El Salto / Roberta Marrero // |
La artista firma un poemario que da vueltas sobre la identidad, la depresión o la violencia contra las mujeres trans. Ella lo llama “poesía sucia”.
Patricia Reguero Ríos | El Salto, 2022-07-09
https://www.elsaltodiario.com/culturas/roberta-marrero-poes%C3%ADa-todo-era-ser-fuego-chulos-travestis-trans
Cuerpos trans incorruptos, reliquias de neovaginas o de tetas de silicona, vidas (trans)gredidas y cristos (trans)figurados son algunas de la imágenes que el poemario ‘Todo era por ser fuego’ (Continta me tienes, 2022) arroja a la cara. Roberta Marrero (Canarias, 1972) firma este poemario que da vueltas sobre la identidad, la depresión o la violencia contra las mujeres trans. Ella reivindica que en sus poemas hay también deseo, alegría o amor, y es verdad, aunque tras la lectura lo que permanezca sea el dolor de las heridas.
En 2015 publicó su primer libro, ‘Dictadores’, donde convierte los rostros del totalitarismo en collages pop. En 2016 vio la luz la novela gráfica ‘El bebé verde’, un repaso a su infancia que empieza con una criatura que advierte: “No nací hombre ni mujer, nací bebé”. En 2018 publicó ‘We can be heroes’, donde recoge aportaciones a la cultura de referentes LGTBIQ+. Ha utilizado la música, las artes visuales y la escritura. La apuesta de su última obra es por la poesía. “Poesía sucia”, en sus palabras.
P. En tu poema ‘Canarias marica’ hay una imagen en la que Ivana la peluquera y otras mujeres trans atraviesan unas plataneras a hombros de sus chulos. Es una imagen que lleva fácilmente a otra de la novela 'Las malas' de Camila Sosa, que arranca con una manada de travestis avanzando por un parque de Buenos Aires. ¿Las comparaciones son odiosas?
Esa imagen es real, eso es lo que nos contaba Ivana, la peluquera: es real o ella la contó como que lo era. Sí, las comparaciones son odiosas, pero es normal que cualquier escritora trans que salga ahora sea comparada con Camila Sosa, porque ella es la Shakespeare de las trans. Tiene el [premio] Sor Juana Inés de la Cruz y es muy famosa a nivel mundial. Pero este poema es del 2016, antes de que salieran. No pasaría nada si me hubiese animado a escribir sobre lo trans después de leerla, pero es un tema que uso desde hace años.
P. Esa imagen misma tiene reminiscencias religiosas, parece que esos chulos fueran costaleros. Y hay muchos más poemas de tu libro que recurren a esta imaginería. ¿Por qué acudir a una religión que limita a las mujeres, más aún a las mujeres trans?
Cuando escribo, lo hago de una manera bastante inconsciente. No pienso demasiado en lo que estoy haciendo ni en lo que estoy escribiendo. Siempre digo que lo que hago es escritura automática, que es cuando a una médium se le mete un espíritu por dentro y escribe en un papel lo que el espíritu le dicta. Tuve educación católica y, aunque no soy practicante, sigo siendo católica porque nunca apostaté. El rito católico está dentro de mi imaginería visual y de mi cultura sentimental. A mí el rito, independientemente de lo que signifique la Iglesia Católica, me parece un rito bello. Me parece un rito que tiene algo de pagano: los mártires, la cosa escatológica, la sangre, las tetas de Santa Águeda, San Sebastián, el erotismo. Es decir, la imaginería católica tiene muchas visiones y muchas lecturas. Tampoco soy la primera persona que utiliza este recurso. Por ejemplo, Jean Genet ya lo hacía en ‘Nuestra Señora de las Flores’. ¿Por qué no reapropiarnos de algo que se supone que nos niega?
No es algo tan extraño. El documental ‘¡Dolores, guapa!’, que se estrenó en cine hace un par de meses, habla sobre la relación entre el colectivo LGTB y la Semana Santa Sevillana. Hay muchas más cosas que unen al colectivo LGTB con la religión católica que cosas que lo separan, porque una cosa es lo que la Iglesia pueda decir de nosotras y de nosotros, y otra lo que los curas hacen en las pequeñas parroquias. Por ejemplo, estuve hace poco haciendo una residencia en el Museo TEA de Tenerife y cerca hay una iglesia a la que van las mujeres trans que hacen la calle por la zona. Van vestidas de mantilla y hacen misa en latín. Yo no llego a esos extremos, no creo en ningún dios, pero sí que me parece que la imaginería católica forma parte de mi acervo cultural y lo uso igual que uso una película de Disney de los años 30.
P. Hay un poema en el que dices que quieres una foto de tu primera comunión vestida de princesa, pero utilizas para la portada de tu libro tu foto de comunión vestida de niño...
