Imagen: El Mundo / Andy Warhol y su 'troupe' en el rodaje de 'Chelsea Girls', 1966 |
Luis Antonio de Villena repasa en 'Nueva York/Babilonia, los años de la edad maldita' la efervescencia de la contracultura en los años 70.
Antonio Lucas | El Mundo, 2016-11-27
http://www.elmundo.es/cultura/2016/11/27/583acc75ca47418b758b45be.html
Fue el escritor Norman Mailer el que le puso culpable y seña de inicio al tifón de contracultura que surfeó Nueva York alrededor de los años 70. "Todo el rollo empezó de veras con Paul Bowles". Aquel hombre, que pisó muy poco la ciudad, fue el faro de costa de su propia revolución espiritual. Era como si el mundo estuviese por hacer. O por destruir del todo para levantarlo completamente de nuevo. Y un par de generaciones preguntándose cosas a la vez activaron una pequeña Weimar de músicos, poetas, bailarines, periodistas, fotógrafos, directores de cine, artistas y tropa de muy varia lección al cobijo de galpones y discotecas, de bares que vivían sin vistas a Wall Street, de sed de catacumba y cocaína.
Fueron los años que suceden al fracaso de Mayo del 68 y al incienso moribundo de los hippies de manual. Una juventud ensalzada desde el Village encabezó esta expedición con gusto a tolerancia internacional. Los años felices que fueron el paraíso abierto de unos pocos, su venganza preventiva contra tanta derrota. Algunos hombres y mujeres fueron generadores de este voltaje. Y en ellos cifra su entusiasmo Luis Antonio de Villena con un libro que es una balanza loca de nostalgia y deseo, de desengaño y esperanza: ‘Nueva York / Babilonia, los años de la edad maldita’, publicado por la editorial Stella Maris. "En un momento en el que las libertades individuales se miran de reojo, en que los políticos de cualquier signo aburren, hoscos, cegatos, muy poco imaginativos, es posible volverse a esas décadas pasadas y preguntar si todo aquel estallido libérrimo, tan lejos de hoy, fue siquiera verdad", cuestiona el autor y colaborador de El Mundo.
Pero lo fue. Y tuvo gentes de toda mar y toda tierra concretando su porqué y su vivísimo sentido al sinsentido. La Factory propiciada por Andy Warhol fue uno de los centros de alto rendimiento de la contracultura neoyorquina. "Fue el icono moderno y esencial de una época que se quería moderna a todo trance. Y digo icono, que no maestro. Lo permite todo porque sabe que la modernidad lo debe permitir todo. No sé si fue un gran pintor, aunque tampoco sé si eso le importó tanto. Fue ‘voyeur’ de un mundo desatado al que dio forma sin desatarse. Promotor de transgresiones, la sensación opuesta que produce es que llevó una vida muy convencional, casi asexuada, sin amores conocidos, probablemente religioso en secreto y con un extraño sentimiento burgués que hacía convivir, calladamente, con todo lo demás". Y lo demás era el hedonismo del exceso, los travestis, los modelos jóvenes, los artistas jóvenes, los rockeros jóvenes, los actores jóvenes, los chaperos, jóvenes también, los torcidos, los que se acercaban a él con la cabeza llena de vientos. La modernidad extrema era eso, según Warhol: vivir desde el vértigo, pero sin probar el vértigo.
Todos estaban conectados en aquella ciudad, con Nueva York, que se reducía a un puñado de calles a la manera de un fabuloso fortín sin puertas. La creatividad era extrema, urgente, excitante. "La idea de contracultura es lo más importante del siglo XX. Más necesaria que la Revolución de Octubre. Más que la revolución de Fidel Castro incluso", dice Luis Antonio de Villena.
