Imagen: El Diario / Silene Salazar |
En el Día Mundial de los Pueblos Indígenas hablamos con Silene Salazar, activista indígena y cofundadora de la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales de Bolivia. Su labor se centra en visibilizar las identidades LGTBI que existen dentro de las comunidades indígenas, brindar apoyo y trabajar en el empoderamiento de las mujeres que viven en las ciudades. “La salida para muchas es el exilio de sus comunidades”, explica la activista.
Icíar Gutiérrez | El Diario, 2018-08-08
https://www.eldiario.es/desalambre/lesbiana-indigena-etiquetas-aceptarme-verguenza_0_801420557.html
La de Silene Salazar es una historia de tres luchas. La primera, contra la homofobia, desde que siendo una adolescente decidió expresar abiertamente su orientación sexual en Santa Cruz, en el centro de Bolivia. La segunda, contra el racismo, que también afirma sufrir dentro del movimiento LGTBI. La tercera, la lucha por “aceptarse” y conocer sus raíces en una vida marcada, desde niña, por la migración. Las tres le han llevado a gritar bien alto quién es, una mujer indígena y lesbiana, y a dedicar todas sus fuerzas a que otras también puedan decirlo sin miedo. “Existimos”, repite.
Lo hace desde la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales de Bolivia (Red LB), un colectivo que cofundó en 2008. “Fue encontrarme por primera vez un espacio seguro lleno de aceptación. Estoy completamente convencida que la visibilización es necesaria para crear un cambio en la sociedad”, resume la activista en una entrevista con eldiario_es.
Cuando puso en marcha la red, Salazar tenía 26 años y varias situaciones de discriminación a sus espaldas. Diez años antes, cuando dijo por primera vez que era lesbiana, se enfrentó al rechazo de su entorno más cercano, también al de su familia, de ascendencia quechua y establecida desde hace años en la ciudad. “Fue muy duro de aceptar, era bastante joven. La idea de que estaba enferma o de que era rara me llevó a una época de depresión, los constantes esfuerzos de cambiar y adaptarme a la heteronorma solo me desgastaron. En mi colegio católico fui discriminada por alumnos y maestros por mi orientación y mi expresión de género. Mi respuesta fue aislarme”, relata la defensora de derechos humanos.
A la homofobia que aún persiste en casi todos los rincones del mundo, insiste Salazar, se unía el rechazo a su origen indígena. Cuenta que, cuando visitaba la comunidad desde donde emigró su familia, Challapata (La Paz), nunca sentía que esas fueran sus raíces. “De alguna manera perdimos nuestra identidad al migrar a la ciudad. Identificarme como mujer indígena cambió mi vida, porque siempre me dijeron que no lo era, que era parte de un estrato social medio donde ser indígena es malo. Solamente después de conocer lo que significa ‘ser blanco’ gracias a una estadía en EEUU, entendí que yo no lo era, que mis raíces estaban en lo profundo de una comunidad y que era necesario no solo abrazar esta identidad, sino también visibilizarla”, recalca Salazar.
“La salida para muchas mujeres es el exilio”
Así, hacer más visibles las identidades LGTBI que existen dentro de las comunidades indígenas es uno de los pilares del activismo que ejerce desde la Red LB. Salazar denuncia la escasez de información sobre la existencia de mujeres lesbianas y bisexuales indígenas, algo que trata de combatir desde su colectivo.
En primer lugar, ofreciendo un espacio a las propias mujeres donde puedan conocerse y apoyarse unas a otras. De momento, su labor se centra en las que viven en las áreas urbanas, pero ya trabajan conseguir recursos y poder llegar a más mujeres en las comunidades rurales, donde los obstáculos, según defiende, son mayores.
“Ser indígena en Bolivia y asumirse como mujer lesbiana es muy conflictivo especialmente para las que viven en comunidades, donde se tiene una visión muy cerrada acerca de la homosexualidad. Ser mujer en Bolivia ya de por sí es difícil cuando 75% de mujeres sufren violencia, lo que se agrava en la comunidades”, explica.
“Ser indígena afecta al sistema capitalista y ser lesbiana es una afrenta al sistema patriarcal. Asumirse en todas estas identidades es colocarse en una situación de mucha vulnerabilidad, pero también es lograr la valentía para no seguir estando invisibilizadas”, apostilla.
El precio a pagar por hacer visible su orientación sexual, dice, a menudo pasa muchas veces por migrar a la ciudad o vivir una vida heterosexual “falsa”. Son algunas de las experiencias que las mujeres comparten en los grupos de debate que organiza la red.
“Todas tienen el exilio como única salida para ejercer su sexualidad libremente. Una compañera nos comentó lo difícil que fue visibilizarse en su familia y cómo fue prácticamente expulsada de su comunidad. Sus familiares siguen negando que ella es lesbiana y la aíslan en cualquier evento. Debe vivir prácticamente una doble vida: la de una mujer lesbiana en la ciudad y la vida de alguien que supuestamente es heterosexual dentro de su comunidad”, ejemplifica la activista.
