Imagen: El País / Keira Bell |
Menores trans: el dilema de dejar la adolescencia en suspenso.
El Reino Unido plantea dudas sobre los efectos de los tratamientos hormonales “experimentales” en menores transexuales. España enfila el camino opuesto: que ellos puedan dar el consentimiento.
Pilar Álvarez | El País, 2021-01-10
https://elpais.com/sociedad/2021-01-09/menores-trans-el-dilema-de-dejar-la-adolescencia-en-suspenso.html
Desde que Jorge dijo en voz alta que era Jorge, su familia ha recorrido un largo camino. Con 13 años le empezó a salir el pecho y dejó de querer ir a clase. Sus amigos de siempre empezaron a verle como una joven con la que ligar y no como Jorge. No se ponía bikini ni quería ir a la playa. Lucharon para cambiar el nombre en el DNI. Y para que empezara a tomar testosterona, que le administraron en la sanidad privada. Hay un número creciente de menores que, como Jorge, acuden a tratamientos hormonales para modificar sus caracteres sexuales. La futura ley trans de España, cuyo primer borrador se espera este enero, prevé que la decisión sobre estos tratamientos —muchas veces irreversibles y que implican cambios físicos— la pueda tomar un menor transexual desde los 16 años. En sentido contrario, una sentencia dictada por el Tribunal Supremo británico considera que los menores no tienen capacidad para entender sus consecuencias ni pueden dar su consentimiento. El debate ya está ahí: hay especialistas que defienden que estos tratamientos se deben prescribir con una amplia supervisión médica, puesto que pueden desembocar en infertilidad y afectar al desarrollo de una vida sexual plena. Otros entienden que cada persona conoce mejor que nadie su identidad y basta su palabra.
El tratamiento con bloqueadores hormonales y hormonas cruzadas para menores transexuales es una realidad médica reciente. Si toma los bloqueadores en el momento en el que va a desarrollar su pubertad, le ayudará a frenar el desarrollo de los pechos o de la barba y la nuez, y con ello parará su angustia y el riesgo de sufrir discriminación al no corresponderse la apariencia física con la identidad, un daño que a veces termina en suicidio. Ese freno hormonal deja su adolescencia en suspenso por un tiempo. El siguiente paso es la aplicación de hormonas cruzadas (testosterona para chicos transexuales y estrógenos para chicas transexuales) en los años posteriores. Aún no ha habido tiempo suficiente para conocer los efectos a largo plazo.
El caso que ha desatado la polémica en el Reino Unido es el de Keira Bell, de 23 años. A los 14 empezó a cuestionar su identidad, tras una infancia en la que se sentía “asqueada por su cuerpo, deprimida y muy ansiosa”. Buscó en YouTube sobre disforia de género [disconformidad entre el sexo asignado y aquel con el que la persona se siente identificada]. Con 16, tomó primero bloqueadores hormonales y luego testosterona. Acabó practicándose una mastectomía doble, una operación irreversible. Se arrepintió. Y denunció a la clínica donde lo hizo, del NHS, el sistema nacional de salud británico. La sentencia concluye que las consecuencias de estos tratamientos “son de gran complejidad” porque se dirigen “al corazón de la identidad de un individuo”. Alerta de que está creciendo de forma exponencial entre los menores la declaración de disforia, sobre todo entre chicas adolescentes que se sienten chicos, y pone el foco en el incremento de las ‘detransiciones’, es decir, de jóvenes arrepentidos como Bell, aunque no existen datos oficiales que permitan cuantificar el fenómeno. Concluye que una persona menor de 16 años no tiene la madurez para entender el calado de esta decisión. El consentimiento último debe venir de un juez, determina el tribunal. El Reino Unido ha frenado la aprobación de una ley sobre personas trans.
