Rebecca Solnit: «Para ser feminista tienes que apoyar los derechos trans, porque ambos son derechos de género y derechos humanos».
En febrero llega a España el primer libro de memorias de Rebecca Solnit, ‘Recuerdos de mi inexistencia’. La ‘inventora’ del término ‘mansplaining’ nos habla de cultura de la cancelación y misoginia.
María Sánchez Díez | SModa, El País, 2021-01-23
https://smoda.elpais.com/feminismo/rebecca-solnit-memorias/
La anécdota forma parte ya de la mitología feminista. La escritora Rebecca Solnit se encontraba en una fiesta cuando entabló conversación con un hombre que insistió en explicarle en qué consistía un libro que ella misma había escrito. El episodio, inmortalizado en 'Los hombres me explican cosas', desencadenó en la creación del término ‘mansplaining’, la tendencia de algunos hombres de aleccionar a las mujeres, con independencia de si saben algo sobre un tema o no. Hablamos sobre 'Recuerdos de mi inexistencia', unas memorias sobre cómo encontró su voz como escritora y feminista en un mundo donde muchos hubieran preferido que se quedara callada.
P. En ‘Recuerdos de mi inexistencia’ habla de cómo la sociedad espera de las mujeres jóvenes que pasen inadvertidas y no ocupen espacio ni hagan ruido.
R. Para las mujeres, particularmente las jóvenes, la existencia misma se ve como una forma de agresión, una agresión descortés. Lo cortés es que se borren a sí mismas. Y eso puede significar alejarse de la esfera pública, la política, de la participación en diferentes ámbitos de la vida, o incluso en una conversación. O participar, pero para servir a los hombres en lugar de a ti misma, a tu género o a tus propias ideas. Como mujer, constantemente recibes mensajes para borrarte o ser castigada: por aparecer, por competir, por pensar que mereces ser miembro.
P. Una de las formas más comunes de violencia de género es el intento de silenciar. Con el MeToo se rompieron los diques. ¿Espera algún tipo de reacción a este movimiento?
R. Cuando veo el miedo y la rabia de la misoginia, veo que lo que estamos haciendo importa, que es poderoso y que, en muchos sentidos, está teniendo éxito. Algo que siento que las mujeres jóvenes no reconocen lo suficiente es que el matrimonio, cuando yo era joven, estaba diseñado esencialmente como una relación inherentemente desigual en la que la mujer entregaba su identidad y su poder, incluido el poder financiero y la autonomía corporal, al esposo, que adquiría poder sobre otro ser humano. Eso ha cambiado mucho en los últimos 35 años.
P. En España estamos viviendo un enfrentamiento en el seno del movimiento feminista a cuenta de las feministas trans-excluyentes. ¿Cuál es su postura?
R. Es como si estuviéramos luchando contra el enemigo imaginario mientras dejamos que el enemigo real haga daño. ¿Podemos centrarnos en el hecho de que casi toda la violencia de género, la violencia sexual, viene de hombres cisgénero, y dejar de preocuparnos por las mujeres trans? La cultura queer ha sido liberadora y el feminismo y la liberación queer son inseparables. El feminismo siempre ha tratado de redefinir el género porque la feminidad se definió como la incapacidad de ser un participante pleno en el mundo. Para ser feminista tienes que apoyar los derechos trans, porque ambos son derechos de género y derechos humanos. Creo que ninguna rama del feminismo es legítima si no apoya otras ramas de los derechos humanos.
P. Otra idea que atraviesa su obra es que hay una guerra contra las mujeres que la sociedad se resiste a llamar como tal. Usted insiste en dar nombre a esa violencia.
R. Una vez las ideas están en el mundo, son como los genios de ‘Las mil y una noches’: muy difíciles de volver a meter en la botella. Puedes quitarle a las mujeres los derechos reproductivos por ley, pero no necesariamente puedes convencerlas de que no merecen tener derechos reproductivos. Para mí el feminismo ha sido fascinante porque gran parte de su trabajo ha consistido en identificar problemas. Un problema es como una enfermedad: los epidemiólogos intentan entender cómo funciona, los investigadores médicos tratan de identificar qué bacteria o virus lo causa. Y luego le das un nombre.
