viernes, 22 de junio de 2018

#hemeroteca #libros #activismo | Daniel Bernabé: “Una clase media aspiracional nos ha colonizado a todos”

Imagen: El Siglo de Europa / Daniel Bernabé
Daniel Bernabé, autor de ‘La trampa de la diversidad’: “Una clase media aspiracional nos ha colonizado a todos”.
“Margaret Thatcher, en un giro retórico, transformó lo que es desigualdad en diferencia”. “Nuestra relación con la política ha cambiado: si hace 40 años era una relación de clase, ahora es una relación aspiracional”.
Luis Eduardo Siles | El Siglo de Europa, 2018-06-22
http://www.elsiglodeuropa.es/siglo/historico/2018/1252/Index%20Cultura%20Daniel%20Bernabe.html

‘La trampa de la diversidad’ (Akal, 2018) es un libro distinto y complejo. Daniel Bernabé (Madrid, 1980), articulista y escritor, trata de demostrar en este libro, de 249 páginas, con numerosos perfiles polémicos, que “nuestra relación con la política ha cambiado”. Bernabé sostiene que “la trampa de la diversidad se aplica sobre todo contra la idea de clase”.

P. Escribe en el prólogo del libro Pascual Serrano: “La diversidad se convierte en una competencia de protagonismos en detrimento de luchas y causas que deberían ser más justas”. ¿Qué piensa usted?
R. La diversidad existe en la sociedad. En las presentaciones del libro menciono de forma humorística que si tienes una diversidad de bacterias en la sangre, pues mal asunto. Pero digamos que todos entendemos por diversidad, aunque no hagamos hincapié en ello, una diversidad racial, sexual, cosa que a mí me parece positiva. Porque la sociedad homogénea todos la asociamos a los peores autoritarismos del siglo XX. Con lo cual, la diversidad es convertida en un término positivo en sí mismo. Ahora, cuando empezamos a profundizar en el asunto nos percatamos de que la diversidad empieza a tener unas características bajo nuestro contexto que no son exactamente las que todos entendemos. Este no es un libro, obviamente, contra la diversidad. Que nadie se piense que se trata de un libro a favor del separatismo blanco o algo así. Es un libro que tiene un título algo provocador: ‘La trampa de la diversidad’. Y, por ejemplo, refleja a un personaje que resulta esencial para comprender el hecho. Un pasaje que resulta esencial para comprender el libro explica cómo Margaret Thatcher en su llegada al poder en el Partido Conservador del Reino Unido en 1975, hace un discurso en el que transforma la desigualdad social, algo que tiene además unas características sistémicas, lo transforma, decía, en diferencia o diversidad. Dice: “Allí están los socialistas que lo que quieren es homogeneizar, que toda la sociedad sea igual”. La típica caricatura, pues, de una sociedad de la Europa del Este donde todo el mundo va vestido igual, todo el mundo triste, todo el mundo gris. Y añade: “Y, sin embargo, vosotros tenéis la posibilidad, gracias al capitalismo, de ser diferentes”. De un plumazo, Margaret Thatcher, hace un giro retórico y transforma lo que es desigualdad en diferencia. Porque la desigualdad, antes del periodo neoliberal, era percibida como algo negativo incluso por numerosas personas conservadoras. Los demócrata-cristianos, al principio, podían tener programas incluso relativamente sociales. Debido a su influencia católica o cristiana podían sentir incluso cierta antipatía hacia la desigualdad. Incluso se era consciente de que las sociedades debían tener unas desigualdades relativamente controladas, porque se tenía claro entonces cómo se llegó a la Segunda Guerra Mundial y cuál había sido el nacimiento del fascismo y cuál había sido su sustrato. Un sustrato de tremenda crisis económica y de desigualdad. Y de cómo el mercado había quedado al margen de cualquier control. Y eso había producido el gran problema. Margaret Thatcher, con ese discurso, crea una trampa, transforma algo que por todos es percibido como positivo, es decir, que vivamos en una sociedad diversa, plural, lo transforma, decía, en una sociedad que es desigual, pero ya no es desigual porque el sistema así lo estipule, sino que vivimos en una sociedad desigual porque cada uno, gracias a su talento, compite. Thatcher convierte en positivo la competición y el egoísmo individual en este mundo. Y de ahí el título para el libro de ‘La trampa de la diversidad’.

P. Pascual Serrano escribe también: “La diversidad nunca es de clase”.
R. Sí, el segundo aspecto que podemos destacar del libro consiste en que esta trampa de la diversidad, sobre todo, contra lo que se aplica es contra la idea de clase. Es un libro que habla mucho de identidades. ¿Qué es la identidad? O, ¿por qué nos interesa tanto la identidad? Parece esencial que nuestra identidad lo que nos dice es quiénes somos. Y a través de ese quiénes somos sabemos cuál es nuestra posición en la sociedad. Y esa posición, al final, nos hace darnos cuenta de que tenemos unos problemas parecidos a otras personas que tienen una identidad semejante a la nuestra. De tal modo que antes nos uníamos para hacer frente a una serie de problemas, y eso nos conducía a una ideología. Y no al revés. Porque una de las cuestiones más interesantes del libro creo que consiste en explicar cómo nuestra relación con la política ha cambiado. Si hace 40 años era una relación de clase y grupal, ahora ha pasado a ser una relación individual y aspiracional. Y con aspiracional se entiende que esperamos que la política nos dé cosas a nosotros. A nuestro propio yo. ¿Por qué es importante el tema de la identidad? Porque al pasar de una identidad de clase a una identidad aspiracional, una clase media aspiracional nos ha colonizado identitariamente a todos. Todos formamos parte de un mercado de la diversidad y competimos en él con diferentes identidades y ese mercado ocupa el espacio que antes ocupaba la identidad de clases y, por tanto, su ideología.

