martes, 26 de junio de 2018

#hemeroteca #orgullo #homonacionalismo | Del ‘pinkwashing’ de Israel al homonacionalismo en Madrid

Imagen: El Salto / Netta Barzilai celebra el triunfo en Eurovisión 2018
Del ‘pinkwashing’ de Israel al homonacionalismo en Madrid.
La participación de la cantante israelí Netta Barzilai en un evento privado durante el Orgullo en Madrid abre la reflexión sobre el papel de los intereses económicos y empresariales en estos actos; la responsabilidad de las administraciones públicas; las posiciones políticas de personas erigidas en pregoneras o representantes; y también el racismo y el clasismo dentro del movimiento LGTBI.
Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz | El Salto, 2018-06-26
https://www.elsaltodiario.com/ocupacion-israeli/del-pinkwashing-israel-al-homonacionalismo-en-madrid

El pasado 12 de mayo, por casi 100 puntos sobre su rival inmediata, Netta Barzilai ganó el Festival de la Canción de Eurovisión 2018 para Israel. Su canción, “Toy”, se alzó con la victoria hablando del acoso y del empoderamiento, mediante una coreografía y una puesta en escena llenas de color y de movimiento.

Pocos minutos después de saberse el resultado, Benjamin Netanyahu le felicitó en Twitter, multiplicándose las publicaciones en esta red social que leyeron la victoria como parte de un estudiado lavado de cara para el Estado israelí. Cuando pocos días después se fotografiaron juntos la cantante y el presidente, compartiendo el ya icónico baile de “Toy”, la reciente masacre de varias decenas de personas palestinas planeaba como una ineludible sombra, rompiendo el idilio de Europa con la cantante y la imagen desenfadada del Estado israelí. Sombra que ya salió a relucir en la parodia en un programa de televisión neerlandés.

El ciclo habitual de noticias sobre Eurovisión hacía esperar pocas novedades sobre 2019 hasta que este verano se revelase la ubicación del próximo festival: la obcecación del Estado israelí sobre la celebración en Jerusalén, en contra de las recomendaciones de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), provocó tempranas críticas hacia el carácter político del evento. Aun habiéndose celebrado ya en dos ocasiones en Jerusalén, el contexto actual no tiene precedentes no solo en las frecuentes muertes palestinas a manos de las Fuerzas de Defensa Israelí sino también en la consciencia sobre la gravedad del conflicto entre movimientos sociales y actores políticos clave.

Tal y como recogía un periódico israelí, diferentes miembros del Sinn Féin irlandés pidieron explícitamente el boicot a Eurovisión 2019, mientras la UER mostró su negativa a que el Estado israelí invitase a Arabia Saudí a participar, tomándoselo el ente europeo como un desafío o imposición. El conflicto político internacional sobre la ubicación podía obligar a la UER a celebrar el evento en Chipre o en Austria —siguiendo los resultados finales del certamen en 2018—, en función de las expectativas de seguridad y de cumplimiento de sus requisitos.

Desconociéndose todavía la ubicación o el desarrollo final del festival europeo de la canción, Netta Barzilai volvió a las noticias madrileñas y españolas: el 12 de junio se hacía pública su participación en una fiesta, el Tanga! Pride Festival. Del 6 al 7 de julio, en pleno fin de semana del Orgullo madrileño, Netta compartirá cartel con otras dos artistas europeas, Inna y Eleni Foureira, la representante chipriota que quedó en segundo lugar en 2018.

Uno de los primeros medios en hacerse eco de la noticia habló explícitamente de la participación de Barzilai en el Orgullo, dando pie a críticas que no se hicieron esperar. Desde el Orgullo Crítico de Madrid se pronunciaron mostrando su firme rechazo a la participación de la cantante en el MADO (Madrid Orgullo), la programación oficial elaborada desde las organizaciones activistas FELGTB y COGAM y la asociación empresarial AEGAL.

Aludían a las muertes a manos del ejército israelí, pocos días después del último festival de Eurovisión. La expresidenta de la FELGTB y diputada madrileña Beatriz Gimeno se mostró igual de contundente, condenando la presencia de la cantante como parte de una campaña de lavado de imagen del Estado israelí, diciendo “no a la limpieza del estado genocida”.

FELGTB, COGAM y AEGAL tardaron poco en consensuar una postura, publicada como comunicado de prensa en las redes sociales del MADO. Aclararon que la cantante israelí participa en una fiesta privada, y en ningún caso en escenario oficial del evento, eximiéndose así de cualquier posible responsabilidad. Recordaban que diferentes agentes privados, completamente al margen de la organización oficial, aprovechan las mismas fechas para programar sus propias actividades. Desde la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales, consultada al respecto, respondían en esta línea. Destacan que “FELGTB, COGAM y AEGAL hemos cerrado filas oponiéndonos a que Netta o cualquier otro representante de Israel participe en el Orgullo como lavado rosa”.

