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Juan Argelina | Zoozobra, 20165-06-01
http://zoozobra.com/se-reabrira-el-gulag-para-los-homosexuales-en-rusia/
“En los países fascistas, la homosexualidad, azote de la juventud, florece sin el menor castigo; en el país en donde el proletariado ha alcanzado el poder social, la homosexualidad ha sido declarada un delito social y es severamente castigada. En Alemania ya existe un lema que dice “Erradicando a los homosexuales desaparece el fascismo”. Máximo Gorki, “El Humanismo Proletario”, 1934.
La despenalización de la homosexualidad en la Unión Soviética de 1917 no partía de supuestos de “normalización” o de igualdad sexual. Los legisladores revolucionarios aún pensaban en ella como una enfermedad. Lo que les impulsó a tal hecho fue la compasión hacia quienes consideraban que sufrían el dolor de su condición, y la idea de que, al considerar a los homosexuales como víctimas del moralismo religioso, ridiculizarían al antiguo orden burgués. No obstante, en esta legislación “progresista” ya se exponía la necesidad de un tratamiento de “cura” para esta “anormalidad psicopatológica” (aunque en un principio no fue obligatorio). Fue a partir del stalinismo cuando, siguiendo criterios “patrióticos”, se redujo la sexualidad a la función procreadora, con un fin social. La familia cobró importancia como la principal “célula” de socialización, y el buen ciudadano soviético no sólo era productor en el sentido económico, sino “reproductor” en el sentido sexual.
Es irónico que la erradicación de la homosexualidad en la Alemania nazi (al igual que la del pueblo judío) tuviese las mismas justificaciones que en la Rusia soviética. La homosexualidad era un desprecio de energía y de producción, y así la represión comenzó en 1934: calificados como la “hez de la sociedad”, “canalla desclasada” y asimilados con la decadencia moral burguesa, miles fueron enviados al gulag, donde fueron humillados y esclavizados, y donde la psiquiatría experimentó sus métodos para erradicar lo que consideraba una “perversión psicopática”.Gorki publicó ese mismo año en Pravda el artículo “Erradicad la homosexualidad y desaparecerá el fascismo”, mientras el Código Penal regresaba a los mismos términos de represión de 1832. El primer deportado soviético que denunció la atrocidad de la situación sufrida por los “opouchtchennie” (homosexuales pasivos) fue GuennadiTrifonov, que en 1977 envió una carta abierta a la Literatournaia Gazeta (que no fue publicada) desde su campo de los Urales: “He sufrido la experiencia de todo lo que se pueda imaginar en materia de horror y pesadillas; la situación de los homosexuales en los campos nazis no era nada comparada con la nuestra; reducidos a un estado animal, soñábamos con contraer una enfermedad mortal para conseguir unos días de reposo antes de morir”.
Uno de los más conocidos entre los internados en estos campos fue el director de cine Serguei Paradzhanov, condenado por homosexualidad en dos ocasiones, en 1952 y 1973. Sin duda, la experiencia del gulag es el sustrato de la cultura gay postsoviética, marcada por el miedo, la dureza y la violencia. Además es la raíz de la extrema homofobia que domina en la sociedad rusa actual. El periodista gay Yaroslav Mogutin, que se interesó por la historia de los homosexuales en el gulag, se vio obligado a pedir asilo político en Estados Unidos en 1995.
Hubo que esperar hasta 1993 para ver la abolición de la homosexualidad como delito, aunque esta medida se hizo más por aparentar una imagen de democratización en la nueva era postsoviética de Yeltsin, que como un recurso real contra el heterosexismo, ya que la fuerte crisis económica sufrida durante los años 90, junto a la rampante corrupción, hizo desconfiar al pueblo ruso de su recién estrenada “democracia”; y su decepción, asociada a la descomposición del país, fomentó la idea de un régimen débil, “femenino”, objeto de mofa, vinculado con la homosexualidad despenalizada por ese mismo poder. Para los nacionalistas y los nostálgicos del stalinismo, el “vicio homosexual” simbolizaba la perversión moral extranjera y la consecuencia de la influencia del enemigo en la santa Rusia. Fue la iglesia ortodoxa la que exigió al Estado la protección de los menores y la prohibición de la enseñanza a los homosexuales. La nueva Rusia de Putin defiende el renacimiento de las virtudes nacionales. Su imagen como gran macho, deportista y heterosexual, es elogiada por los intelectuales. El historiador AndreiGruntovsky dice: “La ausencia de tradición en el campo de la educación sexual produce el desarrollo de la inversión (rechazo de la norma sexual), lo que está ligado a la aparición del sadismo bajo una forma abierta u oculta” (El Boxeo en Rusia: historia, etnografía, técnica; 2002). La psiquiatría ha vuelto a revelarse como la perfecta aliada de la criminalización penal, y se vuelve a hablar de tratamientos médicos contra las “anormaliades” sexuales.
