Imagen: El Mundo / Verónica y Tania forman un corazón |
Las lesbianas que han logrado una condena histórica a la Administración por vulneración de su derecho a la reproducción asistida narran en exclusiva para El Mundo su desventura. Piden que se elimine una orden ministerial que "retrasa la Historia y ofende a toda homosexual que quiera ser madre".
Rafael J. Álvarez | El Mundo, 2015-10-07
http://www.elmundo.es/sociedad/2015/10/07/56144c20268e3e512f8b460c.html
Tania y Verónica viven entre adjetivos en mayúscula, «estamos desbordadas», «nos sentimos expuestas», «la orden ministerial es retrógada y debe ser derogada», «nuestro instinto es maternal, como el de tantas mujeres»...
Traen a la entrevista esa mezcla de festejo y vértigo que inyectan en el ánimo los acontecimientos históricos, sobre todo si uno los protagoniza. O una. O dos.
Porque ellas, que son pareja desde hace ocho años y que nunca fueron el centro más que de sí mismas, son las responsables de una sentencia pionera en España que condena a la Fundación Jiménez Díaz y a la Comunidad de Madrid por discriminarlas por razón de orientación sexual en un proceso de reproducción asistida. Son las causantes del fallo de un juzgado que abrirá a la maternidad a miles de lesbianas y de mujeres solas que podrán sortear una orden del Ministerio de Sanidad «discriminatoria» (lo dice la sentencia) que sólo permite esa fecundación de laboratorio a quienes hayan fracasado «tras un mínimo de 12 meses de coito vaginal» (lo dice la orden). O sea, con hombre de por medio.
Verónica y Tania. Nadie en su trabajo sabe quiénes son. Ningún vecino sospecha qué han conseguido. Ni un solo medio de comunicación ha podido hablar con ellas. Viven lejos del ruido de la historia que han creado. Tanto que nos piden que las llamemos Verónica y Tania aunque no se llaman así.
- ¿Por qué aceptáis esta entrevista y por qué no queréis que se os reconozca?
- Porque queremos contar qué nos pasó y cómo vivimos esta sentencia tan importante, no sólo para nosotras, sino para otras mujeres. Y queremos anonimato porque tenemos mucho que perder. Tenemos miedo a la discriminación que nunca vivimos, porque sabemos que eso ocurre, que aún existe la homofobia... Queremos intimidad porque hemos visto mucha oposición a esta sentencia.
Tania y Verónica van de la mano por la calle desde hace ocho años, y hace tres que se casaron «para poder filiar a nuestros hijos, para ser madres legales». Tan grande era su run run de maternidad, su idea de familia por hacer, que empezaron un proceso de reproducción asistida en una clínica privada «nada más volver de la luna de miel».
Pero al poco tiempo supieron que la Fundación Jiménez Díaz era uno de los pocos centros en España que ofrecía ese servicio dentro del sistema público de salud.
Así, en septiembre de 2014 Tania inició en ese hospital madrileño el primer ciclo de su buena esperanza. «Estuvimos muy agradecidas a la Fundación, porque ofertaba un servicio que nos parecía insdiscutible, pero que muy pocos hospitales públicos daban. Hicimos el primer ciclo, no hubo resultados positivos y nos citaron para un segundo tratamiento, en marzo de 2015».
Sin embargo, por sorpresa, el hospital les convocó muchos meses antes. Verónica: «Nos citaron el 28 de noviembre de 2014. Íbamos muy contentas por el adelanto. Hacíamos hasta cuentas del posible nacimiento si todo salía bien. Pero en cuanto entramos, la doctora nos dijo que, según la orden ministerial que se acaba de aprobar, no podían atendernos más, que no cumplíamos los requisitos». Tania: «Me quedé seca. Estaba en shock. En mi vida había pasado tanta vergüenza. Pero enseguida todo eso se convirtió en enfado. No me podía creer que nos estuvieran discriminando por nuestra orientación sexual, que no incluye al hombre».
Tania y Verónica se sacudieron la cabeza y pidieron por escrito al hospital la readmisión en el proceso de fecundación. Sin suerte. «Nos dijeron que debido a la orden del Ministerio estábamos fuera. A nosotras, que íbamos abrazadas por la calle, que nos habíamos casado, que vivíamos en un país respetuoso, de repente, pum, un golpe, un paso atrás. Igual ese país no era tan así. Igual nos habíamos creído una cosa que no era».
