Brooke cedió a su hija con diez años para una sesión de fotos cuanto menos poco decorosa. Ningún problema. Todo por un sueño. Por favor, volvamos al cine. A ese en el que están echando ‘Harold y Maude’. ¿Qué hay en ‘Harold y Maude’? Nada. No hay nada, mentes calenturientas al margen, que haga sospechar que entre el adolescente Harold y la septuagenaria Maude se descorchan los botes de lubricante en cuanto las luces se apagan, pero aquí estamos, hablando de esa película en un reportaje sobre relaciones sexuales entre mujeres mayores y hombres jóvenes.
Alguien decidió que ‘Harold y Maud’e también iba de ESO, e IMDb, que no ve tantas cosas como Google pero casi, bendice la unión con el ‘tag’ «relación entre mujer mayor y chico joven». ¿Y si fuera así? En ese caso Harold seria para Maude lo que Lolita para Humbert Humbert, pero sin mentiras. Sin matar a nadie. ‘Lolita’ es un clásico, ‘Harold y Maude’ una rareza, la película que encuentran en el zulo de un asesino en serie entre una primera edición del ‘Mein Kampf’ y discos de Heino. Puras aberraciones.
Sigamos con Humbert. A él no le preocupaba tanto la ley como que su mujer, la mamá de Lolita, la apartara de su buen nombre y de aquella piruleta con forma de corazón. Por eso la mata. Cate Blanchett tuvo que escribir el ‘Diario de un escándalo’ porque ella sí que se jugaba una visita a los juzgados y el ostracismo general liándose con un alumno de dieciséis años. Cate vivía como un calvario lo que para Humbert era un paseo por el lado salvaje —¿qué hombre no soñó con Sue Lyon?— o lo que para Joaquin Phoenix es poco menos que el pan suyo de cada día: llevarse al huerto a la pupila Emma Stone en ‘Irrational Man’, la enésima vez que Woody Allen pone sobre la mesa sus querencias personales. Según el cine, siempre según el cine, los profesores varones tienen un cierto derecho de pernada sobre las alumnas. Es algo entendible e incluso aceptable. Pero ellas… Ellas, otra vez, necesitan motivos contundentes para hacer lo mismo: la profunda soledad, ninfomanía, trastornos psico-afectivos.
‘La pianista’ Isabelle Huppert reunía las tres condiciones anteriores —cambiemos ninfomanía por masoquismo— y su relación con Benoît Magimel, veinte años menor, es traumática, dramática, grotesca. Todo el bagaje y la represión que ella trae en su mochila y los sentimientos encontrados que le provocan el saberse objeto de deseo de un hombretón de veintisiete tacos, alto, guapo, listo. ¿Cómo puede ser que esté interesado en ella? Ella, que todavía vive con su madre porque nunca encontró a su media naranja y se quedó para vestir santos, solterona, mirando la lluvia golpear el cristal de la ventana. Tal vez Betsy Blair, harta de mirar las gotas de la ventana también se echó a la ‘Calle Mayor’ para entregarse a un Magimel cualquiera y, católica como era, también acabaría flagelándose. Prohibido, prohibido, prohibido.
Irse de putos, esto no es digno de una dama
William Holden fue uno de los primeros putos oficiales de la gran pantalla. No cobraba en dinero, cobraba en especie y en la promesa del futuro mejor que le ofrecía Gloria Swanson. Por supuesto, Swanson/Norma Desmond estaba más para allá que para acá, una vieja-vieja gloria de Hollywood (de cincuenta años) afrontando ‘El crepúsculo de los dioses’. El puto acaba boca abajo en la piscina y Norma hace su último paseíllo triunfal… rumbo al psiquiátrico.
Pervertidas, amargadas, disfuncionales. Solo mujeres así pagan por sexo o por compañía. Probablemente por esto último. Si hay algo a lo que el ‘mainstream’ no quiere ni puede renunciar es al cliché y si hay un cliché grabado a fuego en lo tocante a mujeres y sexo es que ellas siempre prefirieren el romance al polvazo. Eso es lo que buscaba Lauren Hutton en aquel ‘American Gigoló’ con la estampa de Richard Gere; no quería un empotrador profesional, quería cariño. Y no es un puto lo que Nathalie Baye encuentra entre el ‘pecholobo’ de Sergi López durante ‘Una relación pornográfica’, pero persiguiendo la carne encuentra el romance. Las películas que van de ESO también suelen ir de esto.
