viernes, 2 de octubre de 2015

#hemeroteca #feminismo | Ser chica es ser punk (o no)

Ser chica es ser punk (o no).
Raisa Gorgojo Iglesias | Pikara, 2015-10-02
http://www.pikaramagazine.com/2015/10/ser-chica-es-ser-punk-o-no/

Una vez leí que fueron las mujeres y no Reino Unido quienes inventaron el punk. Hacer de lo femenino algo punk es transgresor y divertido, una verdad incómoda para los señores de cocido en la mesa cuando llegan de trabajar y para las chicas que piensan que el punk está muerto porque Avril Lavigne ya no se lleva. Y es que desgraciadamente, para una generación de chicas lo femenino y lo punk eran como la peli de Sofía Coppola sobre María Antonieta: vestidos con Converse y backgrounds de flores con mensajes en Arial. Hay muchas maneras de entender la feminidad, pero ser mujer tiene más de punk que de azúcar, más de compromiso y lucha que de pura estética y pose. Lo que pasa es que como dice mi abuela, el capitalismo coge los productos subversivos, los pasa por infinitos departamentos de branding y noséqué y te los presenta y vende como una cosa peligrosa y revolucionaria, algo para jugar durante el día pero que te asegura que a las once vas a estar en tu cama, tranquila a salvo de la revolución. Las abuelas son sabias.

Eso es un poco lo que me pasa con Caitlin Moran y su ensayo autobiográfico 'Cómo ser mujer', no me la creo porque no es peligrosa. El suyo es un feminismo sumamente cis, uno que proclama que en realidad chicos y chicas somos los muchachos, y que todos tenemos que ser buenos y educados los unos con las otras para divertirnos y crear un mundo mejor. Se autoproclama también como feminista exaltada, y dice que toda mujer tiene que subirnos encima de un taburete en algún momento de su vida y gritar que eso, que eres una feminista exaltada. Muy bien, estoy de acuerdo, probablemente tú también: a la mierda los paños calientes, yo soy feminista y estoy muy exaltada y muy disconforme con lo que pasa. El problema de exaltarse es que te vuelves un poco como un caballo de calesa que de repente no tiene riendas y se ve libre: no sabes para donde tirar, y encima llevas una montura incómoda y unas cosas en los ojos que sólo te dejan ver lo que tienes delante de ti, no a los lados.

Caitlin sabe que es absurdo, por poco práctico y muy incómodo, que nuestras bragas sean cada vez más pequeñas (y a medida que disminuye el tamaño de las bragas, disminuye el del Imperio Británico, dice ella sagazmente), sabe también que cuando tienes coño pagas una especie de impuesto nosesabemuybienaquién, depilándotelo antes de fechas señaladas o ante una prospectiva de ligue. Cada semana nos gastamos una pasta “en hacer que nuestros chihuahuas parezcan una repulsiva pechuga de coño del Lidl.” En general, estas son ideas buenas y divertidas con las que más o menos todas estamos de acuerdo. El problema de este feminismo, el problema grandísimo que tienen estas instrucciones para ser chica, es que no hace falta coño para serlo.

El problema de ese feminismo es que es amable y aburrido, por mucho que te rías con las cosas que cuenta. No es un libro que escandalice, aunque haga una lista de infinitos nombres que se le dan al coño, ni aunque hable de la masturbación y de las tristes caras iguales de las señoras botulínicas en comparación con las aburridas caras arrugadas (y naturales) de los autocomplacientes señores ricos. ni tampoco cuestiona el sistema, aunque diga que ser madre mola pero no serlo, también. Lo que pasa es que no vale con decir qué mierda el patriarcado, universalizar tu experiencia y decir que esas son las instrucciones para ser una chica.

Yo quiero un feminismo de base, o al menos quiero que los libros que se etiqueten como feministas lo sean. Quiero algo ruidoso e incómodo, quiero tocar los cojones, preguntar y cuestionar cuando no tenga las respuestas a mano, pero sobre todo lo que quiero es eso, base. Un libro que es fundamentalmente entretenido y ligero va y me dice que hubo poquísimas mujeres en la Historia que hicieran algo importante, y que igual tiene que ver con el hecho de ser mujeres y que tendríamos que dejar de culpar al machismo de ello. Vale que más tarde dice que las chicas aún no estamos al nivel de los hombres porque hace cuatro días que obtuvimos el derecho a voto y que todavía estamos un poco atolondradas y oxidadas, pero ohmygod. En serio, ¿hace falta que explique por qué esta idea es errónea y peligrosa? Y no hablo de un peligro bueno, de los de la adrenalina, hablo de perpetuar convicciones y convenciones a golpe de intuición, sin una teoría que te respalde. Es más fácil decir que no hubo chicas interesantes en miles de años que sentarte a investigar (benditos Gender Studies) y sobre todo, es mucho más fácil y demagógico decir que nosotras somos las primera generación femenina en la Historia que está haciendo algo: ese es un argumento tan occidentalista, tan falso y tan perezoso que me da vagancia a mí rebatirlo.

