Imagen: El Periódico Extremadura / Fotograma de 'Historias de resistencia' |
Fundación Triángulo lanza la campaña ‘Historias de resistencia’ para dar a conocer esta realidad. Son mujeres y hombres de hasta 13 países diferentes y la mayoría residen en Cáceres.
Rocío Sánchez Rodríguez | El Periódico Extremadura, 2019-12-15
https://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/temadeldia/extremadura-cobija-21-personas-perseguidas-ser-homosexuales_1206482.html
«Ellos piensan que estoy muerto». Le dieron una paliza para acabar con él. Le rompieron la nariz, le destrozaron la boca... Las secuelas son el dolor en la mirada y un aparato para sujetarle los dientes. ¿El motivo? Ser homosexual en su país, Rusia. Su nombre estaba en la lista del proyecto homófobo Pilá, que con frecuencia declara «temporadas de caza», como lo llaman. Donato Vittorio (el apellido viene de su abuelo italiano) tiene 24 años y hace tres meses que vive refugiado en Cáceres por su orientación sexual. «Estoy aquí porque quisieron matarme y allí no tengo ninguna protección. Cada año asesinan a alguna persona del colectivo LGTBI», declara.
Huyó de su país, donde trabajaba en un departamento comercial de vinos españoles, y llegó a Madrid. Denunció su situación a la policía y empezó el proceso. Las autoridades se quedaron con su pasaporte y le dieron la tarjeta roja, una cartulina de ese color que le sirve para ir al médico de cabecera o abrir una cuenta en el banco, por ejemplo, pero no para poder acceder a un empleo o cruzar fronteras. Es un documento de protección internacional que se emite mientras se resuelve el proceso de asilo, el cual puede durar años y ser negativo. Esa tarjeta roja se renueva a los seis meses; si en ese momento el trámite sigue abierto, ya sí se concede el permiso de trabajo.
De momento acude a clases de español. Su madre le ayuda desde Rusia: «Ella cree que estoy aquí porque me he venido a estudiar, no sabe nada, sería muy duro», expresa. Es hijo único.
Vivir sin miedo
Dice que ahora se siente bien, que no vive con miedo de salir a la calle y enseña la pulsera con los colores de la bandera LGTBI. «En mi país esto es como mínimo una multa». También lleva las uñas pintadas de negro. «Me gustan así y no le hago daño a nadie».
A Donato aún le cuesta expresarse y entender el español. Por eso Iván hace de traductor. No es su nombre real, pide ocultarlo porque él también arrastra una historia parecida.
Otro joven veinteañero ruso que debe escapar de su país tras otra paliza casi de muerte. Lleva más de un año en Cáceres, estudia dirección artística en la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura (ESAD) y aquí ha conocido a Donato.
«Sé que soy un chico especial, muy delgado, quizá tengo algo de pluma, no lo sé, parece que llevo escrito en la cara que soy gay. Pero es que yo soy natural y en mi país eso está prohibido», expresa sin poder evitar que se le humedezcan los ojos.
Todavía recibe amenazas de muerte por las redes sociales; oculta su identidad porque no quiere que dañen a nadie de su familia en Rusia.
Iván recuerda que en 2013 el Gobierno lanzó una ley contra la propaganda del homosexualismo, «una palabra que se han inventado». Desde entonces su sensación es que hay vía libre para los crímenes de odio. «Hay mucha homofobia, incluso entre la gente joven, y la policía nunca te va a ayudar». Los ataques por la orientación sexual en Rusia han crecido un 30% en el último año.
Cuando llegó a España seguía con temor de salir a la calle. «Me di cuenta de que estaba paranoico». Ahora se siente feliz, aunque le duele la distancia con su familia. Y vive con la incertidumbre de no saber nunca qué puede pasar.
¿Volver a su país? «Nunca, me da mucho miedo», responde. Él ya ha logrado la condición de asilo permanente. «Aún no me lo creo».
En el anonimato
A Sofía, 28 años, de El Salvador, la perseguía un pandillero por ser lesbiana. Quería abusar de ella. «Si lo denunciaba a la policía corría el riesgo de que atacaran a mi gente, si me quedaba, temía que me violaran entre varios y me desmembraran, que me cortaran viva todas las partes del cuerpo, es una práctica común de las pandillas aquí. Tomé la decisión de dejarlo todo para poder vivir». Apenas lleva dos meses en Extremadura.
La discriminación hasta de su propia familia, no tener oportunidad de trabajar, sentirse asfixiada y desesperada, permanecer en el anonimato para no estar en la diana, la invisibilidad, más aún por ser mujer homosexual... muros, barreras, injusticias, ataques, el pánico a veces. «Te ven como a un bicho raro cuando tú eres igual que los demás, y tienes los mismos derechos».
Sofía tampoco es Sofía. Teme consecuencias si se identifica. «Sé que no podré volver a mi país, pero algún día me reuniré con mi familia en España y esto habrá merecido la pena. Me gustaría no sentir más miedo», manifiesta.