¿No puede haber sexo y si te he visto no me acuerdo? Por supuesto. Es lo que obtiene una señora austriaca, gorda y divorciada, que para más inri representa, dentro de la trilogía ‘Paraíso’, algunas de las miserias de Occidente. Ulrich Seidl pudo haber elegido a un belga de viaje de negocios por Tailandia pero optó por la señora austriaca, la que somete a un chapero keniata a humillantes maratones sexuales compartidas con un par de amigas. En el cine, no conviene olvidarlo, los negros parecen más dispuestos a bajar al pilón de las maduras que los delicados blanquitos. Se ofrecen incluso a un trío en la playa de ‘La noche de la iguana’ con una Ava Gardner de cuarenta años o a alegrarle la vida a Charlotte Rampling cuando pone rumbo ‘Hacia el sur’. Todas ellas, la señora austriaca, Ava, Charlotte, andan perdidas en la vida, como vacas sin cencerro, y es por eso y solo por eso que se compran a un mulato. Prejuicio más racismo. Viva el cine.
Y en otra película cualquiera…
Ella es abogada, arquitecta, policía. Es la protagonista. Ronda los cincuenta años y en su casa le esperan Michael Fassbender o el Brad Pitt del que Thelma/Geena Davis recelaba por ser la friolera de seis años más joven que ella. Otra película cualquiera. Próximo estreno… en la dimensión desconocida.
En esta dimensión que habitamos, lo que más se acerca a la normalización de las relaciones entre mujeres de vuelta y hombres en edad de merecer es ‘The Mother’. Anne Reid, que rebasa los sesenta, que no es demasiado guapa, ni es rica, ni posee un magnetismo fuera de lo común, llama la atención del futuro 007 Daniel Craig. Y bien que lo gozan. Ambos. Aun así, cabeza adentro de Anne, existe un sentimiento de culpa, una duda razonable; la culpa y la duda que le han tatuado en el hipotálamo los convencionalismos sociales. ‘The Mother’ trata de normalizar, sí, pero no se olvida de la realidad, de lo interiorizado por ellas, por los siglos de los siglos. No se puede malgastar la virilidad desbordante de los veinte, de los treinta, de los cuarenta años satisfaciendo a cuerpos femeninos que ya han cedido a la gravedad.
Esto es lo que el cine te cuenta, porque esto es lo que la sociedad le pide al cine que cuente: que las leyes de la física no se pueden contravenir si no media un pastillón de Viagra. Y no nos engañemos: el cine es la oferta, no la demanda, y, salvo en Telecinco, ninguna oferta determina la demanda. No hay que matar al mensajero.
Pero digamos que ella es la piedra angular de todo el cotarro. Sigue sin importar, a efectos empíricos. Ha quedado dicho que al protagonista puede pasarle de todo, no sabemos de qué película estamos hablando, pero esa hipótesis va con matices; puede pasarle de todo y sin embargo las probabilidades de que en su casa le espere una mujer, amante o relación complicada de su misma edad se pagan muy bien en Betwin. Son ínfimas. No, ella no tiene más de treinta, treinta y cinco años. Él le saca media vida, aunque ese dato forma parte de lo accesorio, como aquel semáforo de allí, o los niños que juegan en el parque, o el tren que pasa tronando por Brooklyn. Esa diferencia de edad es un elemento cotidiano, no se subraya en el guion, no se le explica al actor para que le aplique el Stanislavski.
Cambiamos el rollo (en el proyector). Otra película cualquiera. Ahora la protagonista es una mujer que pasa de los cuarenta, quizá incluso ronde los cincuenta si es que se conserva bien. No puede ser mucho más mayor, porque entonces no sería una película cualquiera, sería una película con anciana a bordo. Así que ella tiene entre cuarenta y cincuenta años, y una relación con un hombre bastante más joven. En esta película ese no es un dato accesorio, ese es inequívocamente el único argumento de la obra. La película va de ESO.
