La relectura de las obras de arte desde el presente las mantiene vivas.
Estrella de Diego | El País, 2017-06-15
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/14/actualidad/1497462078_549273.html
Escribía Borges en su siempre citado Pierre Menard cómo el Quijote, incluso copiado palabra por palabra, tendría diferentes significados a principios del XVII o mediados del XIX. De hecho, el luminoso texto, usado por la crítica posmoderna para reforzar el concepto de relatividad, habla de lo inestable en las significaciones. O más aún: de lo inevitable y deseable de esa inestabilidad. Las cosas son lo que fueron, lo que son y lo que serán, pues cada palabra y cada rincón de la cultura visual está siendo revisitado a cada paso y sin remedio. Lejos de ser un inconveniente —como a veces parecen pensar los más conservadores—, la relectura desde los ojos del presente es la que permite que las obras sigan inevitablemente vivas y, más aún, que sigamos vivos los lectores y los espectadores.
Porque quizás es cierto que de cada obra hay al menos dos lecturas que, lejos de contradecirse, se complementan: una corresponde al tiempo de la obra misma y las mentalidades de su época; y la otra se relaciona con los intereses posteriores, con una mirada que “relee” a partir de esas nuevas opciones que se van incorporando al relato. Por eso las colecciones clásicas son una historia abierta que cambia incesante los significados interpretados desde los sucesivos pasados y presentes.
Los diferentes relatos acumulados y cancelados —incluso se diría que sobre todo en los museos clásicos— se convierten en un lugar de conformación de significados donde lo que se daba por hecho debe ser revisado. Las obras tienen una vida extendida que se define y redefine con el paso de los años; que se releva a través de las capas conformadas por las sucesivas miradas. Si los modos de mirar cambian, ¿cómo no van a cambiar los modos de ver? Sea como fuere, descubrir esas capas, llegar hasta el fondo de las nuevas lecturas, exige estar dispuestos a no tener miedo. Perder pie. Dejar que las obras que creíamos conocer lleven a cabo su particular ‘outing’, dejando a un lado los disimulos. Sólo entonces empezaremos a comprender la carga de profundidad de la pintura clásica, siempre en tránsito como el Quijote de Menard.
Porque quizás es cierto que de cada obra hay al menos dos lecturas que, lejos de contradecirse, se complementan: una corresponde al tiempo de la obra misma y las mentalidades de su época; y la otra se relaciona con los intereses posteriores, con una mirada que “relee” a partir de esas nuevas opciones que se van incorporando al relato. Por eso las colecciones clásicas son una historia abierta que cambia incesante los significados interpretados desde los sucesivos pasados y presentes.
Los diferentes relatos acumulados y cancelados —incluso se diría que sobre todo en los museos clásicos— se convierten en un lugar de conformación de significados donde lo que se daba por hecho debe ser revisado. Las obras tienen una vida extendida que se define y redefine con el paso de los años; que se releva a través de las capas conformadas por las sucesivas miradas. Si los modos de mirar cambian, ¿cómo no van a cambiar los modos de ver? Sea como fuere, descubrir esas capas, llegar hasta el fondo de las nuevas lecturas, exige estar dispuestos a no tener miedo. Perder pie. Dejar que las obras que creíamos conocer lleven a cabo su particular ‘outing’, dejando a un lado los disimulos. Sólo entonces empezaremos a comprender la carga de profundidad de la pintura clásica, siempre en tránsito como el Quijote de Menard.
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