Imagen: El Salto / Violencia de los Mossos contra Juan Andrés Benítez |
Se cumplen cuatro años del homicidio de Juan Andrés Benítez a manos de los Mossos d'Esquadra.
Marc Almodóvar | El Salto, 2017-10-05
https://www.elsaltodiario.com/cataluna/juan-andres-benitez-aniversario-homicidio-mossos
Qué jodido el destino.
Mientras no paro de recibir whatsapps de familiares loando a los Mossos, tirando florecillas a la policía catalana y viendo en manifestaciones cómo se les llenan los coches de claveles y se les aplaude con energía, llega el 6 de octubre.
Y a uno no se le borra de la retina.
Madrugada del 6 de octubre de 2013.
Calle Aurora. Barrio del Raval. Barcelona.
Ocho policías de los Mossos d'Esquadra placan a un vecino. Lo reducen violentamente. Durante 12 minutos lo golpean, le pegan porrazos y lo apalean con los pies. Lo que viene siendo una paliza, vaya. Parada cardíaca. Llega la ambulancia. Lo trasladan al Clínic. 3 de la madrugada. Demasiado tarde. El hombre muere.
Hoy hace exactamente cuatro años de la muerte de Juan Andrés Benítez a manos de los Mossos d'Escuadra.
Los vídeos de la brutal paliza se viralizaron en poco tiempo.
Las calles reclamaron justicia.
En mayo de 2016, seis de los agentes serían condenados por esos hechos tras un pacto entre la Fiscalía, la acusación particular y la Asociación Catalana para la Defensa de los Derechos Humanos, representante de la acusación popular. Una sentencia histórica pero que supo a poco para mucha gente. Los agentes aceptaron los cargos, se les condenaba a dos años de cárcel, destierro del Raval y suspensión de empleo y sueldo y a siete de prohibición de ejercer de policía de calle. Pero se libraban de la cárcel.
El abogado de la defensa, el ex-Fuerza Nueva Fuster-Fabra, alegaba entre sonrisas que “los agentes no se reconocen culpables pero se han visto obligados a ello para forzar el acuerdo”. Dos policías más aceptaron haber obstruido el trabajo de la Justicia al haber borrado con agua la mancha de sangre que el cuerpo de Benítez dejó sobre el asfalto de la calle Aurora y al haber coaccionado a una vecina para que borrara el vídeo en el que había grabado lo sucedido. Interior, es decir, todos, asumía los 150.000 euros de indemnización a los familiares de Benítez.
Pese a confirmarse su autoría, ahora hace justamente un año sabíamos que el Govern, ya en manos de Puigdemont, también decidía archivar los expedientes disciplinarios internos y evitaba, como pedían los movimientos sociales en la calle y las CUP en el Parlament, la expulsión del cuerpo policial de los asesinos de Juan Andrés. Es decir, que la próxima primavera, en menos de nueve meses, los seis asesinos confesos de Juan Andrés Benítez volverán a formar parte del cuerpo catalán de policía.
Qué jodido el destino.
Aunque lo cierto es que si no hubiera sido esta fecha, hubiera sido otra. Desde las cargas de plaza Catalunya un 27 de mayo de 2011 a la pérdida de un ojo de Ester Quintana un 14 de noviembre de 2012. O cada una de las huelgas generales, los encapsulamientos policiales, los desalojos, los montajes y redadas sin orden judicial o las persecuciones. Pandoras, Parlament, los 11 del Raval...
Difícil encontrar fechas sin funesto recuerdo. Como el brutal desalojo de una familia del Clot el 25 de julio de 2011. O el 11 de agosto de 2015, cuando Mor Sylla murió al caer de un balcón huyendo de un operativo contra el top manta. O el 31 de julio de 2013, cuando Yassir el Younoussi perdió la vida en la comisaría de El Vendrell.
Porque la desgracia de los Mossos en el caso de Benítez fue, precisamente, la existencia de pruebas claras y, sobre todo, que Juan Andrés fuera un empresario, miembro fundador de la Asociación Catalana de Empresas para Gays y Lesbianas, con una red social fuerte. Una red que permitió empujar para exigir justicia. Decenas de juanandreses se han quedado en el limbo por, precisamente, ser unos nadies. Desde Yassir en el Vendrell a Mustapha el Marrakchi en Manresa, que en 2011 murió bajo custodia policial tras una detención por no tener papeles.
Jodido el destino.
Ahora que vivimos en esta especie de luna de miel con la policía catalana, iniciada tras los atentados del 17 de agosto y con el unánime aplauso a las ejecuciones extrajudiciales de los presuntos autores, tiene que llegar el 6 de octubre.
Y acordarnos de Juan Andrés.
Y acordarnos también de Yassir, Mustapha, Youssef, Alfons, Víctor...
“Fuera la Guardia Civil, aquí solo queremos que nos peguen los Mossos”, reza una irónica pintada en las calles de Barcelona. Y parece dolorosamente cierta.