Google, enséñame lo que tienes
Clark Gable corría como un tiro para los cuarenta cuando le soltó a Vivien Leigh, que no pasaba de las veintiséis primaveras, aquello de «sinceramente, querida, con tu pan te lo comas», o algo así. A Kirk Douglas lo crucificaron en ‘Espartaco’ con cuarenta y cinco años y desde la cruz dejaba viuda a una Jean Simmons que acababa de llegar a la treintena pero aparentaba veinticinco. Y quince eran también los años que separaban a James Stewart del peinado barroco de Kim Novak en ‘Vértigo’. ¿Hace falta seguir? De acuerdo, podemos venirnos a Europa, aquí nos tomamos las cosas de otra forma, somos los padres de las vanguardias, de la Bauhaus, de las casas de tolerancia… y del cine. Podemos pensar en Michel Piccoli y Romy Schneider, que rodaron juntos media docena de películas. Con ellos nos va a bastar. Claude Sautet los embarcó en dos terceras partes de su trilogía del amor. Schneider fue la puta con derecho a beso en la boca en ‘Max y los chatarreros’, y la segunda mujer de Piccoli en ‘Las cosas de la vida’. ¿Coetáneos? Parece que no. Michel sigue con nosotros y Romy abandonó el edificio a principios de los ochenta, pero había un trecho de trece años entre el icono ‘nuevaolero’ y la criatura más hermosa que se ha paseado por una pantalla de cine. Europa ‘is not different’.
‘Lo que el viento se llevó’, ‘Vértigo’, ‘Espartaco’, ‘Max y los chatarreros’… Ha llovido mucho desde entonces. Ha pasado toda una era glacial por Tara. Valores, edad de emancipación, las mujeres pueden abrir cuentas corrientes sin el permiso de su padre/esposo. Todo ha cambiado mucho, sí. Ahora existe Google y existe Tinder, ahora Leslie Wilkes, el verdadero amor de Escarlata —o eso decía ella—, no habría tenido que ir a la guerra, ya irían los negros libres en su nombre. Pero, hablando de Google, ¿qué dice el oráculo de Mountain View de todo esto? El ojo que todo lo ve, mucho más sabio que tú, más sabio que yo, al introducir en su buscador y en este orden las palabras «mujer madura hombre joven» inmediatamente invierte los términos como si quisiera alertarnos de un error ortográfico. ¿Quizá quisiste decir «hombre mayor mujer joven»? Quizá, Google, quizá. Enséñame lo que tienes.
Lugar, Google, ya ha quedado dicho. Época, segunda década del siglo XXI. Resultados para la búsqueda «hombre mayor mujer joven», miles. Un vistazo general y hay que volver a fusilar a Gil de Biedma, porque «la verdad desagradable asoma». El grueso de los artículos, las referencias, los comentarios se alojan en webs «femeninas» para mujeres muy «femeninas» que rezuman el progresismo de la Sección Femenina.
«Una de las razones por las cuales las mujeres se interesan por hombres mayores es una mera autoprotección, la belleza de la mujer dura menos que el atractivo del hombre. Para la mujer, la máxima expresión de belleza llega a lo más hasta los treinta y cinco años, la del hombre hasta los cuarenta-cuarenta y cinco», dice una tal Alexandra, en ‘EnFemenino’. «Actualmente observamos que las mujeres prefieren a hombres maduros cuando quieren establecerse en una relación de pareja», leído ‘actualmente’ en ‘Salud180’. Y continúan, siempre pegados a la actualidad: «Estabilidad, apariencia, inteligencia, son profesionales asentados en la vida, tienen mejores modales, respetan tu forma de ser, y tienen mayor experiencia sexual». Sin un cubo a mano en el que poder apaciguar estas arcadas me niego a continuar con la investigación de campo. Le pido, pues, a Google que respete mi error y entrecomillo: «mujeres maduras y hombres jóvenes». No me devuelve ni un cuarto de los resultados que me ofreció antes, pero los que me devuelve son tan ilustrativos como los anteriores. Cambia el tono, eso sí. Ya no hay verdades absolutas sino una cierta clandestinidad, confesiones al amparo de otras que, como tú, salen con ‘yogurines’ y se han acostumbrado a que las miren raro. De vez en cuando el punto de mira se vuelve hacia el hombre; la cuestión no es por qué una mujer madura querría salir con un hombre joven —¿por qué querría hacer eso una mujer?, ¿en qué cabeza cabe?— sino qué lleva a un hombre joven a salir con una madura. Y a partir de esta búsqueda en el ciberespacio se pueden construir todas las sinopsis de todas las películas que encaman a mujeres maduras con hombres en la flor de la vida. Todas las películas que tratan de ESO.