No lo pensé mucho. Cuando digo esto, parece que soy tonta y que nunca pienso en nada, pero es que prefiero trabajar por impulso. Es como el uso de la de la imaginería católica: si lo haces aposta pensando que a alguien le pueda escandalizar, se nota que es un pegote. Cuando lo haces de una manera espontánea y natural, queda bonito. La imagen vestida de primera comunión me parecía una imagen potente para la portada de un libro, sobre todo porque, si no sabes que soy yo, ves un niño vestida de primera comunión con el subtítulo “poemas de chulos, trans y travestis”. Me parece que refleja bastante bien toda esa imaginería religiosa que se se usa dentro. Es bastante ‘camp’, porque es una imagen de estudio con ese fondo de falso cielo detrás. Me parece incluso hasta una imagen un poco satánica, porque yo no solo soy admiradora de la imaginería católica, sino que también soy admiradora de lo oculto. Entonces, como fan de Aleister Crowley o de Kenneth Anger, usar esa imagen antes de que se pierda la inocencia y convertirte en esa adulta tan compleja que mama de dos mundos crea algo también de ‘dandy’. Obviamente es una decisión que ahora llamaríamos política. Es quitar el hierro a que las personas trans usemos las fotos de antes, las fotos de cuando éramos pequeñas.
P. En el relato sobre lo trans suele haber un pasado al que parece que no se quiere hacer referencia —por ejemplo, se habla del nombre anterior como ‘deadname’— y sin embargo tú lo pones en primer plano. ¿Es una reconciliación con la infancia?
Nunca he estado muy peleada con eso. Sobre todo porque empecé a tomar hormonas muy joven, con 18 años y no tengo muchas fotos de antes. No es una reconciliación, es más... ¿una reivindicación? No sé. Me parece una imagen que es hermosa.
P. Hoy el concepto más extendido y que se entiende como respetuoso es “personas trans”. Cuando se habla de lo trans, sin embargo, tú reivindicas un término que es “travesti”. ¿Por qué?
Eso sí que es influencia de Camila Sosa Villada, es influencia de ‘El archivo de la memoria trans argentina’, es influencia de Pedro Lemebel, es influencia de estas corrientes trans que nos llegan de Latinoamérica, que a mí me parecen las más potentes que hay ahora mismo, en las que se usan ambos términos como hago yo en el poemario: se usa el término trans y se usa el término travesti. Me parece que si lo usamos nosotras y las personas que pertenecen a nuestro círculo la palabra adquiere otro significado completamente distinto. Es decir, igual que usamos “maricón” o “bollera”, que han sido siempre insultos, pero cuando lo decimos nosotras los significamos de otra manera, me parece que con la palabra “travesti” pasa lo mismo. Además, utilizo “las” travestis, porque la gente heterocís siempre dicen “los” travestis... Están muy empeñados en llamarnos en masculino. No entiendo por qué. Decir “las travestis” tienen esa cosa de reivindicación del insulto, de reivindicación de un pasado bastante reciente. En realidad, el término “trans” en España parece que lo llevamos usando toda la vida, pero cuando Sonia Rescalvo fue asesinada en el 91 —hay un poema dedicado a ella— todos los medios de comunicación decían “travesti”. Ningún medio de comunicación decía “mujer trans”. Hay un poema, que es el poema ‘Navaja’, en el que se explica.
P. Ahí dices que es una palabra más pictórica...
Sí, es más pictórica también. Ahora que lo pienso, es una cierta reacción a todo este feminismo transexcluyente en el que parece que la palabra mujer es sacrosanta, intocable. Parece que hay que pasar por el término mujer de puntillas. Entonces, a lo mejor también es una manera de poner una cierta distancia en la que nosotras manejemos un término y nos diferenciamos. Me van a decir que soy una TERF por decir esto, ya ves todo lo que le dijeron a la Jedet [la actriz de ‘Veneno’ fue acusada de ser transexcluyente por decir que “las mujeres y las mujeres trans no son lo mismo”]. Somos mujeres y hombres, pero “travesti” es un término que está bien.
P. En los últimos años hemos visto una creciente violencia en redes contra las personas trans. ¿Llega hasta ti esa violencia?
No es nada nuevo. Las personas trans, sobre todo las que tenemos más edad, hemos estado expuestas a violencias desde muy jóvenes. Es decir, yo nací en el 72 y en el 82 tenía diez años. Hay toda esta mitología de que España en los 80 era un sitio muy progre, muy moderno. Te digo yo que no. A lo mejor lo era en Madrid o en Barcelona, en cuatro sitios, pero España en general era un sitio bastante oscuro. A nivel de calle y de día las cosas han empezado a cambiar, como en el 2000 y pico. Desde entonces puedes ir más tranquila porque está mal visto que alguien te insulte por la calle. De todos modos, yo no tengo Twitter y toda esta violencia a mí no me llega porque no la quiero leer, no me apetece hablar de TERFs, me apetece hablar de tías chulas y de mujeres guays. Creo que se nos ha ido de las manos, no solamente con las personas trans. Mira lo que pasó con Verónica Forqué. Que la gente piensa que decir que Verónica Forqué se pudo llegar a suicidar por la presión que sufría en redes es una exageración, pero si eres una persona que está deprimida y abres un portátil y te encuentras setenta mil millones de mensajes diciendo que eres lo peor, eso tiene una influencia en ti. Creo que se nos ha ido de las manos en general y que el ‘bullying’, que antes era una cosa que pertenecía al patio del colegio se ha extendido a la edad adulta y a las redes.
