Las macabras cartas inéditas de Leo Classen, el gay superviviente de un campo de exterminio nazi.
En 'Y Leo Classen habló', el investigador Carlos Valdivia reúne y publica por primera vez el testimonio de un médico católico y homosexual que resistió al nazismo.
Lorena G. Maldonado | El Español, 2021-01-23
https://www.elespanol.com/cultura/20210123/macabras-cartas-ineditas-leo-classen-superviviente-exterminio/553195363_0.html
En 'Y Leo Classen habló', el investigador Carlos Valdivia reúne y publica por primera vez el testimonio de un médico católico y homosexual que resistió al nazismo.
Lorena G. Maldonado | El Español, 2021-01-23
https://www.elespanol.com/cultura/20210123/macabras-cartas-ineditas-leo-classen-superviviente-exterminio/553195363_0.html
“Hay experiencias que destrozan el cuerpo y el alma hasta tal punto que los sismógrafos de los sentimientos recitan sus datos y sin resistencia ni clemencia revelan a los hombres su horrible destino y los aplastan. La completa disolución y degradación de la personalidad era el objetivo de cada proyecto que aquí narraré”. Así empieza el primero de los devastadores textos inéditos de Leo Classen, superviviente homosexual de un campo de concentración nazi.
De él sabemos que nació en 1906 en una familia socialdemócrata, que fue médico y que ingresó en Sachsenhausen-Oranienburg (Brandenburgo) a los 35 años. Menciona que llevó consigo un diario desde 1939 hasta 1945, lo que lleva a pensar, a juzgar por las fechas, que antes de entrar en Sachsenhausen pasó por otro campo -de hecho, es seguro que estuvo un mes en Natzweiler-. Su voz, su palabra y su memoria, no exenta de carga poética y simbólica, son ahora rescatadas gracias a la investigación de Carlos Valdivia Biedma, que ha reunido su excepcional trabajo en ‘Y Leo Classen habló’ (Editorial Egales).
Se trata del testimonio más antiguo conocido de un triángulo rosa -así se les bautizó en medio de la barbarie-, extraído de una serie de artículos que Classen publicó más tarde, entre 1954 y 1955, en la revista de temática homoerótica Humanitas. Aquí se recogen siete piezas, que se unen a las palabras de Josef Kohout (1972), Pierre Seel (1994) y Rudolf Brazda (2010), los tres únicos homosexuales que, según sabemos hoy, sobrevivieron al exterminio nazi y compartieron su desgarro por escrito.
'La corona de espinas'
El primero de estos artículos se titula ‘La corona de espinas’ -prueba del catolicismo del autor- y arranca en 1942, cuando, “junto con otros 300 triángulos rosas, se le convoca y destina a la compañía disciplinaria encargada de trabajar en la fábrica de ladrillos”. La labor consistía en llenar vagones con arcilla y empujarlos por la ladera hasta la fábrica, desde las cinco de la mañana hasta las cinco de la tarde. Detalla el investigador que sólo era “una excusa para exterminarlos” -en dos meses, el grupo se había reducido a un tercio-, y así, además, los explotaban construyendo infraestructuras para la nueva Alemania de Hitler.
Los guardias se entretenían con el “dispara al que escapa”: un macabro juego que consistía en ordenarle a un preso que fuese a la valla y dispararle por el pretexto de que “intentaba huir”. “Por cada prisionero muerto en este juego, el ganador -que sólo lo era si le acertaba en la cabeza- recibía cinco marcos imperiales y tres días de permiso”. Los llamaban “delincuentes sexuales”, “errores biológicos de nuestro dios”, e insistían en que ellos debían ser los primeros en “ser sacrificados”.
“El pan y la muerte fueron dos de los pilares de nuestra existencia allí. No teníamos nada más a lo que agarrarnos”, escribe Leo Classen. “Lo que había fuera, lo que una vez habíamos llamado vida, quedaba lejos, muy lejos, no como el olor de la sangre y la putrefacción, de la agonía y la maldad que nos rodeaban allí, donde nos arrastrábamos bajo la corona de espinas con huesos estridentes de una mañana gris a otra”.