En los últimos 20 años se ha cometido más de 600 crímenes homófobos en El Salvador.
Derechos debilitados
El relato de Daniela López, venezolana, 22 años, ejemplifica cómo avances que se han logrado con mucho esfuerzo se pueden perder fácilmente cuando un país se debilita. «En mi país tienes algunos derechos, pero ahora la situación económica, política y social es más relevante porque la gente se muere de hambre, o se muere porque no hay medicamentos, de manera que la comunidad LGTBI no es importante y no vamos a ir más allá. Los colectivos vulnerables son los primeros que sufren», explica esta joven.
La justicia, por ejemplo, no reconoce como familia a parejas del mismo sexo, de manera que están excluidas de los alimentos subvencionados.
También existen casos violentos por homofobia, siendo Venezuela el cuarto país de América con más asesinatos de personas LGTBI, más de un centenar en la última década.
Hace un año y tres meses que Daniela salió de Venezuela. En su caso también pidió asilo por ayuda humanitaria. Ahora trabaja en la hostelería en Mérida.
Ser lesbiana era algo que tenía oculto, muy pocas personas de su entorno lo sabían. Una vez más, el sentimiento era el miedo. «Cuando alguien de tu propia familia te rechaza, te metes en una burbuja».
Asegura que aquí ha recibido la ayuda que necesitaba para ser ella misma.
Protagonistas
Donato, Iván, Sofía y Daniela son protagonistas de la campaña que la Fundación Triángulo ha lanzado esta semana con motivo del Día de los Derechos Humanos (10 de diciembre). Son ‘Historias de resistencia’, relatos en primera persona para concienciar sobre la defensa de la dignidad del colectivo LGTBI. Han puesto el foco en las mujeres y hombres que han tenido que escapar de sus países por su orientación sexual. Han contado con financiación del Ayuntamiento de Cáceres.
Extremadura da cobijo actualmente a al menos 21 personas perseguidas por ser homosexuales. Proceden de hasta 13 países diferentes. También hay casos de identidad de género, de transexualidad, una realidad menos conocida y aún más dura. Son los datos que maneja Triángulo, que les presta ayuda y asesoramiento.
La mayoría de los acogidos residen en Cáceres porque es donde están casi todos los recursos técnicos, de abogacía y alojamientos.
Criminalización
Triángulo recuerda que en más de 80 países la homosexualidad y la transexualidad sigue criminalizada y que en once de ellos se aplica la pena de muerte (Arabia Saudí, Irán, Yemen, Sudán, Nigeria, Somalia, Mauritania, Emiratos Árabes, Catar, Pakistán y Afganistán).
Por sentir y amar a personas de su mismo sexo se enfrentan a detenciones arbitrarias y violencia, y sufren discriminación en el empleo, la salud y la educación.
Tener un temor fundado de sufrir persecución en su país por la orientación sexual es uno de los supuestos por los que es posible pedir asilo en España, esto es, protección internacional.
Así llegaron los protagonistas de ‘Historias de resistencia’ a Extremadura. Han querido hacer público su propio relato para sumar en la lucha por los derechos del colectivo LGTBI.
Huyó de su país, donde trabajaba en un departamento comercial de vinos españoles, y llegó a Madrid. Denunció su situación a la policía y empezó el proceso. Las autoridades se quedaron con su pasaporte y le dieron la tarjeta roja, una cartulina de ese color que le sirve para ir al médico de cabecera o abrir una cuenta en el banco, por ejemplo, pero no para poder acceder a un empleo o cruzar fronteras. Es un documento de protección internacional que se emite mientras se resuelve el proceso de asilo, el cual puede durar años y ser negativo. Esa tarjeta roja se renueva a los seis meses; si en ese momento el trámite sigue abierto, ya sí se concede el permiso de trabajo.
De momento acude a clases de español. Su madre le ayuda desde Rusia: «Ella cree que estoy aquí porque me he venido a estudiar, no sabe nada, sería muy duro», expresa. Es hijo único.
Vivir sin miedo
Dice que ahora se siente bien, que no vive con miedo de salir a la calle y enseña la pulsera con los colores de la bandera LGTBI. «En mi país esto es como mínimo una multa». También lleva las uñas pintadas de negro. «Me gustan así y no le hago daño a nadie».
A Donato aún le cuesta expresarse y entender el español. Por eso Iván hace de traductor. No es su nombre real, pide ocultarlo porque él también arrastra una historia parecida.
Otro joven veinteañero ruso que debe escapar de su país tras otra paliza casi de muerte. Lleva más de un año en Cáceres, estudia dirección artística en la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura (ESAD) y aquí ha conocido a Donato.
«Sé que soy un chico especial, muy delgado, quizá tengo algo de pluma, no lo sé, parece que llevo escrito en la cara que soy gay. Pero es que yo soy natural y en mi país eso está prohibido», expresa sin poder evitar que se le humedezcan los ojos.
Todavía recibe amenazas de muerte por las redes sociales; oculta su identidad porque no quiere que dañen a nadie de su familia en Rusia.