El ‘pinkwashing’ estuvo presente en sus explicaciones, aun reconociendo que al ser una fiesta privada ninguna de estas organizaciones activistas puede hacer nada: en palabras del responsable de prensa de la Federación, “nuestro poder de influencia llega hasta donde llega, y lo que no podemos hacer es cerrarle las fronteras”.

Si bien no es el Ayuntamiento de Madrid quien organiza los escenarios ni el resto de los aspectos lúdicos del Orgullo —sí aporta infraestructuras necesarias—, la posición del consistorio es clara al respecto, negando la participación de Barzilai en la programación oficial.

Berta Cao, comisionada del Ayuntamiento de Madrid para el Orgullo, secunda la versión del MADO sobre las noticias de Netta y Madrid: “Es absolutamente falso que Netta estuviera programada en el Orgullo de Madrid”. El evento privado no casa, en todo caso, con la perspectiva sobre el Orgullo de la persona responsable de la coordinación del World Pride 2017, quien espera “que las fiestas y actividades en los espacios públicos, organizadas por el tejido social, sigan representando el sentir mayoritario de las personas LGTB y de la ciudadanía madrileña”. Este choque con un evento privado llega tras años de buena relación entre el ayuntamiento madrileño y el Estado israelí, destacando el papel de Alberto Ruiz-Gallardón y, de forma tangible, la Casa Sefarad-Israel, como centro cultural.

La polémica llega el año después del World Pride, u Orgullo Mundial de Madrid. Como parte del evento global, bajo la marca propiedad de la ONG InterPride, los organizadores celebraron una Gala World Pride: homenajearon a las ciudades que, desde el año 2000, han acogido una edición. Jerusalén lo hizo en los años 2005 y 2006, y el hecho de que esta ciudad fuese presentada en la gala como capital israelí provocó las críticas de la campaña de boicot, desinversiones y sanciones a Israel desde el Estado español. Resonaban en Madrid las críticas que una década antes habían pedido que el evento global no se celebrase en Jerusalén: si a nivel interno fueron representantes de las tres religiones abrahámicas quienes se opusieron al World Pride, fuera del Levante mediterráneo fueron los grupos y las redes activistas LGTBI quienes se plantearon defender o no el boicot al evento. El polémico World Pride de Jerusalén se saldó finalmente como un éxito amargo para la organización activista convocante, salpicado por problemas de seguridad que obligaron a ir demorando actividades desde 2005 hasta 2006.

La coincidencia del evento con una gran campaña de ‘rebranding’ por parte del Estado israelí en 2005 llamó la atención de analistas, tanto desde el periodismo como desde la academia. Destacó desde un primer momento la profesora y activista Jasbir Puar, quien en 2010 hablaba del marco de una campaña masiva de Israel por mejorar sus malos resultados en rankings de percepción de países. Esta autora desarrolló como nadie los conceptos de ‘pinkwashing’ y homonacionalismo, hablando del primero como “un método potente a través del que los términos de la ocupación de Palestina son reiterados: Israel es civilizado, los palestinos son bárbaros”.

La escritora y activista Sarah Schulman difundió aún más este concepto, el del lavado rosa, a través de un frecuentemente citado artículo en el New York Times . Habló del ‘pinkwashing’ como “una estrategia deliberada para esconder las continuadas violaciones de derechos humanos de los palestinos tras una imagen de modernidad significada por la vida gay israelí”.

Al igual que Puar, Schulman argumentó en clave binaria, transmitiendo que el ‘pinkwashing’ busca hacer elegir entre un país que se vende como moderno y respetuoso con la diversidad y otro que es producido como retrógrado, al margen de que en ambos haya diferentes formas de opresión así como organizaciones activistas. Argumentó Schulman que “el legado emocional de la homofobia”, el peso que la opresión vivida ha tenido en las personas LGTBI occidentales, hace que el ‘pinkwashing’ cale fácilmente.

Las críticas a estas estrategias desde círculos activistas occidentales, no obstante, dieron pronto lugar a iniciativas como el ‘pinkwatching’: el control de las prácticas gubernamentales y corporativas en busca de lavado rosa o de instrumentalización de la diversidad sexual y de género.

La propia gran autora del desarrollo conceptual, Jasbir Puar, escribió en 2012 un artículo con Maya Mikdashi alertando de los problemas de esta observación crítica. Reconocieron que, pese a las intenciones, las prácticas de ‘pinkwatching’ reproducen —a veces incluso de forma intencionada— los mismos discursos que el ‘pinkwashing’: el marco más amplio del homonacionalismo. Las autoras sostienen que “los críticos del ‘pinkwashing’, que asumen una camaradería ‘queer’ internacional, repiten un argumento central del homonacionalismo: las y los homosexuales deberían solidarizarse y empatizar los unos con los otros porque son homosexuales”.

Destacaron cómo, en la agitada vida conceptual y política del ‘pinkwashing’, esta idea desarrollada desde una perspectiva crítica había acabado hablando “el idioma del homonacionalsimo”, haciéndolo “uno en nombre de Israel, el otro en el nombre de Palestina”.

