Imagen: El Salto / Orgullo Crítico en Madrid, 2017 |
Ellos tienen el dinero, la falta de escrúpulos y los medios; nosotras somos muchas, diversas y tenemos todo lo demás.
Alana Portero | El Salto, 2018-06-27
https://www.elsaltodiario.com/lgtbiq/alana-portero-stonewall-callao-orgullo-critico-2018
Marsha gritó: “Tengo mis derechos civiles”, a continuación arrojó un vaso de chupito contra un espejo y ahí empezó todo. - David Carter sobre los disturbios de Stonewall.
El 7 de junio de este año, Begoña Villacís, concejala de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid, escribía en su tuiter que el orgullo LGTB había nacido como la muestra espontánea de una necesidad de la sociedad civil madrileña, no como algo organizado. Así, sin matices, según la señora Villacís Christopher Street hace esquina con Leganitos, viva España, vamos Rafa y #LoveisLove.
Las madrileñas pecamos de centralistas a menudo, contamos a tuiter lo muchísimo que llueve en toda España aunque solo caigan cuatro gotas en El Retiro y se estén muriendo de sequía en Badajoz; hacemos partícipe al resto del estado de cada cosa que nos importuna en el municipio, esperamos, como se espera de un alférez que nos recoja el pañuelo en el baile, que a una vecina de la localidad castellonense de Las Alquerías del Niño Perdido le quite el sueño esa tubería que se ha roto en Callao y nos ha mojado la Plaza. Pido disculpas desde aquí por la cateta manía de hacer de nuestros pesares cotidianos cuestión de estado. En cualquier caso son, como mucho, ramalazos de un privilegio irritante que no suponen más que una bien ganada antipatía, algo que deberíamos corregir para no quedar como unas pesadas estrechas de miras.
De ahí a la aparente ignorancia megalómana de situar el Stonewall Inn —local de Nueva York en el que en junio del 68 se produjo el disturbio que terminó siendo el acto fundacional del orgullo LGTB—, más o menos a la altura del cine Capitol, en plena Gran Vía, o de pintarnos un escenario lisérgico en el que enfurecidas manolas trans vestidas de chulapas se sacan cócteles molotov de debajo del pañuelo y los arrojan sobre los grises en el pleno franquismo, va un trecho.
Begoña Villacís sabe perfectamente lo que está diciendo con esa proclama vacía, sabe exactamente cuándo abandonar una posición y adscribirse a otra, es el terreno en el que su partido de mercaderes es insuperable, el de apropiarse o defenestrar principios según sople el cierzo. Cuentan con el ruido de fondo, juegos de banderas y técnicas de primer cuatrimestre de teoría de la comunicación para evitar pisar terrenos fangosos.
Pero si hay algo que las personas LGTB consideramos sagrado es nuestra genealogía, hemos ofrecido y seguimos ofreciendo demasiadas vidas a la causa de nuestra dignidad. La frivolidad que se nos atribuye es una interpretación heteronormativa de nuestra energía inagotable. Pero es la rabia y la memoria lo que constituye nuestro ADN.
No olvidamos que Albert Rivera se posicionó en esas aguas reaccionarias de camisa blanca remangada, pulserita y gafas de aviador Rayban con su célebre: “llamar matrimonio a las uniones entre personas del mismo género es crear una tensión innecesaria”, rectificado años después porque a ver cómo le explicas tú al siniestro Kike Sarasola y a sus cheques que es un agitador innecesario.
Tampoco olvidamos las coincidencias del partido tanoréxico en el voto junto al PP en localidades como Almería o Ciudad Real para rechazar leyes municipales pro-LGTB. Y desde luego ni olvidamos ni dejamos pasar los meses de bloqueo de Ciudadanos a la actual proposición de ley LGTB que se debate en el Congreso a propuesta de Unidos Podemos y PSOE. Bloqueo levantado cuando las encuestas dicen que se te ve el cartón, Maricarmen, tal y como acaban de hacer mientras escribo estas líneas con su propuesta para regular los vientres de alquiler, el CIS dice que regular, ellos reculan y sacan otra ocurrencia fenicia. La oferta del liberalismo salvaje no se acaba nunca. Tienen el forro de la gabardina lleno de relojes de oro.