P. ¿Las que se llaman feministas radicales son ‘bullies’ sueltas por las redes?
A ver si tú lo que haces todo el día es estar metiéndote con personas que ni conoces por razones totalmente subjetivas... eso es ejercer violencia.
P. Vamos a volver a tu poemario. El prologuista, Víctor Mora, dice que tu voz es la herida. ¿Eso es lo que haces? ¿Escribes desde la herida?
Supongo que escribo desde un montón de sitios. El libro anterior, que fue ‘We can be heroes’, es del 2018 y este es del 2022. En esos cuatro años tuve una depresión clínica y pasó una pandemia mundial. Mientras escribía esos poemas estaban dando coletazos todavía esas dos cosas tan tremendas. De hecho, hay un poema que habla de la depresión que se llama ‘La casa’. Hablo desde la herida, hablo desde el deseo, también hablo desde la falta del deseo, hablo desde la complejidad del deseo, hablo desde la identidad, hablo desde qué significa ser mujer, hablo desde qué significa ser trans, hablo desde el sitio de alguien que insultan por la calle, hablo desde la alegría en algunos casos. Hablo desde muchos sitios y uno de los sitios es la herida. Además, el poemario se abre con varias citas, entre ellas una de Alejandra Pizarnik que dice algo así como que todos estamos heridos.
P. Uno de los dolores que hay en este poemario es el dolor por las mujeres trans asesinadas. Lo mencionas varias veces y además hay un poema Sonia Rescalvo, una mujer asesinada por la agresión de un grupo de neonazis en Barcelona en 1991. ¿Falta hacer memoria de las mujeres trans?
Sí que falta. Ayer justamente me terminé un libro sobre arte y VIH de Andrea Galaxina y decía que el colectivo de las mujeres trans en Estados Unidos es uno de los más castigados por el VIH, pero que su representación en el mundo del arte en Estados Unidos es muy poca —el ensayo está bastante basada en el arte que se hizo en Estados Unidos durante la pandemia del sida—. Pero, claro, las mujeres trans no tenían los recursos que tenían por ejemplo, los hombres gays cis blancos para poder contar sus historias, porque estaban en la más absoluta otredad. Estaban en otro sitio en el que lo único que podían hacer era intentar sobrevivir. Toda esa memoria está perdida.
Hay un afán ahora, como por ejemplo por parte del ‘Archivo de la memoria trans argentina’, de recuperar esa memoria, en este caso de las mujeres trans durante la dictadura política y antes de la dictadura política. Siempre hemos tenido voz, pero nunca hemos tenido un altavoz. El altavoz que se nos ha puesto delante a las mujeres trans es absolutamente reciente. ‘El bebé verde’ que escribí en el 2015 está publicado más en la fecha en la que se empieza a poner a más mujeres trans en los medios de comunicación contando nuestras historias en primera persona. Además, date cuenta que ahí es cuando las TERF han explotado, porque cuando estábamos calladas y en la penumbra de la sociedad no molestábamos a nadie. Es bastante representativo que toda esta violencia en redes haya empezado cuando hemos empezado a tener más visibilidad. Me hace mucha gracia cuando dicen que las trans estamos intentando borrar mujeres, es decir, ¡nosotras no tenemos el poder de borrar absolutamente a nadie! Es como si los norteamericanos blancos le dijeran a los latinoamericanos que quieren borrarles porque están contando sus historias. No hemos sido totalmente excluidas porque siempre ha habido personas que han contado sus historias a lo largo. Es decir, Christine Jorgensen, que fue una trans norteamericana, fue muy famosa en los años 50. O Lili Elbe, que es la mujer trans en la que se inspiraron para hacer ‘La chica danesa’, escribió sus memorias en los años 30. Pero siempre eran cosas muy puntuales.
P. A lo largo de tu carrera artística has usado la música, el arte visual, el cómic… ¿Que es lo que te permite hacer un poemario?
