Imagen: El País / Aaron Hernández |
El estreno de una serie de Netflix ha vuelto a poner de actualidad uno de los casos más mediáticos e insólitos del deporte profesional. Casi tres años después de su muerte, los motivos que llevaron a esta estrella del fútbol americano a cometer sus crímenes siguen siendo un misterio.
Carlos Megía | Icon, El País, 2020-02-02
https://elpais.com/elpais/2020/01/29/icon/1580317031_184672.html
La vida de Aaron Hernández, estrella del fútbol americano en aquel momento, cambió el 26 de junio de 2013. Ese día, la policía lo detuvo en su mansión a las afueras de Boston por su supuesta implicación en el asesinato de Odin Lloyd. Su arresto supuso todo un escándalo mediático. “Hernández era un jugador indestructible llamado a ser leyenda. Tenía talento, un físico increíble y estaba en una de las mejores organizaciones deportivas del mundo, los New England Patriots. Además, era el niño bonito del equipo, el más querido por el dueño [Robert Kraft]”, explica a ICON José Antonio Ponseti, director del ‘podcast’ de fútbol americano de la cadena SER ‘100 Yardas’. Lloyd, un jugador semiprofesional de 27 años, era el novio de la cuñada de Hernández y uno de sus amigos más cercanos. Su cuerpo fue encontrado a menos de dos kilómetros de la casa de la estrella con cuatro heridas de bala. El acusado de matarlo fue Hernández.
La miniserie documental de Netflix 'La mente de un asesino: Aaron Hernández' ha vuelto a poner de actualidad el caso más mediático, trágico e insólito de la historia reciente del deporte en Estados Unidos. Un episodio repleto de matices y preguntas sin responder que, al igual que otros ejemplos recientes del género conocido como ‘true crime’ que han triunfado en la plataforma –'Making a murderer' o 'Wild wild country', por ejemplo–, pone en evidencia no solo las grietas y fallos de la industria deportiva sino los de la sociedad de su tiempo. La relación con su padre maltratador, los daños en su cerebro a causa de los golpes en el campo o una supuesta bisexualidad oculta son algunas de las piezas que componen el enigma de la estrella mediática convertida en frío asesino.
La prensa cazó al jugador aquel junio de 2013 saliendo de su mansión, esposado por la espalda con una camiseta blanca sobrepuesta y las mangas colgando. A ese gesto, en una nueva muestra de la romantización que experimentan ciertos criminales que son también figuras públicas, se le bautizó como “Hernandezing” y cientos de tuiteros lo replicaron en las redes sociales.
Aunque numerosas evidencias (cámaras de seguridad, pisadas, mensajes de texto…) probaban la autoría del jugador en el asesinato de Lloyd, sus seguidores acudían a las puertas de los juzgados o de la prisión para mostrarle un apoyo entusiasta. “Fue muy surrealista”, recuerda Ponseti, que vivió su caso con especial intensidad al residir por aquel entonces en Florida, un Estado en el que Hernández era un ídolo por su ascendencia puertorriqueña y su paso por la universidad. “Hay muy pocos jugadores latinos en la NFL y él era la imagen de la comunidad en el deporte rey del país. Fue muy triste que acabara saliendo de ahí como un asesino”. En 2015, Hernández fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de Lloyd.
A consecuencia de las investigaciones sobre este asesinato, la policía descubrió la implicación del jugador en otras dos muertes, las de los caboverdianos Safiro Furtado y Daniel de Abreu, tiroteados a las puertas de una discoteca en julio de 2012. Su fallecimiento había sido todo un misterio para las autoridades, teniendo en cuenta que eran jóvenes trabajadores sin antecedentes criminales ni pertenencia a banda alguna. Según la Fiscalía y el testimonio de un testigo presencial de los hechos, el único error cometido por Furtado y de Abreu fue el de derramar por accidente su bebida en la persona equivocada.
