Imagen: Noticias de Gipuzkoa / Kirmen Uribe |
‘La hora de despertarnos juntos’ es la nueva novela de Kirmen Uribe. Su relato poderoso vibra con las guerras que nos asolaron, narrando cómo tenemos que comportarnos para sobrevivir con toda la dignidad posible, como personas y como pueblo.
Julio Flor | Noticias de Gipuzkoa, 2016-11-21
http://www.noticiasdegipuzkoa.com/2016/11/21/ocio-y-cultura/el-franquismo-fue-mas-duro-de-lo-que-yo-pensaba
“Conocía la historia, ignoraba la verdad”, son las primeras palabras con las que usted anuncia que va a novelar la verdad.
-La cita de Carlos Fuentes es un buen inicio para leer el libro. La historia de Karmele y Txomin las conocía desde niño cuando ella venía a casa de mi familia. Karmele se había escrito con el lendakari Aguirre. El hermano de Karmele estuvo metido en la Red Comète, de la Resistencia francesa. Txomin fue trompetista de la Orquesta Sinfónica de Bilbao antes de la guerra. Manu Sota había estudiado en Cambridge y se carteaba con Hemingway, con el poeta Pedro Salinas, con Ezra Pound, todo un personaje. Cuando empecé a levantar la tierra descubrí que con la vida de estos tres podía contar la Euskadi que va de los años 20 a los años 70 del siglo pasado.
Karmele Urresti es el corazón de la novela.
-Lo es. Una mujer que nace en Ondarroa, en una familia bien situada económicamente en aquella época. Su padre tiene unos barcos y un taller, su tío posee unos astilleros de barcos de madera que eran de su abuelo. Gente que, como tantos, con la llegada de la Guerra Civil lo pierden todo.
Esta novela emociona por la historia de amor que encierra, y por el compromiso de sus protagonistas con el país, sabiendo que aquella guerra estaba perdida de antemano.
-El nivel de compromiso de todos, empezando por el abuelo, o la abuela maestra que no pudo ejercer nunca más su profesión. Son increíbles sus ruegos continuos, su insistencia porque “quiero ejercer, quiero ejercer como maestra”, sin que nunca se lo permitieran durante el franquismo.
Cuando narra el destierro de Ondarroa, implica al lector de tal manera que todos vivimos por momentos ese exilio a pie, recorriendo la costa vasca.
-Van caminando hacia Lekeitio por aquellas curvas eternas. Once kilómetros de curvas.
Esas curvas aparecen en varios momentos de la novela.
-Sí. Tres veces aparecen esas curvas camino del primer destierro. Es muy importante esa herida.
“Me pregunté a mí mismo cómo pudimos ser felices en medio de un territorio marcado a sangre y fuego por la tensión política”.
-Este libro es un libro sobre la supervivencia. Karmele vivió. Los abuelos tenían que vivir, fíjate, cuando se vuelve a marchar en su segundo exilio a Venezuela y deja a su hijo pequeño con sus padres. Los abuelos tienen que vivir por aquel nieto que se queda con ellos. Y Karmele tiene que vivir para sacar adelante a sus hijos.
¡Hay que vivir! No obstante, uno de los personajes de la novela muere precisamente cuando arroja la toalla y se da por vencido.
-Así es. La muerte de uno de los protagonistas es paralela al sueño del lendakari Aguirre. Él dice: “Para qué vivir si se nos ha acabado el sueño”. El sueño de Aguirre termina cuando Franco es admitido por las Naciones Unidas y los norteamericanos le dan un crédito muy importante a la España franquista.
El vicepresidente Wallace de EEUU le había prometido a Aguirre: “Si ganamos la Guerra Mundial, quitamos a Franco y restituimos la libertad para Euskadi”…
-Fíjate, pienso que el lector cuando está leyendo la novela llega a creer que Franco va a caer.
Así es. Lo consigue. El sueño de Aguirre vuelve a ser nuestro sueño con carácter retroactivo.
-Sabemos que no es así, pero llegamos a creer que la historia va a ser de otra manera, jajaja. Hubo un momento en los años 40 que primero Manu Sota con los británicos, y luego Aguirre, consiguieron convencer con suma insistencia al vicepresidente norteamericano. Wallace se comprometió verbalmente a apoyar la República, “y vosotros tendréis el derecho a decidir”. Se lo promete. Los británicos hicieron esa misma promesa por escrito.
El lendakari Aguirre se convierte en un personaje más de su novela.