P. ¿Entonces por qué todavía existe tanta resistencia a reconocer la misoginia?
R. En parte es porque mucha violencia contra las mujeres es odio que se parece al amor: es sexual, íntima. Cuando las cosas van bien, hacer el amor, tener una relación romántica, estar casado y en una familia es bueno. Pero estas cosas pueden volverse violentas, coercitivas. Y eso es más difícil de identificar, tiene lugar en privado. Pero sobre todo es porque la mayoría de las sociedades del mundo han considerado que los hombres tienen derecho a dominar a las mujeres. Una parte de esa dominación es educada y matizada. Tiene lugar en el aula, en la universidad, en el parlamento y en la ley. Otra parte, sobre todo cuando fallan esas otras formas de dominación, es violenta.
P. ¿Cómo se siente por haber contribuido con el término ‘mansplaining’ al vocabulario feminista?
R. No creé la palabra, pero el ensayo que publiqué en la primavera de 2008 inspiró a una bloguera a crearla. He de admitir que los primeros años no estaba segura de cómo me sentía al respecto porque se emplea de forma muy amplia y de maneras que no siempre siento que sean precisas. Creo que me preocupaba demasiado la fragilidad masculina. Pero luego una joven estudiante de posdoctorado en la Universidad de Berkeley me dijo: «Hasta que no tuvimos esta palabra, no pudimos identificar una experiencia que todas tenemos. Y hasta que no pudimos identificar esa experiencia, no pudimos repudiarla y responder de manera significativa. Necesitábamos esta palabra». Desde entonces, la he aceptado plenamente.
P. ¿Cómo cree que deberíamos manejar, como sociedad, nuestra relación con el arte deliberadamente sexista o con el legado de artistas ‘cancelados’ que han aterrorizado a las mujeres?
R. Se puede ver todo el proyecto del patriarcado como 5.000 años de cancelación de las mujeres. Personas que están muy felices de atacar y tratar de silenciar a otros se vuelven muy frágiles cuando les toca a otros tener opiniones. Se remonta al patrón de que algunas personas importan más que otras, por lo tanto, el patriarcado, el tratar de cancelar a las mujeres, no es una cancelación y no es un problema: las mujeres que intentan cancelar a los misóginos lo son. Ni siquiera están tratando de cancelar a nadie ni quemar libros o películas. Solo están diciendo: «Esta es una obra de arte de mierda porque tiene valores de mierda». O: «Es de una persona que ha hecho cosas de mierda».
P. Recuerdo el lío que se montó cuando criticó Lolita de Nabokov.
R. El arte no es trivial e irrelevante. Verte asesinado una y otra vez, degradado o sencillamente fuera de la historia ha tenido un gran impacto. Tenemos personas de color, personas queer, mujeres, etc., que hablan sobre cómo lo que vieron en las películas, lo que leyeron en los libros que les asignaron, lo que escucharon en la música pop moldeó su sentido de sí mismos. El arte importa. Nos define. Podemos avanzar siendo muy conscientes de cómo queremos ser definidos y quién es el ‘nosotros’ que lo definirá. Es un proyecto emocionante. No es una tragedia esta mierda sobre la cancelación de los hombres. Y un buen punto que hizo la feminista Rebecca Traister en 2017 fue el de no pienses en estos hombres cuyo arte tal vez no veamos tanto. Piensa en todas las mujeres cuyo arte nunca vimos por lo que estos hombres les hicieron, impidiendo que circulara su obra, lo que ciertamente me pasó a mí.
P. Escribe que la feminidad es «un acto de desaparición constante, una eliminación y un silenciamiento para dejar más espacio a los hombres». ¿Puede la moda resistirse a los mandatos machistas y convertirse en herramienta para la igualdad?
R. Algo que siempre ha sido un problema para mí es lo que llamo discapacidad voluntaria: tacones altos, ropa ajustada, cosas que no permiten que las mujeres se muevan libremente. ¿Cómo sería una moda que de ninguna manera incapacitara a quien la lleva, que no la apriete ni la constriña, que no obstaculice su libertad de movimiento?