En 2017, contra todo pronóstico y tras una magistral actuación de su abogado, fue declarado no culpable por un jurado popular de los asesinatos de los dos caboverdianos. Hernández seguiría en la cárcel ‘solo’ por el asesinato de Lloyd, no por otros dos más. Sin embargo, cinco días después de ser exonerado, Hernández se ahorcó en su celda con una sábana.
Su espiral autodestructiva ha dado pie desde entonces a libros, ‘podcasts’, programas de televisión y documentales. Todos, tratando de contestar la misma pregunta: ¿por qué? Su vida era aparentemente perfecta. Estaba prometido, tenía una niña recién nacida y un contrato multimillonario en la franquicia deportiva más laureada de este siglo. ‘La mente de un asesino’ busca respuestas en una infancia que, al contrario de la de otras muchas estrellas de la liga, se desarrolló en un barrio de clase media-alta y en los mejores colegios. Su padre, Dennis, había sido jugador en su juventud y era considerado un icono en la comunidad. A pesar de que su imagen pública era impecable, el hermano mayor de la familia, Jonathan, confesó al Boston Globe que el progenitor, adicto al alcohol, les agredía tanto a ellos como a su madre “de forma severa y rutinaria”.
Otra de las especulaciones que aborda el documental es la supuesta bisexualidad de Aaron Hernández. La miniserie cuenta con el testimonio de uno de los amigos más cercanos del jugador y compañero de equipo en el instituto, Dennis SanSoucie, que ratifica una aventura amorosa en la etapa escolar. “Sí, tuvimos una relación en el pasado, pero por aquel entonces no lo mirábamos así. Después de hacerlo, nos preguntábamos: ¿Alguien nos ha pillado?, ¿alguien lo sabe? Si nos pillaban, nuestros padres renegarían de nosotros”.
El padre de Aaron era profundamente homófobo y disciplinaba a sus hijos sobre lo que un verdadero hombre debía ser. Uno de los abogados del jugador, George Leontire, también recuerda una conversación que tuvo con el jugador en la celda: “Aaron me preguntó si creía que la gente nacía siendo gay. Le dije que sí”. Aunque esta hipótesis no fue confirmada por la justicia, medios como 'Newsweek' especularon con que la razón que llevó a Hernández a asesinar a Odin Lloyd fue que este descubrió su bisexualidad.
Con apenas 17 años, la inesperada muerte de su padre durante una rutinaria operación de hernia tuvo un impacto decisivo en el deportista. La familia se descompuso por completo. Su madre, Terri, comenzó una relación con el que había sido el novio de la prima de Aaron y este decidió alejarse todo lo posible de su hogar natal en Bristol (Connecticut).
Fue reclutado por la Universidad de Florida, se tatuó todo el cuerpo, comenzó una relación con la que sería su prometida, Shayanna Jenkins, y cambió de amistades, hipertrofiando su nueva imagen de chico malo acompañándose de camellos y criminales de poca monta. Allí protagonizaría peleas periódicas e incluso algún supuesto tiroteo, pero siempre contó con el encubrimiento de los responsables del equipo, que no podían permitirse perder a una de las estrellas de la liga universitaria que proporciona a estas instituciones ingresos millonarios. “El problema es que nadie le paró ahí. Si lo hubieran hecho no habría acabado así”, sostiene Ponseti. Y añade: “El caso de Hernández provocó que los equipos fueran más precavidos a la hora de saber a quién están fichando y, si tienen problemas, se lo piensan dos veces”.
El último giro en la insólita historia llegaría en noviembre de 2017, cuando un grupo de investigadores de la Universidad de Boston reveló que Hernández sufría una Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), una enfermedad cada vez más común entre quienes practican este deporte profesionalmente. Ann McKee, directora del centro, confirmó a ‘The Washington Post’ que jamás en su carrera había estudiado un cerebro de veintipocos años con mayores daños que el de Hernández, siendo solo comparable con el de un hombre de 67. Un reguero de compañeros ha decidido en los últimos años retirarse del fútbol para no poner en riesgo su salud futura, generando un debate en la opinión pública sobre la violencia intrínseca del juego y la idoneidad de que los niños lo practiquen.