Torturados y violados
En su segundo y tercer artículo se refiere a la “doble marginación dentro del campo de los triángulos rosas”: los torturaban tanto los oficiales nazis como sus propios compañeros, que también abusaban de ellos. “Se les daba menos comida, se triplicaba su trabajo y se los sometía a múltiples experimentos médicos denominados ‘acciones rosas’”, como apunta Valdivia. Aquí un extracto:
“¿Qué hay de los prisioneros que además fueron destruidos con una sádica crueldad física y mental solo porque vivían y amaban de acuerdo con la ley natural de sus inclinaciones y que por lo demás no eran ni antisociales ni criminales ni opositores políticos? Me refiero a los que llevan el triángulo de la vergüenza, que no fueron tratados ni como personas ni como animales y que fueron declarados proscritos. ¡Los homoeróticos! No estaban para nada preparados para amar a su pueblo y a su patria, pero solo podían hacerlo como miembros libres y dignos de la comunidad de los vivos.
Y no se volvió a hablar ni de la libertad ni de la dignidad humana, especialmente entre aquellos que habían sido designados sacrificios de sangre para asegurar el restablecimiento de la moralidad y la decencia (como denominaron su programa de asesinatos). Se puede matar sin crear cadáveres, y algo así le pasó a la gente homoerótica, y a esto se lo llamó corrección legal de la inferioridad biológica. ¡Esclavitud! ¡Hambre! ¡Burla! ¡Castración! Estos fueron algunos de los hitos en el sufrimiento de estos desafortunados prisioneros en prisión preventiva”.
En el cuarto artículo, Classen relata el uso de prisioneros vivos para probar remedios contra las quemaduras de fósforo: total, los triángulos rosas eran considerados “infrahombres” por los nazis, que también infligieron sobre ellos otros experimentos que se considera “incapaz de relatar” pero que sentencia con un: “¡No volvamos a matar nunca jamás!”.
Ejecuciones y silencio
El quinto artículo, titulado ‘Ecce homo o las puertas del infierno’ -de nuevo sus referencias bíblicas-, detalla cómo les afeitaron las cabezas al llegar al campo de concentración, cómo les calzaron los uniformes de rayas y les sometieron a palizas y burlas, antes de marcarlos, como a reses, con el triángulo rosa y un punto negro en el uniforme. Aquí otro extracto:
“Nos afeitaron y nos ‘guisaron’. Como cerdos en el basurero…
—Vuestros días de felicidad deben acabar —se burlaron—, y después leed las letras de bronce que cuelgan, de manera invisible pero insistente para vosotros, sobre la puerta de hierro: ‘¡Aquí vuestra voluntad será quebrantada!’.
¡Y todo acabó! Todo lo que amábamos: la libertad, la seguridad, la humanidad. ¡Acabar con los días de felicidad¡, se llama aquí. ¡Se había abierto la segunda puerta al infierno! Nos recibieron con los nudillos”.
“El sexto artículo narra la ejecución de tres triángulos rosas ajusticiados en la horca por intentar escapar: Scharley, Hans y Herbert. Aprovecha el tema para referirse al silencio guardado por otros presos, entre los que se incluye, y que considera de alguna manera cómplices de tal crimen”, contextualiza Valdivia.
“¡Tres camaradas! ¡Tres jóvenes muchachos en flor! Jóvenes que no habían hecho nada más que, como todos los hombres presos, guardar en su corazón un deseo y anhelo hasta verlo cumplirse un día: ¡huir libres! Pero ya no había libertad por la que valiera la pena huir. La muerte, la violencia y el odio estaban por todas partes. Ni siquiera más allá de los altos muros quedaba ningún refugio. Alemania se había convertido en un desierto de cuya arena caliente salían las llamas de la perdición.
(…)
Antes de permitirles morir, los cubrieron de burlas y mofas, enterrados vivos en dolor y angustia. Les provocaron sed con comida salada y los azotaron en el potro, después les ataron un gran tambor al cuello que tenían que golpear y gritar: ‘¡Hurra! ¡Hemos vuelto! ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!’. Convertidos en estatuas de sal, hicimos una pausa silenciosa y lanzamos nuestra compasión y nuestro tormento hacia el cielo glorioso (...) El silencio se cernió sobre nosotros y oscureció el sol naciente. Cum tacent, clamant (‘Cuando callan, gritan’)... ¡sólo en ese momento conseguí entenderlo! ¡Scharley, Hans, Herbert! ¡Tres compañeros! ¡Tres amigos! ¡Tres de los nuestros! Homosexuales...”.
