Imagen: El Diario / Estatua de James Marion Sims en Central Park, Nueva York |
Aunque rectificó parcialmente el escrito, el artículo sigue afirmando que con la eliminación de sus estatuas se "corre el riesgo de blanquear la historia". El editorial destaca a dos relevantes científicos norteamericanos cuyos avances se sustentaron en experimentos realizados sobre población negra. La revista ha recibido multitud de cartas de protesta que la acusan de defender la conmemoración de personas cuyos actos han sido "abominables".
Teguayco Pinto | El Diario, 2017-09-21
http://www.eldiario.es/sociedad/racismo-Nature-memoria_historica-ciencia_0_686982129.html
"La versión original de este artículo era ofensiva y estaba mal redactada. No transmitió con precisión nuestro mensaje y sugería que Nature defendía las estatuas de científicos que han cometido graves injusticias contra minorías y otras personas". Esta es la frase que figura ahora al principio de un controvertido editorial que la revista Nature publicó la semana pasada y en el que se mostraba una posición ambigua respecto algunas figuras científicas que consiguieron importantes avances gracias a la experimentación con personas negras.
El debate sobre qué hacer con las estatuas erigidas en honor de personajes abiertamente racistas se ha recrudecido en los últimos meses en EE UU, especialmente debido a los sucesos que tuvieron lugar en Charlotesville por la retirada de la estatua del general confederado Robert Lee y que terminaron con el asesinato de una mujer que participaba en una marcha antirracista.
Pero las peticiones de varios grupos antirracistas no se han limitado a pedir la retirada de estatuas de militares confederados, sino que también han llegado a afectar a figuras del mundo científico y es ahí donde la revista pretendía hacer una reflexión, haciendo mención a dos personajes controvertidos: James Marion Sims, cuya estatua en Central Park de Nueva York fue pintarrajeada hace dos semanas con la palabra 'racista', y el médico Thomas Parran, máxima autoridad del Servicio de Salud Pública de EEUU entre 1936 y 1948.
La contribución de ambos médicos ha sido reconocida y alabada durante años en EE UU, a pesar de que ambos se valieron de experimentos realizados sin el consentimiento de los implicados. En el caso de Sims, se sabe que realizaba cirugías a mujeres esclavas a mediados del siglo XIX, mientras que Parran supervisó varios experimentos con sífilis sobre hombres negros en EE UU y sobre ciudadanos guatemaltecos, ambos a mediados del siglo XX.
A pesar de reconocer sus crímenes, el editorial parece justificar en cierta medida a Sims cuando asegura que "estaba lejos de ser el único médico que experimentó con esclavos en 1849", a pesar de que el movimiento abolicionista ya estaba en marcha en EE UU, y al afirmar que "sus logros salvaron las vidas de mujeres blancas y negras".
Sin llegar a afirmarlo, el editorial también se pregunta si estos personajes "deben ser juzgados por sus logros más que por las normas modernas" y cuestiona el hecho de que la Asociación Americana de Enfermedades de Transmisión Sexual decidiera en 2013 cambiar el nombre de su prestigioso premio Thomas Parran.
La revista se opone la retirada de las estatuas
Pero si hay algo que ha enfadado a muchos lectores es la posición de la revista sobre las estatuas en sí. A pesar de que en la corrección los editores aseguran que no apoyan el mantenimiento de esos monumentos, tampoco abogan por la retirada de los mismos, sino que consideran que "esos monumentos deben ir acompañados de un contexto que haga clara la injusticia y reconozca a las víctimas".
El editorial asegura que al eliminar estas estatuas o los nombres de calles o premios se "corre el riesgo de blanquear la historia", porque de algún modo se olvidarían las atrocidades que hicieron. Así que la revista propone, que "las instituciones y las ciudades […] instalen placas señalando la controversia, o un monumento de igual tamaño conmemorando a las víctimas". Una equiparación entre víctimas y verdugos que ha levantado las críticas de varios lectores de la revista.