De este modo la actividad militante contra la homofobia estatal se convierte en disidencia política, aunque se castiga como mera delincuencia. La legislación, la policía y las administraciones locales animan la homofobia de la población, llegándose a crear verdaderas “cazas” de homosexuales por parte de bandas organizadas. “Considero que es insuficiente multar a los gais por hacer propaganda de la homosexualidad entre los adolescentes. Hay que prohibirles que puedan donar sangre, esperma, y sus corazones, en caso de un accidente automovilístico, deben ser enterrados o quemados como impropios para la continuación de otra vida”, declaraba DmitriKiseliov, presentador de un programa político semanal en Rusia Uno en 2013. El grupo neonazi Okkupái Pedofiliái tiende trampas —generalmente contactos en Internet— para capturar a gais e infligirles humillaciones que son grabadas y luego subidas a la Red. Estos ataques no se reducen a la homofobia; son racistas que atacan también a los emigrantes y a los rusos que no son de raza blanca. La posiciónantigay de la Iglesia ortodoxa explicaigualmente el apoyo que han tenido las leyes que prohíben la propaganda de “relaciones sexuales no tradicionales” entre menores y la adopción de niños rusos por parte de parejas de un mismo sexo. Gorki se hubiera sentido satisfecho en la Rusia de Putin, tal y como lo estaba en la de Stalin. Las conexiones entre las políticas totalitarias de los años 30 con la actualidad son palpables, aunque no deberíamos dejarnos llevar por la ilusión de un problema exclusivamente ruso.
El nacionalismo impregnado de homofobia de la Rusia de Putin ha sido la marca histórica de nuestras sociedades occidentales durante todo el proceso de su formación desde las revoluciones burguesas. Aquí se podría abrir un debate acerca de la deriva política y las consecuencias sociales de la Revolución Rusa en lo que respecta a la construcción de Rusia como nación misma frente a Occidente. Pero es perfectamente constatable que las mismas características morales relacionadas con el esquema social patriarcal, machista y heterosexista, han sido repetidas tanto en las democracias europeas como en los fascismos y el comunismo soviético. De hecho, los “triángulos rosas” que sobrevivieron a los campos de exterminio no pudieron acceder a las compensaciones reconocidas a las personas deportadas por motivos étnicos, religiosos o políticos, ya que fueron consideradas condenadas por derecho común por delitos anteriores al nazismo, que siguieron vigentes tanto en la República Federal como en la República Democrática Alemana, así como en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia hasta hace bien poco.
Por tanto, no debería sernos extraño que la homosexualidad sea ideológicamente señalada como “destructora de la sociedad” por parte de un Estado que construye su identidad nacional sobre una moral religiosa. No olvidemos que durante años, los homosexuales fueron considerados “antiamericanos” y “comunistas” en EEUU antes de las revueltas de Stonewall. La homofobia como recurso ideológico es eficaz para “purificar” el espacio social. Se ha empleado a derecha e izquierda y se ha interiorizado en la mente de los individuos, haciéndoles creer en su necesidad, como parte de la defensa de su propia identidad heterosexual “natural”. Cuando burgueses y obreros, fascistas y revolucionarios, blancos y negros, se intercambian “acusaciones de homosexualidad”, refuerzan su común intolerancia a la libertad del placer, creyendo que así refuerzan su identidad, asumiendo la debilidad de su enemigo. De este modo la homosexualidad se convierte en el “enemigo universal”, que debe ser silenciado. Las “mariconadas” a las que normalmente se refieren los machos heterosexuales cuando hablan de las debilidades de sus iguales, no solo son un desprecio sino un refuerzo de lo que consideran su esencia como hombres, que deja fuera a todo aquel cuyo comportamiento, actitud o presencia puede constituir una amenaza a su posición en la escala de valores que ha aprendido y asumido en la sociedad tradicional, a pesar de que su conciencia política pueda ser muy “revolucionaria”. Así se reproduce la homofobia, y así se conjura el peligro de un cambio real en el sistema.
La detención de uno de los líderes del movimiento homosexual ruso, Nikolái Alekséyev, al intentar celebrar una marcha del orgullo gay sin autorización del Ayuntamiento de Moscú, atacado por unos activistas radicales ortodoxos cuando se personó en la céntrica calle Tverskaya para celebrar el acto el pasado 30 de mayo, no es sino la culminación de la serie de políticas represivas que he citado. Desde 2006, Alekséyev ve rechazada su solicitud para celebrar una marcha del orgullo gay, pese a lo cual algunos activistas salen a la calle y se enfrentan a los ultranacionalistas y radicales ortodoxos, lo que suele desembocar en choques violentos y detenciones. El alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, calificó estas manifestaciones como “satánicas”. Sin duda, si pudiera, enviaría a sus convocantes de nuevo al gulag.