P. ¿Cuáles son las consecuencias del patriarcado para los hombres?
R. Hay un pasaje hermoso de la feminista negra Bell Hooks que dice que el primer acto de violencia que el patriarcado requiere de los hombres es contra ellos mismos. Ser hombre requiere represión. Hay tantas cosas que no puedes decir, que se supone que no debes sentir o desear. Veo la masculinidad como una renuncia monástica: ni siquiera te pueden gustar ciertos colores. Los hombres están tremendamente oprimidos y a veces se culpa a las feministas de no liberarlos. No creo que sea trabajo de una mujer liberar a los hombres, pero creo que el feminismo tiene todo para ofrecer a los hombres ya que, al redefinir los roles de las mujeres, necesariamente redefine los roles de hombres y los abre.
P. En ‘Recuerdos de mi inexistencia’ habla de cómo la sociedad espera de las mujeres jóvenes que pasen inadvertidas y no ocupen espacio ni hagan ruido.
R. Para las mujeres, particularmente las jóvenes, la existencia misma se ve como una forma de agresión, una agresión descortés. Lo cortés es que se borren a sí mismas. Y eso puede significar alejarse de la esfera pública, la política, de la participación en diferentes ámbitos de la vida, o incluso en una conversación. O participar, pero para servir a los hombres en lugar de a ti misma, a tu género o a tus propias ideas. Como mujer, constantemente recibes mensajes para borrarte o ser castigada: por aparecer, por competir, por pensar que mereces ser miembro.
P. Una de las formas más comunes de violencia de género es el intento de silenciar. Con el MeToo se rompieron los diques. ¿Espera algún tipo de reacción a este movimiento?
R. Cuando veo el miedo y la rabia de la misoginia, veo que lo que estamos haciendo importa, que es poderoso y que, en muchos sentidos, está teniendo éxito. Algo que siento que las mujeres jóvenes no reconocen lo suficiente es que el matrimonio, cuando yo era joven, estaba diseñado esencialmente como una relación inherentemente desigual en la que la mujer entregaba su identidad y su poder, incluido el poder financiero y la autonomía corporal, al esposo, que adquiría poder sobre otro ser humano. Eso ha cambiado mucho en los últimos 35 años.
P. En España estamos viviendo un enfrentamiento en el seno del movimiento feminista a cuenta de las feministas trans-excluyentes. ¿Cuál es su postura?
R. Es como si estuviéramos luchando contra el enemigo imaginario mientras dejamos que el enemigo real haga daño. ¿Podemos centrarnos en el hecho de que casi toda la violencia de género, la violencia sexual, viene de hombres cisgénero, y dejar de preocuparnos por las mujeres trans? La cultura queer ha sido liberadora y el feminismo y la liberación queer son inseparables. El feminismo siempre ha tratado de redefinir el género porque la feminidad se definió como la incapacidad de ser un participante pleno en el mundo. Para ser feminista tienes que apoyar los derechos trans, porque ambos son derechos de género y derechos humanos. Creo que ninguna rama del feminismo es legítima si no apoya otras ramas de los derechos humanos.
P. Otra idea que atraviesa su obra es que hay una guerra contra las mujeres que la sociedad se resiste a llamar como tal. Usted insiste en dar nombre a esa violencia.
R. Una vez las ideas están en el mundo, son como los genios de ‘Las mil y una noches’: muy difíciles de volver a meter en la botella. Puedes quitarle a las mujeres los derechos reproductivos por ley, pero no necesariamente puedes convencerlas de que no merecen tener derechos reproductivos. Para mí el feminismo ha sido fascinante porque gran parte de su trabajo ha consistido en identificar problemas. Un problema es como una enfermedad: los epidemiólogos intentan entender cómo funciona, los investigadores médicos tratan de identificar qué bacteria o virus lo causa. Y luego le das un nombre.
P. ¿Entonces por qué todavía existe tanta resistencia a reconocer la misoginia?
R. En parte es porque mucha violencia contra las mujeres es odio que se parece al amor: es sexual, íntima. Cuando las cosas van bien, hacer el amor, tener una relación romántica, estar casado y en una familia es bueno. Pero estas cosas pueden volverse violentas, coercitivas. Y eso es más difícil de identificar, tiene lugar en privado. Pero sobre todo es porque la mayoría de las sociedades del mundo han considerado que los hombres tienen derecho a dominar a las mujeres. Una parte de esa dominación es educada y matizada. Tiene lugar en el aula, en la universidad, en el parlamento y en la ley. Otra parte, sobre todo cuando fallan esas otras formas de dominación, es violenta.
