Imagen: El Salto / Rampova |
El franquismo fue un periodo de especial opresión y clandestinidad para las personas LGTB, así como para la clase obrera, las mujeres o el resto de sectores oprimidos que querían organizarse y luchar contra el régimen. A las decenas de miles de presos políticos de izquierda fusilados tras la guerra o encarcelados y torturados se unían también personas LGBT asesinadas o encerradas por el hecho de serlo. Fueron los “triángulos rosas” marcados y castigados por intentar vivir su sexualidad libremente.
Luca Gaetano Pira | El salto, 2018-06-16
https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/triangulos-rosas-espanoles-homofobia-transfobia-durante-franquismo
En 2018 se cumplen 40 años desde el final de la ley que estigmatizó a la comunidad LGTB durante el Franquismo. En 1970, la ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, declaraba así: “Serán declarados en estado peligroso, y se les aplicarán las correspondientes medidas de seguridad y rehabilitación los que realicen actos de homosexualidad”
La norma inicia su andadura con más rigor punitivo que la ley de Vagos y Maleantes impulsada por consenso durante la II República para “el control de mendigos, rufianes sin oficio conocido y proxenetas” y modificada el 15 de julio de 1954 para perseguir y castigar cualquier práctica homosexual. Junto a la de “escándalo público”, la norma fue usada de forma sistemática para la represión de la homosexualidad y la transexualidad en la última etapa de la dictadura franquista y establecía penas que iban desde multas hasta penas de cinco años de internamiento en cárceles o centros psiquiátricos para la “rehabilitación” de los individuos.
Las llamadas “Colonias Agrícolas” eran auténticos campos de concentración para homosexuales. Se hallaban en Badajoz, Huelva y Fuerteventura, la última de las cuales estaba dirigida por sacerdotes. Por ellas pasaron cientos de personas en condiciones de hambre, trabajo esclavo y tortura.
También las cárceles albergaron a personas LGTB catalogadas como “presos sociales”, estaban recluidos en módulos donde los funcionarios de prisiones habitualmente los prostituían, como en el caso de la Cárcel Modelo de Barcelona o la de Carabanchel en Madrid.
Las cifras de estas condenas están en torno a las 5.000. La mayor parte corresponde a hombres homosexuales y transexuales, ya que la posición ideológica del régimen no concebía el lesbianismo y existen pocos casos de condenas por tal razón, la mayoría ligadas también a la militancia política de esas mujeres en los movimientos de liberación LGTB en los últimos años del franquismo.
Tras la muerte del dictador ni siquiera el indulto de 1975 o la amnistía general de julio de 1976 incluyeron a ninguno de los considerados “peligrosos sociales”.
Antonio Roig Roselló. Ibiza, 1939
El carmelita Antonio Roig Roselló, que hoy tiene 78 años, no utilizó una entrevista para proclamar su opción sexual, sino que escribió varios libros. El primero, la novela ‘Todos los parques no son un paraíso. Memorias de un sacerdote’ fue finalista del premio Planeta 1976, y se publicó en 1977. Relataba Roig en primera persona sus experiencias sexuales con otros hombres en los parques de Londres. Allí conoció al que fue su primer amor, Ronald.
A finales de diciembre de 1977 Roig, sacerdote desde 1963, fue suspendido ‘a divinis’ por el arzobispo de Valencia, El 3 de enero de 1978 lo expulsaron de la orden de los carmelitas descalzos.
Roig no se arredró. Convencido de que la homosexualidad se podía vivir de manera 'compatible' con el Evangelio, al día siguiente de su expulsión inició una huelga de hambre ante la parroquia de la que le echaban. “Eran tiempos muy duros”, afirma Antonio. La gente que pasaba por la calle me insultaba', recuerda. “La Iglesia es en gran medida responsable de la marginación que sufren los homosexuales”.
Antoni Ruiz. Valencia, 1958
Por el chivatazo de una monja, Antoni Ruiz, hoy presidente de la asociación de expresos sociales, pasó tres meses en la cárcel de Badajoz. Su delito: ser homosexual y declararse como tal en 1976. Ya había muerto Franco pero no el Franquismo ni la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970) —que sustituyó a la anterior Ley de Vagos y Maleantes (1954), que a su vez modificó la de 1933 para incluir la homosexualidad—, por la que Antoni y alrededor de 5.000 homosexuales fueron encarcelados.