Creo que ya hacía tiempo que estaba usando lo poético en mi obra. En el libro del año 2018, ‘We can be heroes’, hay un montón de dibujos que están llenos de palabras. Hay un dibujo de Marsha P. Johnson que está totalmente manuscrito alrededor. Cogí ese dibujo, transcribí lo que estaba manuscrito a un papel y vi que era un poema, que es el primer poema que abre ‘Todo era por ser fuego’. Entonces me di cuenta de que ya estaba escribiendo poesía de manera inconsciente. La poesía me parece interesante porque te permite decir cosas muy complejas en un espacio bastante corto. Si yo fuera a hablar en un libro de todo lo que hablo en ‘Todo era por el fuego’ —de la represión, de la familia, del público, de la niñez, de la identidad, del deseo— sin usar lenguaje poético, escribiría un libro de 3.000 páginas. Sin embargo, usando el lenguaje poético puedes hablar de eso en pocas páginas.
P. ¿Cómo llega a convertirse el libro?
Tenía varios poemas ya escritos y pensé que me gustaría publicarlos, pero sabía que no los iba a publicar con mi editorial anterior, con Lunberg, porque está especializada en libros ilustrados y yo no quería que hubiera ningún tipo de ilustración. Tampoco creo que los temas que trato y el lenguaje que uso en el poemario sean los más indicados para ese lugar. Este libro es más callejero, el más arrabalero que los libros anteriores, más sucio. Se habla de semen, de chulos. Se lo propuse yo a las chicas de Continta y ellas, que eran fans de mi trabajo, me dijeron que sí enseguida.
P. ¿Tu poesía es arrabalera y sucia?
Por lo menos es lo que a mi me gustaría pensar. Luego también hay poemas que son más deudores de la poesía de Baudeleire, por ejemplo, y son menos arrabaleros. Pero todos estos poemas en los que se hace alusiones a las canciones populares, que no pop, de Rocío Jurado, de Mocedades, las referencias a Pedro Lemebel, el lenguaje callejero de los chulos, de las travestis, de las navajas a mí me parece bastante más callejero que los libros anteriores. Piensa, además, que la última palabra del libro, que pertenece al epílogo de Celeste es “semen”. Este es un libro que se cierra con la palabra semen.
P. Tus libros están plagado de referentes. En este poemario está Rigoberta Bandini y La Jurado, Lemebel o Jean Genet, por citar solo algunos. ¿Es este libro un glosario de tus referentes?
Yo soy una enferma de la cultura, llevo consumiendo cultura desde que tengo 14 años, incluso antes, porque cuando era muy pequeña leía cómics de superhéroes y de superheroínas, y eso también es cultura. Estoy todo el rato leyendo, descubriendo cosas. Si escribiese otro poemario ahora, habría otras referentes completamente distintas. Son todas las que están, pero no están todas las que son.
P. Dices en uno de tus poemas que te queda cuerpo que poner cuerpo. ¿Dónde quieres poner el cuerpo ahora?
Honestamente, en mi cama con un libro.
P. ¿Deshonestamente?
La verdad es que yo estoy un poco cansada de poner el cuerpo. Tengo 50 años, llevo cinco décadas poniendo el cuerpo. Yo puse el cuerpo desde muy pequeña, porque antes de que yo supiera lo que me pasaba ya parece que lo sabían todos los niños a mi alrededor y estaba el insulto constante todo el rato. Llega un momento en que te cansas. Lo que pasa que para algunas personas no poner el cuerpo es un lujo que no nos podemos permitir. A mí me encantaría no poner el cuerpo, ser invisible y pasar totalmente desapercibida por lo menos cuando quiero. Pero para las personas trans no es tan fácil. Es verdad que con la edad tengo más ‘passing’ que el que tenía cuando era más joven y cuando ya quieres tener mucho passing te pones una mascarilla y ya no te mira absolutamente nadie.
P. Cuanto más ‘passing’ tienes, menos cuerpo hay que poner...
El cuerpo cuanto más difícil es de leer para los que te rodean, más lo pones. Es eso. Es decir, los cuerpos que no entran dentro de lo que se supone que es la norma, los cuerpos negros, los cuerpos gordos, los cuerpos disca, los cuerpos trans. Todos esos cuerpos, y muchos otros más, se ponen aunque no quieras, porque la gente te lee de una manera incómoda. Son cuerpos que pueden causar cierta incomodidad a tu alrededor. Entonces, aunque tú no lo quieras poner, lo tienes que poner. Si escribes poesía y eres trans, cuando estás en una entrevista ya estás poniendo el cuerpo.
P. ¿Es absurdo por mi parte pensar que por ser una mujer trans tienes que tener una opinión sobre la ley trans que el 28 de junio fue vista en segunda vuelta por el Consejo de Ministros y ahora se tramitará en el Congreso?