Las dos llevan camisas de colores en este 6 de octubre lleno de verano en Madrid. La ventana está abierta y la calle ocurre ajena a esta charla de derechos recuperados. Ellas miran los apuntes que tomamos y beben agua. Se respetan los turnos de palabra y hasta hablan una de la otra. Como Verónica, que dice que en aquellos días de noviembre Tania era un enfado absoluto. «Le removía la homofobia, la discriminación, quería denunciar. Yo no me lo creía, sabía que era una discriminación clara, pero pensé que no podía ser, que era tan increíble que se solucionaría. Y por supuesto apoyé la denuncia».
Pero, pese al carpetazo del hospital, el sonido de la maternidad seguía tarareándoles las tripas. Verónica: «Nos fuimos a una clínica privada porque no estábamos dispuestas a perder la ocasión de ser madres.El tiempo apremiaba». Tania: «Yo tenía 39 años y había que correr».
La vida de las dos se multiplicó en dos: el proceso de fertilización en la clínica privada y el proceso judicial contra la Administración Pública. Women's Link Worldwide asumió la demanda de las dos mujeres y llevó a juicio a tres instituciones: la Fundación Jiménez Díaz, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Sanidad.
El fallo del Juzgado de lo Social Número 18 de Madrid afirma que la interrupción del tratamiento «agravó el daño» psicológico de Tania. ¿Por qué? «Yo había estado en una psicóloga anteriormente porque me costaba aceptar que siento lo que siento. Mi entorno me repetía que yo no era diferente por querer a una mujer. Y esa expulsión del hospital me hizo volver al punto de partida: sí, eres diferente. Así que volví a la psicóloga. Fue duro. Y lo sigue siendo».
Meses después de la exclusión, en abril de este año, el hospital volvió a dar la sorpresa. Tania: «Un día recibí un mensaje en el móvil con una cita para mayo. Fui yo sola porque Verónica tenía trabajo. Yo iba muy preocupada y muy alucinada. No sabía por qué nos llamaban. La doctora me dijo que mientras se resolvía el tema con la Comunidad de Madrid, el hospital estaba llamando a todas las personas a las que había excluido del tratamiento. Habían pasado como cinco o seis meses desde la interrupción y volvimos al proceso. Estoy segura de que nos llamaron por la denuncia. Eso influyó. Seguro».
A veces se asienten y a veces se matizan. Verónica parece más informativa y Tania más reservada. «Es que te calientas y lo cuentas todo», suelta entre risas.
Durante mayo y junio de este año, Tania fue sometida a un segundo ciclo de fecundidad en la Jiménez Díaz. Tampoco hubo embarazo.
Pero, mientras, el embrión de la Justicia siguió creciendo y a mediados de septiembre todas las partes fueron a juicio. Y ahora, en este octubre de historia para ellas y tantas como ellas, nació una sentencia. Tania: «Nos calma que la sentencia nos dé la razón. Nosotras, que estuvimos siete años sin un solo ataque homófobo, de repente sufrimos una discriminación institucional, una discriminación de Estado. Y por fin un tribunal lo reconocía». Verónica: «Esa orden ministerial nos ofende. Es retrógada, obsoleta, anticuada, discriminatoria... Si ya hay distintos modelos de familia, no puede ser que haya algo que retrase tanto la Historia. Entiendo que es difícil de aceptar, pero para los homosexuales la reproducción sólo puede ser asistida. Es así. Y con esa orden, esa necesidad no está cubierta. Hay que derogar esa orden, el Ministerio tiene que eliminarla ya».
Es la orden de la infertilidad del «coito vaginal» como requisito para la reproducción asistida. Tania: «Parece que nuestra opción es un capricho, un antojo. Pero yo tengo el mismo instinto maternal que cualquier mujer heterosexual...». «... Y nuestra infertilidad viene de no acostarnos con hombres. Por eso debemos tener el mismo derecho que las mujeres que sí lo hacen», remata Verónica. Y vuelve Tania: «La gente es tolerante, pero tienes que andar justificando por qué reclamas ese derecho...». «... Porque además afecta a la Seguridad Social y la pagamos todos. Por eso hay más oposición», vuelve a coronar Verónica.
- ¿Qué será esta sentencia?
Verónica: «La sentencia va a ser la bomba. Es una satisfacción personal y colectiva, porque esperamos que sensibilice a la población y llegue a los políticos, que mueva conciencias para cambiar algo injusto». Tania: «Todo esto no está siendo fácil ; a mí me da bochorno, un poco de corte. Yo nunca había estado en un juicio. Me siento expuesta. Yo no quiero ser abanderada de nada, me gusta la intimidad. Todo esto me desborda».