La investigadora de la Universidad de Princeton, Sonya Legg, señala en su carta de protesta que "el propósito de las estatuas no es ofrecer una lección de historia, sino honrar a ciertos individuos" y que "algunas personas representadas en estatuas no son dignas de tal honor". Además, Legg insiste en que "eliminar las estatuas no tendrá ningún impacto en nuestra comprensión de los errores históricas de esos individuos, sino que se asegurará de que ya no son honrados".
En la misma línea se ha expresado el profesor de la Universidad de Toronto Michael M. Hoffman, quien ha asegurado que "afirmar que las estatuas son un importante registro histórico es falso", ya que "la historia se registra en archivos, museos y libros" y ha recordado que "a pesar de la escasez de estatuas que conmemoran a los nazis en Alemania, nadie ha olvidado lo que hicieron".
Hoffman afirma en su crítica que "colocar una estatua en un lugar público es una decisión política" y acusa a Nature de haber "hecho su propia declaración política defendiendo la conmemoración continua de personas cuyos actos no han sido meramente 'cuestionables', como afirma el editorial, sino indiscutiblemente abominables".
Los crímenes de Parran y Sims
J. Marion Sims fue un reconocido cirujano del siglo XIX, a menudo mencionado como el padre de la ginecología moderna. Sin embargo, gran parte de los avances conseguidos por este médico se basaron en experimentos realizados con mujeres afroamericanas que fueron esclavizadas en EEUU. Sims realizaba operaciones quirúrgicas a estas mujeres, hasta 13 en una sola de ellas, tras pedir permiso a sus propietarios. Todas las intervenciones se realizaron sin anestesia, a pesar de que en esa época ya estaba disponible. Al pie de la estatua erigida en su honor en el Central Park de Nueva York se puede leer: "en reconocimiento de sus servicios en la causa de la ciencia y la humanidad".
El otro caso mencionado por la revista es el de Thomas Parran, máxima autoridad del Servicio de Salud Pública de EEUU entre 1936 y 1948. Parran fue el encargado de supervisar dos controvertidos estudios en los que se utilizó a individuos sin su consentimiento. En el primero, que se desarrolló entre 1932 y 1972 y que fue denominado experimento Tuskegee, las autoridades norteamericanas reclutaron a casi 400 hombres afroamericanos que tenían sífilis, sin informarles de su estado, ni tratarles la infección, con el objetivo de estudiar cómo progresaba la enfermedad y si podía llegar a producir la muerte. En un segundo experimento, realizado en Guatemala entre 1946 y 1948, los investigadores directamente inocularon sífilis y otras enfermedades venéreas, como gonorrea, a ciudadanos guatemaltecos, para posteriormente comprobar la efectividad de nuevos fármacos antibióticos como la penicilina.
El debate sobre qué hacer con las estatuas erigidas en honor de personajes abiertamente racistas se ha recrudecido en los últimos meses en EE UU, especialmente debido a los sucesos que tuvieron lugar en Charlotesville por la retirada de la estatua del general confederado Robert Lee y que terminaron con el asesinato de una mujer que participaba en una marcha antirracista.
Pero las peticiones de varios grupos antirracistas no se han limitado a pedir la retirada de estatuas de militares confederados, sino que también han llegado a afectar a figuras del mundo científico y es ahí donde la revista pretendía hacer una reflexión, haciendo mención a dos personajes controvertidos: James Marion Sims, cuya estatua en Central Park de Nueva York fue pintarrajeada hace dos semanas con la palabra 'racista', y el médico Thomas Parran, máxima autoridad del Servicio de Salud Pública de EEUU entre 1936 y 1948.
La contribución de ambos médicos ha sido reconocida y alabada durante años en EE UU, a pesar de que ambos se valieron de experimentos realizados sin el consentimiento de los implicados. En el caso de Sims, se sabe que realizaba cirugías a mujeres esclavas a mediados del siglo XIX, mientras que Parran supervisó varios experimentos con sífilis sobre hombres negros en EE UU y sobre ciudadanos guatemaltecos, ambos a mediados del siglo XX.