España está haciendo el recorrido contrario. Este enero verá la luz el primer borrador de la ley trans, que ha despertado el recelo de parte del movimiento feminista. Alertan del riesgo de que “se borre” a las mujeres y también de “descontrol” en los casos de menores. La ley recogerá previsiblemente que el consentimiento para estos tratamientos se pueda prestar desde los 16 años de edad, como recogía una proposición de ley de Unidas Podemos de 2017 y reclaman las organizaciones que colaboran en la elaboración de la norma. En España, a partir de 16 años se puede dar el consentimiento a tratamientos médicos salvo en una operación “de grave riesgo para la vida o salud del menor”, según la ley del paciente. Presumiblemente, la norma reflejará también que el trabajo de los profesionales sanitarios debe de ser “un acompañamiento” como el que reclaman familias como la del joven Jorge. Es decir, sin exploraciones, test psicológicos o psiquiátricos.
“Esto no es como pedir una PlayStation”
El relato de la vida de Jorge está recogido en el libro ‘Tránsitos’. Su madre cuenta que sufrió una crisis de ansiedad y tuvo que tomar antidepresivos. El sexólogo e investigador de la Universidad del País Vasco Aingeru Mayor, que tiene “una niña con pene y otra con vulva”, es el autor de este libro que recoge los casos de 25 menores, narrados por sus padres y madres. Forma parte de la asociación de menores transexuales Naizen, con 190 familias de País Vasco y Navarra. Hay 2.000 integrantes en distintas organizaciones en España, según sus estimaciones. Familias que “han tardado meses o incluso años en llegar a entender a sus hijas e hijos”, explica Mayor al teléfono. Cuando acuden al médico para pedir un tratamiento, añade, han hecho un largo recorrido previo: “Esto no es una frivolidad, no se trata de pedir a tu mamá hormonas como el que pide una PlayStation”.
En el caso de adultos transexuales, se necesitan dos años según la normativa actual para acceder al tratamiento, algo que también busca cambiar la nueva ley. Los menores no siempre disponen de ese tiempo, defiende Mayor. “Por supuesto que pedimos que un equipo médico acompañe esta realidad. Nos preocupa la automedicación, no se trata de que se pongan en farmacias al alcance de cualquiera. Pero es importante que quien nos acompañe no sea un psiquiatra que crea que nuestros hijas e hijos tienen un trastorno mental”, indica Mayor: “No es lo mismo ser minoría que tener una patología”.
El concepto de patologización está en el centro del debate. La Organización Mundial de la Salud retiró en 2018 la disforia de género de la lista de trastornos psiquiátricos. Pero hay familias y activistas trans que consideran que los servicios sanitarios públicos aún los ven como enfermos y que “patologizan” sus vivencias.
“Es necesario un informe serio”
“No hemos patologizado nada, hemos actuado con cautela desde equipos serios que cuidan y protegen”, defiende la endocrina Isabel Esteva, ya jubilada. Fue la coordinadora de la primera unidad de transexualidad e identidad de género abierta en España, que comenzó en 1999 en el Hospital Regional Universitario de Málaga. Defiende que sacar la disforia de género del decálogo de enfermedades mentales “es un acierto, pero eso no significa apartar estos tratamientos de un entorno disciplinar profesional y serio”. Esteva denuncia que el crecimiento actual de estos casos no debe ser confundido con “transexualidad extrema en la infancia, sino considerar las variantes de expresión de género que se presentan en estas edades vulnerables mediatizadas por redes, para evitar tratamientos hormonales y tomas de decisiones médicas precipitadas o negligentes”.
“La futura ley desautoriza a quienes defendemos que haya un psicólogo a nuestro lado y que es necesario un informe serio para abordar estos tratamientos complejos”, critica. En un documento del Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, que firmaba Esteva con responsables de otras seis unidades de género ya en 2015, recomendaban que, ante la disforia de género en niños y adolescentes, es “absolutamente necesaria” una evaluación “exhaustiva e individualizada” en las unidades médicas especializadas ante las consecuencias “parcial o totalmente irreversibles” de bloquear o suministrar hormonas.