P. Señala usted como uno de los propósitos cruciales del libro: “Cómo la política contemporánea está llegando a un punto donde la distancia que separa la ideología aplicada de la que se pretende como percibida está deviniendo en abismo”.
R. Con lo que explicaba anteriormente de que nuestra relación con la política ha cambiado, no ha cambiado porque de repente nos hayamos vuelto tontos, no. Tiene que haber un factor material. Resulta mucho más fácil saber qué identidad tienes cuando trabajas con otros 3.000 tíos dentro de una fábrica. Cuando además habían construido unas casas cerca de la fábrica y eran todas iguales. Y había un entorno que te decía: “Tú eres esa clase social”. Pero surge un factor de cambio. Las empresas se trocean y aparecen infinidad de figuras laborales que van más allá del autónomo, una figuras laborales que nos van atomizando. Eso es un factor esencial. Pero luego hay un factor cultural que hace que nos hayamos percibido a nosotros mismos como unidades absolutamente diseccionadas unas de las otras, que no tenemos nada que ver. Y en el libro pongo algún ejemplo de cómo este proceso comenzó a afectar a la política. No sólo a la política de derechas o a la política de la antigua socialdemocacia, sino también a la política de la considerada como la izquierda radical. Y esto no empieza ni con Thatcher ni con Reagan, sino, tal y como explico en el libro, con Clinton y con Blair. Ambos significaron en los años 90 el antídoto a la época de conservadurismo que se había impuesto en otros países. Y los dos empiezan a tener una relación con su electorado que en vez de decir “tenemos una serie de propuestas políticas duras en el sentido ideológico de la palabra y las vamos a aplicar porque es lo mejor para la sociedad”, en lugar de eso, pasan a decir que ellos escuchaban a la gente. Escuchaban, a través de los estudios de mercado, sobre todo, a la gente de clase media. Que tenían unas preocupaciones muy diferentes a las que podía tener la gente de clase trabajadora. Esto ocurre también porque la clase trabajadora comienza a hacerse abstencionista, con lo cual esos grupos de clase media tienen cada vez mayor poder en los procesos electorales. Yo creo que los socialdemócratas podían haber hecho una reflexión en ese punto y haber dicho: “oye, quizás se abstienen porque nosotros estamos girando cada vez más a la derecha y cada vez damos menos respuestas a sus problemas”. Pero claro, en aquel momento, con la caída del Muro de Berlín, afectó a toda la izquierda. En aquel momento era muy difícil hacer esa reflexión y se tendió permanentemente a ir hacia el otro lado. Con lo cual este proceso al final hace que hoy mismo, el que se presenta como político, ya no es que simplemente se juega con su imagen, como explico en el libro que ocurrió en aquel debate televisado entre Nixon y Kennedy, sino que directamente su propio discurso, su narrativa, no tiene nada que ver con lo que defiende. Y en el libro cito cuando Theresa May aparece públicamente con el brazalete de Frida Kahlo, una cosa absolutamente absurda. Ese proceso de vaciado de identidades y de rellenarlo con algo absolutamente artificial es lo que permite que, por ejemplo, Albert Ribera, que es un político de derechas, en algunos casos con un discurso próximo a la ultraderecha más clásica, pueda pasar por alguien que mucha gente de diferentes capas sociales y mucha gente de ideologías, digamos, mucho más débiles, se pueda identificar finalmente con él.

P. En referencia a las vanguardias artísticas escribe usted: “Las vanguardias son un fogonazo cegador, pero dirigido, una explosión con sentido y dirección, una iconoclastia con sentido”.
R. En ese momento del libro diferencio entre modernidad y posmodernidad. Y lo que trato de explicar ahí es que la vanguardia era un grito, que su intención consistía en agotarse en sí misma. Era una forma de conmocionar a la sociedad. Tenían una intención ideológica. No digo que estrictamente política. Aunque algunas, sí. Algunas están relacionadas íntimamente con el Partido Comunista, o, por el contrario, con los grupos fascistas, por ejemplo Marinetti en Italia. Pero había una decidida intención ideológica aunque no estuvieran relacionadas con ningún partido político en concreto. Y cuando llegamos a la posmodernidad en el arte no hay ninguna intención por detrás más que el hecho de especular con esa obra artística. Incluso en formas que no siguieron los cánones habituales, se ve mal que el arte tenga algún tipo de intención. Eso se ve como una vulgaridad. Pero a mí el arte de vanguardia de las tres primeras décadas del siglo XX siempre me interesó mucho, porque revela el momento de la modernidad por completo, revela ese momento en el que todo se puede cuestionar, en el que no hay nada tangible, pero en el que todavía hay horizonte.

P. En conclusión.
R. Quiero dejar claro que este no es un libro acerca de las políticas sobre los inmigrantes, no es un libro sobre el feminismo, no es un libro acerca del movimiento obrero: es un libro que trata de cómo nuestra relación con la política ha cambiado. Y habla también de todos esos aspectos porque están presentes en nuestra sociedad. Me gustaría que este libro lo leyera todo el mundo. Pero me gustaría sobre todo que este libro lo leyeran las mujeres. Creo que las mujeres en este momento constituyen una esperanza para la sociedad. Pero considero que el feminismo, en estos momentos, está acosado, hostigado, por grandes fuerzas. El sistema capitalista nunca ha dejado pasar una ideología contraria a él, no enfrentándose, sino apropiándosela. Y el feminismo está en un claro proceso de apropiación, de desactivación, de conversión en una ideología envasable y convertible. Y creo que este libro puede ser una herramienta para que aquellas feministas que quieran luchar por la liberación de la mujer desde una perspectiva de clase puedan llegar a ello.

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