-Aguirre fue el único político español que fue invitado a la creación de las Naciones Unidas en San Francisco. Tiene un nivel de relación y de respeto por parte de los norteamericanos y británicos que da que pensar. En 1945 Aguirre pensó “ahora por fin es el momento. Ahora sí”. Pero ese cambio tan soñado y deseado nunca se va a dar.
¿Qué pasó?
-Creo que tuvimos mala suerte. Roosvelt muere, Truman llega a la presidencia, le quita a Wallace de en medio por ser demasiado rojo, y empieza a obsesionarse con el anticomunismo. Entonces Franco va ganando terreno. Tuvimos mala suerte, quién iba a decir que tras la II Guerra Mundial, vendría la Guerra Fría.
Lo importante en su novela es contar con rigor que pasó. Supongo que a eso hay que añadirle el reto de mantener el pulso narrativo, porque hay mucha documentación.
-El rigor era fundamental. Utilizar los nombres reales con los apellidos de Txomin y Karmele ayuda a dar verosimilitud a la novela, porque el lector se cree todo lo que le estoy diciendo. Datos, fechas, documentos reales, que dan idea de lo que pasó. Tuve la tentación de ir cambiando cosas, pero ha sido imposible porque los hechos son demasiado serios. Es la historia de un país.
Hay escenas poéticas en la ficción… mientras que la realidad es dura, muy dura.
-Todo lo que se cuenta, pasó. Muchos de los nombres, la represión tan brutal… he descubierto que el franquismo fue más duro de lo que yo pensaba. Más duro de lo que piensa la gente de mi generación, los que hoy tenemos entorno a los 46 años.
Las guerras continúan en otros lugares. Y el destierro de millones de personas es lo que quiere llevar a cabo en Estados Unidos el nuevo presidente Donald Trump.
-Una barbaridad.
Tanto celebrar la caída del Muro de Berlín, y ahora se construirá un nuevo muro en América.
-Este libro tiene que ver mucho con Trump. Tiene que ver mucho con el populismo y el discurso del miedo. Populismo más discurso del miedo más represión es igual a fascismo. Me preocupa mucho lo que ahora vaya a pasar en los Estados Unidos con el mundo en general, porque en Europa también hay movimientos así. Esto de poner en duda la igualdad entre hombres y mujeres o las libertades sexuales. La xenofobia de los que son racistas sin prejuicios, ¿pero qué es esto?
¿Han sonado más en su cabeza las bombas o los abrazos que se dan los protagonistas en tiempos tan oscuros?
-Los abrazos, sin duda. Los abrazos. Las bombas están ahí, pero yo creo que en el grupo Eresoinka que actuó por toda Europa se ve una fuerza maravillosa. Están angustiados por la situación que se vivía en Euskadi, pero también tienen un proyecto para mostrar la música vasca tradicional y moderna. Coros y bailes. Ahí está la música, las canciones, los aplausos. Los abrazos. En sus actuaciones, en plena guerra y postguerra, quedaba claro que somos un pueblo que queremos vivir en paz.
¿Quiénes estamos llamados a despertar juntos con esta novela?
-Está el pueblo vasco. Es una querencia o un deseo de que empecemos a caminar juntos. Y estamos todos. Todos.
¿Es posible que en el Fuero Viejo de 1452 se hablara ya contra la tortura, como desveló Aguirre en una conferencia que ofreció en La Habana?
-Tanto el discurso de La Habana como el que leyó en el Waldorf Astoria ante los Premios Nobel son bellísimos. Esos dos discursos me ponen la piel de gallina. En La Habana clama contra la tortura y recuerda que en los fueros vascos la tortura estaba prohibida. Me parece fundamental la última frase que dice Aguirre en un discurso preparado junto a Manu Sota delante de los Nobel: “Contra el totalitarismo hay que descartar toda acción negativa”. Es decir, hay que ser éticos frente al totalitarismo, la manera de hacer las cosas también es importante.
Algo así le dijo Aguirre al vicepresidente Wallace, ¿no?
-Exacto. Le dijo que era importante hacer la guerra contra Hitler, preguntándole en qué clase de paz creían ellos.
Cuántos han dicho que la literatura no sirve para cambiar la realidad. Y hay una cruda realidad que merece ser cambiada.
-A mí me contaron en la universidad, en las clases de doctorado de Literatura, que “la literatura no sirve para cambiar la realidad”. ¿Cómo que no? Sí sirve. Un escritor tiene mucho poder. Una persona que acoge a un refugiado en su casa tiene mucho poder para cambiar el mundo, para hacerlo mejor. Dos mujeres lesbianas que deciden tener un hijo están cambiando el mundo a mejor. No me puedo creer que el mundo no se pueda cambiar. Un novelista tiene poder. Puede contar esta historia.