Esto se ha vuelto muy loco. Reconozcámoslo. Gente con la camiseta del mayor Trapero, el máximo responsable de los Mossos, a quien la Fiscalía parece ahora querer entronar como héroe procesista citándolo como imputado por presunta sedición. Cadenas de mensajes citando “lo pide Trapero”, “lo piden los Mossos”, como mantra de orden. Aplausos a los uniformados. Yo esto ya lo viví en Egipto y no acabó bien, compañeros. Aquí, donde no deja de ser una guerra de relatos, no solo se combate el Estado, el régimen del 78. También se combate la hegemonía interna. Y hoy parece más necesario que nunca hacerlo. Si no, estaremos jodidos. Aplastados entre dos mastodontes.
Hay que reconocer la gran tarea que está haciendo el gabinete de comunicación de los Mossos. Hasta ahora comedidos, midiendo hasta la última coma, controlando todo el relato mediático y visual. Eso fue lo que les labró el apoyo tras los atentados. Y eso es lo que les está salvando también ahora. El procesismo llega a entronar a los Mossos sin siquiera plantearse que su cuerpo cerró 227 colegios el domingo y la Policía Nacional y la Guardia Civil juntos, 90. Sin heridos. Cierto. Lo cual solo plantea en qué actitud trabajaron unos y otros el domingo.
Porque para un funcionario como un policía, lo único que le permite reventarle la cabeza al que tiene delante es el mecanismo de anulación del otro. El creer que es un terrorista, un ilegal, un rojo separatista o un morodemierda aunque venga del Perú. Que no es persona, vaya. Solo anulando a quien se tiene delante se puede actuar creyendo que se cumple con el deber, volver a casa y jugar con los niños tranquilamente.
Los Mossos sabían que si actuaban con violencia ante una movilización heterogénea y masiva como la del domingo, luego tendrían enormes problemas para volver a salir a la calle. Los policías traídos de la península para reprimir esto, no. Las imágenes que nos llegan hoy de Pineda de Mar, con los abrazos entre mossos y policías nacionales, con los intercambios de escudos, son la viva imagen de la cordialidad entre cuerpos. No nos engañemos.
Me parece kafkiano tener que volver a hacer pedagogía con algo que para muchos es tan básico. Pero es lo que tiene un movimiento de masas. Con tanta gente que es la primera vez que se levanta del sofá. Volvemos a aquello de las revoluciones puras. En Catalunya, tristemente, sabemos que a un mosso no le tiembla el pulso cuando quiere repartir.
Que se lo cuenten a Juan Andrés. Y a Yassir. Y a Mustapha. Y a Youssef...
Jodido el destino, eh.
Bueno, de jodido nada. Démosle las gracias por no olvidar de dónde venimos.
Mientras no paro de recibir whatsapps de familiares loando a los Mossos, tirando florecillas a la policía catalana y viendo en manifestaciones cómo se les llenan los coches de claveles y se les aplaude con energía, llega el 6 de octubre.
Y a uno no se le borra de la retina.
Madrugada del 6 de octubre de 2013.
Calle Aurora. Barrio del Raval. Barcelona.
Ocho policías de los Mossos d'Esquadra placan a un vecino. Lo reducen violentamente. Durante 12 minutos lo golpean, le pegan porrazos y lo apalean con los pies. Lo que viene siendo una paliza, vaya. Parada cardíaca. Llega la ambulancia. Lo trasladan al Clínic. 3 de la madrugada. Demasiado tarde. El hombre muere.
Hoy hace exactamente cuatro años de la muerte de Juan Andrés Benítez a manos de los Mossos d'Escuadra.
Los vídeos de la brutal paliza se viralizaron en poco tiempo.
Las calles reclamaron justicia.
En mayo de 2016, seis de los agentes serían condenados por esos hechos tras un pacto entre la Fiscalía, la acusación particular y la Asociación Catalana para la Defensa de los Derechos Humanos, representante de la acusación popular. Una sentencia histórica pero que supo a poco para mucha gente. Los agentes aceptaron los cargos, se les condenaba a dos años de cárcel, destierro del Raval y suspensión de empleo y sueldo y a siete de prohibición de ejercer de policía de calle. Pero se libraban de la cárcel.
El abogado de la defensa, el ex-Fuerza Nueva Fuster-Fabra, alegaba entre sonrisas que “los agentes no se reconocen culpables pero se han visto obligados a ello para forzar el acuerdo”. Dos policías más aceptaron haber obstruido el trabajo de la Justicia al haber borrado con agua la mancha de sangre que el cuerpo de Benítez dejó sobre el asfalto de la calle Aurora y al haber coaccionado a una vecina para que borrara el vídeo en el que había grabado lo sucedido. Interior, es decir, todos, asumía los 150.000 euros de indemnización a los familiares de Benítez.