“Yo me declaré homosexual a los 17 años en el comedor de mi casa. Como era la época en la que se pensaba que era una enfermedad, en la que se intentaba curar con electrochoque y terapias aversivas, mi madre pidió ayuda. Se lo contó a una monja y ésta me denunció. Llegaron cuatro policías secretas por la noche para llevarse a un chiquillo. Estuve tres días en los calabozos y me pasearon por la calle para demostrar lo que podía pasarle a otros como yo. Luego decretaron mi ingreso en prisión. Primero estuve en la cárcel Modelo de Valencia, pero pronto me trasladaron a la de Badajoz, a la que iban los travestis, que era como llamaban a todos los gais. Allí pasé tres meses y luego un año de destierro“.
Pasó tres meses en prisión y llegó a conocer tres cárceles distintas. “De Valencia a Carabanchel donde día sí y día no corría peligro mi vida. Luego fui a parar a la de Badajoz que estaba destinada a acoger homosexuales aunque convivíamos con presos comunes. En el calabozo fui violado por un preso, pero él fue incitado por el policía. ‘Es homosexual, puedes hacer con él lo que quieras’ le dijo”.
Silvia Reyes. Las Palmas de Gran Canaria, 1953
“Estuve detenida más de cincuenta veces”. Silvia Reyes llegó a Barcelona en 1973, con 20 años. “Hacía cuatro meses que había terminado el servicio militar y ya me había empezado a hormonar con productos que compraba en una farmacia”, recuerda.
“Lo primero que hice fue buscar trabajo en hoteles, que era en lo que había trabajado en Las Palmas durante siete años. Pero cuando me veían tan femenina y tan guapa con mi nombre de hombre en el carné no me daban trabajo, ni siquiera de friegaplatos. Entonces no se sabía lo que era un transexual”, afirma.
Durante el primer mes la detuvieron tres veces. Para una transexual, estar en la calle no era seguro, pero los bares de ambiente [gay] o los cines, tampoco. “Había muchas redadas. Nosotras lo teníamos peor que los homosexuales, que podían disimular más. A veces nos tenían hasta tres días sin comer, de pie, incomunicadas”, explica.
A finales de 1974 Silvia cayó en otra redada. “Me metieron en la cárcel Modelo de Barcelona por travesti. Allí lo pasé fatal. Luego fui a Carabanchel en Madrid. Éramos hasta 38 transexuales, y durante los traslados nos ponían en celdas aisladas, para evitar líos. Había presos que saltaban tapias de cinco metros para estar con nosotras”, relata.
Dos décadas de detenciones hacen que a Silvia le cueste ordenar los recuerdos. “En Badajoz estuve seis meses. Ahí estábamos todas juntas con los hombres y también con los ladrones. En Madrid me detuvieron otras dos veces”, apunta. “Pero en aquella época —1975, según recuerda— a los transexuales que vestíamos de mujer, con pechos y tacones, nos aplicaban la Ley de Peligrosidad. Los palos y los insultos de maricones y degenerados empezaban ya en Jefatura. Nos tenían tres días sin comer y sin apenas agua; en esto, los ‘secretas’ eran peores que los nacionales”.
Silvia fue detenida en Barcelona la noche del 3 de mayo de 1975 —“cuando se hallaba en el ‘drugstore’ del Paseo de Gracia en espera de captar algún otro homosexual”, según su ficha— y condenada a las tres medidas que marcaba la Ley de Peligrosidad: internamiento para reeducación (entre cuatro meses y tres años), destierro y vigilancia. En su caso, de seis a ocho meses de prisión y de uno a dos años fuera de Barcelona.