Moran quiere ser punk pero juega a ser la cool girl; pero eso sí, una cool girl desastrada que nos despierte simpatía a las perdedoras. Tú ya sabes qué es una chica guay: la típica que bebe cerveza y come hamburguesonas pero tiene un tipazo, que nunca es insegura de sí misma y se apunta a todo con los chicos, una que habla de mamadas pero mantiene intacta su reputación, una que nunca dice nada fuera de tono y se lleva bien con todas y todos, una que parece no dedicar tiempo a su aspecto pero que (misteriosamente) luce en cualquier situación una melena que ya la quisieras tú para ti, porque en el fondo muy fondo, aunque sepas que ese coolismo es relativo y efímero, tú quieres tener ese pelo y esa confianza. Moran, en cambio, es guay porque pudo salir de la decadencia de su casa de Brighton para vivir sola en un piso terrible sin luz que se pagaba entrevistando a músicos para una revista y presentando un programa de televisión. No tenía idea de vestir bien pero todo lo que se ponía era vintage, su vida era un desastre pero entre pastilla de éxtasis, conciertos, novios raros y entrevistas iba sobreviviendo de problema en problema, de aventura en aventura.

Yo no soy la chica guay estereotípica que decía antes, pero Moran tampoco me habla a mí. Yo no sé tú, pero a los dieciséis no trabajaba en una revista musical ni hacía cursos de cine, siempre sentí encima de mí la presión por encajar en un determinada modelo de feminidad, lo cual implicaba dietas, determinada ropa que no siempre podía pagarme y sobre todo, determinados comportamientos para ser como las demás chicas de mi alrededor. La feminidad de bote, ese elixir que parece transmitirse de generación en generación y que perpetúa actitudes y creencias opresoras y deprimentes, no es algo que le preocupara a Moran. A mí, en cambio, el sentimiento de insuficiencia como mujer, el no ser lo que se esperaba de mí, sí que me preocupó muchos años. En ese sentido, sí que me sentía, como la Moran, un cerebro en un tarro. Hasta hace poco viví desconectada de mi cuerpo y no me daba cuenta de que muchas cosas que me pasaban era culpa de esa falta de sintonía: el cupero te ayuda a vivir aventuras y te lleva a sitios, pero sin duda no serían los mismos a los que van las chicas guays. El libro tiene momentos de gran honestidad, como cuando habla del dolor en el parto y de la violencia obstétrica, o precisamente cuando habla de cómo pasó su infancia siendo no una niña, sino un cerebro metido en un cuerpo gordo que no le servía para hacer cosas, un cuerpo que no era suyo. El libro no habla de dietas ni de procesos de autodescubrimiento gracias al adelgazamiento o la aceptación del propio físico: habla de que el cuerpo es nuestro, mi cuerpo soy yo y debo sentirlo. Esa sí que es una buena instrucción para ser chica, con coño o sin él.

En definitiva, Cómo ser una chica te explica cómo ser una chica guay diametralmente opuesta a la animadora de instituto, con sus meteduras de pata y su vida un poco punk, pero siempre guay y con final feliz. No sé tú, pero yo echo de menos un libro o una peli que nos hable a las chicas con miedos, chicas que de vez en cuando se sienten insuficientes y para las que una pequeña victoria signifique un triunfo enorme. Echo en falta historias sobre chicas normales que nunca son protagonistas, que sufrieron una tragedia familiar o que odian su cuerpo y/o su mente pero que aprenden a vivir con ello, que de vez en cuando vuelven a las andadas de la desesperación pero que salen igual a trabajar porque no tienen tiempo para que les hagan un plano corto llorando en un parque a mediados de Octubre, cuando el paisaje está más fotografiable.. Que alguien me escriba un manual de instrucciones fuera del coolismo, algo honesto y sencillo, que me explique de verdad que mi pelo no es un problema y que es bueno que me desgañite por lo que sea justo, que no es necesario quedar bien con todo el mundo, que el ángel del hogar (y del bar) han muerto. En serio, decidme que no estoy sola en esto, que hay chicas por ahí que no encajan, a las que les sacaron mil defectos y a las que ridiculizaron cuando lucharon por lo que creyeron.

Habré echado sapos y culebras, pero reconozco que este tipo de narrativas son justas y necesarias porque la experiencia femenina no es una y universal. Cada nueva historia es una nueva revolución y si algo necesitamos, y en eso estoy de acuerdo con Caitlin, son revoluciones: vale ya de doncellas que no se masturban o que se buscan obsesivamente pelos en el coño, vale ya de guardar en secreto que sufres de mal de amores porque eso no te representa como mujer fuerte y moderna y sobre todo y muy en serio, vale ya de mujeres que hablan mal de otras mujeres. En serio que necesitamos más chicas que nos cuenten sus cosas, todo eso está muy bien. Mi problema con el libro es otro: Caitlin parece convencida de habernos dado unas instrucciones precisas pero abiertas sobre cómo ser una chica, una guay o postpunk rosa, además. Parece querer decir que hagas lo que hagas, todo irá bien siempre y cuando te diviertas , seas tú misma y tengas coño y no seas una butch (porque entonces no podrás ser una chica Caitlin). Nuestro problema como chicas es que siendo nosotras mismas nos vamos a encontrar problemas desde fuera que no se solucionarán mandando a la mierda al patriarcado, hay que arremangarse y hacer algo. El problema que tenemos algunas chicas es que sabemos de sobra que nunca vamos a ser cool y tampoco estamos segura de que queramos serlo, así que no entendemos por qué se empeñan en querer convertirnos. Es una sensación esperanzadora similar a la que te daban de cría esas pelis noventeras del patito feo al que hacen un cambio de look et voilà je suis une pivón, pero también la sensación que tienes cuando vas a una fiesta a la que se te invitó porque el anfitrión es amigo de un amigo: sé de sobra que ni con cambio de look me voy a ligar a Freddy Prince Jr y ya asimilé que en esa fiesta no me voy a divertir. Pero es que yo estoy ocupada en otras cosas.

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