Ofrecen servicios sexuales y no se sienten explotadas. Es su (polémica) lucha por la igualdad de género. Aquí dan la cara.
Alberto Rojas | El Mundo, 2016-11-30
http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/11/30/583c18dcca4741ed098b4601.html
Natalia no es de este mundo, como tampoco lo son los unicornios, las hadas y los trasgos. Para una buena parte de la población es imposible que exista una mujer así: que se prostituya por elección propia, sin presiones de ningún hombre, y con cierta pasión por su profesión. Pero lo que ya la convierte en una rareza absoluta para muchos es que, además, se considere una feminista. Una prostituta feminista, o lo que es lo mismo, alguien que lucha por la igualdad entre el sexo masculino y femenino y un justo reparto de roles.
¿Pero es posible? Por supuesto, porque Natalia, María o Amanda no son excepciones, ni son pocas, ni están carentes de opinión. Quieren que su voz se escuche. Son mujeres de carne y hueso. De carne y hueso que, según ellas, no está a la venta. «Nosotras no vendemos nuestro cuerpo, sólo ofrecemos un servicio sexual. Y punto», afirma Natalia Ferrari, una de las chicas más activas, sobre todo en las redes sociales, por la defensa de su libertad de elección y de su profesión: «La prostitución, cuando funciona con condiciones éticas, te ofrece pasar un buen rato con alguien que quiere estar contigo, con un pacto muy claro de lo que va a suceder en la cita y sin que haya complicaciones para ninguna de las partes», dice. A diferencia de la gran mayoría de mujeres y hombres que se dedican a este mundo, ella ha decidido dar la cara (literalmente) en esta lucha.
María Riot es otra de las prostitutas que mezclan su actividad con el activismo. Y tampoco oculta su rostro. «Sí, me considero una puta feminista. Veo a una parte del feminismo como una herramienta muy poderosa de empoderamiento. Nosotras nos creamos nuestro propio feminismo, el de las prostitutas, el más básico y necesario: el de poder hacer de nuestro cuerpo lo que queremos y luchar porque ninguna mujer le diga a otra lo que tiene que hacer con su cuerpo o sus genitales». María es también actriz de cine X, otro de los contextos donde los clichés machistas son más pronunciados: «Nosotras no vendemos nuestro cuerpo, primero porque es nuestro y no se puede vender, y segundo porque nuestra profesión no es otra cosa que ofrecer sexo a cambio de dinero».
¿Tiene sentido la lucha feminista en la prostitución? Probablemente más que en ningún otro ámbito, ya que puede tratarse de una de las trincheras más misóginas de la sociedad, un terreno de juego demasiado propicio para la cosificación de la mujer y su sumisión a los deseos masculinos. Pero el coste personal de esa pelea es elevado, así como el estigma. Y el problema es que los ataques (al menos los más dolorosos) no vienen casi nunca de los hombres, sino de las mujeres, de aquéllas que se consideran, como ellas, feministas: son las que, según la opinión mayoritaria en este movimiento, defienden que la prostitución es el hija del patriarcado y las prostitutas, mujeres sin escapatoria.
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, presentó hace dos meses una guía destinada a medios de comunicación en la que recomendaba cambiar términos como prostituta o trabajadora sexual por «mujer en situación de prostitución», o clientes por «prostituidores» o «puteros». El problema es que la publicación no distinguía entre las mujeres que libremente quieren dedicarse a este trabajo y las víctimas de la trata, una de las peores lacras de nuestra sociedad.
En realidad, nadie sabe con certeza qué porcentaje de las meretrices ejercen por obligación y cuáles por elección. En 2010, Naciones Unidas calculó que una de cada siete mujeres prostitutas en Europa eran víctimas de trata. ¿Pero qué sucede con las seis restantes? Para esta guía del Ayuntamiento de Madrid son, de nuevo, como los unicornios. No existen. Pero hablamos de una de las grandes industrias del planeta, con más de 40 millones de mujeres y hombres que ejercen este oficio.