“Quien sabe su identidad es la propia persona”
La mayoría de las comunidades autónomas tienen sus propias unidades de género. Organizaciones como Naizen o FELGTB (la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales) denuncian un funcionamiento dispar por comunidades y hablan de nuevo de “patologización” por parte de sus profesionales. Defienden un modelo alternativo como el que empezó hace casi una década en Barcelona por el empeño de la ginecóloga Rosa Almirall: Trànsit.
“Si la criatura y los padres están de acuerdo y entienden las repercusiones, damos tratamiento en la primera visita”, explica Almirall, responsable de esta unidad dependiente del servicio catalán de salud, que aborda los casos desde la atención primaria. Comenzó a asesorar a personas trans en 2012, tras escuchar a quienes acudían a su consulta y le contaban que se autohormonaban para evitar pasar por un psiquiatra: “Así descubrí la tortura y agresión que viven en los servicios de salud habitualmente”, explica. Lo inició casi como un ‘hobby’, cuenta por videollamada. En apenas un lustro desde la apertura, en 2017, el servicio estaba desbordado. El departamento de salud le permitió formar un equipo con, entre otros, dos ginecólogas, un médico de familia y dos psicólogos. Tres de sus colaboradores son personas trans, una de ellas profesional de la psicología. Han atendido a 3.880 personas en este tiempo. 750 personas eran de fuera de Cataluña, a las que responde y envía recetas para tratamientos, en caso de que sean necesarias, por correo electrónico tras pedirles analíticas de sus propios centros de salud. “La única que conoce quién es y sabe su identidad es la propia persona, tenga la edad que tenga. No necesita evaluación psicológica, ni psiquiátrica, ni nada de nada. No hay ninguna prueba ni médica ni psicológica que asegure su voluntad”, defiende.
No hay datos oficiales de las llamadas ‘detransiciones’ o arrepentimientos, que en Trànsit calculan que pueden llegar a entre el 5% y el 10% de los casos totales (de menores y adultos) que han seguido. “No me parece un problema, ‘retransicionamos’ todos los días. En este tema hay transfobia. Se ponen condiciones a los cambios corporales de las personas trans que no se dan en otros casos”, añade la responsable de Trànsit, que pone como ejemplo una ligadura de trompas o cuando alguien se casa pensando que va a ser para toda la vida: “A lo mejor alguien no se siente el macho que dijeron que era al nacer y ha necesitado un recorrido con hormonas para entenderlo. Te vas construyendo a medida que vas viviendo”.
Un incremento de las consultas por encima del 2.000%
No existe una recopilación oficial de datos sobre los tratamientos a menores transexuales en España. La sentencia del caso Bell recoge que en Reino Unido los niños y jóvenes derivados al servicio de identidad de género —que no necesariamente acabaron recibiendo tratamiento— pasaron de 97 en 2009 a 2.519 personas en 2018, más de un 2.600%. Y que se han incrementado sobre todo los casos de chicas que se declaran chicos trans. En Trànsit, la unidad de atención a las personas trans del Servicio Catalán de Salud, han tratado a 609 menores de nueve a 16 años desde abril de 2014. El incremento es de más del 2.200% desde los ocho casos del primer año a los 179 de 2020. Son 407 chicos trans, 179 chicas trans y 23 con identidad no binaria, por lo que también se da un incremento superior en el caso de quienes transicionan a chicos. Para la parte del movimiento feminista español crítica con la futura ley, esta diferencia en los números es un claro reflejo de las presiones sexistas que sufren las mujeres. Desde la otra parte, lo achacan a que la sociedad tiene más dificultad para aceptar a una mujer trans sin caricaturizarla o a que hasta ahora los hombres trans estaban más invisibilizados porque sus cambios físicos no son tan obvios a ojos de la sociedad.
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