Tania nos dice que está nerviosa por el texto que ustedes están leyendo, que nunca ha salido en un periódico y que tiene miedo a la homofobia de salón, a esa gente que no entiende la homosexualidad y se pone agresiva. Y en eso Verónica nos mira y le dice al cuaderno: «Sabemos que hay insultos e intolerancias. Incluso políticos que hacen leyes que discriminan. A mí me gustaría sentar a esa gente frente a mí para hablar. No de mal rollo. Yo me siento con ellos y se lo cuento».
Traen a la entrevista esa mezcla de festejo y vértigo que inyectan en el ánimo los acontecimientos históricos, sobre todo si uno los protagoniza. O una. O dos.
Porque ellas, que son pareja desde hace ocho años y que nunca fueron el centro más que de sí mismas, son las responsables de una sentencia pionera en España que condena a la Fundación Jiménez Díaz y a la Comunidad de Madrid por discriminarlas por razón de orientación sexual en un proceso de reproducción asistida. Son las causantes del fallo de un juzgado que abrirá a la maternidad a miles de lesbianas y de mujeres solas que podrán sortear una orden del Ministerio de Sanidad «discriminatoria» (lo dice la sentencia) que sólo permite esa fecundación de laboratorio a quienes hayan fracasado «tras un mínimo de 12 meses de coito vaginal» (lo dice la orden). O sea, con hombre de por medio.
Verónica y Tania. Nadie en su trabajo sabe quiénes son. Ningún vecino sospecha qué han conseguido. Ni un solo medio de comunicación ha podido hablar con ellas. Viven lejos del ruido de la historia que han creado. Tanto que nos piden que las llamemos Verónica y Tania aunque no se llaman así.
- ¿Por qué aceptáis esta entrevista y por qué no queréis que se os reconozca?
- Porque queremos contar qué nos pasó y cómo vivimos esta sentencia tan importante, no sólo para nosotras, sino para otras mujeres. Y queremos anonimato porque tenemos mucho que perder. Tenemos miedo a la discriminación que nunca vivimos, porque sabemos que eso ocurre, que aún existe la homofobia... Queremos intimidad porque hemos visto mucha oposición a esta sentencia.
Tania y Verónica van de la mano por la calle desde hace ocho años, y hace tres que se casaron «para poder filiar a nuestros hijos, para ser madres legales». Tan grande era su run run de maternidad, su idea de familia por hacer, que empezaron un proceso de reproducción asistida en una clínica privada «nada más volver de la luna de miel».
Pero al poco tiempo supieron que la Fundación Jiménez Díaz era uno de los pocos centros en España que ofrecía ese servicio dentro del sistema público de salud.
Así, en septiembre de 2014 Tania inició en ese hospital madrileño el primer ciclo de su buena esperanza. «Estuvimos muy agradecidas a la Fundación, porque ofertaba un servicio que nos parecía insdiscutible, pero que muy pocos hospitales públicos daban. Hicimos el primer ciclo, no hubo resultados positivos y nos citaron para un segundo tratamiento, en marzo de 2015».
Sin embargo, por sorpresa, el hospital les convocó muchos meses antes. Verónica: «Nos citaron el 28 de noviembre de 2014. Íbamos muy contentas por el adelanto. Hacíamos hasta cuentas del posible nacimiento si todo salía bien. Pero en cuanto entramos, la doctora nos dijo que, según la orden ministerial que se acaba de aprobar, no podían atendernos más, que no cumplíamos los requisitos». Tania: «Me quedé seca. Estaba en shock. En mi vida había pasado tanta vergüenza. Pero enseguida todo eso se convirtió en enfado. No me podía creer que nos estuvieran discriminando por nuestra orientación sexual, que no incluye al hombre».
Tania y Verónica se sacudieron la cabeza y pidieron por escrito al hospital la readmisión en el proceso de fecundación. Sin suerte. «Nos dijeron que debido a la orden del Ministerio estábamos fuera. A nosotras, que íbamos abrazadas por la calle, que nos habíamos casado, que vivíamos en un país respetuoso, de repente, pum, un golpe, un paso atrás. Igual ese país no era tan así. Igual nos habíamos creído una cosa que no era».
Las dos llevan camisas de colores en este 6 de octubre lleno de verano en Madrid. La ventana está abierta y la calle ocurre ajena a esta charla de derechos recuperados. Ellas miran los apuntes que tomamos y beben agua. Se respetan los turnos de palabra y hasta hablan una de la otra. Como Verónica, que dice que en aquellos días de noviembre Tania era un enfado absoluto. «Le removía la homofobia, la discriminación, quería denunciar. Yo no me lo creía, sabía que era una discriminación clara, pero pensé que no podía ser, que era tan increíble que se solucionaría. Y por supuesto apoyé la denuncia».