Honestamente, y voy a pecar de mala trans, como yo me amparé en la ley 3/2007 y tengo mi DNI cambiado y todo... No le he prestado demasiada atención. Soy muy mala trans y muy mala compañera. No tengo ninguna opinión al respecto porque no la he seguido mucho más allá de las cosas de las que te enteras, aunque no quieras. Sí que tengo una opinión sobre las leyes en general y es que las leyes están muy bien, pero las leyes nos amparan hasta cierto punto. Obviamente es mucho más fácil y mucho más sano tener un DNI con tu nombre y con tu identidad, pero eso no significa que inmediatamente vaya a acabar la transfobia en la sociedad, exista la ley que exista. Yo creo que la transfobia en este caso, tiene unos mecanismos que están muy arraigados socialmente. No va a ser tan fácil borrar esos mecanismos. Cuando dices esto, parece que soy una persona negativa. No soy una persona negativa. Soy una persona trans que vive su realidad todos los días.
En 2015 publicó su primer libro, ‘Dictadores’, donde convierte los rostros del totalitarismo en collages pop. En 2016 vio la luz la novela gráfica ‘El bebé verde’, un repaso a su infancia que empieza con una criatura que advierte: “No nací hombre ni mujer, nací bebé”. En 2018 publicó ‘We can be heroes’, donde recoge aportaciones a la cultura de referentes LGTBIQ+. Ha utilizado la música, las artes visuales y la escritura. La apuesta de su última obra es por la poesía. “Poesía sucia”, en sus palabras.
P. En tu poema ‘Canarias marica’ hay una imagen en la que Ivana la peluquera y otras mujeres trans atraviesan unas plataneras a hombros de sus chulos. Es una imagen que lleva fácilmente a otra de la novela 'Las malas' de Camila Sosa, que arranca con una manada de travestis avanzando por un parque de Buenos Aires. ¿Las comparaciones son odiosas?
Esa imagen es real, eso es lo que nos contaba Ivana, la peluquera: es real o ella la contó como que lo era. Sí, las comparaciones son odiosas, pero es normal que cualquier escritora trans que salga ahora sea comparada con Camila Sosa, porque ella es la Shakespeare de las trans. Tiene el [premio] Sor Juana Inés de la Cruz y es muy famosa a nivel mundial. Pero este poema es del 2016, antes de que salieran. No pasaría nada si me hubiese animado a escribir sobre lo trans después de leerla, pero es un tema que uso desde hace años.
P. Esa imagen misma tiene reminiscencias religiosas, parece que esos chulos fueran costaleros. Y hay muchos más poemas de tu libro que recurren a esta imaginería. ¿Por qué acudir a una religión que limita a las mujeres, más aún a las mujeres trans?
Cuando escribo, lo hago de una manera bastante inconsciente. No pienso demasiado en lo que estoy haciendo ni en lo que estoy escribiendo. Siempre digo que lo que hago es escritura automática, que es cuando a una médium se le mete un espíritu por dentro y escribe en un papel lo que el espíritu le dicta. Tuve educación católica y, aunque no soy practicante, sigo siendo católica porque nunca apostaté. El rito católico está dentro de mi imaginería visual y de mi cultura sentimental. A mí el rito, independientemente de lo que signifique la Iglesia Católica, me parece un rito bello. Me parece un rito que tiene algo de pagano: los mártires, la cosa escatológica, la sangre, las tetas de Santa Águeda, San Sebastián, el erotismo. Es decir, la imaginería católica tiene muchas visiones y muchas lecturas. Tampoco soy la primera persona que utiliza este recurso. Por ejemplo, Jean Genet ya lo hacía en ‘Nuestra Señora de las Flores’. ¿Por qué no reapropiarnos de algo que se supone que nos niega?
No es algo tan extraño. El documental ‘¡Dolores, guapa!’, que se estrenó en cine hace un par de meses, habla sobre la relación entre el colectivo LGTB y la Semana Santa Sevillana. Hay muchas más cosas que unen al colectivo LGTB con la religión católica que cosas que lo separan, porque una cosa es lo que la Iglesia pueda decir de nosotras y de nosotros, y otra lo que los curas hacen en las pequeñas parroquias. Por ejemplo, estuve hace poco haciendo una residencia en el Museo TEA de Tenerife y cerca hay una iglesia a la que van las mujeres trans que hacen la calle por la zona. Van vestidas de mantilla y hacen misa en latín. Yo no llego a esos extremos, no creo en ningún dios, pero sí que me parece que la imaginería católica forma parte de mi acervo cultural y lo uso igual que uso una película de Disney de los años 30.
P. Hay un poema en el que dices que quieres una foto de tu primera comunión vestida de princesa, pero utilizas para la portada de tu libro tu foto de comunión vestida de niño...
