Imagen: Divinity / César Brizuela |
César Brizuela | Divinity, 2017-10-09
http://www.divinity.es/lgtbi/el-dia-que-un-taxista-me-llamo-nena-como-lince-iberico_0_2448600277.html
Imagina. Es uno de esos sábados de veroño, te apetece aprovechar el buen tiempo y quedas con un amigo para tomar unas cañas. Es de los que no callan, así que si necesitas desconectar en algún momento puedes hacerlo con tranquilidad porque tiene carrete para suplir tu ausencia hasta que reconectes. Estamos en manga corta y con gafas de sol, está siendo una tarde agradable y decidimos alargar el plan para ir al Black&White a ver el show de un amigo 'drag queen'. Hasta ahí todo más o menos normal: pero no. En este punto comienza una aventura llena de nenas, taxistas, policías y denuncias.
Para los que no conozcáis el Black&White, os diré que estamos hablando de uno de los primeros bares de transformismo de Madrid, muy cerca de la Plaza de Chueca. Fui varias veces en mis primeras semanas en Madrid, allá en los 2000, y era lo más parecido a un antro: drags, chaperos, chicos con cadenas de oro y Gurruchaga sentado en uno de los sillones. "¿Al Black&White?", digo. Pero mi amigo me explica que aquello estaba irreconocible, un lavado por dentro y por fuera, una fantasía real. "Pues allá que vamos".
Para hacer tiempo decidimos subir a mi casa. Ponemos 'Sábado Deluxe' y nos encontramos con el polígrafo de Alejandro Albalá. Escribo un whatsApp a Jorge Javier Vázquez: "Dile que esta noche vamos a salir y nos olvidamos todos de Chabelita". En ese momento, Conchita está a punto de sentenciar si ha tenido o no alguna experiencia homosexual. Jorge Javier le dice en directo: "Mi amigo César nos está viendo y está muy pendiente de esta respuesta". Nos partimos de risa. Conchita dice no y yo respondo con este sutil enunciado: "Ese polígrafo es una mierda". Pasan dos segundos, Jorge Javier lee el mensaje, pronuncia mi misma frase y Albalá me manda un saludo. A partir de ese momento, le amo mucho durante dos o tres días. Estamos todos de buen humor. La noche promete.
Justo antes de coger un taxi, saco 50€ en el cajero (quédate con esta cifra, cin-cuen-ta). Mi amigo para el primer taxi que pasa: "A Gran Vía con Hortaleza", dice. El viaje transcurre normal: mi amigo con su móvil, yo con el mío, comentamos algo de vez en cuando. Si tú ya te has dado cuenta a estas alturas de que soy gay, el taxista parece que también. La calle está cortada, para antes de llegar. "No pasa nada, aquí nos va bien", digo. La carrera son 6.70 euros. Saco el ya famoso billete y en ese momento, sin transición, el señor se convierte en un ser enfurecido y fuera de sí: "¿Me vas a pagar con uno de 50? ¡No, no, no!", comienza a decir.
"¿No puedo?", pregunto con calma. Y él sigue a lo suyo: "¿Cómo que dónde lo pone? ¡No me puedes pagar con 50 euros! ¡No puedes!". Todo esto en un tono enajenado, muy loco. Mi amigo reacciona y saca un billete de 20 que el taxista atrapa al vuelo. A mí las formas ya me estaban tocando un poco la peineta, lo reconozco. Me devuelve el billete de cincuenta mientras busca el cambio y sigue con su momento fuera de sí: "Bajaos de aquí, nenas. Venga, ya está, locas, necias".
¿Mi cara? Un poema de García Lorca. Durante unos segundos me bajo del mundo. Esas tres palabras, 'nenas, locas, necias', me pillan tan de sorpresa que no sé si voy o vengo. Sobre todo la última, por original. En mi cabeza se repite en bucle: necias, necias, necias.
He buscado más tarde la definición de la RAE: "ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber". Y mira, en esto el hombre llevaba razón: no sabía entonces, aunque ahora ya sí, que, según el Reglamento del Taxi, efectivamente no están obligados a coger billetes superiores a 20 euros. Si hubiera acertado con el género, el señor taxista nos hubiera dado una lección del uso de un rico vocabulario, pero no. Eso no fue lo que pasó, porque básicamente solo intentó ofender.
Vuelvo en mí: "Deme los 20 euros", digo, "deme ahora mismo los 20 euros". El taxista sigue con sus tres insultos, conjugándolos en distintas frases, cada vez más alto. Mi amigo le enfoca con el móvil y yo pienso en lo listo que es al caer en grabar en vídeo semejante actuación estelar. Cuando ya cree que tiene material suficiente, llama a RadioTaxi para comprobar si el taxista está en lo cierto.