La primera vez. «Decidí dedicarme a la prostitución hace cuatro años», cuenta Ferrari. «Mi trabajo en un museo no aportaba nada a mi desarrollo personal, por lo que decidí dejarlo y buscar alternativas. Y me di cuenta de que el sistema laboral sólo me ofrecía más de lo mismo. No recuerdo muy bien cómo o por qué empecé a considerar la prostitución. Hablando sobre esto una amiga me confesó que era prostituta desde hacía un año. Tener su apoyo y escuchar su experiencia me reafirmó en que esté podría ser un trabajo muy empoderador. Eso y mi necesidad de pagar el alquiler me hizo decidirme. Como apunte diré que la primera vez sentí que tendría que haber empezado a trabajar como prostituta mucho antes».
María Riot tiene una historia paralela. Y una opinión similar: «Desearía haberme dado cuenta antes de que podía ser trabajadora sexual, en vez de pasar años como cajera de supermercado o en locales de ropa, teniendo que soportar jefes, cumpliendo horarios y haciendo tareas insalubres como estar parada sin descanso durante ocho horas seguidas».
Amanda Carvajal es una escort de lujo madrileña. No se considera feminista ni activista, pero lleva igual de mal las acusaciones de otras mujeres: «No conozco un trato más justo e igualitario que el que hay entre una prostituta y un cliente», argumenta. «Yo decido cuánto cobro, la duración de las citas y qué se hace y no en ellas. El cliente acepta y, si no le gustan las condiciones, simplemente el encuentro no se produce. Eso para mí es igualdad de género, pues es un acuerdo en el que tanto él como yo salimos ganando. Y mucho. Incluso, me atrevería decir que yo me siento más beneficiada que ellos, pues el increíble crecimiento personal que he experimentado gracias a mis clientes durante todos estos años es incalculable».
Varias asociaciones de profesionales del sexo, como Aprosex, Hetaira, Genera, Cats y Prostitutas Indignadas llevan tiempo defendiendo los derechos de este colectivo, la despenalización y la diferenciación clara con las redes de trata. «Me han criticado mucho por dar la cara y decir que me gusta mi trabajo y que es una opción laboral legítima», dice Natalia Ferrari. «Parece que si eres una prostituta empoderada no tienes derecho a manifestarte. Si eres una víctima, además, no tienes la capacidad de hacerlo y ya ellas lo hacen por ti».
María Riot se siente cansada del fuego amigo y «de las repartidoras de carnets de feministas». «Lamentablemente he recibido más críticas de mujeres que de cualquier otro grupo. También he visto las mismas etiquetas destinadas a alguna directora de porno con la que he trabajado». Riot se refiere a Erika Lust, autora de cintas que apuestan por una mirada femenina donde la mujer no es utilizada como un objeto sexual, toma la iniciativa y explora sus propios placeres: «Como directora de cine adulto, siempre he fomentado una serie de valores feministas delante y detrás de la cámara. Es decir, que no sólo hago películas donde el placer femenino importa y la representación de las relaciones sexuales es realista, igualitaria y respetuosa, sino que el proceso de producción es ético y fomenta la participación de mujeres en cualquier puesto de trabajo. Mi equipo está compuesto en un 90% por mujeres, desde la operadora de cámara, la ayudante de producción hasta la sonidista», dice una de las pocas cineastas de celuloide X para adultos. «Las mujeres también tenemos derecho a representar nuestra visión de la sexualidad. Muchas veces me dicen que es contradictoria con los valores feministas, pero nada más lejos de la verdad. Disfrutar del sexo explícito en pantalla no es algo intrínsecamente masculino. Creo que nos equivocamos cuando atacamos e insultamos a otras mujeres porque no coincidimos en algo, cuando en realidad podríamos hacer críticas constructivas y ayudarnos entre nosotras para poder debatir y repensar nuestro lugar».
Aunque la verdadera diana del feminismo más ortodoxo es la actriz porno Amarna Miller: «la feminista favorita de los machistas», según la define una de sus detractoras. La intérprete, poeta, escritora, fotógrafa y musa de Podemos está acostumbrada a recibir insultos de odiadoras de redes sociales, pero ella sigue dando la cara: «Dedicarte al trabajo sexual en una sociedad mayoritariamente machista es complejo y te hace enfrentarte a muchos estereotipos», comenta en el descanso de su último filme. «Es muy fácil teorizar sobre el trabajo sexual cuando nunca has estado en un set de rodaje, pero no tanto dar la cara cuando eres tú misma la que se enfrenta al estigma todos los días».