La madura desechable, el rito iniciático
Un Fellini niño sumerge su cabeza entre los pechos abismales de una estanquera como lo habían hecho antes que él todos los críos del barrio. ‘Amarcord’, recuerdos de una infancia entre camisas negras y pan duro. Pero Fellini no se casó con la estanquera. Tampoco se casó con la peluquera Jean Rochefort, no con aquella peluquera original, también turgente y neumática, que observaba sestear desde una esquina del escaparate. Nadie sabe por qué se suicidó antes de que pudiera regalar al pequeño Jean con achuchones erótico-maternales que aplacaran el revoloteo de las hormonas. Sea como fuere, aquello le marcó, por eso decidió que se convertiría en ‘El marido de la peluquera’. De otra peluquera. De una Anna Galiena veinticinco años más joven que él, la típica diosa italiana que sueña con montárselo hasta que la muerte los separe con un protoanciano siempre que la impotencia senil no les juegue malas pasadas.
La mujer madura como figura introductoria a los placeres de la carne no llega para quedarse, es una estación de tránsito desde donde embarcar hacia destinos más adecuados. Estanquera, peluquera, ama de casa, la criada, la prostituta que te lo hace gratis y de camino te invita a ‘El pico’. Son desechables, un bonito recuerdo de juventud. La mayoría de las veces, la fantasía no realizada de un escritor, o de un director de cine.
Tienes que estar muy sola para irte con ese chaval
En Texasville nunca pasa nada. No pasan ni bolas de paja rodando, solitarias, por la única calle del pueblo. Lo mejor que uno puede hacer es salir pitando de allí mientras las piernas te sostengan. Hasta quieren cerrar el cine, pronto estrenarán ‘La última película’ y el edificio se abandonará a la aluminosis y los escombros, como todo lo demás.
Sonny Crawford se acaba de graduar, no es el chaval más brillante de los alrededores pero cree que podrá escapar de ese agujero algún día. No quiere terminar atrapado en una vida de zombi, no quiere ser el entrenador Popper ni casarse con alguien como Ruth Popper, tan gris, tan poco agraciada, tan sola. Ruth ya no cree en esa gran evasión, Texasville será su tumba. Mientras ella se ahoga en el día de la marmota Sonny busca cómo matar el tiempo, y aunque Ruth representa todo lo que no desea los sudores del verano van a hacer el resto. La mirada anhelante de ella, el «¿y por qué no?» de él. Salta alguna chispa, alguien lo confunde con el amor… Pero Sonny no va a quedarse allí para siempre. Las mujeres como Ruth también son desechables, y pecadoras. Ningún remordimiento para él, puñalada en el corazón para ella y el cuchicheo eterno en el colmado del pueblucho.
Solas están también Kate Winslet en ‘El lector’ y Maribel Verdú en ‘Y tu mamá también’. La primera, que por vicisitudes de la vida se ha unido a las SS, se encapricha de un caballerete de quince años que le lee libros, le lleva flores y folla con el apasionamiento torpe pero encantador de la adolescencia. La segunda anda por México huyendo de un marido poco atento y (sobre todo) de sí misma y se encuentra en medio del fuego cruzado de testosterona de Gael García y Diego Luna. Ninguna de las dos repararía en esos niñatos si no fuera para llenar el hueco que otros, o la propia vida, les han taladrado en el pecho. En condiciones normales, la mujer adulta no se fija en los ojos verdes de un Gael de veinte años, y si lo hace piensa que ese trozo de pastel no le conviene, no es para ella. Necesita un motivo de peso, y el cine, por su parte, necesita que las mujeres mayores sean como la Winslet o la Verdú para aplicarles la doctrina del porno: ‘MILF’ a los treinta, ama de casa desesperada a los cuarenta, abuelita cachonda a los cincuenta. Si no, el personal masculino, el ‘target’ de esos sueños húmedos, se levanta y se va. Punto.
Porque son muy malas…
«¿Por qué mataste a madre, padre?», pregunta Antonio Resines al venerable Ciges en ‘Amanece, que no es poco’. «Pues porque era muy mala. Es duro decirle esto a un hijo, pero tu madre era muy mala». Y a dormir. Respetándose, porque un hombre en la cama es un hombre en la cama, pero a dormir.
La mujer es mala, es mala en general, no solo la madre de Resines. Eva era mala, Lilith era peor, tanto que la sacaron de la Biblia. Y la maldad es otra de las variables que intervienen en las relaciones entre maduras y jovencitos inocentes. Hay que ser muy mala para tratar de levantarle el novio a tu hija. Sí, señora Robinson, la estamos mirando a usted y a lo que hizo con ‘El Graduado’ Hoffman. Cómo jugaba con la ingenuidad de aquel chiquillo, qué barbaridad.
