Salamanca : Alejandro Sánchez-Garrido, 2017 [09].
208 p.
ISBN 9788469756577 / 18,00 €
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/ Arquitectura / Ciudades / Franquismo / Historia – Siglo XX / Marginalidad / Población migrante / Sociología / Urbanismo
En la primera mitad de la década de 1950 se producen en España dos acontecimientos de resonancia asimétrica en la historia. El primero de ellos, la firma de los acuerdos bilaterales con los Estados Unidos, los Pactos de Madrid de 1953, que en pleno auge de la guerra fría condicionarán el desarrollo posterior de la política española, durante y tras la dictadura, al menos hasta el definitivo ingreso en la OTAN en 1986. El segundo emerge a la sombra del primero como una anécdota que, en apariencia, carece de significado histórico. Por todo el Estado se están inaugurando proyectos de urbanización marginal, viviendas sociales que apenas serán capaces de contener la llegada a las ciudades de los que abandonan el campo o los que, sencillamente, se apiñan en casas insalubres. Recibirán el nombre del dictador (Barriada de Francisco Franco, Grupo Generalísimo Franco) o el de una virgen (La del Perpetuo Socorro, La Inmaculada), pero no tardarán en ser reconocidos por otro nombre, el de la guerra contra el comunismo que libra, en el confín del mundo, el amigo americano: «Corea».
Diseminados por el territorio (Huesca, La Coruña, León, Toledo, Palencia o Palma de Mallorca), los barrios de «Corea» conformarán un archipiélago de sospecha y miedo. En su función institucionalizada demarcarán el umbral entre la pertenencia socialmente aceptable y su afuera. Ser «coreanos» significará existir en el límite social. Sujetos en el insulto, sujetos por la violencia nominativa que se inscribe en los cuerpos y los pone en su lugar. En un vaivén perverso entre la inclusión y la exclusión: lo mismo víctimas de la miseria y la ignorancia, que amenaza para el imperio del orden moral dominante. El nombre de «Corea» va ha inaugurar un infrasujeto cuya abyección y estigma han perdurado en el tiempo, atravesando la historia reciente del país.
Diseminados por el territorio (Huesca, La Coruña, León, Toledo, Palencia o Palma de Mallorca), los barrios de «Corea» conformarán un archipiélago de sospecha y miedo. En su función institucionalizada demarcarán el umbral entre la pertenencia socialmente aceptable y su afuera. Ser «coreanos» significará existir en el límite social. Sujetos en el insulto, sujetos por la violencia nominativa que se inscribe en los cuerpos y los pone en su lugar. En un vaivén perverso entre la inclusión y la exclusión: lo mismo víctimas de la miseria y la ignorancia, que amenaza para el imperio del orden moral dominante. El nombre de «Corea» va ha inaugurar un infrasujeto cuya abyección y estigma han perdurado en el tiempo, atravesando la historia reciente del país.
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