La desmesura capitalista en la que se ha convertido el orgullo de Madrid parece habernos devorado. Eso en parte es culpa nuestra. Cada año prometemos que vamos a dejar de ir y cada año volvemos en una falsa intención de reconquista que nunca llega. Nos han robado la protesta, nos han ocupado la fiesta, nos hacen pagar por entrar y nos convierten en decoración para ilustrar espectaculares reportajes sobre la enormidad e importancia del evento. Pero reducir la crítica a esto no solo es injusto, contribuye a invisibilizar a miles de personas que están haciendo un trabajo durísimo y efectivo desde la trinchera.
El orgullo es tan víctima del capitalismo como cualquier otro movimiento social que tenga características para su asimilación, ni más, ni menos. Comprar —nunca mejor dicho— ese argumentario es aceptar la narrativa capitalista y nos deja un retrogusto a derrota, desesperanza y mierda en la garganta que termina en parálisis.
Hay asambleas, medios autogestionados, colectivos, asociaciones, activismo que no puede aspirar a la hegemonía por una cuestión de desigualdad y de clase, pero que avanza y cambia el mundo.
Que a nadie se le olvide que venimos del disturbio, de la ira, de la acción inmediata, que aquel vaso que arrojó Marsha contra el espejo creó una onda expansiva que no ha dejado de crecer y casi siempre lo ha hecho en la calle e impulsada por parias sin capacidad de influencia: mujeres trans racializadas, enfermos abandonados por el sistema sanitario en los años del SIDA, trabajadoras sexuales, colectivos de lesbianas que tuvieron que abrirse paso a codazos entre el activismo masculino, y bisexuales que solo con abandonar el anonimato y soportar la losa de la invisibilidad han hecho y hacen más política de desafío que cien manifiestos.
No, Begoña Villacís no ha cometido una imprudencia o una inexactitud, no es inocente, ni ignorante, su proclama responde a una estrategia magnífica de mercantilización, que pasa por el vaciado, la disolución y el eslogan. Sabe bien, como todo su partido, como todo el sistema que les ampara, que la calle puede ser la tumba de su influencia, que desde los márgenes hemos transmitido nuestra canción de furia al mundo entero y no vamos a dejar de hacerlo. Ellos tienen el dinero, la falta de escrúpulos y los medios; nosotras somos muchas, diversas y tenemos todo lo demás.
Feliz y combativo orgullo 2018.
El 7 de junio de este año, Begoña Villacís, concejala de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid, escribía en su tuiter que el orgullo LGTB había nacido como la muestra espontánea de una necesidad de la sociedad civil madrileña, no como algo organizado. Así, sin matices, según la señora Villacís Christopher Street hace esquina con Leganitos, viva España, vamos Rafa y #LoveisLove.
Las madrileñas pecamos de centralistas a menudo, contamos a tuiter lo muchísimo que llueve en toda España aunque solo caigan cuatro gotas en El Retiro y se estén muriendo de sequía en Badajoz; hacemos partícipe al resto del estado de cada cosa que nos importuna en el municipio, esperamos, como se espera de un alférez que nos recoja el pañuelo en el baile, que a una vecina de la localidad castellonense de Las Alquerías del Niño Perdido le quite el sueño esa tubería que se ha roto en Callao y nos ha mojado la Plaza. Pido disculpas desde aquí por la cateta manía de hacer de nuestros pesares cotidianos cuestión de estado. En cualquier caso son, como mucho, ramalazos de un privilegio irritante que no suponen más que una bien ganada antipatía, algo que deberíamos corregir para no quedar como unas pesadas estrechas de miras.
De ahí a la aparente ignorancia megalómana de situar el Stonewall Inn —local de Nueva York en el que en junio del 68 se produjo el disturbio que terminó siendo el acto fundacional del orgullo LGTB—, más o menos a la altura del cine Capitol, en plena Gran Vía, o de pintarnos un escenario lisérgico en el que enfurecidas manolas trans vestidas de chulapas se sacan cócteles molotov de debajo del pañuelo y los arrojan sobre los grises en el pleno franquismo, va un trecho.