Pero los referentes se fueron diluyendo. En aquella ciudad de todos los demonios coincidían Patti Smith con el fotógrafo Robert Mapplethorpe; Nico con Lou Reed; el gurú y poeta Allen Ginsberg, uno de los bucardos del movimiento beat; John Lennon y el pintor afroamericano Jean Michel Basquiat; un decadente Truman Capote y la estela feroz de William Burroughs, inteligente hasta el crimen. Y Mick Jagger. Y David Bowie. Y la discoteca Studio 54, que era, sin duda, un personaje más de la ciudad, la ballena de Jonás.
"Los que vivimos de algún modo aquellos años pensábamos el mundo de siempre como un mundo nuevo", explica De Villena, que formó parte de la tribu que apuró con intensidad la miniatura de todo aquello en los días de la Movida madrileña. "El núcleo duro de la contracultura es la libertad individual y un cambio del sistema de valores. Un cambio de moral, que es lo que en verdad permite que las cosas cambien profundamente. Por eso el fracaso de algo así debe de ser entendido como una pérdida". ¿Qué queda de todo aquello en lo de hoy? Y en este punto el autor de ‘Nueva York / Babilonia, los años de la edad maldita’ se desata: "Nada. Absolutamente nada. Lo nuevo no lo van a hacer ni Trump ni Pablo Iglesias. Ambos representan tiempos muy viejos. En algún momento vendrán gentes mejores, ¿pero cuánto tardarán?".
Cuando la fiesta comenzó a decaer (Reagan en la Casa Blanca, Thatcher en Downing Street, Karol Wojtyla en el Vaticano) aquella capital mundial de los excesos empezaba a estar muy laminada de heroína y de sida. De intemperies. De muertes prematuras. Aquel modo alternativo de vivir perdía protagonistas, fuerza, sitio y gracia. "Cuando esta cultura (que implicaba libertad y moral nueva) falló vino la amenaza".
-¿Qué amenaza?
-La del regreso de la represión por obra y gracia de la seguridad y porque el mundo mestizo comenzó a asustar a los bienpensantes. Hoy todo aquello ha desaparecido por entero.
- ¿En qué años sucedió lo que narra en estos ensayos?
- Diría que de 1965, cuando Bob Dylan canta ‘Blowin' in the wind’ hasta el año 85, cuando muere de sida el actor Rock Hudson. Aquella cultura diferente y de ánimo global llegó a su fin. Hoy no existe una capital del mundo, ninguna ciudad emblemática. Y desconocemos si la cultura, como lo fue entonces, volverá a ocupar el lugar que le corresponde.
- ¿Esto de ahora cómo lo ve?
- Si te refieres al mundo actual, estoy convencido de que algo terrible tiene aún que suceder, pero no sabemos qué. Como decía Ortega y Gasset: "No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa". Nuestra realidad es muy insegura.
Fueron los años que suceden al fracaso de Mayo del 68 y al incienso moribundo de los hippies de manual. Una juventud ensalzada desde el Village encabezó esta expedición con gusto a tolerancia internacional. Los años felices que fueron el paraíso abierto de unos pocos, su venganza preventiva contra tanta derrota. Algunos hombres y mujeres fueron generadores de este voltaje. Y en ellos cifra su entusiasmo Luis Antonio de Villena con un libro que es una balanza loca de nostalgia y deseo, de desengaño y esperanza: ‘Nueva York / Babilonia, los años de la edad maldita’, publicado por la editorial Stella Maris. "En un momento en el que las libertades individuales se miran de reojo, en que los políticos de cualquier signo aburren, hoscos, cegatos, muy poco imaginativos, es posible volverse a esas décadas pasadas y preguntar si todo aquel estallido libérrimo, tan lejos de hoy, fue siquiera verdad", cuestiona el autor y colaborador de El Mundo.