No lo pensé mucho. Cuando digo esto, parece que soy tonta y que nunca pienso en nada, pero es que prefiero trabajar por impulso. Es como el uso de la de la imaginería católica: si lo haces aposta pensando que a alguien le pueda escandalizar, se nota que es un pegote. Cuando lo haces de una manera espontánea y natural, queda bonito. La imagen vestida de primera comunión me parecía una imagen potente para la portada de un libro, sobre todo porque, si no sabes que soy yo, ves un niño vestida de primera comunión con el subtítulo “poemas de chulos, trans y travestis”. Me parece que refleja bastante bien toda esa imaginería religiosa que se se usa dentro. Es bastante ‘camp’, porque es una imagen de estudio con ese fondo de falso cielo detrás. Me parece incluso hasta una imagen un poco satánica, porque yo no solo soy admiradora de la imaginería católica, sino que también soy admiradora de lo oculto. Entonces, como fan de Aleister Crowley o de Kenneth Anger, usar esa imagen antes de que se pierda la inocencia y convertirte en esa adulta tan compleja que mama de dos mundos crea algo también de ‘dandy’. Obviamente es una decisión que ahora llamaríamos política. Es quitar el hierro a que las personas trans usemos las fotos de antes, las fotos de cuando éramos pequeñas.
P. En el relato sobre lo trans suele haber un pasado al que parece que no se quiere hacer referencia —por ejemplo, se habla del nombre anterior como ‘deadname’— y sin embargo tú lo pones en primer plano. ¿Es una reconciliación con la infancia?
Nunca he estado muy peleada con eso. Sobre todo porque empecé a tomar hormonas muy joven, con 18 años y no tengo muchas fotos de antes. No es una reconciliación, es más... ¿una reivindicación? No sé. Me parece una imagen que es hermosa.
P. Hoy el concepto más extendido y que se entiende como respetuoso es “personas trans”. Cuando se habla de lo trans, sin embargo, tú reivindicas un término que es “travesti”. ¿Por qué?
Eso sí que es influencia de Camila Sosa Villada, es influencia de ‘El archivo de la memoria trans argentina’, es influencia de Pedro Lemebel, es influencia de estas corrientes trans que nos llegan de Latinoamérica, que a mí me parecen las más potentes que hay ahora mismo, en las que se usan ambos términos como hago yo en el poemario: se usa el término trans y se usa el término travesti. Me parece que si lo usamos nosotras y las personas que pertenecen a nuestro círculo la palabra adquiere otro significado completamente distinto. Es decir, igual que usamos “maricón” o “bollera”, que han sido siempre insultos, pero cuando lo decimos nosotras los significamos de otra manera, me parece que con la palabra “travesti” pasa lo mismo. Además, utilizo “las” travestis, porque la gente heterocís siempre dicen “los” travestis... Están muy empeñados en llamarnos en masculino. No entiendo por qué. Decir “las travestis” tienen esa cosa de reivindicación del insulto, de reivindicación de un pasado bastante reciente. En realidad, el término “trans” en España parece que lo llevamos usando toda la vida, pero cuando Sonia Rescalvo fue asesinada en el 91 —hay un poema dedicado a ella— todos los medios de comunicación decían “travesti”. Ningún medio de comunicación decía “mujer trans”. Hay un poema, que es el poema ‘Navaja’, en el que se explica.
P. Ahí dices que es una palabra más pictórica...
Sí, es más pictórica también. Ahora que lo pienso, es una cierta reacción a todo este feminismo transexcluyente en el que parece que la palabra mujer es sacrosanta, intocable. Parece que hay que pasar por el término mujer de puntillas. Entonces, a lo mejor también es una manera de poner una cierta distancia en la que nosotras manejemos un término y nos diferenciamos. Me van a decir que soy una TERF por decir esto, ya ves todo lo que le dijeron a la Jedet [la actriz de ‘Veneno’ fue acusada de ser transexcluyente por decir que “las mujeres y las mujeres trans no son lo mismo”]. Somos mujeres y hombres, pero “travesti” es un término que está bien.
P. En los últimos años hemos visto una creciente violencia en redes contra las personas trans. ¿Llega hasta ti esa violencia?
No es nada nuevo. Las personas trans, sobre todo las que tenemos más edad, hemos estado expuestas a violencias desde muy jóvenes. Es decir, yo nací en el 72 y en el 82 tenía diez años. Hay toda esta mitología de que España en los 80 era un sitio muy progre, muy moderno. Te digo yo que no. A lo mejor lo era en Madrid o en Barcelona, en cuatro sitios, pero España en general era un sitio bastante oscuro. A nivel de calle y de día las cosas han empezado a cambiar, como en el 2000 y pico. Desde entonces puedes ir más tranquila porque está mal visto que alguien te insulte por la calle. De todos modos, yo no tengo Twitter y toda esta violencia a mí no me llega porque no la quiero leer, no me apetece hablar de TERFs, me apetece hablar de tías chulas y de mujeres guays. Creo que se nos ha ido de las manos, no solamente con las personas trans. Mira lo que pasó con Verónica Forqué. Que la gente piensa que decir que Verónica Forqué se pudo llegar a suicidar por la presión que sufría en redes es una exageración, pero si eres una persona que está deprimida y abres un portátil y te encuentras setenta mil millones de mensajes diciendo que eres lo peor, eso tiene una influencia en ti. Creo que se nos ha ido de las manos en general y que el ‘bullying’, que antes era una cosa que pertenecía al patio del colegio se ha extendido a la edad adulta y a las redes.