“No podemos justificar su comportamiento con la patología, pero lo que sí podemos decir es que los individuos con esta enfermedad tienen dificultades para controlar los impulsos y tomar decisiones, además de ataques de ira y volatilidad emocional”, declaró la doctora, negándose a especular sobre si la afección pudo influir en los actos delictivos de Hernández. “Hay muchos jugadores que tienen este problema y no se dedican a matar a la gente. Él tenía ya unos agravantes”, estima Ponseti, que concluye: “La enfermedad probablemente acentuó la transformación e hizo más palpable su carácter violento, pero la ETC por sí sola no hace que salgas a la calle a pegar tiros”.
En 2017, los New England Patriots, el equipo en el que había militado Hernández hasta ingresar en prisión, acudieron a la Casa Blanca para brindarle al presidente Donald Trump un nuevo triunfo en la Super Bowl. No quisieron hacer comentarios sobre la noticia que copaba todos los titulares esa mañana: el suicidio de Hernández.
La miniserie documental de Netflix 'La mente de un asesino: Aaron Hernández' ha vuelto a poner de actualidad el caso más mediático, trágico e insólito de la historia reciente del deporte en Estados Unidos. Un episodio repleto de matices y preguntas sin responder que, al igual que otros ejemplos recientes del género conocido como ‘true crime’ que han triunfado en la plataforma –'Making a murderer' o 'Wild wild country', por ejemplo–, pone en evidencia no solo las grietas y fallos de la industria deportiva sino los de la sociedad de su tiempo. La relación con su padre maltratador, los daños en su cerebro a causa de los golpes en el campo o una supuesta bisexualidad oculta son algunas de las piezas que componen el enigma de la estrella mediática convertida en frío asesino.
La prensa cazó al jugador aquel junio de 2013 saliendo de su mansión, esposado por la espalda con una camiseta blanca sobrepuesta y las mangas colgando. A ese gesto, en una nueva muestra de la romantización que experimentan ciertos criminales que son también figuras públicas, se le bautizó como “Hernandezing” y cientos de tuiteros lo replicaron en las redes sociales.
Aunque numerosas evidencias (cámaras de seguridad, pisadas, mensajes de texto…) probaban la autoría del jugador en el asesinato de Lloyd, sus seguidores acudían a las puertas de los juzgados o de la prisión para mostrarle un apoyo entusiasta. “Fue muy surrealista”, recuerda Ponseti, que vivió su caso con especial intensidad al residir por aquel entonces en Florida, un Estado en el que Hernández era un ídolo por su ascendencia puertorriqueña y su paso por la universidad. “Hay muy pocos jugadores latinos en la NFL y él era la imagen de la comunidad en el deporte rey del país. Fue muy triste que acabara saliendo de ahí como un asesino”. En 2015, Hernández fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de Lloyd.
A consecuencia de las investigaciones sobre este asesinato, la policía descubrió la implicación del jugador en otras dos muertes, las de los caboverdianos Safiro Furtado y Daniel de Abreu, tiroteados a las puertas de una discoteca en julio de 2012. Su fallecimiento había sido todo un misterio para las autoridades, teniendo en cuenta que eran jóvenes trabajadores sin antecedentes criminales ni pertenencia a banda alguna. Según la Fiscalía y el testimonio de un testigo presencial de los hechos, el único error cometido por Furtado y de Abreu fue el de derramar por accidente su bebida en la persona equivocada.
En 2017, contra todo pronóstico y tras una magistral actuación de su abogado, fue declarado no culpable por un jurado popular de los asesinatos de los dos caboverdianos. Hernández seguiría en la cárcel ‘solo’ por el asesinato de Lloyd, no por otros dos más. Sin embargo, cinco días después de ser exonerado, Hernández se ahorcó en su celda con una sábana.