—Benjamin, no intento seducirte
—Lo sé pero, por favor, señora. Robinson, esto es complicado…
—¿Es que te gustaría que te sedujera?
—¿Cómo?
—¿Es eso lo que me estás intentando decir?
Por supuesto que no, señora Robinson. Es usted una viciosa, se le va la mano con los martinis en las fiestas de la alta sociedad, y es mala. Mala gente, un súcubo. Se ha olvidado de que «Jesús la quiere más de lo que usted nunca llegará a saber». Su par masculino podría ser el conde Drácula, pero el hombre a cuyo paso no quedaba ni un turco sin empalar no puede evitar ser lo que es; lleva océanos de tiempo buscando a Mina. Lo de la sosias de Anne Bancroft es una elección. Elige hacer la puñeta para regocijo propio.
Debe de ser cosa de las mujeres ricas. Como la marquesa de Merteuil, que atrae a su cama con dosel al caballero Danseny, al que le saca diez cabezas en edad pero también en picardía. La marquesa se aburre, vive por y para joder. En su conducta subyacen los proverbiales manejos maquiavélicos de las féminas, aunque Maquiavelo tuviera pene. Retorcida, más inteligente que el hombre; nunca utiliza esa inteligencia para nada bueno. Y el amigo Danseny, enloquecido por los requiebros maléficos de su amante-maestra termina ensartando con su florete al vizconde de Valmont, otra víctima de la viuda alegre. ‘Las amistades peligrosas’, eso son las mujeres. Palabra de cine.
Desequilibradas, pervertidas
Louis Malle se llevó por delante con la potencia de Ben Johnson (circa Seúl 1989) todas las líneas rojas que pudo en ‘La pequeña’. Metió en la cama a Keith Carradine y a Brooke Shields cuando ella no pasaba de los doce. Tranquilidad en las masas, esto es solo ficción. La realidad siempre es mucho peor; la madre de Brooke cedió a su hija con diez años para una sesión de fotos cuanto menos poco decorosa. Ningún problema. Todo por un sueño. Por favor, volvamos al cine. A ese en el que están echando ‘Harold y Maude’. ¿Qué hay en ‘Harold y Maude’? Nada. No hay nada, mentes calenturientas al margen, que haga sospechar que entre el adolescente Harold y la septuagenaria Maude se descorchan los botes de lubricante en cuanto las luces se apagan, pero aquí estamos, hablando de esa película en un reportaje sobre relaciones sexuales entre mujeres mayores y hombres jóvenes.
Alguien decidió que ‘Harold y Maud’e también iba de ESO, e IMDb, que no ve tantas cosas como Google pero casi, bendice la unión con el ‘tag’ «relación entre mujer mayor y chico joven». ¿Y si fuera así? En ese caso Harold seria para Maude lo que Lolita para Humbert Humbert, pero sin mentiras. Sin matar a nadie. ‘Lolita’ es un clásico, ‘Harold y Maude’ una rareza, la película que encuentran en el zulo de un asesino en serie entre una primera edición del ‘Mein Kampf’ y discos de Heino. Puras aberraciones.
Sigamos con Humbert. A él no le preocupaba tanto la ley como que su mujer, la mamá de Lolita, la apartara de su buen nombre y de aquella piruleta con forma de corazón. Por eso la mata. Cate Blanchett tuvo que escribir el ‘Diario de un escándalo’ porque ella sí que se jugaba una visita a los juzgados y el ostracismo general liándose con un alumno de dieciséis años. Cate vivía como un calvario lo que para Humbert era un paseo por el lado salvaje —¿qué hombre no soñó con Sue Lyon?— o lo que para Joaquin Phoenix es poco menos que el pan suyo de cada día: llevarse al huerto a la pupila Emma Stone en ‘Irrational Man’, la enésima vez que Woody Allen pone sobre la mesa sus querencias personales. Según el cine, siempre según el cine, los profesores varones tienen un cierto derecho de pernada sobre las alumnas. Es algo entendible e incluso aceptable. Pero ellas… Ellas, otra vez, necesitan motivos contundentes para hacer lo mismo: la profunda soledad, ninfomanía, trastornos psico-afectivos.