Hay episodios del libro que sólo puede concebir un poeta. Así que es un poeta que escribe novelas.
-Con la poesía yo he crecido. Ha sido el amigo que ha estado ahí. La poesía está en la construcción de imágenes de mi novela. Está en los cuadros de Guezala, donde las sombras de los amantes siguen pintando los cuadros…
¿Quién gana en el devenir de la humanidad, los generales de los ejércitos o los pensadores: Marco Antonio o Cicerón?
-Al final gana el pensador, gana la persona. Al final sí. Es lo que decía Foucault: “Si tú oprimes aquí, lo que está saldrá por otro lado”. Yo creo en los movimientos sociales, en la gente, creo en lo civil. La sociedad puede ser engañada, puede ser utilizada, pero hay un grupo de gente que siempre se rebela.
Manu Sota, Karmele, Txomin, el lendakari Aguirre… ¿fueron Quijotes?
-Son soñadores. Toda esa generación lo es. Y son un poco locos. Una generación de soñadores, de ingenuos. Yo creo que la ingenuidad es necesaria para hacer que el mundo sea mejor. En esta novela nadie piensa que todo está perdido. En las peores situaciones siguen adelante. Siguen.
¿Está queriendo ser su novela una brisa de esperanza, a pesar de tanto dolor?
-En la novela se pasa de la esperanza a la decepción muchas veces. Es un tránsito entre esperanza/decepción/esperanza/decepción… pero acaba con la esperanza. Acaba ahí la novela. Esperanza. No quería acabarla en decepción. Hubiera sido demasiado duro.
¿Se le pasó por la cabeza acabarla con la decepción?
-No. Tuve claro que el final debía ser luminoso. No podía acabar con oscuridad.
¿No tiene que ver con vender más libros?
-No. Es una actitud vital. La mía. Yo siempre creo que hay una salida… aunque no la haya.
Quiero pedirle que traduzca el “Karmele, tenemos que volver a Euskal Herria, el lendakari nos necesita” al tiempo actual de 2016: “Tenemos que seguir creando, o viviendo en Euskal Herria porque nos necesita”… ¿Qué, quién o quiénes?
-Nos necesitamos nosotros, unos a otros, como país, como comunidad. Pero creo al mismo tiempo que debemos abrirnos. Hay que abrir las fronteras, que venga gente, que conviva, que dialogue con nosotros, que venga aquí a ayudar, como a nosotros nos ayudaron en momentos duros. Y luego, tener en cuenta que cualquier conquista social no es para siempre.
¿Siempre será la hora de despertarnos juntos?
-Ahora sí. Ahora es la hora.
-La cita de Carlos Fuentes es un buen inicio para leer el libro. La historia de Karmele y Txomin las conocía desde niño cuando ella venía a casa de mi familia. Karmele se había escrito con el lendakari Aguirre. El hermano de Karmele estuvo metido en la Red Comète, de la Resistencia francesa. Txomin fue trompetista de la Orquesta Sinfónica de Bilbao antes de la guerra. Manu Sota había estudiado en Cambridge y se carteaba con Hemingway, con el poeta Pedro Salinas, con Ezra Pound, todo un personaje. Cuando empecé a levantar la tierra descubrí que con la vida de estos tres podía contar la Euskadi que va de los años 20 a los años 70 del siglo pasado.
Karmele Urresti es el corazón de la novela.
-Lo es. Una mujer que nace en Ondarroa, en una familia bien situada económicamente en aquella época. Su padre tiene unos barcos y un taller, su tío posee unos astilleros de barcos de madera que eran de su abuelo. Gente que, como tantos, con la llegada de la Guerra Civil lo pierden todo.
Esta novela emociona por la historia de amor que encierra, y por el compromiso de sus protagonistas con el país, sabiendo que aquella guerra estaba perdida de antemano.
-El nivel de compromiso de todos, empezando por el abuelo, o la abuela maestra que no pudo ejercer nunca más su profesión. Son increíbles sus ruegos continuos, su insistencia porque “quiero ejercer, quiero ejercer como maestra”, sin que nunca se lo permitieran durante el franquismo.
Cuando narra el destierro de Ondarroa, implica al lector de tal manera que todos vivimos por momentos ese exilio a pie, recorriendo la costa vasca.
-Van caminando hacia Lekeitio por aquellas curvas eternas. Once kilómetros de curvas.
Esas curvas aparecen en varios momentos de la novela.
-Sí. Tres veces aparecen esas curvas camino del primer destierro. Es muy importante esa herida.