Vídeo polémico. Miller ha estado en la picota desde que protagonizó un polémico vídeo promocional del Festival Erótico de Barcelona donde denunciaba la hipocresía de la sociedad española: «Muchísimas de nosotras somos mujeres empoderadas que nos dedicamos a esto porque queremos. Hay sectores abolicionistas que no conciben que el trabajo sexual pueda ser una forma de empoderamiento femenino, mientras otras ramas del feminismo nos plantean que el trabajo sexual es una forma de recuperar el control sobre nuestro propio cuerpo y nuestra sexualidad».
Les molesta además el «acoso» a los clientes, que no deben pagar, según ellas, la persecución a la que se somete «desde el Estado» a las trabajadoras sexuales. «El problema de las leyes que persiguen a los clientes como si fueran criminales no es únicamente que los estigmatizan: es que nos hacen vulnerables a la violencia a nosotras», denuncia Natalia Ferrari. «El riesgo de multas hace que las profesionales trabajen en zonas más apartadas e inseguras. Muchas tienen que bajar tarifas, hacer prácticas sexuales que no quieren, o aceptar que les negocien el uso del condón. Si un cliente tiene miedo, no querrá darme su nombre real ni su número de teléfono y eso me pone en peligro porque dificulta mis medidas de seguridad. Está demostrado que perseguir la demanda no sirve para proteger a las mujeres, y fuerza a las putas a trabajar en condiciones lamentables, dándole poder a los agresores».
Además, no comparten la denominación prostituidor, ya que entienden que son ellas quienes toman la decisión de prostituirse, y no ellos. «La gente que contrata estos servicios busca disfrutar, sentirse bien, comprendido, respetado y poder desconectar», afirma Ferrari. María Riot añade que «es básicamente un intercambio económico por un servicio sexual, que muchas veces es más psicológico que físico y que muchas personas necesitan o desean. Es un trabajo que disfruto mucho y que me da muchas satisfacciones. Hoy en día no podría imaginarme trabajando de otra cosa».
La mayoría de estas chicas salen y entran en el trabajo sexual dependiendo de su situación personal o económica del momento. «Desde que empecé a trabajar, he dejado la prostitución varias veces», cuenta Ferrari. «Lo hago por desconectar o porque no es compatible con los proyectos de vida que tengo en ese momento. Una de las ventajas de ser prostituta es que puedes dejarlo y volver cuando quieras. Y siempre tendrás trabajo. No pienso en dejarlo a largo plazo, sé que cuando lo considere conveniente podré hacerlo y que también podré volver cuando me dé la gana».
¿Pero es posible? Por supuesto, porque Natalia, María o Amanda no son excepciones, ni son pocas, ni están carentes de opinión. Quieren que su voz se escuche. Son mujeres de carne y hueso. De carne y hueso que, según ellas, no está a la venta. «Nosotras no vendemos nuestro cuerpo, sólo ofrecemos un servicio sexual. Y punto», afirma Natalia Ferrari, una de las chicas más activas, sobre todo en las redes sociales, por la defensa de su libertad de elección y de su profesión: «La prostitución, cuando funciona con condiciones éticas, te ofrece pasar un buen rato con alguien que quiere estar contigo, con un pacto muy claro de lo que va a suceder en la cita y sin que haya complicaciones para ninguna de las partes», dice. A diferencia de la gran mayoría de mujeres y hombres que se dedican a este mundo, ella ha decidido dar la cara (literalmente) en esta lucha.
María Riot es otra de las prostitutas que mezclan su actividad con el activismo. Y tampoco oculta su rostro. «Sí, me considero una puta feminista. Veo a una parte del feminismo como una herramienta muy poderosa de empoderamiento. Nosotras nos creamos nuestro propio feminismo, el de las prostitutas, el más básico y necesario: el de poder hacer de nuestro cuerpo lo que queremos y luchar porque ninguna mujer le diga a otra lo que tiene que hacer con su cuerpo o sus genitales». María es también actriz de cine X, otro de los contextos donde los clichés machistas son más pronunciados: «Nosotras no vendemos nuestro cuerpo, primero porque es nuestro y no se puede vender, y segundo porque nuestra profesión no es otra cosa que ofrecer sexo a cambio de dinero».