Pero, pese al carpetazo del hospital, el sonido de la maternidad seguía tarareándoles las tripas. Verónica: «Nos fuimos a una clínica privada porque no estábamos dispuestas a perder la ocasión de ser madres.El tiempo apremiaba». Tania: «Yo tenía 39 años y había que correr».
La vida de las dos se multiplicó en dos: el proceso de fertilización en la clínica privada y el proceso judicial contra la Administración Pública. Women's Link Worldwide asumió la demanda de las dos mujeres y llevó a juicio a tres instituciones: la Fundación Jiménez Díaz, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Sanidad.
El fallo del Juzgado de lo Social Número 18 de Madrid afirma que la interrupción del tratamiento «agravó el daño» psicológico de Tania. ¿Por qué? «Yo había estado en una psicóloga anteriormente porque me costaba aceptar que siento lo que siento. Mi entorno me repetía que yo no era diferente por querer a una mujer. Y esa expulsión del hospital me hizo volver al punto de partida: sí, eres diferente. Así que volví a la psicóloga. Fue duro. Y lo sigue siendo».
Meses después de la exclusión, en abril de este año, el hospital volvió a dar la sorpresa. Tania: «Un día recibí un mensaje en el móvil con una cita para mayo. Fui yo sola porque Verónica tenía trabajo. Yo iba muy preocupada y muy alucinada. No sabía por qué nos llamaban. La doctora me dijo que mientras se resolvía el tema con la Comunidad de Madrid, el hospital estaba llamando a todas las personas a las que había excluido del tratamiento. Habían pasado como cinco o seis meses desde la interrupción y volvimos al proceso. Estoy segura de que nos llamaron por la denuncia. Eso influyó. Seguro».
A veces se asienten y a veces se matizan. Verónica parece más informativa y Tania más reservada. «Es que te calientas y lo cuentas todo», suelta entre risas.
Durante mayo y junio de este año, Tania fue sometida a un segundo ciclo de fecundidad en la Jiménez Díaz. Tampoco hubo embarazo.
Pero, mientras, el embrión de la Justicia siguió creciendo y a mediados de septiembre todas las partes fueron a juicio. Y ahora, en este octubre de historia para ellas y tantas como ellas, nació una sentencia. Tania: «Nos calma que la sentencia nos dé la razón. Nosotras, que estuvimos siete años sin un solo ataque homófobo, de repente sufrimos una discriminación institucional, una discriminación de Estado. Y por fin un tribunal lo reconocía». Verónica: «Esa orden ministerial nos ofende. Es retrógada, obsoleta, anticuada, discriminatoria... Si ya hay distintos modelos de familia, no puede ser que haya algo que retrase tanto la Historia. Entiendo que es difícil de aceptar, pero para los homosexuales la reproducción sólo puede ser asistida. Es así. Y con esa orden, esa necesidad no está cubierta. Hay que derogar esa orden, el Ministerio tiene que eliminarla ya».
Es la orden de la infertilidad del «coito vaginal» como requisito para la reproducción asistida. Tania: «Parece que nuestra opción es un capricho, un antojo. Pero yo tengo el mismo instinto maternal que cualquier mujer heterosexual...». «... Y nuestra infertilidad viene de no acostarnos con hombres. Por eso debemos tener el mismo derecho que las mujeres que sí lo hacen», remata Verónica. Y vuelve Tania: «La gente es tolerante, pero tienes que andar justificando por qué reclamas ese derecho...». «... Porque además afecta a la Seguridad Social y la pagamos todos. Por eso hay más oposición», vuelve a coronar Verónica.
- ¿Qué será esta sentencia?
Verónica: «La sentencia va a ser la bomba. Es una satisfacción personal y colectiva, porque esperamos que sensibilice a la población y llegue a los políticos, que mueva conciencias para cambiar algo injusto». Tania: «Todo esto no está siendo fácil ; a mí me da bochorno, un poco de corte. Yo nunca había estado en un juicio. Me siento expuesta. Yo no quiero ser abanderada de nada, me gusta la intimidad. Todo esto me desborda».
Tania nos dice que está nerviosa por el texto que ustedes están leyendo, que nunca ha salido en un periódico y que tiene miedo a la homofobia de salón, a esa gente que no entiende la homosexualidad y se pone agresiva. Y en eso Verónica nos mira y le dice al cuaderno: «Sabemos que hay insultos e intolerancias. Incluso políticos que hacen leyes que discriminan. A mí me gustaría sentar a esa gente frente a mí para hablar. No de mal rollo. Yo me siento con ellos y se lo cuento».
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