Begoña Villacís sabe perfectamente lo que está diciendo con esa proclama vacía, sabe exactamente cuándo abandonar una posición y adscribirse a otra, es el terreno en el que su partido de mercaderes es insuperable, el de apropiarse o defenestrar principios según sople el cierzo. Cuentan con el ruido de fondo, juegos de banderas y técnicas de primer cuatrimestre de teoría de la comunicación para evitar pisar terrenos fangosos.
Pero si hay algo que las personas LGTB consideramos sagrado es nuestra genealogía, hemos ofrecido y seguimos ofreciendo demasiadas vidas a la causa de nuestra dignidad. La frivolidad que se nos atribuye es una interpretación heteronormativa de nuestra energía inagotable. Pero es la rabia y la memoria lo que constituye nuestro ADN.
No olvidamos que Albert Rivera se posicionó en esas aguas reaccionarias de camisa blanca remangada, pulserita y gafas de aviador Rayban con su célebre: “llamar matrimonio a las uniones entre personas del mismo género es crear una tensión innecesaria”, rectificado años después porque a ver cómo le explicas tú al siniestro Kike Sarasola y a sus cheques que es un agitador innecesario.
Tampoco olvidamos las coincidencias del partido tanoréxico en el voto junto al PP en localidades como Almería o Ciudad Real para rechazar leyes municipales pro-LGTB. Y desde luego ni olvidamos ni dejamos pasar los meses de bloqueo de Ciudadanos a la actual proposición de ley LGTB que se debate en el Congreso a propuesta de Unidos Podemos y PSOE. Bloqueo levantado cuando las encuestas dicen que se te ve el cartón, Maricarmen, tal y como acaban de hacer mientras escribo estas líneas con su propuesta para regular los vientres de alquiler, el CIS dice que regular, ellos reculan y sacan otra ocurrencia fenicia. La oferta del liberalismo salvaje no se acaba nunca. Tienen el forro de la gabardina lleno de relojes de oro.
La desmesura capitalista en la que se ha convertido el orgullo de Madrid parece habernos devorado. Eso en parte es culpa nuestra. Cada año prometemos que vamos a dejar de ir y cada año volvemos en una falsa intención de reconquista que nunca llega. Nos han robado la protesta, nos han ocupado la fiesta, nos hacen pagar por entrar y nos convierten en decoración para ilustrar espectaculares reportajes sobre la enormidad e importancia del evento. Pero reducir la crítica a esto no solo es injusto, contribuye a invisibilizar a miles de personas que están haciendo un trabajo durísimo y efectivo desde la trinchera.
El orgullo es tan víctima del capitalismo como cualquier otro movimiento social que tenga características para su asimilación, ni más, ni menos. Comprar —nunca mejor dicho— ese argumentario es aceptar la narrativa capitalista y nos deja un retrogusto a derrota, desesperanza y mierda en la garganta que termina en parálisis.
Hay asambleas, medios autogestionados, colectivos, asociaciones, activismo que no puede aspirar a la hegemonía por una cuestión de desigualdad y de clase, pero que avanza y cambia el mundo.
Que a nadie se le olvide que venimos del disturbio, de la ira, de la acción inmediata, que aquel vaso que arrojó Marsha contra el espejo creó una onda expansiva que no ha dejado de crecer y casi siempre lo ha hecho en la calle e impulsada por parias sin capacidad de influencia: mujeres trans racializadas, enfermos abandonados por el sistema sanitario en los años del SIDA, trabajadoras sexuales, colectivos de lesbianas que tuvieron que abrirse paso a codazos entre el activismo masculino, y bisexuales que solo con abandonar el anonimato y soportar la losa de la invisibilidad han hecho y hacen más política de desafío que cien manifiestos.
No, Begoña Villacís no ha cometido una imprudencia o una inexactitud, no es inocente, ni ignorante, su proclama responde a una estrategia magnífica de mercantilización, que pasa por el vaciado, la disolución y el eslogan. Sabe bien, como todo su partido, como todo el sistema que les ampara, que la calle puede ser la tumba de su influencia, que desde los márgenes hemos transmitido nuestra canción de furia al mundo entero y no vamos a dejar de hacerlo. Ellos tienen el dinero, la falta de escrúpulos y los medios; nosotras somos muchas, diversas y tenemos todo lo demás.
Feliz y combativo orgullo 2018.
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