Y también eran críticos los informes, como el que envió la Junta de Tratamiento de Barcelona al juez de Peligrosidad: “Se mueve en ambientes de homosexuales y de prostituidos. Nos ha manifestado su condición de homosexual pasivo. Su conducta en prisión es buena. Pensamos que pese a su condición de invertido, no lleva una vida delictiva que nos haga pensar que sea peligroso”. Para el forense Domingo Saumench, además, Silvia era de “temperamento esquizotímico y carácter inmaduro”, y tenía patologías: “Psicomotricidad feminoide, labilidad afectiva, histriónico, egocéntrico, necesitado de estimación. Homosexualidad por condicionamiento en la infancia. Plena identificación con su anomalía”.
Rampova. Valencia 1957
La Rampova fue una de aquel centenar de jóvenes salvajemente sometidas a la prostitución. Nunca ha podido superar las palizas y violaciones que soportó durante meses tras ser acusada por la Ley de Peligrosidad Social y acabar como presa en la Modelo a principios de los 70. La primera vez fue detenida con tan solo catorce años de edad, después con quince y diecisiete. Una vez en la Modelo fue a parar al pabellón de “invertidos” menores de edad. Explica que dentro de la celda los delincuentes comunes pagaban a los vigilantes para colarse y violar a los jóvenes recluidos.
La Rampova habla con mucha dificultad de aquel episodio. “He tenido más violaciones que relaciones consentidas por los traumas que viví allí”. Otro de los peores castigos dentro de la Modelo fue cuando decidió contar en confesión las condiciones en las que se encontraba. Le costaría muy caro hablar. Fue sometida a fuertes castigos y a una celda de aislamiento. A presos como la Rampona la llegaron a violar ocho veces al día en las celdas.
Miryam Amaya. Zaragoza, 1959
Miryam nació en Zaragoza en una familia gitana, padres, abuelos y bisabuelos gitanos. Se considera afortunada por el apoyo que siempre ha tenido de su familia. Desde que era niño se vistió como una niña con la ropa de sus hermanas mayores.
Una vida en el espectáculo, el cabaret y la televisión. Dice que su madre era su mejor fan. La llevaron a la estación de policía cientos de veces, pero nunca estuvo en prisión. Después de las redadas policiales, los jóvenes transexuales eran metidos en pequeñas celdas y allí comenzaban los insultos, los golpes y las humillaciones.
Myriam fe una de las organizadoras del primer orgullo gay que se hizo en Barcelona en el 1977, cuando la ley de peligrosidad social todavía estaba en vigor.
A pesar de la muerte de Franco, esta ley permaneció vigente hasta el 1978 y, a pesar de las amnistías que hicieron en el 1976 y 1977 para liberar a los presos políticos, las personas del colectivo LGTB permanecieron en las cárceles y continuaron siendo arrestadas durante redadas policiales.
La norma inicia su andadura con más rigor punitivo que la ley de Vagos y Maleantes impulsada por consenso durante la II República para “el control de mendigos, rufianes sin oficio conocido y proxenetas” y modificada el 15 de julio de 1954 para perseguir y castigar cualquier práctica homosexual. Junto a la de “escándalo público”, la norma fue usada de forma sistemática para la represión de la homosexualidad y la transexualidad en la última etapa de la dictadura franquista y establecía penas que iban desde multas hasta penas de cinco años de internamiento en cárceles o centros psiquiátricos para la “rehabilitación” de los individuos.
Las llamadas “Colonias Agrícolas” eran auténticos campos de concentración para homosexuales. Se hallaban en Badajoz, Huelva y Fuerteventura, la última de las cuales estaba dirigida por sacerdotes. Por ellas pasaron cientos de personas en condiciones de hambre, trabajo esclavo y tortura.
También las cárceles albergaron a personas LGTB catalogadas como “presos sociales”, estaban recluidos en módulos donde los funcionarios de prisiones habitualmente los prostituían, como en el caso de la Cárcel Modelo de Barcelona o la de Carabanchel en Madrid.
Las cifras de estas condenas están en torno a las 5.000. La mayor parte corresponde a hombres homosexuales y transexuales, ya que la posición ideológica del régimen no concebía el lesbianismo y existen pocos casos de condenas por tal razón, la mayoría ligadas también a la militancia política de esas mujeres en los movimientos de liberación LGTB en los últimos años del franquismo.
Tras la muerte del dictador ni siquiera el indulto de 1975 o la amnistía general de julio de 1976 incluyeron a ninguno de los considerados “peligrosos sociales”.