‘La pianista’ Isabelle Huppert reunía las tres condiciones anteriores —cambiemos ninfomanía por masoquismo— y su relación con Benoît Magimel, veinte años menor, es traumática, dramática, grotesca. Todo el bagaje y la represión que ella trae en su mochila y los sentimientos encontrados que le provocan el saberse objeto de deseo de un hombretón de veintisiete tacos, alto, guapo, listo. ¿Cómo puede ser que esté interesado en ella? Ella, que todavía vive con su madre porque nunca encontró a su media naranja y se quedó para vestir santos, solterona, mirando la lluvia golpear el cristal de la ventana. Tal vez Betsy Blair, harta de mirar las gotas de la ventana también se echó a la ‘Calle Mayor’ para entregarse a un Magimel cualquiera y, católica como era, también acabaría flagelándose. Prohibido, prohibido, prohibido.
Irse de putos, esto no es digno de una dama
William Holden fue uno de los primeros putos oficiales de la gran pantalla. No cobraba en dinero, cobraba en especie y en la promesa del futuro mejor que le ofrecía Gloria Swanson. Por supuesto, Swanson/Norma Desmond estaba más para allá que para acá, una vieja-vieja gloria de Hollywood (de cincuenta años) afrontando ‘El crepúsculo de los dioses’. El puto acaba boca abajo en la piscina y Norma hace su último paseíllo triunfal… rumbo al psiquiátrico.
Pervertidas, amargadas, disfuncionales. Solo mujeres así pagan por sexo o por compañía. Probablemente por esto último. Si hay algo a lo que el ‘mainstream’ no quiere ni puede renunciar es al cliché y si hay un cliché grabado a fuego en lo tocante a mujeres y sexo es que ellas siempre prefirieren el romance al polvazo. Eso es lo que buscaba Lauren Hutton en aquel ‘American Gigoló’ con la estampa de Richard Gere; no quería un empotrador profesional, quería cariño. Y no es un puto lo que Nathalie Baye encuentra entre el ‘pecholobo’ de Sergi López durante ‘Una relación pornográfica’, pero persiguiendo la carne encuentra el romance. Las películas que van de ESO también suelen ir de esto.
¿No puede haber sexo y si te he visto no me acuerdo? Por supuesto. Es lo que obtiene una señora austriaca, gorda y divorciada, que para más inri representa, dentro de la trilogía ‘Paraíso’, algunas de las miserias de Occidente. Ulrich Seidl pudo haber elegido a un belga de viaje de negocios por Tailandia pero optó por la señora austriaca, la que somete a un chapero keniata a humillantes maratones sexuales compartidas con un par de amigas. En el cine, no conviene olvidarlo, los negros parecen más dispuestos a bajar al pilón de las maduras que los delicados blanquitos. Se ofrecen incluso a un trío en la playa de ‘La noche de la iguana’ con una Ava Gardner de cuarenta años o a alegrarle la vida a Charlotte Rampling cuando pone rumbo ‘Hacia el sur’. Todas ellas, la señora austriaca, Ava, Charlotte, andan perdidas en la vida, como vacas sin cencerro, y es por eso y solo por eso que se compran a un mulato. Prejuicio más racismo. Viva el cine.
Y en otra película cualquiera…
Ella es abogada, arquitecta, policía. Es la protagonista. Ronda los cincuenta años y en su casa le esperan Michael Fassbender o el Brad Pitt del que Thelma/Geena Davis recelaba por ser la friolera de seis años más joven que ella. Otra película cualquiera. Próximo estreno… en la dimensión desconocida.
En esta dimensión que habitamos, lo que más se acerca a la normalización de las relaciones entre mujeres de vuelta y hombres en edad de merecer es ‘The Mother’. Anne Reid, que rebasa los sesenta, que no es demasiado guapa, ni es rica, ni posee un magnetismo fuera de lo común, llama la atención del futuro 007 Daniel Craig. Y bien que lo gozan. Ambos. Aun así, cabeza adentro de Anne, existe un sentimiento de culpa, una duda razonable; la culpa y la duda que le han tatuado en el hipotálamo los convencionalismos sociales. ‘The Mother’ trata de normalizar, sí, pero no se olvida de la realidad, de lo interiorizado por ellas, por los siglos de los siglos. No se puede malgastar la virilidad desbordante de los veinte, de los treinta, de los cuarenta años satisfaciendo a cuerpos femeninos que ya han cedido a la gravedad.
Esto es lo que el cine te cuenta, porque esto es lo que la sociedad le pide al cine que cuente: que las leyes de la física no se pueden contravenir si no media un pastillón de Viagra. Y no nos engañemos: el cine es la oferta, no la demanda, y, salvo en Telecinco, ninguna oferta determina la demanda. No hay que matar al mensajero.
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