Pasa por casualidad un coche de la Policía Local. Lo paramos. El señor taxista y la nena, es decir, yo mismo, nos bajamos del coche. Un agente con él, el otro conmigo. Les contamos lo que está sucediendo. El taxista todavía está bastante acalorado. El policía le pide que baje el tono, me trate con respeto y vaya a por la documentación del coche. Nenas 1 – taxista 0.
Cuál es mi sorpresa que cuando el taxista está dentro del coche buscando la documentación, veo que mi amigo saca la cabeza por la ventana: "¡Que sigue, que sigue insultándonos!". El otro policía le pilla. Nenas 2 – taxista 0.
El policía, muy sensato, pregunta también a mi amigo que por qué se queda dentro del coche. Nota: después de esto queda comprobado que mi amigo no reacciona bien a las agresiones homófobas. Cuando yo estaba orgulloso de que hubiera hecho un vídeo del momento y se lo había comunicado ya al señor agente, comprobamos que el pulso solo le había dado para hacer un par de fotos desenfocadas. Cuando todos pensábamos que había llamado a RadioTaxi, descubrimos que mi amigo había marcado el 112. Que estuviéramos todos fuera y él siguiera dentro, en fin, sigue esta lógica.
El atestado termina con una hoja de reclamaciones por insultos. Antes de despedirnos, la policía nos dice que podríamos estar ante un delito de odio y que en Madrid existe la Unidad de Gestión de la Diversidad que vela por los derechos de las minorías, en este caso, el colectivo LGTBI. Nos comentan también que ellos pasarán diligencias a esta unidad, pero que es nuestra la decisión final de denunciar o no. Nenas 3 – taxista 0.
No tenía ni idea y me parece una fantasía. El colectivo protegido con su propia unidad de policía, ¡yass! Mi amigo y yo abandonamos el lugar de los hechos y vamos al Black&White convencidos de que denunciaríamos a este señor, pero no esperábamos que la cosa siguiese del modo en el que se desarrolló.
A la mañana siguiente me despierto temprano. Llaman al timbre. Sorpresa. "¿Vive aquí César? Somos policías, ¿nos abres?", dicen. Son de la Unidad de la gestión de la diversidad que había creado Santa Manuela Carmena. "Aunque no os haya afectado, no podéis normalizar estas situaciones. Que te insulten por ser gay no es normal y estáis protegidos por la ley. Es decisión vuestra, pero que sepáis que podéis denunciar". Son muy amables, traen un folleto y todo. Me dejan un número de whatsApp por si necesito consultar cualquier cosa. Es la primera vez que tengo a la policía en casa y ni tan mal… pero oye, me tiembla el cuerpo todo en ese rato.
Sinceramente, a esas alturas de la película ya se me habían pasado las ínfulas de revolucionario que tenía la noche anterior. No me apetece pasar el domingo en una comisaría, pero pienso en toda esa gente que lo ha pasado mal de verdad y decido hacerlo. Pido a una amiga que me acompañe y allí nos plantamos. Un palacete en pleno barrio de Las Letras, con una puerta enorme de madera. Nada que ver con una comisaría al uso. Nos recibe un señor muy simpático, se sienta con nosotros en un sofá para que le expliquemos los hechos. Tenemos su apoyo, #Stophomofobia. Nenas 4 – taxista 0.
Después llega una pareja de policías de paisano: son los que redactarán la denuncia. "Desgraciadamente, es bastante habitual esto que te ha pasado. A esta unidad lo que más nos llega son gente del colectivo LGTBI. Hace poco vinieron unas chicas a las que habían llamado la atención en un bar por besarse. Venían completamente humilladas. Sobre todo son denuncias por insultos; agresiones físicas hay menos, por suerte".
Tardamos dos horas de reloj en redactarla con pelos y señales. "Luego llamaremos a tu amigo para que declare, también pediremos a los compañeros que os atendieron que testifiquen y, por último, llamaremos al taxista. Cuando lo tengamos todo, enviaremos la denuncia a la Comunidad de Madrid y serán ellos los que decidan la sanción administrativa, que va desde los 200€ a los 1.500€".
Llegados a este punto, el porqué de contaros esto. Podría resumirse así: ¿Me sentí ofendido? Sí. ¿Me afectó? Del mismo modo que si me hubiera llamado gilipollas porque sí. Lo que no quiere decir que el taxista tenga derecho a hacerlo y que no haya otras personas a las que este tipo de situaciones puedan afectarles más. Y una vez dicho todo esto, estoy orgulloso de haber denunciado, contento de haber invertido unas horas para que esta gente que piensa que el homosexual es una 'raza' inferior se lo piense un par de veces antes de decirlo en voz alta y más orgulloso aún de vivir en una ciudad donde las agresiones homófobas se persiguen. A estas alturas, ha declarado mi amigo y los policías han corroborado nuestra versión. Desconozco si el señor con problemas con los gais ha dado ya su versión, en cualquier caso, no hay marcha atrás. Nenas 5 – taxista 0. Love wins.
