Imagen: El Independiente / Frida Kahlo |
Verónica Gayá | El Independiente, 2016-11-19
http://www.elindependiente.com/tendencias/2016/11/19/frida-khalo-la-artista-del-dolor/
Un autorretrato inacabado de una joven Frida se estrena en la escena internacional. 60 años de búsqueda del lienzo que el propio Diego Rivera regaló a la mujer que cuidaba de su esposa cuando estaba enferma. Un misterio más de la vida de Frida, de la mujer rompedora cuyo arte y esencia siguen más vivos que nunca.
‘Niña con Collar’ es uno de sus primeros 20 cuadros, inconcluso, que la artista pintó en torno a los 22 años. Aun así en él ya se siente la fuerte magia de sus colores brillantes que se avivan alrededor de la penetrante mirada de una tierna Frida.
El precio de partida del retrato de una niña de 13 años adjudicado por la casa de subastas Sotheby’s (Nueva York) es 1,5 millones y se estima que pueda alcanzar los 2 millones. Altos precios que ya conoce la firma Kahlo, cuya rúbrica es, entre los artistas latinoamericanos, la que más cotiza en los mercados internacionales.
Empoderamiento, libertad, pasión y feminismo. Frida Kahlo sigue siendo icono de una lucha más viva que nunca. El agónico dolor de su cuerpo y su alma le hizo dar a luz potentes cuadros que siguen manteniendo un equilibrio perfecto entre transgresión y armonía. Convertida en icono pop, la artista de flores en la cabeza rompió moldes que aún parecen inquebrantables.
Las pinturas de Kahlo son punzantes metáforas del interior de una mujer devorada por su propio cuerpo que vivió sin sucumbir, vomitando en lienzos el martirio de un atroz sufrimiento físico constantemente azotado por las quejas del corazón.
Primer accidente
Magdalena Carmen Frida Kahlo (México, 1907) fue hija de un famoso fotógrafo de origen judío-húngaro que vivió en México contratado por el dictador Porfirio y madre de ascendencia indígena-mexicana. A los 6 años contrajo poliomielitis, su primer enfrentamiento a una cruel realidad que le acompañaría toda su vida; lesiones, enfermedades, operaciones, una primera batalla de la que sobre todo se resintió su pierna derecha, debilitada y estrechada para siempre, y la soledad que le supuso su limitación física aderezada por rutinarios ejercicios de rehabilitación.
A los 15 años Frida ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria de la Ciudad de México, una prestigiosa institución educativa donde se estaban forjando los cimientos de la sociedad moderna, un ambiente muy limitado para mujeres, colmado de intelectuales entre los que eligió a su primer amor, Alejandro Gómez Arias.
Camino de convertirse en una joven médica, Frida sufrió uno de los accidentes que marcaría su vida: un tranvía arrolló el autobús en el que viajaba. Once fracturas en su pierna derecha, la dislocación del pie derecho y el hombro izquierdo y un pasamanos que atravesó su cadera izquierda hasta salir por su vagina, un devastador sufrimiento de por vida, 32 operaciones y largos periodos de convalecencia que reforzaron el espíritu de una inteligente y luchadora mujer y que tan solo le regalaron la pasión por pintar.
Postrada durante meses, apesadumbrada por un feroz dolor y un apabullante aburrimiento, Frida robó los pinceles a su padre abriendo por primera vez las puertas de un interior inaudito que emanaba en forma autorretratos y símbolos, de dureza y detalles, obras que fueron, y son, transgresoras, que nos cuentan el caótico tormento del dolor y de la vida que despertaba, sin quererlo, la grandeza de la búsqueda de su identidad personal.
‘Segundo’ accidente
Tras su recuperación, ya pintora, y olvidada por su joven amor, volvió a frecuentar ambientes políticos, intelectuales y artísticos. Conoció a Diego Rivera, como ella lo denominaría, su segundo accidente. En 1929 contrajo matrimonio con el muralista mexicano que le provocó mayor dolor interior y psíquico, una intensa relación de amor, angustia, pasión y calvarios que a ambos degradó y engrandeció.