En estos grupos de debate, intercambian sus historias y analizan las causas profundas que, a su juicio, están detrás de la discriminación que sufren a diario por ser mujeres, indígenas y lesbianas. “Recordamos nuestra existencia desde tiempos antiguos y que la homofobia es producto de la colonización y el adoctrinamiento de la religión”, sostiene Salazar. “Todos los comportamientos ancestrales que no entraban en la lógica colonialista fueron satanizados. Las lesbianas, maricones y trans existimos desde el inicio, en todo el mundo y en varias comunidades. El colonialismo borró nuestras memorias y la homofobia sigue arraigada en los pueblos, en el pensamiento de que solo mujer y hombre pueden ser pareja”, explica.
Además de ofrecer un espacio seguro y para el empoderamiento de las mujeres, la Red LB elabora investigaciones, se reúne con líderes de comunidades indígenas y lucha por lograr medidas políticas concretas. Aunque en la última década ha habido algunos avances legislativos contra todas las formas de discriminación y contra la violencia hacia las mujeres en Bolivia, Salazar remarca que, para aplicarse, hacen falta más recursos y más formación para los funcionarios públicos. Por otro lado, según asegura la activista, el racismo sigue estando presente en muchos ámbitos, y la comunidad LGTBI no se salva. “El movimiento se ha enfocado en pedir derechos civiles. Claro que son importantes, pero hay todavía personas LGBTI que aún lucha por no ser asesinadas en la calle y por poder comer a diario. El movimiento no está respondiendo a las necesidades de todas”.
Salazar sigue viviendo en Santa Cruz, la ciudad donde comenzó su activismo, aquella donde decidió vivir su orientación sexual con libertad cuando aún era adolescente. Le dijeron que se marchara de allí, que otras ciudades como La Paz eran “más abiertas”. “Sabía que ser feliz aquí, como lesbiana, no sería posible, sin embargo el pensamiento de mudarme solo porque Santa Cruz es una sociedad conservadora nunca me convenció, y sabía que aquí justamente era donde más se necesita trabajar. Mi realidad ha cambiado y he logrado ser lesbiana y feliz en esta ciudad”, afirma Salazar.
Y recuerda sus tres luchas, el activismo que la ha hecho más fuerte, los miedos que ya no tiene. “Ser mujer, lesbiana e indígena no son solo etiquetas para mí, es encontrarme a mí misma, aceptarme, visibilizarme desde el orgullo, desde el amor, y alejarme de la vergüenza que me inculcaron una sociedad machista y profundamente clasista”, sentencia.
Lo hace desde la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales de Bolivia (Red LB), un colectivo que cofundó en 2008. “Fue encontrarme por primera vez un espacio seguro lleno de aceptación. Estoy completamente convencida que la visibilización es necesaria para crear un cambio en la sociedad”, resume la activista en una entrevista con eldiario_es.
Cuando puso en marcha la red, Salazar tenía 26 años y varias situaciones de discriminación a sus espaldas. Diez años antes, cuando dijo por primera vez que era lesbiana, se enfrentó al rechazo de su entorno más cercano, también al de su familia, de ascendencia quechua y establecida desde hace años en la ciudad. “Fue muy duro de aceptar, era bastante joven. La idea de que estaba enferma o de que era rara me llevó a una época de depresión, los constantes esfuerzos de cambiar y adaptarme a la heteronorma solo me desgastaron. En mi colegio católico fui discriminada por alumnos y maestros por mi orientación y mi expresión de género. Mi respuesta fue aislarme”, relata la defensora de derechos humanos.
A la homofobia que aún persiste en casi todos los rincones del mundo, insiste Salazar, se unía el rechazo a su origen indígena. Cuenta que, cuando visitaba la comunidad desde donde emigró su familia, Challapata (La Paz), nunca sentía que esas fueran sus raíces. “De alguna manera perdimos nuestra identidad al migrar a la ciudad. Identificarme como mujer indígena cambió mi vida, porque siempre me dijeron que no lo era, que era parte de un estrato social medio donde ser indígena es malo. Solamente después de conocer lo que significa ‘ser blanco’ gracias a una estadía en EEUU, entendí que yo no lo era, que mis raíces estaban en lo profundo de una comunidad y que era necesario no solo abrazar esta identidad, sino también visibilizarla”, recalca Salazar.
“La salida para muchas mujeres es el exilio”
Así, hacer más visibles las identidades LGTBI que existen dentro de las comunidades indígenas es uno de los pilares del activismo que ejerce desde la Red LB. Salazar denuncia la escasez de información sobre la existencia de mujeres lesbianas y bisexuales indígenas, algo que trata de combatir desde su colectivo.