Para los que no conozcáis el Black&White, os diré que estamos hablando de uno de los primeros bares de transformismo de Madrid, muy cerca de la Plaza de Chueca. Fui varias veces en mis primeras semanas en Madrid, allá en los 2000, y era lo más parecido a un antro: drags, chaperos, chicos con cadenas de oro y Gurruchaga sentado en uno de los sillones. "¿Al Black&White?", digo. Pero mi amigo me explica que aquello estaba irreconocible, un lavado por dentro y por fuera, una fantasía real. "Pues allá que vamos".
Para hacer tiempo decidimos subir a mi casa. Ponemos 'Sábado Deluxe' y nos encontramos con el polígrafo de Alejandro Albalá. Escribo un whatsApp a Jorge Javier Vázquez: "Dile que esta noche vamos a salir y nos olvidamos todos de Chabelita". En ese momento, Conchita está a punto de sentenciar si ha tenido o no alguna experiencia homosexual. Jorge Javier le dice en directo: "Mi amigo César nos está viendo y está muy pendiente de esta respuesta". Nos partimos de risa. Conchita dice no y yo respondo con este sutil enunciado: "Ese polígrafo es una mierda". Pasan dos segundos, Jorge Javier lee el mensaje, pronuncia mi misma frase y Albalá me manda un saludo. A partir de ese momento, le amo mucho durante dos o tres días. Estamos todos de buen humor. La noche promete.
Justo antes de coger un taxi, saco 50€ en el cajero (quédate con esta cifra, cin-cuen-ta). Mi amigo para el primer taxi que pasa: "A Gran Vía con Hortaleza", dice. El viaje transcurre normal: mi amigo con su móvil, yo con el mío, comentamos algo de vez en cuando. Si tú ya te has dado cuenta a estas alturas de que soy gay, el taxista parece que también. La calle está cortada, para antes de llegar. "No pasa nada, aquí nos va bien", digo. La carrera son 6.70 euros. Saco el ya famoso billete y en ese momento, sin transición, el señor se convierte en un ser enfurecido y fuera de sí: "¿Me vas a pagar con uno de 50? ¡No, no, no!", comienza a decir.
"¿No puedo?", pregunto con calma. Y él sigue a lo suyo: "¿Cómo que dónde lo pone? ¡No me puedes pagar con 50 euros! ¡No puedes!". Todo esto en un tono enajenado, muy loco. Mi amigo reacciona y saca un billete de 20 que el taxista atrapa al vuelo. A mí las formas ya me estaban tocando un poco la peineta, lo reconozco. Me devuelve el billete de cincuenta mientras busca el cambio y sigue con su momento fuera de sí: "Bajaos de aquí, nenas. Venga, ya está, locas, necias".
¿Mi cara? Un poema de García Lorca. Durante unos segundos me bajo del mundo. Esas tres palabras, 'nenas, locas, necias', me pillan tan de sorpresa que no sé si voy o vengo. Sobre todo la última, por original. En mi cabeza se repite en bucle: necias, necias, necias.
He buscado más tarde la definición de la RAE: "ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber". Y mira, en esto el hombre llevaba razón: no sabía entonces, aunque ahora ya sí, que, según el Reglamento del Taxi, efectivamente no están obligados a coger billetes superiores a 20 euros. Si hubiera acertado con el género, el señor taxista nos hubiera dado una lección del uso de un rico vocabulario, pero no. Eso no fue lo que pasó, porque básicamente solo intentó ofender.
Vuelvo en mí: "Deme los 20 euros", digo, "deme ahora mismo los 20 euros". El taxista sigue con sus tres insultos, conjugándolos en distintas frases, cada vez más alto. Mi amigo le enfoca con el móvil y yo pienso en lo listo que es al caer en grabar en vídeo semejante actuación estelar. Cuando ya cree que tiene material suficiente, llama a RadioTaxi para comprobar si el taxista está en lo cierto.
Pasa por casualidad un coche de la Policía Local. Lo paramos. El señor taxista y la nena, es decir, yo mismo, nos bajamos del coche. Un agente con él, el otro conmigo. Les contamos lo que está sucediendo. El taxista todavía está bastante acalorado. El policía le pide que baje el tono, me trate con respeto y vaya a por la documentación del coche. Nenas 1 – taxista 0.