¿Tiene sentido la lucha feminista en la prostitución? Probablemente más que en ningún otro ámbito, ya que puede tratarse de una de las trincheras más misóginas de la sociedad, un terreno de juego demasiado propicio para la cosificación de la mujer y su sumisión a los deseos masculinos. Pero el coste personal de esa pelea es elevado, así como el estigma. Y el problema es que los ataques (al menos los más dolorosos) no vienen casi nunca de los hombres, sino de las mujeres, de aquéllas que se consideran, como ellas, feministas: son las que, según la opinión mayoritaria en este movimiento, defienden que la prostitución es el hija del patriarcado y las prostitutas, mujeres sin escapatoria.
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, presentó hace dos meses una guía destinada a medios de comunicación en la que recomendaba cambiar términos como prostituta o trabajadora sexual por «mujer en situación de prostitución», o clientes por «prostituidores» o «puteros». El problema es que la publicación no distinguía entre las mujeres que libremente quieren dedicarse a este trabajo y las víctimas de la trata, una de las peores lacras de nuestra sociedad.
En realidad, nadie sabe con certeza qué porcentaje de las meretrices ejercen por obligación y cuáles por elección. En 2010, Naciones Unidas calculó que una de cada siete mujeres prostitutas en Europa eran víctimas de trata. ¿Pero qué sucede con las seis restantes? Para esta guía del Ayuntamiento de Madrid son, de nuevo, como los unicornios. No existen. Pero hablamos de una de las grandes industrias del planeta, con más de 40 millones de mujeres y hombres que ejercen este oficio.
La primera vez. «Decidí dedicarme a la prostitución hace cuatro años», cuenta Ferrari. «Mi trabajo en un museo no aportaba nada a mi desarrollo personal, por lo que decidí dejarlo y buscar alternativas. Y me di cuenta de que el sistema laboral sólo me ofrecía más de lo mismo. No recuerdo muy bien cómo o por qué empecé a considerar la prostitución. Hablando sobre esto una amiga me confesó que era prostituta desde hacía un año. Tener su apoyo y escuchar su experiencia me reafirmó en que esté podría ser un trabajo muy empoderador. Eso y mi necesidad de pagar el alquiler me hizo decidirme. Como apunte diré que la primera vez sentí que tendría que haber empezado a trabajar como prostituta mucho antes».
María Riot tiene una historia paralela. Y una opinión similar: «Desearía haberme dado cuenta antes de que podía ser trabajadora sexual, en vez de pasar años como cajera de supermercado o en locales de ropa, teniendo que soportar jefes, cumpliendo horarios y haciendo tareas insalubres como estar parada sin descanso durante ocho horas seguidas».
Amanda Carvajal es una escort de lujo madrileña. No se considera feminista ni activista, pero lleva igual de mal las acusaciones de otras mujeres: «No conozco un trato más justo e igualitario que el que hay entre una prostituta y un cliente», argumenta. «Yo decido cuánto cobro, la duración de las citas y qué se hace y no en ellas. El cliente acepta y, si no le gustan las condiciones, simplemente el encuentro no se produce. Eso para mí es igualdad de género, pues es un acuerdo en el que tanto él como yo salimos ganando. Y mucho. Incluso, me atrevería decir que yo me siento más beneficiada que ellos, pues el increíble crecimiento personal que he experimentado gracias a mis clientes durante todos estos años es incalculable».
Varias asociaciones de profesionales del sexo, como Aprosex, Hetaira, Genera, Cats y Prostitutas Indignadas llevan tiempo defendiendo los derechos de este colectivo, la despenalización y la diferenciación clara con las redes de trata. «Me han criticado mucho por dar la cara y decir que me gusta mi trabajo y que es una opción laboral legítima», dice Natalia Ferrari. «Parece que si eres una prostituta empoderada no tienes derecho a manifestarte. Si eres una víctima, además, no tienes la capacidad de hacerlo y ya ellas lo hacen por ti».
