Simone de Beauvoir en Paris, 1978 |
Sami Naïr construye una biografía de las ideas de una de las grandes mujeres del siglo XX.
Juan Cruz | El País, 2019-12-09
https://elpais.com/cultura/2019/12/08/actualidad/1575812526_879692.html
El modo de escribir de Sami Naïr (Tlemcen, Argelia, 73 años) se parece a su forma de hablar: lanza un puño hacia adelante para que la idea que avanza resulte tan sólida como la palabra que utiliza. Prosa marcada por la memoria y la acción. Así ha abordado su largo encuentro con Simone de Beauvoir, la compañera de Jean Paul Sartre. Trabajó a su lado en la revista ‘Le Temps Modernes’, creación del filósofo que ella dirigió desde 1979, cuando murió Sartre, hasta su propia muerte en 1986.
El recuento en esta biografía de las ideas de una de las grandes mujeres del siglo XX abre un abismo ante los ciudadanos que la lean hoy: casi un siglo después, los dramas que marcaron de sangre los años treinta (el racismo, la xenofobia, el hipernacionalismo, el odio, en general) resurge con fuerza en todos los continentes.
A ella le abrió los ojos (como a Sartre) el ascenso, jaleado, mareante, del nazismo. Aunque llegó tarde a esta realidad, tomó partido, como Sartre. La guerra de Argelia, por todos los extremos de cuya independencia tomaron parte, los puso al rojo vivo. La discusión habida en Francia (donde Albert Camus afirmó estar más cerca de su madre que de la justicia) los apartó abruptamente del autor de ‘El extranjero’, con quienes no hubo acuerdo en vida, pero sí palabras de elogio a su muerte.
Naïr, que habla un español lleno de ironías nuestras, escribe con pasión. No es un libro hecho para cumplir la tarea de atraer a una Simone de Beauvoir tópica o de mesa camilla. En el libro, como en la vida, la sigue en discusiones y viajes. Relata su delirio y su espanto ante las contradicciones que ofrecen los Estados Unidos, explica con muchas señales su relación con Sartre, y se adentra en su modo de ver conflictos que despertaron de la literatura y la llevaron a la política activa y a la consideración, insólita para aquellos tiempos, del papel que la mujer debía jugar en la vida. De todo lo que produjo, como intelectual y como ciudadana, escribe Sami Naïr en ‘Acompañando a Simone de Beauvoir. Mujeres, hombres, igualdad’ (Galaxia Gutenberg).
De todo. Quizá no tanto de la vida privada del Castor, que era como Sartre la llamó. Entre silencios, Nair explica por qué no contó más. “No quise hablar demasiado de su vida privada, de sus últimos años y de experiencias sociales que vivimos juntos. Podrían dar una idea deformada de lo que era ‘el Castor’”. Pero lo hará algún día, “porque eso puede acercarnos más a ella...”
Su tardanza, como la de Sartre, en darse cuenta de lo que se venía encima, fue tema de críticos e historiadores en los años 70. Ella, por lo menos, tardó en sentirse llamada por la Resistencia. Sartre fue a la guerra, a la cárcel, intentó sin éxito organizar un grupo... Pero estaban anclados en su idea de que la literatura y la filosofía eran su porvenir y su mundo. “Ella me dijo”, recuerda Sami Naïr, “que esa era 'la manera de salvarme de este mundo'... Era muy optimista en la vida, pero en el fondo muy pesimista. Estaba aterrorizada con la muerte. ¡Cómo se puede experimentar esta magnífica cosa que es la vida sabiendo que te tienes que morir! ¡La muerte es un escándalo que no podemos aceptar! Para salvarse de esa contradicción abrazó la literatura”.
La idea del compromiso se construye, cuenta Sami Naïr, “a partir de finales de los años treinta. Fue cuando acudió en auxilio de los republicanos españoles, a lo que ella llamaba 'la revolución española”. Hay que entender que “ambos estaban obsesiones con su obra, que eran totalmente apolíticos; su tendencia, en todo caso, era el anarquismo de extrema izquierda, y aunque los dos viajaban a Italia y veían los desfiles fascistas, y eso les asustaba, nunca pensaron que aquello podría desembocar en una guerra...”
La guerra los despertó a la miseria arrogante de los nazis. Y ya entonces ambos firmaron “toda clase de manifiestos..., hasta el final, pero sobre todo en las décadas de los 50 y 60...” En ese tiempo, cuando la guerra de Argelia obliga a tomar partido hasta mancharse, Camus se convierte en un amargo adversario.