Pero lo fue. Y tuvo gentes de toda mar y toda tierra concretando su porqué y su vivísimo sentido al sinsentido. La Factory propiciada por Andy Warhol fue uno de los centros de alto rendimiento de la contracultura neoyorquina. "Fue el icono moderno y esencial de una época que se quería moderna a todo trance. Y digo icono, que no maestro. Lo permite todo porque sabe que la modernidad lo debe permitir todo. No sé si fue un gran pintor, aunque tampoco sé si eso le importó tanto. Fue ‘voyeur’ de un mundo desatado al que dio forma sin desatarse. Promotor de transgresiones, la sensación opuesta que produce es que llevó una vida muy convencional, casi asexuada, sin amores conocidos, probablemente religioso en secreto y con un extraño sentimiento burgués que hacía convivir, calladamente, con todo lo demás". Y lo demás era el hedonismo del exceso, los travestis, los modelos jóvenes, los artistas jóvenes, los rockeros jóvenes, los actores jóvenes, los chaperos, jóvenes también, los torcidos, los que se acercaban a él con la cabeza llena de vientos. La modernidad extrema era eso, según Warhol: vivir desde el vértigo, pero sin probar el vértigo.
Todos estaban conectados en aquella ciudad, con Nueva York, que se reducía a un puñado de calles a la manera de un fabuloso fortín sin puertas. La creatividad era extrema, urgente, excitante. "La idea de contracultura es lo más importante del siglo XX. Más necesaria que la Revolución de Octubre. Más que la revolución de Fidel Castro incluso", dice Luis Antonio de Villena.
Pero los referentes se fueron diluyendo. En aquella ciudad de todos los demonios coincidían Patti Smith con el fotógrafo Robert Mapplethorpe; Nico con Lou Reed; el gurú y poeta Allen Ginsberg, uno de los bucardos del movimiento beat; John Lennon y el pintor afroamericano Jean Michel Basquiat; un decadente Truman Capote y la estela feroz de William Burroughs, inteligente hasta el crimen. Y Mick Jagger. Y David Bowie. Y la discoteca Studio 54, que era, sin duda, un personaje más de la ciudad, la ballena de Jonás.
"Los que vivimos de algún modo aquellos años pensábamos el mundo de siempre como un mundo nuevo", explica De Villena, que formó parte de la tribu que apuró con intensidad la miniatura de todo aquello en los días de la Movida madrileña. "El núcleo duro de la contracultura es la libertad individual y un cambio del sistema de valores. Un cambio de moral, que es lo que en verdad permite que las cosas cambien profundamente. Por eso el fracaso de algo así debe de ser entendido como una pérdida". ¿Qué queda de todo aquello en lo de hoy? Y en este punto el autor de ‘Nueva York / Babilonia, los años de la edad maldita’ se desata: "Nada. Absolutamente nada. Lo nuevo no lo van a hacer ni Trump ni Pablo Iglesias. Ambos representan tiempos muy viejos. En algún momento vendrán gentes mejores, ¿pero cuánto tardarán?".
Cuando la fiesta comenzó a decaer (Reagan en la Casa Blanca, Thatcher en Downing Street, Karol Wojtyla en el Vaticano) aquella capital mundial de los excesos empezaba a estar muy laminada de heroína y de sida. De intemperies. De muertes prematuras. Aquel modo alternativo de vivir perdía protagonistas, fuerza, sitio y gracia. "Cuando esta cultura (que implicaba libertad y moral nueva) falló vino la amenaza".
-¿Qué amenaza?
-La del regreso de la represión por obra y gracia de la seguridad y porque el mundo mestizo comenzó a asustar a los bienpensantes. Hoy todo aquello ha desaparecido por entero.
- ¿En qué años sucedió lo que narra en estos ensayos?
- Diría que de 1965, cuando Bob Dylan canta ‘Blowin' in the wind’ hasta el año 85, cuando muere de sida el actor Rock Hudson. Aquella cultura diferente y de ánimo global llegó a su fin. Hoy no existe una capital del mundo, ninguna ciudad emblemática. Y desconocemos si la cultura, como lo fue entonces, volverá a ocupar el lugar que le corresponde.
- ¿Esto de ahora cómo lo ve?
- Si te refieres al mundo actual, estoy convencido de que algo terrible tiene aún que suceder, pero no sabemos qué. Como decía Ortega y Gasset: "No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa". Nuestra realidad es muy insegura.
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