Estas impresionantes traducciones adquieren aún más enjundia gracias a la introducción en la que el autor de ‘Y Leo Classen habló’, Valdivia, repasa la situación del colectivo LGTBI previa a la dictadura nazi y el paso de los hombres homosexuales por los campos de concentración alemanes. Lo más escalofriante es que a día de hoy apenas se han recopilado datos y cifras sobre el número de víctimas homosexuales que cayó en manos del nazismo.
De él sabemos que nació en 1906 en una familia socialdemócrata, que fue médico y que ingresó en Sachsenhausen-Oranienburg (Brandenburgo) a los 35 años. Menciona que llevó consigo un diario desde 1939 hasta 1945, lo que lleva a pensar, a juzgar por las fechas, que antes de entrar en Sachsenhausen pasó por otro campo -de hecho, es seguro que estuvo un mes en Natzweiler-. Su voz, su palabra y su memoria, no exenta de carga poética y simbólica, son ahora rescatadas gracias a la investigación de Carlos Valdivia Biedma, que ha reunido su excepcional trabajo en ‘Y Leo Classen habló’ (Editorial Egales).
Se trata del testimonio más antiguo conocido de un triángulo rosa -así se les bautizó en medio de la barbarie-, extraído de una serie de artículos que Classen publicó más tarde, entre 1954 y 1955, en la revista de temática homoerótica Humanitas. Aquí se recogen siete piezas, que se unen a las palabras de Josef Kohout (1972), Pierre Seel (1994) y Rudolf Brazda (2010), los tres únicos homosexuales que, según sabemos hoy, sobrevivieron al exterminio nazi y compartieron su desgarro por escrito.
'La corona de espinas'
El primero de estos artículos se titula ‘La corona de espinas’ -prueba del catolicismo del autor- y arranca en 1942, cuando, “junto con otros 300 triángulos rosas, se le convoca y destina a la compañía disciplinaria encargada de trabajar en la fábrica de ladrillos”. La labor consistía en llenar vagones con arcilla y empujarlos por la ladera hasta la fábrica, desde las cinco de la mañana hasta las cinco de la tarde. Detalla el investigador que sólo era “una excusa para exterminarlos” -en dos meses, el grupo se había reducido a un tercio-, y así, además, los explotaban construyendo infraestructuras para la nueva Alemania de Hitler.
Los guardias se entretenían con el “dispara al que escapa”: un macabro juego que consistía en ordenarle a un preso que fuese a la valla y dispararle por el pretexto de que “intentaba huir”. “Por cada prisionero muerto en este juego, el ganador -que sólo lo era si le acertaba en la cabeza- recibía cinco marcos imperiales y tres días de permiso”. Los llamaban “delincuentes sexuales”, “errores biológicos de nuestro dios”, e insistían en que ellos debían ser los primeros en “ser sacrificados”.
“El pan y la muerte fueron dos de los pilares de nuestra existencia allí. No teníamos nada más a lo que agarrarnos”, escribe Leo Classen. “Lo que había fuera, lo que una vez habíamos llamado vida, quedaba lejos, muy lejos, no como el olor de la sangre y la putrefacción, de la agonía y la maldad que nos rodeaban allí, donde nos arrastrábamos bajo la corona de espinas con huesos estridentes de una mañana gris a otra”.
Torturados y violados
En su segundo y tercer artículo se refiere a la “doble marginación dentro del campo de los triángulos rosas”: los torturaban tanto los oficiales nazis como sus propios compañeros, que también abusaban de ellos. “Se les daba menos comida, se triplicaba su trabajo y se los sometía a múltiples experimentos médicos denominados ‘acciones rosas’”, como apunta Valdivia. Aquí un extracto:
“¿Qué hay de los prisioneros que además fueron destruidos con una sádica crueldad física y mental solo porque vivían y amaban de acuerdo con la ley natural de sus inclinaciones y que por lo demás no eran ni antisociales ni criminales ni opositores políticos? Me refiero a los que llevan el triángulo de la vergüenza, que no fueron tratados ni como personas ni como animales y que fueron declarados proscritos. ¡Los homoeróticos! No estaban para nada preparados para amar a su pueblo y a su patria, pero solo podían hacerlo como miembros libres y dignos de la comunidad de los vivos.