Pese a confirmarse su autoría, ahora hace justamente un año sabíamos que el Govern, ya en manos de Puigdemont, también decidía archivar los expedientes disciplinarios internos y evitaba, como pedían los movimientos sociales en la calle y las CUP en el Parlament, la expulsión del cuerpo policial de los asesinos de Juan Andrés. Es decir, que la próxima primavera, en menos de nueve meses, los seis asesinos confesos de Juan Andrés Benítez volverán a formar parte del cuerpo catalán de policía.
Qué jodido el destino.
Aunque lo cierto es que si no hubiera sido esta fecha, hubiera sido otra. Desde las cargas de plaza Catalunya un 27 de mayo de 2011 a la pérdida de un ojo de Ester Quintana un 14 de noviembre de 2012. O cada una de las huelgas generales, los encapsulamientos policiales, los desalojos, los montajes y redadas sin orden judicial o las persecuciones. Pandoras, Parlament, los 11 del Raval...
Difícil encontrar fechas sin funesto recuerdo. Como el brutal desalojo de una familia del Clot el 25 de julio de 2011. O el 11 de agosto de 2015, cuando Mor Sylla murió al caer de un balcón huyendo de un operativo contra el top manta. O el 31 de julio de 2013, cuando Yassir el Younoussi perdió la vida en la comisaría de El Vendrell.
Porque la desgracia de los Mossos en el caso de Benítez fue, precisamente, la existencia de pruebas claras y, sobre todo, que Juan Andrés fuera un empresario, miembro fundador de la Asociación Catalana de Empresas para Gays y Lesbianas, con una red social fuerte. Una red que permitió empujar para exigir justicia. Decenas de juanandreses se han quedado en el limbo por, precisamente, ser unos nadies. Desde Yassir en el Vendrell a Mustapha el Marrakchi en Manresa, que en 2011 murió bajo custodia policial tras una detención por no tener papeles.
Jodido el destino.
Ahora que vivimos en esta especie de luna de miel con la policía catalana, iniciada tras los atentados del 17 de agosto y con el unánime aplauso a las ejecuciones extrajudiciales de los presuntos autores, tiene que llegar el 6 de octubre.
Y acordarnos de Juan Andrés.
Y acordarnos también de Yassir, Mustapha, Youssef, Alfons, Víctor...
“Fuera la Guardia Civil, aquí solo queremos que nos peguen los Mossos”, reza una irónica pintada en las calles de Barcelona. Y parece dolorosamente cierta.
Esto se ha vuelto muy loco. Reconozcámoslo. Gente con la camiseta del mayor Trapero, el máximo responsable de los Mossos, a quien la Fiscalía parece ahora querer entronar como héroe procesista citándolo como imputado por presunta sedición. Cadenas de mensajes citando “lo pide Trapero”, “lo piden los Mossos”, como mantra de orden. Aplausos a los uniformados. Yo esto ya lo viví en Egipto y no acabó bien, compañeros. Aquí, donde no deja de ser una guerra de relatos, no solo se combate el Estado, el régimen del 78. También se combate la hegemonía interna. Y hoy parece más necesario que nunca hacerlo. Si no, estaremos jodidos. Aplastados entre dos mastodontes.
Hay que reconocer la gran tarea que está haciendo el gabinete de comunicación de los Mossos. Hasta ahora comedidos, midiendo hasta la última coma, controlando todo el relato mediático y visual. Eso fue lo que les labró el apoyo tras los atentados. Y eso es lo que les está salvando también ahora. El procesismo llega a entronar a los Mossos sin siquiera plantearse que su cuerpo cerró 227 colegios el domingo y la Policía Nacional y la Guardia Civil juntos, 90. Sin heridos. Cierto. Lo cual solo plantea en qué actitud trabajaron unos y otros el domingo.
Porque para un funcionario como un policía, lo único que le permite reventarle la cabeza al que tiene delante es el mecanismo de anulación del otro. El creer que es un terrorista, un ilegal, un rojo separatista o un morodemierda aunque venga del Perú. Que no es persona, vaya. Solo anulando a quien se tiene delante se puede actuar creyendo que se cumple con el deber, volver a casa y jugar con los niños tranquilamente.
Los Mossos sabían que si actuaban con violencia ante una movilización heterogénea y masiva como la del domingo, luego tendrían enormes problemas para volver a salir a la calle. Los policías traídos de la península para reprimir esto, no. Las imágenes que nos llegan hoy de Pineda de Mar, con los abrazos entre mossos y policías nacionales, con los intercambios de escudos, son la viva imagen de la cordialidad entre cuerpos. No nos engañemos.
Me parece kafkiano tener que volver a hacer pedagogía con algo que para muchos es tan básico. Pero es lo que tiene un movimiento de masas. Con tanta gente que es la primera vez que se levanta del sofá. Volvemos a aquello de las revoluciones puras. En Catalunya, tristemente, sabemos que a un mosso no le tiembla el pulso cuando quiere repartir.
Que se lo cuenten a Juan Andrés. Y a Yassir. Y a Mustapha. Y a Youssef...
Jodido el destino, eh.
Bueno, de jodido nada. Démosle las gracias por no olvidar de dónde venimos.
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