Cuál es mi sorpresa que cuando el taxista está dentro del coche buscando la documentación, veo que mi amigo saca la cabeza por la ventana: "¡Que sigue, que sigue insultándonos!". El otro policía le pilla. Nenas 2 – taxista 0.
El policía, muy sensato, pregunta también a mi amigo que por qué se queda dentro del coche. Nota: después de esto queda comprobado que mi amigo no reacciona bien a las agresiones homófobas. Cuando yo estaba orgulloso de que hubiera hecho un vídeo del momento y se lo había comunicado ya al señor agente, comprobamos que el pulso solo le había dado para hacer un par de fotos desenfocadas. Cuando todos pensábamos que había llamado a RadioTaxi, descubrimos que mi amigo había marcado el 112. Que estuviéramos todos fuera y él siguiera dentro, en fin, sigue esta lógica.
El atestado termina con una hoja de reclamaciones por insultos. Antes de despedirnos, la policía nos dice que podríamos estar ante un delito de odio y que en Madrid existe la Unidad de Gestión de la Diversidad que vela por los derechos de las minorías, en este caso, el colectivo LGTBI. Nos comentan también que ellos pasarán diligencias a esta unidad, pero que es nuestra la decisión final de denunciar o no. Nenas 3 – taxista 0.
No tenía ni idea y me parece una fantasía. El colectivo protegido con su propia unidad de policía, ¡yass! Mi amigo y yo abandonamos el lugar de los hechos y vamos al Black&White convencidos de que denunciaríamos a este señor, pero no esperábamos que la cosa siguiese del modo en el que se desarrolló.
A la mañana siguiente me despierto temprano. Llaman al timbre. Sorpresa. "¿Vive aquí César? Somos policías, ¿nos abres?", dicen. Son de la Unidad de la gestión de la diversidad que había creado Santa Manuela Carmena. "Aunque no os haya afectado, no podéis normalizar estas situaciones. Que te insulten por ser gay no es normal y estáis protegidos por la ley. Es decisión vuestra, pero que sepáis que podéis denunciar". Son muy amables, traen un folleto y todo. Me dejan un número de whatsApp por si necesito consultar cualquier cosa. Es la primera vez que tengo a la policía en casa y ni tan mal… pero oye, me tiembla el cuerpo todo en ese rato.
Sinceramente, a esas alturas de la película ya se me habían pasado las ínfulas de revolucionario que tenía la noche anterior. No me apetece pasar el domingo en una comisaría, pero pienso en toda esa gente que lo ha pasado mal de verdad y decido hacerlo. Pido a una amiga que me acompañe y allí nos plantamos. Un palacete en pleno barrio de Las Letras, con una puerta enorme de madera. Nada que ver con una comisaría al uso. Nos recibe un señor muy simpático, se sienta con nosotros en un sofá para que le expliquemos los hechos. Tenemos su apoyo, #Stophomofobia. Nenas 4 – taxista 0.
Después llega una pareja de policías de paisano: son los que redactarán la denuncia. "Desgraciadamente, es bastante habitual esto que te ha pasado. A esta unidad lo que más nos llega son gente del colectivo LGTBI. Hace poco vinieron unas chicas a las que habían llamado la atención en un bar por besarse. Venían completamente humilladas. Sobre todo son denuncias por insultos; agresiones físicas hay menos, por suerte".
Tardamos dos horas de reloj en redactarla con pelos y señales. "Luego llamaremos a tu amigo para que declare, también pediremos a los compañeros que os atendieron que testifiquen y, por último, llamaremos al taxista. Cuando lo tengamos todo, enviaremos la denuncia a la Comunidad de Madrid y serán ellos los que decidan la sanción administrativa, que va desde los 200€ a los 1.500€".
Llegados a este punto, el porqué de contaros esto. Podría resumirse así: ¿Me sentí ofendido? Sí. ¿Me afectó? Del mismo modo que si me hubiera llamado gilipollas porque sí. Lo que no quiere decir que el taxista tenga derecho a hacerlo y que no haya otras personas a las que este tipo de situaciones puedan afectarles más. Y una vez dicho todo esto, estoy orgulloso de haber denunciado, contento de haber invertido unas horas para que esta gente que piensa que el homosexual es una 'raza' inferior se lo piense un par de veces antes de decirlo en voz alta y más orgulloso aún de vivir en una ciudad donde las agresiones homófobas se persiguen. A estas alturas, ha declarado mi amigo y los policías han corroborado nuestra versión. Desconozco si el señor con problemas con los gais ha dado ya su versión, en cualquier caso, no hay marcha atrás. Nenas 5 – taxista 0. Love wins.
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