Y no se volvió a hablar ni de la libertad ni de la dignidad humana, especialmente entre aquellos que habían sido designados sacrificios de sangre para asegurar el restablecimiento de la moralidad y la decencia (como denominaron su programa de asesinatos). Se puede matar sin crear cadáveres, y algo así le pasó a la gente homoerótica, y a esto se lo llamó corrección legal de la inferioridad biológica. ¡Esclavitud! ¡Hambre! ¡Burla! ¡Castración! Estos fueron algunos de los hitos en el sufrimiento de estos desafortunados prisioneros en prisión preventiva”.
En el cuarto artículo, Classen relata el uso de prisioneros vivos para probar remedios contra las quemaduras de fósforo: total, los triángulos rosas eran considerados “infrahombres” por los nazis, que también infligieron sobre ellos otros experimentos que se considera “incapaz de relatar” pero que sentencia con un: “¡No volvamos a matar nunca jamás!”.
Ejecuciones y silencio
El quinto artículo, titulado ‘Ecce homo o las puertas del infierno’ -de nuevo sus referencias bíblicas-, detalla cómo les afeitaron las cabezas al llegar al campo de concentración, cómo les calzaron los uniformes de rayas y les sometieron a palizas y burlas, antes de marcarlos, como a reses, con el triángulo rosa y un punto negro en el uniforme. Aquí otro extracto:
“Nos afeitaron y nos ‘guisaron’. Como cerdos en el basurero…
—Vuestros días de felicidad deben acabar —se burlaron—, y después leed las letras de bronce que cuelgan, de manera invisible pero insistente para vosotros, sobre la puerta de hierro: ‘¡Aquí vuestra voluntad será quebrantada!’.
¡Y todo acabó! Todo lo que amábamos: la libertad, la seguridad, la humanidad. ¡Acabar con los días de felicidad¡, se llama aquí. ¡Se había abierto la segunda puerta al infierno! Nos recibieron con los nudillos”.
“El sexto artículo narra la ejecución de tres triángulos rosas ajusticiados en la horca por intentar escapar: Scharley, Hans y Herbert. Aprovecha el tema para referirse al silencio guardado por otros presos, entre los que se incluye, y que considera de alguna manera cómplices de tal crimen”, contextualiza Valdivia.
“¡Tres camaradas! ¡Tres jóvenes muchachos en flor! Jóvenes que no habían hecho nada más que, como todos los hombres presos, guardar en su corazón un deseo y anhelo hasta verlo cumplirse un día: ¡huir libres! Pero ya no había libertad por la que valiera la pena huir. La muerte, la violencia y el odio estaban por todas partes. Ni siquiera más allá de los altos muros quedaba ningún refugio. Alemania se había convertido en un desierto de cuya arena caliente salían las llamas de la perdición.
(…)
Antes de permitirles morir, los cubrieron de burlas y mofas, enterrados vivos en dolor y angustia. Les provocaron sed con comida salada y los azotaron en el potro, después les ataron un gran tambor al cuello que tenían que golpear y gritar: ‘¡Hurra! ¡Hemos vuelto! ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!’. Convertidos en estatuas de sal, hicimos una pausa silenciosa y lanzamos nuestra compasión y nuestro tormento hacia el cielo glorioso (...) El silencio se cernió sobre nosotros y oscureció el sol naciente. Cum tacent, clamant (‘Cuando callan, gritan’)... ¡sólo en ese momento conseguí entenderlo! ¡Scharley, Hans, Herbert! ¡Tres compañeros! ¡Tres amigos! ¡Tres de los nuestros! Homosexuales...”.
Estas impresionantes traducciones adquieren aún más enjundia gracias a la introducción en la que el autor de ‘Y Leo Classen habló’, Valdivia, repasa la situación del colectivo LGTBI previa a la dictadura nazi y el paso de los hombres homosexuales por los campos de concentración alemanes. Lo más escalofriante es que a día de hoy apenas se han recopilado datos y cifras sobre el número de víctimas homosexuales que cayó en manos del nazismo.
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