“Me pregunté a mí mismo cómo pudimos ser felices en medio de un territorio marcado a sangre y fuego por la tensión política”.
-Este libro es un libro sobre la supervivencia. Karmele vivió. Los abuelos tenían que vivir, fíjate, cuando se vuelve a marchar en su segundo exilio a Venezuela y deja a su hijo pequeño con sus padres. Los abuelos tienen que vivir por aquel nieto que se queda con ellos. Y Karmele tiene que vivir para sacar adelante a sus hijos.
¡Hay que vivir! No obstante, uno de los personajes de la novela muere precisamente cuando arroja la toalla y se da por vencido.
-Así es. La muerte de uno de los protagonistas es paralela al sueño del lendakari Aguirre. Él dice: “Para qué vivir si se nos ha acabado el sueño”. El sueño de Aguirre termina cuando Franco es admitido por las Naciones Unidas y los norteamericanos le dan un crédito muy importante a la España franquista.
El vicepresidente Wallace de EEUU le había prometido a Aguirre: “Si ganamos la Guerra Mundial, quitamos a Franco y restituimos la libertad para Euskadi”…
-Fíjate, pienso que el lector cuando está leyendo la novela llega a creer que Franco va a caer.
Así es. Lo consigue. El sueño de Aguirre vuelve a ser nuestro sueño con carácter retroactivo.
-Sabemos que no es así, pero llegamos a creer que la historia va a ser de otra manera, jajaja. Hubo un momento en los años 40 que primero Manu Sota con los británicos, y luego Aguirre, consiguieron convencer con suma insistencia al vicepresidente norteamericano. Wallace se comprometió verbalmente a apoyar la República, “y vosotros tendréis el derecho a decidir”. Se lo promete. Los británicos hicieron esa misma promesa por escrito.
El lendakari Aguirre se convierte en un personaje más de su novela.
-Aguirre fue el único político español que fue invitado a la creación de las Naciones Unidas en San Francisco. Tiene un nivel de relación y de respeto por parte de los norteamericanos y británicos que da que pensar. En 1945 Aguirre pensó “ahora por fin es el momento. Ahora sí”. Pero ese cambio tan soñado y deseado nunca se va a dar.
¿Qué pasó?
-Creo que tuvimos mala suerte. Roosvelt muere, Truman llega a la presidencia, le quita a Wallace de en medio por ser demasiado rojo, y empieza a obsesionarse con el anticomunismo. Entonces Franco va ganando terreno. Tuvimos mala suerte, quién iba a decir que tras la II Guerra Mundial, vendría la Guerra Fría.
Lo importante en su novela es contar con rigor que pasó. Supongo que a eso hay que añadirle el reto de mantener el pulso narrativo, porque hay mucha documentación.
-El rigor era fundamental. Utilizar los nombres reales con los apellidos de Txomin y Karmele ayuda a dar verosimilitud a la novela, porque el lector se cree todo lo que le estoy diciendo. Datos, fechas, documentos reales, que dan idea de lo que pasó. Tuve la tentación de ir cambiando cosas, pero ha sido imposible porque los hechos son demasiado serios. Es la historia de un país.
Hay escenas poéticas en la ficción… mientras que la realidad es dura, muy dura.
-Todo lo que se cuenta, pasó. Muchos de los nombres, la represión tan brutal… he descubierto que el franquismo fue más duro de lo que yo pensaba. Más duro de lo que piensa la gente de mi generación, los que hoy tenemos entorno a los 46 años.
Las guerras continúan en otros lugares. Y el destierro de millones de personas es lo que quiere llevar a cabo en Estados Unidos el nuevo presidente Donald Trump.
-Una barbaridad.
Tanto celebrar la caída del Muro de Berlín, y ahora se construirá un nuevo muro en América.
-Este libro tiene que ver mucho con Trump. Tiene que ver mucho con el populismo y el discurso del miedo. Populismo más discurso del miedo más represión es igual a fascismo. Me preocupa mucho lo que ahora vaya a pasar en los Estados Unidos con el mundo en general, porque en Europa también hay movimientos así. Esto de poner en duda la igualdad entre hombres y mujeres o las libertades sexuales. La xenofobia de los que son racistas sin prejuicios, ¿pero qué es esto?
¿Han sonado más en su cabeza las bombas o los abrazos que se dan los protagonistas en tiempos tan oscuros?
-Los abrazos, sin duda. Los abrazos. Las bombas están ahí, pero yo creo que en el grupo Eresoinka que actuó por toda Europa se ve una fuerza maravillosa. Están angustiados por la situación que se vivía en Euskadi, pero también tienen un proyecto para mostrar la música vasca tradicional y moderna. Coros y bailes. Ahí está la música, las canciones, los aplausos. Los abrazos. En sus actuaciones, en plena guerra y postguerra, quedaba claro que somos un pueblo que queremos vivir en paz.