En primer lugar, ofreciendo un espacio a las propias mujeres donde puedan conocerse y apoyarse unas a otras. De momento, su labor se centra en las que viven en las áreas urbanas, pero ya trabajan conseguir recursos y poder llegar a más mujeres en las comunidades rurales, donde los obstáculos, según defiende, son mayores.
“Ser indígena en Bolivia y asumirse como mujer lesbiana es muy conflictivo especialmente para las que viven en comunidades, donde se tiene una visión muy cerrada acerca de la homosexualidad. Ser mujer en Bolivia ya de por sí es difícil cuando 75% de mujeres sufren violencia, lo que se agrava en la comunidades”, explica.
“Ser indígena afecta al sistema capitalista y ser lesbiana es una afrenta al sistema patriarcal. Asumirse en todas estas identidades es colocarse en una situación de mucha vulnerabilidad, pero también es lograr la valentía para no seguir estando invisibilizadas”, apostilla.
El precio a pagar por hacer visible su orientación sexual, dice, a menudo pasa muchas veces por migrar a la ciudad o vivir una vida heterosexual “falsa”. Son algunas de las experiencias que las mujeres comparten en los grupos de debate que organiza la red.
“Todas tienen el exilio como única salida para ejercer su sexualidad libremente. Una compañera nos comentó lo difícil que fue visibilizarse en su familia y cómo fue prácticamente expulsada de su comunidad. Sus familiares siguen negando que ella es lesbiana y la aíslan en cualquier evento. Debe vivir prácticamente una doble vida: la de una mujer lesbiana en la ciudad y la vida de alguien que supuestamente es heterosexual dentro de su comunidad”, ejemplifica la activista.
En estos grupos de debate, intercambian sus historias y analizan las causas profundas que, a su juicio, están detrás de la discriminación que sufren a diario por ser mujeres, indígenas y lesbianas. “Recordamos nuestra existencia desde tiempos antiguos y que la homofobia es producto de la colonización y el adoctrinamiento de la religión”, sostiene Salazar. “Todos los comportamientos ancestrales que no entraban en la lógica colonialista fueron satanizados. Las lesbianas, maricones y trans existimos desde el inicio, en todo el mundo y en varias comunidades. El colonialismo borró nuestras memorias y la homofobia sigue arraigada en los pueblos, en el pensamiento de que solo mujer y hombre pueden ser pareja”, explica.
Además de ofrecer un espacio seguro y para el empoderamiento de las mujeres, la Red LB elabora investigaciones, se reúne con líderes de comunidades indígenas y lucha por lograr medidas políticas concretas. Aunque en la última década ha habido algunos avances legislativos contra todas las formas de discriminación y contra la violencia hacia las mujeres en Bolivia, Salazar remarca que, para aplicarse, hacen falta más recursos y más formación para los funcionarios públicos. Por otro lado, según asegura la activista, el racismo sigue estando presente en muchos ámbitos, y la comunidad LGTBI no se salva. “El movimiento se ha enfocado en pedir derechos civiles. Claro que son importantes, pero hay todavía personas LGBTI que aún lucha por no ser asesinadas en la calle y por poder comer a diario. El movimiento no está respondiendo a las necesidades de todas”.
Salazar sigue viviendo en Santa Cruz, la ciudad donde comenzó su activismo, aquella donde decidió vivir su orientación sexual con libertad cuando aún era adolescente. Le dijeron que se marchara de allí, que otras ciudades como La Paz eran “más abiertas”. “Sabía que ser feliz aquí, como lesbiana, no sería posible, sin embargo el pensamiento de mudarme solo porque Santa Cruz es una sociedad conservadora nunca me convenció, y sabía que aquí justamente era donde más se necesita trabajar. Mi realidad ha cambiado y he logrado ser lesbiana y feliz en esta ciudad”, afirma Salazar.
Y recuerda sus tres luchas, el activismo que la ha hecho más fuerte, los miedos que ya no tiene. “Ser mujer, lesbiana e indígena no son solo etiquetas para mí, es encontrarme a mí misma, aceptarme, visibilizarme desde el orgullo, desde el amor, y alejarme de la vergüenza que me inculcaron una sociedad machista y profundamente clasista”, sentencia.
NOTA DE IGLU: En pleno debate (más o menos 'pijo') sobre los límites del activismo, la lucha de clases, las identidades, las trampas de la diversidad, la interseccionalidad y cosas por el estilo, nos llega desde Bolivia este testimonio de Silene Salazar. El testimonio de una mujer atravesada por sus identidades lesbiana e indígena, enfrentándose directamente al machismo, al racismo y al clasismo, poniendo en valor las consecuencias de la colonización múltiple, política y religiosa, de los cuerpos, de la memoria y de la tierra, también al interior de sus comunidades y del propio movimiento LGTBI, presuntamente liberador. Hermosas sus palabras contra el silencio y el exilio y el sexilio y su proceso de aceptación en todos los sentidos. Grande Silene, muy grande. Más claro, agua, la verdad. Continuará.
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