El joven matrimonio viajó a Estados Unidos, donde Rivera era muy solicitado. Detroit, una ciudad que Frida aborrecía y que criticó fuertemente, fue el lugar donde sufrió un aborto natural que interpretó sobre uno de sus lienzos más conocidos, nunca sería madre. Se forjaba con fuerza la calidad de una artista, independiente de su marido, única en su estilo, que ahora más que nunca ansiaba regresar a su tierra.
Y lo hizo, volvió con un Rivera desempleado y un matrimonio agonizante, golpeado por dos fuertes caracteres, diferentes intereses y un flujo incesante de intrusas mujeres. Se instalaron en una moderna y emblemática casa, en realidad dos unidas por un pasillo a la intemperie, que simbolizaba el estado de su relación. Fueron tiempos duros en los que la inestabilidad del amor que tanto deseaba Frida fustigaba su salud duramente. La promiscuidad de Diego hería el corazón y el cuerpo de una debilitada Frida que, tras la noticia del idilio entre su esposo y su hermana, se convirtió en cenizas.
Desposeída en un ataque de ira de la frondosa melena que la caracterizaba y que tanto gustaba a su pintor preferido resurgió, como tantas otras veces, con más fortaleza, ímpetu e independencia que nunca; crecía aún más la fuerte mujer que quiso perdonar a sus dos amores, que decidió al mismo tiempo compartir cama con otros hombres y mujeres y que hizo despegar su carrera como artista exponiendo en Nueva York y París.
André Breton, gran amigo, la calificó de surrealista; aunque en las formas pudiera parecerlo, Frida no pintaba mundos oníricos, sino las realidades que emergían de su convulsionado interior. El Museo del Louvre compró el primer cuadro de un artista latinoamericano: Frida ya era leyenda.
Una exitosa vida artística que confluye con una relación martirizada por las infidelidades, que llevan a la pareja a un divorcio y a un segundo matrimonio. La obra y la vida de Frida se diluyen en un mismo todo, incapaces de ser sin la otra parte.
Diego regala a Frida una de las mejores épocas de su vida, cuando ambos conviven disfrutando de un amor maduro que ha apaciguado turbulencias. El pintor acompaña a Frida los últimos años de su vida como un fiel compañero de corazón, como el más fiel admirador de su obra, cuidando a la mujer que se convertiría en emblema de lucha.
Frida Kahlo murió en 1954 en su ciudad natal, reconocida por ser quien fue, por su fuerza y sus pinturas. Detrás dejaba una reconocida obra, valor, amor y el apoyo de un pueblo y unas raíces que siempre defendió.
‘Niña con Collar’ es uno de sus primeros 20 cuadros, inconcluso, que la artista pintó en torno a los 22 años. Aun así en él ya se siente la fuerte magia de sus colores brillantes que se avivan alrededor de la penetrante mirada de una tierna Frida.
El precio de partida del retrato de una niña de 13 años adjudicado por la casa de subastas Sotheby’s (Nueva York) es 1,5 millones y se estima que pueda alcanzar los 2 millones. Altos precios que ya conoce la firma Kahlo, cuya rúbrica es, entre los artistas latinoamericanos, la que más cotiza en los mercados internacionales.
Empoderamiento, libertad, pasión y feminismo. Frida Kahlo sigue siendo icono de una lucha más viva que nunca. El agónico dolor de su cuerpo y su alma le hizo dar a luz potentes cuadros que siguen manteniendo un equilibrio perfecto entre transgresión y armonía. Convertida en icono pop, la artista de flores en la cabeza rompió moldes que aún parecen inquebrantables.
Las pinturas de Kahlo son punzantes metáforas del interior de una mujer devorada por su propio cuerpo que vivió sin sucumbir, vomitando en lienzos el martirio de un atroz sufrimiento físico constantemente azotado por las quejas del corazón.
Primer accidente
Magdalena Carmen Frida Kahlo (México, 1907) fue hija de un famoso fotógrafo de origen judío-húngaro que vivió en México contratado por el dictador Porfirio y madre de ascendencia indígena-mexicana. A los 6 años contrajo poliomielitis, su primer enfrentamiento a una cruel realidad que le acompañaría toda su vida; lesiones, enfermedades, operaciones, una primera batalla de la que sobre todo se resintió su pierna derecha, debilitada y estrechada para siempre, y la soledad que le supuso su limitación física aderezada por rutinarios ejercicios de rehabilitación.