“Admiré enormemente a Camus, ‘El primer hombre’ es ahora mi libro favorito”, dice Naïr, biógrafo de Simone de Beauvoir. “Pero me decepcionó también a mí, como a ella y a Sartre, la respuesta que dio a unos argelinos cuando él fue a recoger el Nobel a Estocolmo: 'Entre mi madre y la justicia elijo a mi madre'... Durante mucho tiempo intenté entenderlo, porque es la negación total de la civilización: si la civilización se elabora en torno a este concepto es la guerra de todos contra todos, desaparecen la Justicia y el Estado, todo. Intenté interpretar por qué lo dijo: primero, porque Camus tenía un lado gamberro, como decía Simone, de los barrios populares de Argel, pero lo dijo en un momento en que el Frente de Liberación Nacional argelino empezaba a poner bombas. Empezaba el terrorismo... Quería una solución pacífica. No entendió que eso era imposible. Francia tenía que salir”.
Pero la riña no vino sólo por ahí; vino “a partir de la disputa sobre el compromiso político y el posicionamiento de Sartre y Beauvoir con la Unión Soviética... Él comprendió antes que ellos lo que pasaba en la URSS. Eso los separó y ella trató de explicarlo en ‘Los mandarines’”.
Ella fue “una rebelde solidaria; la humanidad del ser humano era su medida para juzgar a los otros...” Sartre fue, decía ella, “como su doble. No hay ninguna contradicción entre esa expresión y su reivindicación, en ‘El segundo sexo’, de la emancipación, de la libertad sexual, de la liberación de la mujer... Nunca se casaron, vivieron libremente juntos. Su libertad estaba basada en su relación amorosa. Su ‘contrato’ fue de 1929 y nunca se rompió”. Rechazó la Legión de honor que le ofreció Mitterand (“ya estoy vieja para ingresar en la Legión”) y pospuso una cena con Laurent Fabius cuando el que fue primer ministro francés dijo en público algo que podría entenderse como favorable al fascista Le Pen… “Rehecho el malentendido, volvió la idea de la cena; el día en que ésta debía celebrarse ella cayó enferma y murió”.
‘El segundo sexo’ fue una revelación para Sami Naïr. “Me descubrió el feminismo en el sentido más noble, no instrumental, de la palabra. En mi concepto de la vida política pervive el feminismo tal como lo defiende: que el núcleo de la dominación entre los seres humanos no es económico, no es político, ni cultural, ni lo explica la lucha de clases. Porque ese núcleo es la relación entre dos seres humanos que se han separado, el hombre y la mujer con toda la dialéctica de dependencia-dominación que existe entre ellos... Y también me marcó, cuando trabajé con ella, el afecto que me dio... En la revista, esa relación me avergonzaba porque yo no quería crear ni celos ni envidias entre los otros miembros del comité... Para toda aquella gente, en Francia, estar al lado de Simone de Beauvoir era como estar al lado de Dios”.
Aquel dios que ella fue conoció el infierno de la guerra y de los otros dramas del siglo XX. Si despertara regresaría a infiernos parecidos a aquellos que la espantaron (a ella, a Sartre, a Camus) en Europa, en África, en América. El espanto del odio que crece como anteayer.
El recuento en esta biografía de las ideas de una de las grandes mujeres del siglo XX abre un abismo ante los ciudadanos que la lean hoy: casi un siglo después, los dramas que marcaron de sangre los años treinta (el racismo, la xenofobia, el hipernacionalismo, el odio, en general) resurge con fuerza en todos los continentes.
A ella le abrió los ojos (como a Sartre) el ascenso, jaleado, mareante, del nazismo. Aunque llegó tarde a esta realidad, tomó partido, como Sartre. La guerra de Argelia, por todos los extremos de cuya independencia tomaron parte, los puso al rojo vivo. La discusión habida en Francia (donde Albert Camus afirmó estar más cerca de su madre que de la justicia) los apartó abruptamente del autor de ‘El extranjero’, con quienes no hubo acuerdo en vida, pero sí palabras de elogio a su muerte.
Naïr, que habla un español lleno de ironías nuestras, escribe con pasión. No es un libro hecho para cumplir la tarea de atraer a una Simone de Beauvoir tópica o de mesa camilla. En el libro, como en la vida, la sigue en discusiones y viajes. Relata su delirio y su espanto ante las contradicciones que ofrecen los Estados Unidos, explica con muchas señales su relación con Sartre, y se adentra en su modo de ver conflictos que despertaron de la literatura y la llevaron a la política activa y a la consideración, insólita para aquellos tiempos, del papel que la mujer debía jugar en la vida. De todo lo que produjo, como intelectual y como ciudadana, escribe Sami Naïr en ‘Acompañando a Simone de Beauvoir. Mujeres, hombres, igualdad’ (Galaxia Gutenberg).
De todo. Quizá no tanto de la vida privada del Castor, que era como Sartre la llamó. Entre silencios, Nair explica por qué no contó más. “No quise hablar demasiado de su vida privada, de sus últimos años y de experiencias sociales que vivimos juntos. Podrían dar una idea deformada de lo que era ‘el Castor’”. Pero lo hará algún día, “porque eso puede acercarnos más a ella...”