P. ¿Las que se llaman feministas radicales son ‘bullies’ sueltas por las redes?
A ver si tú lo que haces todo el día es estar metiéndote con personas que ni conoces por razones totalmente subjetivas... eso es ejercer violencia.
P. Vamos a volver a tu poemario. El prologuista, Víctor Mora, dice que tu voz es la herida. ¿Eso es lo que haces? ¿Escribes desde la herida?
Supongo que escribo desde un montón de sitios. El libro anterior, que fue ‘We can be heroes’, es del 2018 y este es del 2022. En esos cuatro años tuve una depresión clínica y pasó una pandemia mundial. Mientras escribía esos poemas estaban dando coletazos todavía esas dos cosas tan tremendas. De hecho, hay un poema que habla de la depresión que se llama ‘La casa’. Hablo desde la herida, hablo desde el deseo, también hablo desde la falta del deseo, hablo desde la complejidad del deseo, hablo desde la identidad, hablo desde qué significa ser mujer, hablo desde qué significa ser trans, hablo desde el sitio de alguien que insultan por la calle, hablo desde la alegría en algunos casos. Hablo desde muchos sitios y uno de los sitios es la herida. Además, el poemario se abre con varias citas, entre ellas una de Alejandra Pizarnik que dice algo así como que todos estamos heridos.
P. Uno de los dolores que hay en este poemario es el dolor por las mujeres trans asesinadas. Lo mencionas varias veces y además hay un poema Sonia Rescalvo, una mujer asesinada por la agresión de un grupo de neonazis en Barcelona en 1991. ¿Falta hacer memoria de las mujeres trans?
Sí que falta. Ayer justamente me terminé un libro sobre arte y VIH de Andrea Galaxina y decía que el colectivo de las mujeres trans en Estados Unidos es uno de los más castigados por el VIH, pero que su representación en el mundo del arte en Estados Unidos es muy poca —el ensayo está bastante basada en el arte que se hizo en Estados Unidos durante la pandemia del sida—. Pero, claro, las mujeres trans no tenían los recursos que tenían por ejemplo, los hombres gays cis blancos para poder contar sus historias, porque estaban en la más absoluta otredad. Estaban en otro sitio en el que lo único que podían hacer era intentar sobrevivir. Toda esa memoria está perdida.
Hay un afán ahora, como por ejemplo por parte del ‘Archivo de la memoria trans argentina’, de recuperar esa memoria, en este caso de las mujeres trans durante la dictadura política y antes de la dictadura política. Siempre hemos tenido voz, pero nunca hemos tenido un altavoz. El altavoz que se nos ha puesto delante a las mujeres trans es absolutamente reciente. ‘El bebé verde’ que escribí en el 2015 está publicado más en la fecha en la que se empieza a poner a más mujeres trans en los medios de comunicación contando nuestras historias en primera persona. Además, date cuenta que ahí es cuando las TERF han explotado, porque cuando estábamos calladas y en la penumbra de la sociedad no molestábamos a nadie. Es bastante representativo que toda esta violencia en redes haya empezado cuando hemos empezado a tener más visibilidad. Me hace mucha gracia cuando dicen que las trans estamos intentando borrar mujeres, es decir, ¡nosotras no tenemos el poder de borrar absolutamente a nadie! Es como si los norteamericanos blancos le dijeran a los latinoamericanos que quieren borrarles porque están contando sus historias. No hemos sido totalmente excluidas porque siempre ha habido personas que han contado sus historias a lo largo. Es decir, Christine Jorgensen, que fue una trans norteamericana, fue muy famosa en los años 50. O Lili Elbe, que es la mujer trans en la que se inspiraron para hacer ‘La chica danesa’, escribió sus memorias en los años 30. Pero siempre eran cosas muy puntuales.
P. A lo largo de tu carrera artística has usado la música, el arte visual, el cómic… ¿Que es lo que te permite hacer un poemario?
Creo que ya hacía tiempo que estaba usando lo poético en mi obra. En el libro del año 2018, ‘We can be heroes’, hay un montón de dibujos que están llenos de palabras. Hay un dibujo de Marsha P. Johnson que está totalmente manuscrito alrededor. Cogí ese dibujo, transcribí lo que estaba manuscrito a un papel y vi que era un poema, que es el primer poema que abre ‘Todo era por ser fuego’. Entonces me di cuenta de que ya estaba escribiendo poesía de manera inconsciente. La poesía me parece interesante porque te permite decir cosas muy complejas en un espacio bastante corto. Si yo fuera a hablar en un libro de todo lo que hablo en ‘Todo era por el fuego’ —de la represión, de la familia, del público, de la niñez, de la identidad, del deseo— sin usar lenguaje poético, escribiría un libro de 3.000 páginas. Sin embargo, usando el lenguaje poético puedes hablar de eso en pocas páginas.