María Riot se siente cansada del fuego amigo y «de las repartidoras de carnets de feministas». «Lamentablemente he recibido más críticas de mujeres que de cualquier otro grupo. También he visto las mismas etiquetas destinadas a alguna directora de porno con la que he trabajado». Riot se refiere a Erika Lust, autora de cintas que apuestan por una mirada femenina donde la mujer no es utilizada como un objeto sexual, toma la iniciativa y explora sus propios placeres: «Como directora de cine adulto, siempre he fomentado una serie de valores feministas delante y detrás de la cámara. Es decir, que no sólo hago películas donde el placer femenino importa y la representación de las relaciones sexuales es realista, igualitaria y respetuosa, sino que el proceso de producción es ético y fomenta la participación de mujeres en cualquier puesto de trabajo. Mi equipo está compuesto en un 90% por mujeres, desde la operadora de cámara, la ayudante de producción hasta la sonidista», dice una de las pocas cineastas de celuloide X para adultos. «Las mujeres también tenemos derecho a representar nuestra visión de la sexualidad. Muchas veces me dicen que es contradictoria con los valores feministas, pero nada más lejos de la verdad. Disfrutar del sexo explícito en pantalla no es algo intrínsecamente masculino. Creo que nos equivocamos cuando atacamos e insultamos a otras mujeres porque no coincidimos en algo, cuando en realidad podríamos hacer críticas constructivas y ayudarnos entre nosotras para poder debatir y repensar nuestro lugar».
Aunque la verdadera diana del feminismo más ortodoxo es la actriz porno Amarna Miller: «la feminista favorita de los machistas», según la define una de sus detractoras. La intérprete, poeta, escritora, fotógrafa y musa de Podemos está acostumbrada a recibir insultos de odiadoras de redes sociales, pero ella sigue dando la cara: «Dedicarte al trabajo sexual en una sociedad mayoritariamente machista es complejo y te hace enfrentarte a muchos estereotipos», comenta en el descanso de su último filme. «Es muy fácil teorizar sobre el trabajo sexual cuando nunca has estado en un set de rodaje, pero no tanto dar la cara cuando eres tú misma la que se enfrenta al estigma todos los días».
Vídeo polémico. Miller ha estado en la picota desde que protagonizó un polémico vídeo promocional del Festival Erótico de Barcelona donde denunciaba la hipocresía de la sociedad española: «Muchísimas de nosotras somos mujeres empoderadas que nos dedicamos a esto porque queremos. Hay sectores abolicionistas que no conciben que el trabajo sexual pueda ser una forma de empoderamiento femenino, mientras otras ramas del feminismo nos plantean que el trabajo sexual es una forma de recuperar el control sobre nuestro propio cuerpo y nuestra sexualidad».
Les molesta además el «acoso» a los clientes, que no deben pagar, según ellas, la persecución a la que se somete «desde el Estado» a las trabajadoras sexuales. «El problema de las leyes que persiguen a los clientes como si fueran criminales no es únicamente que los estigmatizan: es que nos hacen vulnerables a la violencia a nosotras», denuncia Natalia Ferrari. «El riesgo de multas hace que las profesionales trabajen en zonas más apartadas e inseguras. Muchas tienen que bajar tarifas, hacer prácticas sexuales que no quieren, o aceptar que les negocien el uso del condón. Si un cliente tiene miedo, no querrá darme su nombre real ni su número de teléfono y eso me pone en peligro porque dificulta mis medidas de seguridad. Está demostrado que perseguir la demanda no sirve para proteger a las mujeres, y fuerza a las putas a trabajar en condiciones lamentables, dándole poder a los agresores».
Además, no comparten la denominación prostituidor, ya que entienden que son ellas quienes toman la decisión de prostituirse, y no ellos. «La gente que contrata estos servicios busca disfrutar, sentirse bien, comprendido, respetado y poder desconectar», afirma Ferrari. María Riot añade que «es básicamente un intercambio económico por un servicio sexual, que muchas veces es más psicológico que físico y que muchas personas necesitan o desean. Es un trabajo que disfruto mucho y que me da muchas satisfacciones. Hoy en día no podría imaginarme trabajando de otra cosa».
La mayoría de estas chicas salen y entran en el trabajo sexual dependiendo de su situación personal o económica del momento. «Desde que empecé a trabajar, he dejado la prostitución varias veces», cuenta Ferrari. «Lo hago por desconectar o porque no es compatible con los proyectos de vida que tengo en ese momento. Una de las ventajas de ser prostituta es que puedes dejarlo y volver cuando quieras. Y siempre tendrás trabajo. No pienso en dejarlo a largo plazo, sé que cuando lo considere conveniente podré hacerlo y que también podré volver cuando me dé la gana».
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