Su tardanza, como la de Sartre, en darse cuenta de lo que se venía encima, fue tema de críticos e historiadores en los años 70. Ella, por lo menos, tardó en sentirse llamada por la Resistencia. Sartre fue a la guerra, a la cárcel, intentó sin éxito organizar un grupo... Pero estaban anclados en su idea de que la literatura y la filosofía eran su porvenir y su mundo. “Ella me dijo”, recuerda Sami Naïr, “que esa era 'la manera de salvarme de este mundo'... Era muy optimista en la vida, pero en el fondo muy pesimista. Estaba aterrorizada con la muerte. ¡Cómo se puede experimentar esta magnífica cosa que es la vida sabiendo que te tienes que morir! ¡La muerte es un escándalo que no podemos aceptar! Para salvarse de esa contradicción abrazó la literatura”.
La idea del compromiso se construye, cuenta Sami Naïr, “a partir de finales de los años treinta. Fue cuando acudió en auxilio de los republicanos españoles, a lo que ella llamaba 'la revolución española”. Hay que entender que “ambos estaban obsesiones con su obra, que eran totalmente apolíticos; su tendencia, en todo caso, era el anarquismo de extrema izquierda, y aunque los dos viajaban a Italia y veían los desfiles fascistas, y eso les asustaba, nunca pensaron que aquello podría desembocar en una guerra...”
La guerra los despertó a la miseria arrogante de los nazis. Y ya entonces ambos firmaron “toda clase de manifiestos..., hasta el final, pero sobre todo en las décadas de los 50 y 60...” En ese tiempo, cuando la guerra de Argelia obliga a tomar partido hasta mancharse, Camus se convierte en un amargo adversario.
“Admiré enormemente a Camus, ‘El primer hombre’ es ahora mi libro favorito”, dice Naïr, biógrafo de Simone de Beauvoir. “Pero me decepcionó también a mí, como a ella y a Sartre, la respuesta que dio a unos argelinos cuando él fue a recoger el Nobel a Estocolmo: 'Entre mi madre y la justicia elijo a mi madre'... Durante mucho tiempo intenté entenderlo, porque es la negación total de la civilización: si la civilización se elabora en torno a este concepto es la guerra de todos contra todos, desaparecen la Justicia y el Estado, todo. Intenté interpretar por qué lo dijo: primero, porque Camus tenía un lado gamberro, como decía Simone, de los barrios populares de Argel, pero lo dijo en un momento en que el Frente de Liberación Nacional argelino empezaba a poner bombas. Empezaba el terrorismo... Quería una solución pacífica. No entendió que eso era imposible. Francia tenía que salir”.
Pero la riña no vino sólo por ahí; vino “a partir de la disputa sobre el compromiso político y el posicionamiento de Sartre y Beauvoir con la Unión Soviética... Él comprendió antes que ellos lo que pasaba en la URSS. Eso los separó y ella trató de explicarlo en ‘Los mandarines’”.
Ella fue “una rebelde solidaria; la humanidad del ser humano era su medida para juzgar a los otros...” Sartre fue, decía ella, “como su doble. No hay ninguna contradicción entre esa expresión y su reivindicación, en ‘El segundo sexo’, de la emancipación, de la libertad sexual, de la liberación de la mujer... Nunca se casaron, vivieron libremente juntos. Su libertad estaba basada en su relación amorosa. Su ‘contrato’ fue de 1929 y nunca se rompió”. Rechazó la Legión de honor que le ofreció Mitterand (“ya estoy vieja para ingresar en la Legión”) y pospuso una cena con Laurent Fabius cuando el que fue primer ministro francés dijo en público algo que podría entenderse como favorable al fascista Le Pen… “Rehecho el malentendido, volvió la idea de la cena; el día en que ésta debía celebrarse ella cayó enferma y murió”.
‘El segundo sexo’ fue una revelación para Sami Naïr. “Me descubrió el feminismo en el sentido más noble, no instrumental, de la palabra. En mi concepto de la vida política pervive el feminismo tal como lo defiende: que el núcleo de la dominación entre los seres humanos no es económico, no es político, ni cultural, ni lo explica la lucha de clases. Porque ese núcleo es la relación entre dos seres humanos que se han separado, el hombre y la mujer con toda la dialéctica de dependencia-dominación que existe entre ellos... Y también me marcó, cuando trabajé con ella, el afecto que me dio... En la revista, esa relación me avergonzaba porque yo no quería crear ni celos ni envidias entre los otros miembros del comité... Para toda aquella gente, en Francia, estar al lado de Simone de Beauvoir era como estar al lado de Dios”.
Aquel dios que ella fue conoció el infierno de la guerra y de los otros dramas del siglo XX. Si despertara regresaría a infiernos parecidos a aquellos que la espantaron (a ella, a Sartre, a Camus) en Europa, en África, en América. El espanto del odio que crece como anteayer.
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