P. ¿Cómo llega a convertirse el libro?
Tenía varios poemas ya escritos y pensé que me gustaría publicarlos, pero sabía que no los iba a publicar con mi editorial anterior, con Lunberg, porque está especializada en libros ilustrados y yo no quería que hubiera ningún tipo de ilustración. Tampoco creo que los temas que trato y el lenguaje que uso en el poemario sean los más indicados para ese lugar. Este libro es más callejero, el más arrabalero que los libros anteriores, más sucio. Se habla de semen, de chulos. Se lo propuse yo a las chicas de Continta y ellas, que eran fans de mi trabajo, me dijeron que sí enseguida.
P. ¿Tu poesía es arrabalera y sucia?
Por lo menos es lo que a mi me gustaría pensar. Luego también hay poemas que son más deudores de la poesía de Baudeleire, por ejemplo, y son menos arrabaleros. Pero todos estos poemas en los que se hace alusiones a las canciones populares, que no pop, de Rocío Jurado, de Mocedades, las referencias a Pedro Lemebel, el lenguaje callejero de los chulos, de las travestis, de las navajas a mí me parece bastante más callejero que los libros anteriores. Piensa, además, que la última palabra del libro, que pertenece al epílogo de Celeste es “semen”. Este es un libro que se cierra con la palabra semen.
P. Tus libros están plagado de referentes. En este poemario está Rigoberta Bandini y La Jurado, Lemebel o Jean Genet, por citar solo algunos. ¿Es este libro un glosario de tus referentes?
Yo soy una enferma de la cultura, llevo consumiendo cultura desde que tengo 14 años, incluso antes, porque cuando era muy pequeña leía cómics de superhéroes y de superheroínas, y eso también es cultura. Estoy todo el rato leyendo, descubriendo cosas. Si escribiese otro poemario ahora, habría otras referentes completamente distintas. Son todas las que están, pero no están todas las que son.
P. Dices en uno de tus poemas que te queda cuerpo que poner cuerpo. ¿Dónde quieres poner el cuerpo ahora?
Honestamente, en mi cama con un libro.
P. ¿Deshonestamente?
La verdad es que yo estoy un poco cansada de poner el cuerpo. Tengo 50 años, llevo cinco décadas poniendo el cuerpo. Yo puse el cuerpo desde muy pequeña, porque antes de que yo supiera lo que me pasaba ya parece que lo sabían todos los niños a mi alrededor y estaba el insulto constante todo el rato. Llega un momento en que te cansas. Lo que pasa que para algunas personas no poner el cuerpo es un lujo que no nos podemos permitir. A mí me encantaría no poner el cuerpo, ser invisible y pasar totalmente desapercibida por lo menos cuando quiero. Pero para las personas trans no es tan fácil. Es verdad que con la edad tengo más ‘passing’ que el que tenía cuando era más joven y cuando ya quieres tener mucho passing te pones una mascarilla y ya no te mira absolutamente nadie.
P. Cuanto más ‘passing’ tienes, menos cuerpo hay que poner...
El cuerpo cuanto más difícil es de leer para los que te rodean, más lo pones. Es eso. Es decir, los cuerpos que no entran dentro de lo que se supone que es la norma, los cuerpos negros, los cuerpos gordos, los cuerpos disca, los cuerpos trans. Todos esos cuerpos, y muchos otros más, se ponen aunque no quieras, porque la gente te lee de una manera incómoda. Son cuerpos que pueden causar cierta incomodidad a tu alrededor. Entonces, aunque tú no lo quieras poner, lo tienes que poner. Si escribes poesía y eres trans, cuando estás en una entrevista ya estás poniendo el cuerpo.
P. ¿Es absurdo por mi parte pensar que por ser una mujer trans tienes que tener una opinión sobre la ley trans que el 28 de junio fue vista en segunda vuelta por el Consejo de Ministros y ahora se tramitará en el Congreso?
Honestamente, y voy a pecar de mala trans, como yo me amparé en la ley 3/2007 y tengo mi DNI cambiado y todo... No le he prestado demasiada atención. Soy muy mala trans y muy mala compañera. No tengo ninguna opinión al respecto porque no la he seguido mucho más allá de las cosas de las que te enteras, aunque no quieras. Sí que tengo una opinión sobre las leyes en general y es que las leyes están muy bien, pero las leyes nos amparan hasta cierto punto. Obviamente es mucho más fácil y mucho más sano tener un DNI con tu nombre y con tu identidad, pero eso no significa que inmediatamente vaya a acabar la transfobia en la sociedad, exista la ley que exista. Yo creo que la transfobia en este caso, tiene unos mecanismos que están muy arraigados socialmente. No va a ser tan fácil borrar esos mecanismos. Cuando dices esto, parece que soy una persona negativa. No soy una persona negativa. Soy una persona trans que vive su realidad todos los días.
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