Antonio Roig, Antoni Ruiz, Silvia Reyes, Rampova y Myriam Amaya |
El carmelita Antonio Roig Roselló, que hoy tiene 78 años, no utilizó una entrevista para proclamar su opción sexual, sino que escribió varios libros. El primero, la novela ‘Todos los parques no son un paraíso. Memorias de un sacerdote’ fue finalista del premio Planeta 1976, y se publicó en 1977. Relataba Roig en primera persona sus experiencias sexuales con otros hombres en los parques de Londres. Allí conoció al que fue su primer amor, Ronald.
A finales de diciembre de 1977 Roig, sacerdote desde 1963, fue suspendido ‘a divinis’ por el arzobispo de Valencia, El 3 de enero de 1978 lo expulsaron de la orden de los carmelitas descalzos.
Roig no se arredró. Convencido de que la homosexualidad se podía vivir de manera 'compatible' con el Evangelio, al día siguiente de su expulsión inició una huelga de hambre ante la parroquia de la que le echaban. “Eran tiempos muy duros”, afirma Antonio. La gente que pasaba por la calle me insultaba', recuerda. “La Iglesia es en gran medida responsable de la marginación que sufren los homosexuales”.
Antoni Ruiz. Valencia, 1958
Por el chivatazo de una monja, Antoni Ruiz, hoy presidente de la asociación de expresos sociales, pasó tres meses en la cárcel de Badajoz. Su delito: ser homosexual y declararse como tal en 1976. Ya había muerto Franco pero no el Franquismo ni la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970) —que sustituyó a la anterior Ley de Vagos y Maleantes (1954), que a su vez modificó la de 1933 para incluir la homosexualidad—, por la que Antoni y alrededor de 5.000 homosexuales fueron encarcelados.
“Yo me declaré homosexual a los 17 años en el comedor de mi casa. Como era la época en la que se pensaba que era una enfermedad, en la que se intentaba curar con electrochoque y terapias aversivas, mi madre pidió ayuda. Se lo contó a una monja y ésta me denunció. Llegaron cuatro policías secretas por la noche para llevarse a un chiquillo. Estuve tres días en los calabozos y me pasearon por la calle para demostrar lo que podía pasarle a otros como yo. Luego decretaron mi ingreso en prisión. Primero estuve en la cárcel Modelo de Valencia, pero pronto me trasladaron a la de Badajoz, a la que iban los travestis, que era como llamaban a todos los gais. Allí pasé tres meses y luego un año de destierro“.
Pasó tres meses en prisión y llegó a conocer tres cárceles distintas. “De Valencia a Carabanchel donde día sí y día no corría peligro mi vida. Luego fui a parar a la de Badajoz que estaba destinada a acoger homosexuales aunque convivíamos con presos comunes. En el calabozo fui violado por un preso, pero él fue incitado por el policía. ‘Es homosexual, puedes hacer con él lo que quieras’ le dijo”.
Silvia Reyes. Las Palmas de Gran Canaria, 1953
“Estuve detenida más de cincuenta veces”. Silvia Reyes llegó a Barcelona en 1973, con 20 años. “Hacía cuatro meses que había terminado el servicio militar y ya me había empezado a hormonar con productos que compraba en una farmacia”, recuerda.
“Lo primero que hice fue buscar trabajo en hoteles, que era en lo que había trabajado en Las Palmas durante siete años. Pero cuando me veían tan femenina y tan guapa con mi nombre de hombre en el carné no me daban trabajo, ni siquiera de friegaplatos. Entonces no se sabía lo que era un transexual”, afirma.
Durante el primer mes la detuvieron tres veces. Para una transexual, estar en la calle no era seguro, pero los bares de ambiente [gay] o los cines, tampoco. “Había muchas redadas. Nosotras lo teníamos peor que los homosexuales, que podían disimular más. A veces nos tenían hasta tres días sin comer, de pie, incomunicadas”, explica.