¿Quiénes estamos llamados a despertar juntos con esta novela?
-Está el pueblo vasco. Es una querencia o un deseo de que empecemos a caminar juntos. Y estamos todos. Todos.
¿Es posible que en el Fuero Viejo de 1452 se hablara ya contra la tortura, como desveló Aguirre en una conferencia que ofreció en La Habana?
-Tanto el discurso de La Habana como el que leyó en el Waldorf Astoria ante los Premios Nobel son bellísimos. Esos dos discursos me ponen la piel de gallina. En La Habana clama contra la tortura y recuerda que en los fueros vascos la tortura estaba prohibida. Me parece fundamental la última frase que dice Aguirre en un discurso preparado junto a Manu Sota delante de los Nobel: “Contra el totalitarismo hay que descartar toda acción negativa”. Es decir, hay que ser éticos frente al totalitarismo, la manera de hacer las cosas también es importante.
Algo así le dijo Aguirre al vicepresidente Wallace, ¿no?
-Exacto. Le dijo que era importante hacer la guerra contra Hitler, preguntándole en qué clase de paz creían ellos.
Cuántos han dicho que la literatura no sirve para cambiar la realidad. Y hay una cruda realidad que merece ser cambiada.
-A mí me contaron en la universidad, en las clases de doctorado de Literatura, que “la literatura no sirve para cambiar la realidad”. ¿Cómo que no? Sí sirve. Un escritor tiene mucho poder. Una persona que acoge a un refugiado en su casa tiene mucho poder para cambiar el mundo, para hacerlo mejor. Dos mujeres lesbianas que deciden tener un hijo están cambiando el mundo a mejor. No me puedo creer que el mundo no se pueda cambiar. Un novelista tiene poder. Puede contar esta historia.
Hay episodios del libro que sólo puede concebir un poeta. Así que es un poeta que escribe novelas.
-Con la poesía yo he crecido. Ha sido el amigo que ha estado ahí. La poesía está en la construcción de imágenes de mi novela. Está en los cuadros de Guezala, donde las sombras de los amantes siguen pintando los cuadros…
¿Quién gana en el devenir de la humanidad, los generales de los ejércitos o los pensadores: Marco Antonio o Cicerón?
-Al final gana el pensador, gana la persona. Al final sí. Es lo que decía Foucault: “Si tú oprimes aquí, lo que está saldrá por otro lado”. Yo creo en los movimientos sociales, en la gente, creo en lo civil. La sociedad puede ser engañada, puede ser utilizada, pero hay un grupo de gente que siempre se rebela.
Manu Sota, Karmele, Txomin, el lendakari Aguirre… ¿fueron Quijotes?
-Son soñadores. Toda esa generación lo es. Y son un poco locos. Una generación de soñadores, de ingenuos. Yo creo que la ingenuidad es necesaria para hacer que el mundo sea mejor. En esta novela nadie piensa que todo está perdido. En las peores situaciones siguen adelante. Siguen.
¿Está queriendo ser su novela una brisa de esperanza, a pesar de tanto dolor?
-En la novela se pasa de la esperanza a la decepción muchas veces. Es un tránsito entre esperanza/decepción/esperanza/decepción… pero acaba con la esperanza. Acaba ahí la novela. Esperanza. No quería acabarla en decepción. Hubiera sido demasiado duro.
¿Se le pasó por la cabeza acabarla con la decepción?
-No. Tuve claro que el final debía ser luminoso. No podía acabar con oscuridad.
¿No tiene que ver con vender más libros?
-No. Es una actitud vital. La mía. Yo siempre creo que hay una salida… aunque no la haya.
Quiero pedirle que traduzca el “Karmele, tenemos que volver a Euskal Herria, el lendakari nos necesita” al tiempo actual de 2016: “Tenemos que seguir creando, o viviendo en Euskal Herria porque nos necesita”… ¿Qué, quién o quiénes?
-Nos necesitamos nosotros, unos a otros, como país, como comunidad. Pero creo al mismo tiempo que debemos abrirnos. Hay que abrir las fronteras, que venga gente, que conviva, que dialogue con nosotros, que venga aquí a ayudar, como a nosotros nos ayudaron en momentos duros. Y luego, tener en cuenta que cualquier conquista social no es para siempre.
¿Siempre será la hora de despertarnos juntos?
-Ahora sí. Ahora es la hora.
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