Siguiendo la misma línea, el académico Jason Ritchie ahondó en esta polémica dualidad de la crítica al pinkwashing. Relató una crisis en torno al New York City’s LGBT Community Center, donde se enfrentaron —primero con vetos, después como un debate— activistas LGTBI favorables y críticas con el Estado israelí y su marketing como país LGTBI-friendly.

Rastreando la vida teórica de los conceptos enfrentados, Ritchie llegó a la conclusión de que las discusiones tenían que ver más con la distinción entre unas y otras formas de activismo en Nueva York —y en el resto de “capitales gais”, en sus términos— que con la realidad de Israel-Palestina. En otras palabras: fue una negociación entre diferentes formas de entender el activismo LGTBI, así de diferentes capitales sociales y simbólicos. El hecho de que tanto el ‘pinkwashing’ como el ‘pinkwatching’ sean tan fácilmente aplicables, concluyó Ritchie, hace que no solo sean términos populares y extendidos sino también que sus fronteras sean porosas y las trincheras complejas.

Ambos conceptos, tanto el lavado rosa como la crítica u observación rosa, comparten por lo tanto un marco, el del homonacionalismo, que según Jasbir Puar, “puede ser resistido y resignificado, pero no abandonado: estamos todas condicionadas por él y a través de él”. La autora defiende que, tras tantos viajes y adaptaciones, su concepto lleva años aplicándose de forma limitada, siendo el ejemplo más conocido la promoción de la Israel moderna como opuesta al bárbaro contexto a civilizar.

Puar defiende ir más allá, y no usar el término “como una acusación, una identidad o mala política”, sino como una parte ineludible de la modernidad y de los estados-nación contemporáneos, en conjunción con el neoliberalismo. Defiende que es “una faceta de la modernidad y un cambio histórico marcado por la entrada de (algunos) cuerpos homosexuales como merecedores de protección por estados-nación”. Defiende por lo tanto distinguir entre el ‘pinkwashing’, como práctica estatal y corporativa concreta, y el marco del homonacionalismo que hace posible tanto al lavado rosa como al ‘pinkwatching’.

En el estudio crítico de la ocupación de Palestina y en la operación de lavado de cara que practica Israel desde hace años, Puar defiende cuestionar las prácticas de este Estado, pero adentrándonos en todos los actores cómplices en la historia de la ocupación y en todos los intereses cruzados: destaca no solo el papel de los poderes coloniales pasados y actuales sino también de la islamofobia en Occidente y del capitalismo como producción de niches y de solidaridades limitadas. Plantea, dicho de otra forma, que miremos hacia todas las fuerzas que hacen que la comunidad internacional no consiga cambiar nada de la ofensiva israelí, y que no nos fijemos solo en ese Estado cuando hablemos de ‘pinkwashing’.

Poniendo de nuevo el foco en el Orgullo de Madrid y en la polémica sobre Netta Barzilai, la mirada de Puar puede suponer ir más allá de criticar la gira de la cantante por Europa como una táctica más de marketing rosa de Israel. Puede suponer cuestionar, como han hecho desde el medio LGTBI Estoy Bailando, las posiciones de más personas participantes en el Orgullo en cuestiones como los derechos para las personas no heterocisexuales.

Hablan desde el medio sobre la incoherencia de criticar la presencia de Netta en Madrid —aunque no sea en la programación oficial del Orgullo— con el silencio sobre las actuaciones en diferentes años de personas que, como Leticia Sabater, Marta Sánchez o Alaska y Mario Vaquerizo, son cercanas a políticos y a medios con posturas claramente contrarios a los derechos de las personas LGTBI.

Siguiendo la lógica de Puar, puede que la práctica del ‘pinkwatching’, al ahondar en la crítica a la participación israelí en un movimiento reivindicativo como es el Orgullo, sirva para contribuir —consciente o inconscientemente— a que otras formas y fuentes de opresión queden invisibilizadas y asumidas. En palabras del periodista Marcos Bartolomé, el ejemplo de diferentes expresiones del homonacionalismo supone “el desmarque del colectivo gay de otras minorías sexuales y de luchas que buscan el fin del racismo, el clasismo, la islamofobia o el sexismo”.

El ‘pinkwashing’ puede ser hoy, tal y como escribió Jasbir Puar en 2010, “una estrategia agotada que en última instancia desvela la desesperación del Estado israelí”. Eso no obsta para que, con el marco homonacionalista en mente, la participación de Netta Barzilai pueda o deba hacernos reflexionar sobre más fenómenos: el papel de los intereses económicos y empresariales en los Orgullos, las fronteras entre una imagen de evento público y la realidad de programaciones privadas paralelas —aliadas o no con la oficial del MADO—, la responsabilidad de las administraciones públicas, las posiciones políticas de personas erigidas en pregoneras o representantes, el racismo y el clasismo dentro del movimiento LGTBI, y un largo etcétera. En definitiva, sobre todas las formas de opresión, de control, pero también de resistencia y de emancipación entre las que nos movemos.

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