Iván recuerda que en 2013 el Gobierno lanzó una ley contra la propaganda del homosexualismo, «una palabra que se han inventado». Desde entonces su sensación es que hay vía libre para los crímenes de odio. «Hay mucha homofobia, incluso entre la gente joven, y la policía nunca te va a ayudar». Los ataques por la orientación sexual en Rusia han crecido un 30% en el último año.
Cuando llegó a España seguía con temor de salir a la calle. «Me di cuenta de que estaba paranoico». Ahora se siente feliz, aunque le duele la distancia con su familia. Y vive con la incertidumbre de no saber nunca qué puede pasar.
¿Volver a su país? «Nunca, me da mucho miedo», responde. Él ya ha logrado la condición de asilo permanente. «Aún no me lo creo».
En el anonimato
A Sofía, 28 años, de El Salvador, la perseguía un pandillero por ser lesbiana. Quería abusar de ella. «Si lo denunciaba a la policía corría el riesgo de que atacaran a mi gente, si me quedaba, temía que me violaran entre varios y me desmembraran, que me cortaran viva todas las partes del cuerpo, es una práctica común de las pandillas aquí. Tomé la decisión de dejarlo todo para poder vivir». Apenas lleva dos meses en Extremadura.
La discriminación hasta de su propia familia, no tener oportunidad de trabajar, sentirse asfixiada y desesperada, permanecer en el anonimato para no estar en la diana, la invisibilidad, más aún por ser mujer homosexual... muros, barreras, injusticias, ataques, el pánico a veces. «Te ven como a un bicho raro cuando tú eres igual que los demás, y tienes los mismos derechos».
Sofía tampoco es Sofía. Teme consecuencias si se identifica. «Sé que no podré volver a mi país, pero algún día me reuniré con mi familia en España y esto habrá merecido la pena. Me gustaría no sentir más miedo», manifiesta.
En los últimos 20 años se ha cometido más de 600 crímenes homófobos en El Salvador.
Derechos debilitados
El relato de Daniela López, venezolana, 22 años, ejemplifica cómo avances que se han logrado con mucho esfuerzo se pueden perder fácilmente cuando un país se debilita. «En mi país tienes algunos derechos, pero ahora la situación económica, política y social es más relevante porque la gente se muere de hambre, o se muere porque no hay medicamentos, de manera que la comunidad LGTBI no es importante y no vamos a ir más allá. Los colectivos vulnerables son los primeros que sufren», explica esta joven.
La justicia, por ejemplo, no reconoce como familia a parejas del mismo sexo, de manera que están excluidas de los alimentos subvencionados.
También existen casos violentos por homofobia, siendo Venezuela el cuarto país de América con más asesinatos de personas LGTBI, más de un centenar en la última década.
Hace un año y tres meses que Daniela salió de Venezuela. En su caso también pidió asilo por ayuda humanitaria. Ahora trabaja en la hostelería en Mérida.
Ser lesbiana era algo que tenía oculto, muy pocas personas de su entorno lo sabían. Una vez más, el sentimiento era el miedo. «Cuando alguien de tu propia familia te rechaza, te metes en una burbuja».
Asegura que aquí ha recibido la ayuda que necesitaba para ser ella misma.
Protagonistas
Donato, Iván, Sofía y Daniela son protagonistas de la campaña que la Fundación Triángulo ha lanzado esta semana con motivo del Día de los Derechos Humanos (10 de diciembre). Son ‘Historias de resistencia’, relatos en primera persona para concienciar sobre la defensa de la dignidad del colectivo LGTBI. Han puesto el foco en las mujeres y hombres que han tenido que escapar de sus países por su orientación sexual. Han contado con financiación del Ayuntamiento de Cáceres.
Extremadura da cobijo actualmente a al menos 21 personas perseguidas por ser homosexuales. Proceden de hasta 13 países diferentes. También hay casos de identidad de género, de transexualidad, una realidad menos conocida y aún más dura. Son los datos que maneja Triángulo, que les presta ayuda y asesoramiento.
La mayoría de los acogidos residen en Cáceres porque es donde están casi todos los recursos técnicos, de abogacía y alojamientos.
Criminalización
Triángulo recuerda que en más de 80 países la homosexualidad y la transexualidad sigue criminalizada y que en once de ellos se aplica la pena de muerte (Arabia Saudí, Irán, Yemen, Sudán, Nigeria, Somalia, Mauritania, Emiratos Árabes, Catar, Pakistán y Afganistán).
Por sentir y amar a personas de su mismo sexo se enfrentan a detenciones arbitrarias y violencia, y sufren discriminación en el empleo, la salud y la educación.
Tener un temor fundado de sufrir persecución en su país por la orientación sexual es uno de los supuestos por los que es posible pedir asilo en España, esto es, protección internacional.
Así llegaron los protagonistas de ‘Historias de resistencia’ a Extremadura. Han querido hacer público su propio relato para sumar en la lucha por los derechos del colectivo LGTBI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.