La despenalización de la homosexualidad en la Unión Soviética de 1917 no partía de supuestos de “normalización” o de igualdad sexual. Los legisladores revolucionarios aún pensaban en ella como una enfermedad. Lo que les impulsó a tal hecho fue la compasión hacia quienes consideraban que sufrían el dolor de su condición, y la idea de que, al considerar a los homosexuales como víctimas del moralismo religioso, ridiculizarían al antiguo orden burgués. No obstante, en esta legislación “progresista” ya se exponía la necesidad de un tratamiento de “cura” para esta “anormalidad psicopatológica” (aunque en un principio no fue obligatorio). Fue a partir del stalinismo cuando, siguiendo criterios “patrióticos”, se redujo la sexualidad a la función procreadora, con un fin social. La familia cobró importancia como la principal “célula” de socialización, y el buen ciudadano soviético no sólo era productor en el sentido económico, sino “reproductor” en el sentido sexual.
Es irónico que la erradicación de la homosexualidad en la Alemania nazi (al igual que la del pueblo judío) tuviese las mismas justificaciones que en la Rusia soviética. La homosexualidad era un desprecio de energía y de producción, y así la represión comenzó en 1934: calificados como la “hez de la sociedad”, “canalla desclasada” y asimilados con la decadencia moral burguesa, miles fueron enviados al gulag, donde fueron humillados y esclavizados, y donde la psiquiatría experimentó sus métodos para erradicar lo que consideraba una “perversión psicopática”.Gorki publicó ese mismo año en Pravda el artículo “Erradicad la homosexualidad y desaparecerá el fascismo”, mientras el Código Penal regresaba a los mismos términos de represión de 1832. El primer deportado soviético que denunció la atrocidad de la situación sufrida por los “opouchtchennie” (homosexuales pasivos) fue GuennadiTrifonov, que en 1977 envió una carta abierta a la Literatournaia Gazeta (que no fue publicada) desde su campo de los Urales: “He sufrido la experiencia de todo lo que se pueda imaginar en materia de horror y pesadillas; la situación de los homosexuales en los campos nazis no era nada comparada con la nuestra; reducidos a un estado animal, soñábamos con contraer una enfermedad mortal para conseguir unos días de reposo antes de morir”.
Uno de los más conocidos entre los internados en estos campos fue el director de cine Serguei Paradzhanov, condenado por homosexualidad en dos ocasiones, en 1952 y 1973. Sin duda, la experiencia del gulag es el sustrato de la cultura gay postsoviética, marcada por el miedo, la dureza y la violencia. Además es la raíz de la extrema homofobia que domina en la sociedad rusa actual. El periodista gay Yaroslav Mogutin, que se interesó por la historia de los homosexuales en el gulag, se vio obligado a pedir asilo político en Estados Unidos en 1995.
Hubo que esperar hasta 1993 para ver la abolición de la homosexualidad como delito, aunque esta medida se hizo más por aparentar una imagen de democratización en la nueva era postsoviética de Yeltsin, que como un recurso real contra el heterosexismo, ya que la fuerte crisis económica sufrida durante los años 90, junto a la rampante corrupción, hizo desconfiar al pueblo ruso de su recién estrenada “democracia”; y su decepción, asociada a la descomposición del país, fomentó la idea de un régimen débil, “femenino”, objeto de mofa, vinculado con la homosexualidad despenalizada por ese mismo poder. Para los nacionalistas y los nostálgicos del stalinismo, el “vicio homosexual” simbolizaba la perversión moral extranjera y la consecuencia de la influencia del enemigo en la santa Rusia. Fue la iglesia ortodoxa la que exigió al Estado la protección de los menores y la prohibición de la enseñanza a los homosexuales. La nueva Rusia de Putin defiende el renacimiento de las virtudes nacionales. Su imagen como gran macho, deportista y heterosexual, es elogiada por los intelectuales. El historiador AndreiGruntovsky dice: “La ausencia de tradición en el campo de la educación sexual produce el desarrollo de la inversión (rechazo de la norma sexual), lo que está ligado a la aparición del sadismo bajo una forma abierta u oculta” (El Boxeo en Rusia: historia, etnografía, técnica; 2002). La psiquiatría ha vuelto a revelarse como la perfecta aliada de la criminalización penal, y se vuelve a hablar de tratamientos médicos contra las “anormaliades” sexuales.