P. ¿Cómo se siente por haber contribuido con el término ‘mansplaining’ al vocabulario feminista?
R. No creé la palabra, pero el ensayo que publiqué en la primavera de 2008 inspiró a una bloguera a crearla. He de admitir que los primeros años no estaba segura de cómo me sentía al respecto porque se emplea de forma muy amplia y de maneras que no siempre siento que sean precisas. Creo que me preocupaba demasiado la fragilidad masculina. Pero luego una joven estudiante de posdoctorado en la Universidad de Berkeley me dijo: «Hasta que no tuvimos esta palabra, no pudimos identificar una experiencia que todas tenemos. Y hasta que no pudimos identificar esa experiencia, no pudimos repudiarla y responder de manera significativa. Necesitábamos esta palabra». Desde entonces, la he aceptado plenamente.
P. ¿Cómo cree que deberíamos manejar, como sociedad, nuestra relación con el arte deliberadamente sexista o con el legado de artistas ‘cancelados’ que han aterrorizado a las mujeres?
R. Se puede ver todo el proyecto del patriarcado como 5.000 años de cancelación de las mujeres. Personas que están muy felices de atacar y tratar de silenciar a otros se vuelven muy frágiles cuando les toca a otros tener opiniones. Se remonta al patrón de que algunas personas importan más que otras, por lo tanto, el patriarcado, el tratar de cancelar a las mujeres, no es una cancelación y no es un problema: las mujeres que intentan cancelar a los misóginos lo son. Ni siquiera están tratando de cancelar a nadie ni quemar libros o películas. Solo están diciendo: «Esta es una obra de arte de mierda porque tiene valores de mierda». O: «Es de una persona que ha hecho cosas de mierda».
P. Recuerdo el lío que se montó cuando criticó Lolita de Nabokov.
R. El arte no es trivial e irrelevante. Verte asesinado una y otra vez, degradado o sencillamente fuera de la historia ha tenido un gran impacto. Tenemos personas de color, personas queer, mujeres, etc., que hablan sobre cómo lo que vieron en las películas, lo que leyeron en los libros que les asignaron, lo que escucharon en la música pop moldeó su sentido de sí mismos. El arte importa. Nos define. Podemos avanzar siendo muy conscientes de cómo queremos ser definidos y quién es el ‘nosotros’ que lo definirá. Es un proyecto emocionante. No es una tragedia esta mierda sobre la cancelación de los hombres. Y un buen punto que hizo la feminista Rebecca Traister en 2017 fue el de no pienses en estos hombres cuyo arte tal vez no veamos tanto. Piensa en todas las mujeres cuyo arte nunca vimos por lo que estos hombres les hicieron, impidiendo que circulara su obra, lo que ciertamente me pasó a mí.
P. Escribe que la feminidad es «un acto de desaparición constante, una eliminación y un silenciamiento para dejar más espacio a los hombres». ¿Puede la moda resistirse a los mandatos machistas y convertirse en herramienta para la igualdad?
R. Algo que siempre ha sido un problema para mí es lo que llamo discapacidad voluntaria: tacones altos, ropa ajustada, cosas que no permiten que las mujeres se muevan libremente. ¿Cómo sería una moda que de ninguna manera incapacitara a quien la lleva, que no la apriete ni la constriña, que no obstaculice su libertad de movimiento?
P. ¿Cuáles son las consecuencias del patriarcado para los hombres?
R. Hay un pasaje hermoso de la feminista negra Bell Hooks que dice que el primer acto de violencia que el patriarcado requiere de los hombres es contra ellos mismos. Ser hombre requiere represión. Hay tantas cosas que no puedes decir, que se supone que no debes sentir o desear. Veo la masculinidad como una renuncia monástica: ni siquiera te pueden gustar ciertos colores. Los hombres están tremendamente oprimidos y a veces se culpa a las feministas de no liberarlos. No creo que sea trabajo de una mujer liberar a los hombres, pero creo que el feminismo tiene todo para ofrecer a los hombres ya que, al redefinir los roles de las mujeres, necesariamente redefine los roles de hombres y los abre.
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