viernes, 4 de noviembre de 2016

#hemeroteca #lenguaje | Maricón valiente

Imagen: El Confidencial
Maricón valiente.
El único insulto que hay en 'maricón' se desprende de usarla como si fuera algo malo. Maricón debería ser sinónimo de valiente.
Juan Soto Ivars | El Confidencial, 2016-11-04
http://blogs.elconfidencial.com/sociedad/espana-is-not-spain/2016-11-04/maricon-homosexualidad-palabras-connotaciones-insultos-atributos-negativos_1284669/

El humorista Ignatius empezó a tronar el otro día en la radio y dijo que le han entrado unas ganas tremendas de defender a Pedro Sánchez desde que el hombre se ha hundido en la mierda. A mí me pasa lo mismo. Me he podido cachondear de un personaje público, que en cuanto caiga en desgracia me veréis buscándole el lado humano y las justificaciones. A gran escala, le pasa a mucha gente. ¿Por qué albergamos la esperanza infantil de que el hijo de perra de Pablo Escobar se acabe salvando cuando vemos 'Narcos'? ¿Por qué simpatizamos en general con el rico que lo ha perdido todo, pero no con el millonario que conserva su fortuna?

El perdedor, como el muerto, se pone a salvo de sus propios pecados. Esta piedad automática hacia el perseguido es un rasgo de carácter que yo tengo exacerbado. Desde hace unos años, me ha dado por defender mentalmente no solo a las personas, sino a las palabras perseguidas. Me refiero a esos vocablos feos, ofensivos y malsonantes que nacieron con la desgracia de encenderse en la boca de los desaprensivos que insultan, o que aparecieron limpios de sospecha pero terminaron proscritos por culpa del odio, la desigualdad y las ganas de hacer daño.

Una palabra que me fascina es 'judío'. En su libro 'LTI', el filólogo judeoalemán Klemperer examina la caída en desgracia de esta palabra en la Alemania nazi, similar a la que le dimos en nuestro Barroco. Judío, nuevamente, dejó de denominar a los judíos y se convirtió en un insulto mortal, en una acusación grave, en la causa de la muerte del preso. La palabra se cargó con tanto odio que sorprende que los judíos no quisieran imponer un eufemismo a los gentiles. 'Judío' logró salir viva de Auschwitz cuando el pueblo masacrado alcanzó una situación de poder con la fundación del Estado de Israel. Hoy, referirse a un judío con esta palabra solo es un insulto para los antisemitas con mierda en la cabeza.

En los negros he detectado un fenómeno parecido desde que Obama se convirtió en el primer presidente negro de EEUU. En la Norteamérica segregada, los blancos usaban 'negro' como insulto de marca social. La abolición del racismo institucional —que no del racismo social— dio paso al tiempo del respeto verbal y la hipocresía. Hoy, de Obama podemos decir que es 'negro' sin despertar sospechas porque alcanzó una posición de poder, pero los negros abatidos a tiros por policías racistas siguen siendo afroamericanos.

El negro rico es negro, el negro pobre exige su eufemismo cuando es el blanco rico quien lo designa. Coetzee reflexiona sobre esta palabra para el caso sudafricano: cuando el Apartheid colapsó, los bóeres empezaron a sentir que la palabra 'colono', hasta entonces inocente, era un insulto.

Las palabras, como las personas, a veces son culpables o inocentes dependiendo de los equilibrios de poder. Como los criminales, algunas logran restituirse y otras terminan en el gulag. El problema es que aquí no hay más ley que la presión de un grupo o la costumbre, así que el movimiento de desprestigio de una palabra cambia para cada colectivo. Ejemplo extremo: la palabra 'mujer' se ha usado como insulto por los hombres a lo largo de la historia. Cuando los triunfos del feminismo empezaron a dejarse notar, en lugar de obligar a los hombres a emplear un eufemismo, las feministas se enorgullecieron del término y lo celebraron. 'Mujer' —me refiero a la palabra— casi pasó del desprecio a elogio.

Espero que quede claro que este interés mío por las palabras, que con frecuencia termina en intento quijotesco por restituirlas, no responde al racismo, el machismo o la homofobia. Me asombran las mutaciones y los cambios de significante o intencionalidad que pervierten el uso de las palabras; me fascina cómo las palabras que designan grupos van cargándose de connotaciones insultantes o se desprenden de ellas. Dado que soy un hombre blanco y heterosexual, jamás me atrevería a decirle a un colectivo distinto lo que tiene que sentir por las palabras que consideran negativas.

El caso es que he estado pensando mucho en la palabra 'maricón' desde que recibí la noticia fabulosa de que un amigo mío, criado en una familia ultraconservadora y religiosa, había conseguido salir del armario. El hombre me dijo que desde pequeñito ha sabido que era 'maricón' —usó esta palabra sin asomo de autocompasión—. Educado en un ambiente violentamente homófobo, había vivido aterrorizado como un Montesco enamorado de un Capuleto hasta que finalmente renunció a seguir engañándose a sí mismo y a los demás.

El hombre estaba feliz, exuberante, pero yo me quedé pensando en esa palabra que él mismo había usado para designarse tras una huida de casi 30 años. Me puse a buscar la palabra y sus sinónimos denigrantes en la literatura. Saqué de la estantería a Cela, a Delibes, a Umbral, a Jardiel, y evité a escritores gays como Terenci Moix o Álvaro Pombo porque buscaba los atributos del 'maricón' español de la literatura asignados por autores heterosexuales.

Maricón no significa homosexual. Las connotaciones de maricón indican que es un insulto, pero examinándolas una a una me doy cuenta de que son atributos negativos para esa sociedad represora y machista que hoy retrocede acobardada. De los personajes homosexuales de algunas obras literarias del siglo XX, saco que 'maricón' indica obscenidad, doblez, afeminamiento y cobardía.

Lo interesante viene cuando hacemos una lectura actual de esos atributos. La doblez del 'maricón' español es en realidad una habilidad adquirida para ocultarse en un mundo que castiga tu deseo. Su obscenidad, una tendencia al escándalo en una sociedad retrógrada y paranoica. El afeminamiento, el conflicto de identidad en una realidad binaria de machos y hembras, de hombres que no lloran y mujeres que friegan los suelos. La cobardía, el síntoma del miedo del gay en una sociedad dispuesta a enviarlo al cuartelillo, a humillarlo por la calle, a perseguirlo, a apalearlo. ¿Eso es cobardía? ¿Ser uno mismo contra viento y marea? ¿Sufrir los amores prohibidos por una sociedad despreciable?

En fin. Yo no voy a llamar así a nadie. Limpio y abrillanto una palabra para mi uso personal, y comparto estos pensamientos con usted para decirle que, vistas las connotaciones, el único insulto que hay en 'maricón' se desprende de usarla como si fuera algo malo. Maricón debería ser sinónimo de valiente.

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