A los 15 años Frida ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria de la Ciudad de México, una prestigiosa institución educativa donde se estaban forjando los cimientos de la sociedad moderna, un ambiente muy limitado para mujeres, colmado de intelectuales entre los que eligió a su primer amor, Alejandro Gómez Arias.
Camino de convertirse en una joven médica, Frida sufrió uno de los accidentes que marcaría su vida: un tranvía arrolló el autobús en el que viajaba. Once fracturas en su pierna derecha, la dislocación del pie derecho y el hombro izquierdo y un pasamanos que atravesó su cadera izquierda hasta salir por su vagina, un devastador sufrimiento de por vida, 32 operaciones y largos periodos de convalecencia que reforzaron el espíritu de una inteligente y luchadora mujer y que tan solo le regalaron la pasión por pintar.
Postrada durante meses, apesadumbrada por un feroz dolor y un apabullante aburrimiento, Frida robó los pinceles a su padre abriendo por primera vez las puertas de un interior inaudito que emanaba en forma autorretratos y símbolos, de dureza y detalles, obras que fueron, y son, transgresoras, que nos cuentan el caótico tormento del dolor y de la vida que despertaba, sin quererlo, la grandeza de la búsqueda de su identidad personal.
‘Segundo’ accidente
Tras su recuperación, ya pintora, y olvidada por su joven amor, volvió a frecuentar ambientes políticos, intelectuales y artísticos. Conoció a Diego Rivera, como ella lo denominaría, su segundo accidente. En 1929 contrajo matrimonio con el muralista mexicano que le provocó mayor dolor interior y psíquico, una intensa relación de amor, angustia, pasión y calvarios que a ambos degradó y engrandeció.
El joven matrimonio viajó a Estados Unidos, donde Rivera era muy solicitado. Detroit, una ciudad que Frida aborrecía y que criticó fuertemente, fue el lugar donde sufrió un aborto natural que interpretó sobre uno de sus lienzos más conocidos, nunca sería madre. Se forjaba con fuerza la calidad de una artista, independiente de su marido, única en su estilo, que ahora más que nunca ansiaba regresar a su tierra.
Y lo hizo, volvió con un Rivera desempleado y un matrimonio agonizante, golpeado por dos fuertes caracteres, diferentes intereses y un flujo incesante de intrusas mujeres. Se instalaron en una moderna y emblemática casa, en realidad dos unidas por un pasillo a la intemperie, que simbolizaba el estado de su relación. Fueron tiempos duros en los que la inestabilidad del amor que tanto deseaba Frida fustigaba su salud duramente. La promiscuidad de Diego hería el corazón y el cuerpo de una debilitada Frida que, tras la noticia del idilio entre su esposo y su hermana, se convirtió en cenizas.
Desposeída en un ataque de ira de la frondosa melena que la caracterizaba y que tanto gustaba a su pintor preferido resurgió, como tantas otras veces, con más fortaleza, ímpetu e independencia que nunca; crecía aún más la fuerte mujer que quiso perdonar a sus dos amores, que decidió al mismo tiempo compartir cama con otros hombres y mujeres y que hizo despegar su carrera como artista exponiendo en Nueva York y París.
André Breton, gran amigo, la calificó de surrealista; aunque en las formas pudiera parecerlo, Frida no pintaba mundos oníricos, sino las realidades que emergían de su convulsionado interior. El Museo del Louvre compró el primer cuadro de un artista latinoamericano: Frida ya era leyenda.
Una exitosa vida artística que confluye con una relación martirizada por las infidelidades, que llevan a la pareja a un divorcio y a un segundo matrimonio. La obra y la vida de Frida se diluyen en un mismo todo, incapaces de ser sin la otra parte.
Diego regala a Frida una de las mejores épocas de su vida, cuando ambos conviven disfrutando de un amor maduro que ha apaciguado turbulencias. El pintor acompaña a Frida los últimos años de su vida como un fiel compañero de corazón, como el más fiel admirador de su obra, cuidando a la mujer que se convertiría en emblema de lucha.
Frida Kahlo murió en 1954 en su ciudad natal, reconocida por ser quien fue, por su fuerza y sus pinturas. Detrás dejaba una reconocida obra, valor, amor y el apoyo de un pueblo y unas raíces que siempre defendió.
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