A finales de 1974 Silvia cayó en otra redada. “Me metieron en la cárcel Modelo de Barcelona por travesti. Allí lo pasé fatal. Luego fui a Carabanchel en Madrid. Éramos hasta 38 transexuales, y durante los traslados nos ponían en celdas aisladas, para evitar líos. Había presos que saltaban tapias de cinco metros para estar con nosotras”, relata.
Dos décadas de detenciones hacen que a Silvia le cueste ordenar los recuerdos. “En Badajoz estuve seis meses. Ahí estábamos todas juntas con los hombres y también con los ladrones. En Madrid me detuvieron otras dos veces”, apunta. “Pero en aquella época —1975, según recuerda— a los transexuales que vestíamos de mujer, con pechos y tacones, nos aplicaban la Ley de Peligrosidad. Los palos y los insultos de maricones y degenerados empezaban ya en Jefatura. Nos tenían tres días sin comer y sin apenas agua; en esto, los ‘secretas’ eran peores que los nacionales”.
Silvia fue detenida en Barcelona la noche del 3 de mayo de 1975 —“cuando se hallaba en el ‘drugstore’ del Paseo de Gracia en espera de captar algún otro homosexual”, según su ficha— y condenada a las tres medidas que marcaba la Ley de Peligrosidad: internamiento para reeducación (entre cuatro meses y tres años), destierro y vigilancia. En su caso, de seis a ocho meses de prisión y de uno a dos años fuera de Barcelona.
Y también eran críticos los informes, como el que envió la Junta de Tratamiento de Barcelona al juez de Peligrosidad: “Se mueve en ambientes de homosexuales y de prostituidos. Nos ha manifestado su condición de homosexual pasivo. Su conducta en prisión es buena. Pensamos que pese a su condición de invertido, no lleva una vida delictiva que nos haga pensar que sea peligroso”. Para el forense Domingo Saumench, además, Silvia era de “temperamento esquizotímico y carácter inmaduro”, y tenía patologías: “Psicomotricidad feminoide, labilidad afectiva, histriónico, egocéntrico, necesitado de estimación. Homosexualidad por condicionamiento en la infancia. Plena identificación con su anomalía”.
Rampova. Valencia 1957
La Rampova fue una de aquel centenar de jóvenes salvajemente sometidas a la prostitución. Nunca ha podido superar las palizas y violaciones que soportó durante meses tras ser acusada por la Ley de Peligrosidad Social y acabar como presa en la Modelo a principios de los 70. La primera vez fue detenida con tan solo catorce años de edad, después con quince y diecisiete. Una vez en la Modelo fue a parar al pabellón de “invertidos” menores de edad. Explica que dentro de la celda los delincuentes comunes pagaban a los vigilantes para colarse y violar a los jóvenes recluidos.
La Rampova habla con mucha dificultad de aquel episodio. “He tenido más violaciones que relaciones consentidas por los traumas que viví allí”. Otro de los peores castigos dentro de la Modelo fue cuando decidió contar en confesión las condiciones en las que se encontraba. Le costaría muy caro hablar. Fue sometida a fuertes castigos y a una celda de aislamiento. A presos como la Rampona la llegaron a violar ocho veces al día en las celdas.
Miryam Amaya. Zaragoza, 1959
Miryam nació en Zaragoza en una familia gitana, padres, abuelos y bisabuelos gitanos. Se considera afortunada por el apoyo que siempre ha tenido de su familia. Desde que era niño se vistió como una niña con la ropa de sus hermanas mayores.
Una vida en el espectáculo, el cabaret y la televisión. Dice que su madre era su mejor fan. La llevaron a la estación de policía cientos de veces, pero nunca estuvo en prisión. Después de las redadas policiales, los jóvenes transexuales eran metidos en pequeñas celdas y allí comenzaban los insultos, los golpes y las humillaciones.
Myriam fe una de las organizadoras del primer orgullo gay que se hizo en Barcelona en el 1977, cuando la ley de peligrosidad social todavía estaba en vigor.
A pesar de la muerte de Franco, esta ley permaneció vigente hasta el 1978 y, a pesar de las amnistías que hicieron en el 1976 y 1977 para liberar a los presos políticos, las personas del colectivo LGTB permanecieron en las cárceles y continuaron siendo arrestadas durante redadas policiales.
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