De este modo la actividad militante contra la homofobia estatal se convierte en disidencia política, aunque se castiga como mera delincuencia. La legislación, la policía y las administraciones locales animan la homofobia de la población, llegándose a crear verdaderas “cazas” de homosexuales por parte de bandas organizadas. “Considero que es insuficiente multar a los gais por hacer propaganda de la homosexualidad entre los adolescentes. Hay que prohibirles que puedan donar sangre, esperma, y sus corazones, en caso de un accidente automovilístico, deben ser enterrados o quemados como impropios para la continuación de otra vida”, declaraba DmitriKiseliov, presentador de un programa político semanal en Rusia Uno en 2013. El grupo neonazi Okkupái Pedofiliái tiende trampas —generalmente contactos en Internet— para capturar a gais e infligirles humillaciones que son grabadas y luego subidas a la Red. Estos ataques no se reducen a la homofobia; son racistas que atacan también a los emigrantes y a los rusos que no son de raza blanca. La posiciónantigay de la Iglesia ortodoxa explicaigualmente el apoyo que han tenido las leyes que prohíben la propaganda de “relaciones sexuales no tradicionales” entre menores y la adopción de niños rusos por parte de parejas de un mismo sexo. Gorki se hubiera sentido satisfecho en la Rusia de Putin, tal y como lo estaba en la de Stalin. Las conexiones entre las políticas totalitarias de los años 30 con la actualidad son palpables, aunque no deberíamos dejarnos llevar por la ilusión de un problema exclusivamente ruso.
El nacionalismo impregnado de homofobia de la Rusia de Putin ha sido la marca histórica de nuestras sociedades occidentales durante todo el proceso de su formación desde las revoluciones burguesas. Aquí se podría abrir un debate acerca de la deriva política y las consecuencias sociales de la Revolución Rusa en lo que respecta a la construcción de Rusia como nación misma frente a Occidente. Pero es perfectamente constatable que las mismas características morales relacionadas con el esquema social patriarcal, machista y heterosexista, han sido repetidas tanto en las democracias europeas como en los fascismos y el comunismo soviético. De hecho, los “triángulos rosas” que sobrevivieron a los campos de exterminio no pudieron acceder a las compensaciones reconocidas a las personas deportadas por motivos étnicos, religiosos o políticos, ya que fueron consideradas condenadas por derecho común por delitos anteriores al nazismo, que siguieron vigentes tanto en la República Federal como en la República Democrática Alemana, así como en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia hasta hace bien poco.
Por tanto, no debería sernos extraño que la homosexualidad sea ideológicamente señalada como “destructora de la sociedad” por parte de un Estado que construye su identidad nacional sobre una moral religiosa. No olvidemos que durante años, los homosexuales fueron considerados “antiamericanos” y “comunistas” en EEUU antes de las revueltas de Stonewall. La homofobia como recurso ideológico es eficaz para “purificar” el espacio social. Se ha empleado a derecha e izquierda y se ha interiorizado en la mente de los individuos, haciéndoles creer en su necesidad, como parte de la defensa de su propia identidad heterosexual “natural”. Cuando burgueses y obreros, fascistas y revolucionarios, blancos y negros, se intercambian “acusaciones de homosexualidad”, refuerzan su común intolerancia a la libertad del placer, creyendo que así refuerzan su identidad, asumiendo la debilidad de su enemigo. De este modo la homosexualidad se convierte en el “enemigo universal”, que debe ser silenciado. Las “mariconadas” a las que normalmente se refieren los machos heterosexuales cuando hablan de las debilidades de sus iguales, no solo son un desprecio sino un refuerzo de lo que consideran su esencia como hombres, que deja fuera a todo aquel cuyo comportamiento, actitud o presencia puede constituir una amenaza a su posición en la escala de valores que ha aprendido y asumido en la sociedad tradicional, a pesar de que su conciencia política pueda ser muy “revolucionaria”. Así se reproduce la homofobia, y así se conjura el peligro de un cambio real en el sistema.
La detención de uno de los líderes del movimiento homosexual ruso, Nikolái Alekséyev, al intentar celebrar una marcha del orgullo gay sin autorización del Ayuntamiento de Moscú, atacado por unos activistas radicales ortodoxos cuando se personó en la céntrica calle Tverskaya para celebrar el acto el pasado 30 de mayo, no es sino la culminación de la serie de políticas represivas que he citado. Desde 2006, Alekséyev ve rechazada su solicitud para celebrar una marcha del orgullo gay, pese a lo cual algunos activistas salen a la calle y se enfrentan a los ultranacionalistas y radicales ortodoxos, lo que suele desembocar en choques violentos y detenciones. El alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, calificó estas manifestaciones como “satánicas”. Sin duda, si pudiera, enviaría a sus convocantes de nuevo al gulag.
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