A pesar de reconocer sus crímenes, el editorial parece justificar en cierta medida a Sims cuando asegura que "estaba lejos de ser el único médico que experimentó con esclavos en 1849", a pesar de que el movimiento abolicionista ya estaba en marcha en EE UU, y al afirmar que "sus logros salvaron las vidas de mujeres blancas y negras".
Sin llegar a afirmarlo, el editorial también se pregunta si estos personajes "deben ser juzgados por sus logros más que por las normas modernas" y cuestiona el hecho de que la Asociación Americana de Enfermedades de Transmisión Sexual decidiera en 2013 cambiar el nombre de su prestigioso premio Thomas Parran.
La revista se opone la retirada de las estatuas
Pero si hay algo que ha enfadado a muchos lectores es la posición de la revista sobre las estatuas en sí. A pesar de que en la corrección los editores aseguran que no apoyan el mantenimiento de esos monumentos, tampoco abogan por la retirada de los mismos, sino que consideran que "esos monumentos deben ir acompañados de un contexto que haga clara la injusticia y reconozca a las víctimas".
El editorial asegura que al eliminar estas estatuas o los nombres de calles o premios se "corre el riesgo de blanquear la historia", porque de algún modo se olvidarían las atrocidades que hicieron. Así que la revista propone, que "las instituciones y las ciudades […] instalen placas señalando la controversia, o un monumento de igual tamaño conmemorando a las víctimas". Una equiparación entre víctimas y verdugos que ha levantado las críticas de varios lectores de la revista.
La investigadora de la Universidad de Princeton, Sonya Legg, señala en su carta de protesta que "el propósito de las estatuas no es ofrecer una lección de historia, sino honrar a ciertos individuos" y que "algunas personas representadas en estatuas no son dignas de tal honor". Además, Legg insiste en que "eliminar las estatuas no tendrá ningún impacto en nuestra comprensión de los errores históricas de esos individuos, sino que se asegurará de que ya no son honrados".
En la misma línea se ha expresado el profesor de la Universidad de Toronto Michael M. Hoffman, quien ha asegurado que "afirmar que las estatuas son un importante registro histórico es falso", ya que "la historia se registra en archivos, museos y libros" y ha recordado que "a pesar de la escasez de estatuas que conmemoran a los nazis en Alemania, nadie ha olvidado lo que hicieron".
Hoffman afirma en su crítica que "colocar una estatua en un lugar público es una decisión política" y acusa a Nature de haber "hecho su propia declaración política defendiendo la conmemoración continua de personas cuyos actos no han sido meramente 'cuestionables', como afirma el editorial, sino indiscutiblemente abominables".
Los crímenes de Parran y Sims
J. Marion Sims fue un reconocido cirujano del siglo XIX, a menudo mencionado como el padre de la ginecología moderna. Sin embargo, gran parte de los avances conseguidos por este médico se basaron en experimentos realizados con mujeres afroamericanas que fueron esclavizadas en EEUU. Sims realizaba operaciones quirúrgicas a estas mujeres, hasta 13 en una sola de ellas, tras pedir permiso a sus propietarios. Todas las intervenciones se realizaron sin anestesia, a pesar de que en esa época ya estaba disponible. Al pie de la estatua erigida en su honor en el Central Park de Nueva York se puede leer: "en reconocimiento de sus servicios en la causa de la ciencia y la humanidad".
El otro caso mencionado por la revista es el de Thomas Parran, máxima autoridad del Servicio de Salud Pública de EEUU entre 1936 y 1948. Parran fue el encargado de supervisar dos controvertidos estudios en los que se utilizó a individuos sin su consentimiento. En el primero, que se desarrolló entre 1932 y 1972 y que fue denominado experimento Tuskegee, las autoridades norteamericanas reclutaron a casi 400 hombres afroamericanos que tenían sífilis, sin informarles de su estado, ni tratarles la infección, con el objetivo de estudiar cómo progresaba la enfermedad y si podía llegar a producir la muerte. En un segundo experimento, realizado en Guatemala entre 1946 y 1948, los investigadores directamente inocularon sífilis y otras enfermedades venéreas, como gonorrea, a ciudadanos guatemaltecos, para posteriormente comprobar la efectividad de nuevos fármacos antibióticos como la penicilina.
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