Su espiral autodestructiva ha dado pie desde entonces a libros, ‘podcasts’, programas de televisión y documentales. Todos, tratando de contestar la misma pregunta: ¿por qué? Su vida era aparentemente perfecta. Estaba prometido, tenía una niña recién nacida y un contrato multimillonario en la franquicia deportiva más laureada de este siglo. ‘La mente de un asesino’ busca respuestas en una infancia que, al contrario de la de otras muchas estrellas de la liga, se desarrolló en un barrio de clase media-alta y en los mejores colegios. Su padre, Dennis, había sido jugador en su juventud y era considerado un icono en la comunidad. A pesar de que su imagen pública era impecable, el hermano mayor de la familia, Jonathan, confesó al Boston Globe que el progenitor, adicto al alcohol, les agredía tanto a ellos como a su madre “de forma severa y rutinaria”.
Otra de las especulaciones que aborda el documental es la supuesta bisexualidad de Aaron Hernández. La miniserie cuenta con el testimonio de uno de los amigos más cercanos del jugador y compañero de equipo en el instituto, Dennis SanSoucie, que ratifica una aventura amorosa en la etapa escolar. “Sí, tuvimos una relación en el pasado, pero por aquel entonces no lo mirábamos así. Después de hacerlo, nos preguntábamos: ¿Alguien nos ha pillado?, ¿alguien lo sabe? Si nos pillaban, nuestros padres renegarían de nosotros”.
El padre de Aaron era profundamente homófobo y disciplinaba a sus hijos sobre lo que un verdadero hombre debía ser. Uno de los abogados del jugador, George Leontire, también recuerda una conversación que tuvo con el jugador en la celda: “Aaron me preguntó si creía que la gente nacía siendo gay. Le dije que sí”. Aunque esta hipótesis no fue confirmada por la justicia, medios como 'Newsweek' especularon con que la razón que llevó a Hernández a asesinar a Odin Lloyd fue que este descubrió su bisexualidad.
Con apenas 17 años, la inesperada muerte de su padre durante una rutinaria operación de hernia tuvo un impacto decisivo en el deportista. La familia se descompuso por completo. Su madre, Terri, comenzó una relación con el que había sido el novio de la prima de Aaron y este decidió alejarse todo lo posible de su hogar natal en Bristol (Connecticut).
Fue reclutado por la Universidad de Florida, se tatuó todo el cuerpo, comenzó una relación con la que sería su prometida, Shayanna Jenkins, y cambió de amistades, hipertrofiando su nueva imagen de chico malo acompañándose de camellos y criminales de poca monta. Allí protagonizaría peleas periódicas e incluso algún supuesto tiroteo, pero siempre contó con el encubrimiento de los responsables del equipo, que no podían permitirse perder a una de las estrellas de la liga universitaria que proporciona a estas instituciones ingresos millonarios. “El problema es que nadie le paró ahí. Si lo hubieran hecho no habría acabado así”, sostiene Ponseti. Y añade: “El caso de Hernández provocó que los equipos fueran más precavidos a la hora de saber a quién están fichando y, si tienen problemas, se lo piensan dos veces”.
El último giro en la insólita historia llegaría en noviembre de 2017, cuando un grupo de investigadores de la Universidad de Boston reveló que Hernández sufría una Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), una enfermedad cada vez más común entre quienes practican este deporte profesionalmente. Ann McKee, directora del centro, confirmó a ‘The Washington Post’ que jamás en su carrera había estudiado un cerebro de veintipocos años con mayores daños que el de Hernández, siendo solo comparable con el de un hombre de 67. Un reguero de compañeros ha decidido en los últimos años retirarse del fútbol para no poner en riesgo su salud futura, generando un debate en la opinión pública sobre la violencia intrínseca del juego y la idoneidad de que los niños lo practiquen.
“No podemos justificar su comportamiento con la patología, pero lo que sí podemos decir es que los individuos con esta enfermedad tienen dificultades para controlar los impulsos y tomar decisiones, además de ataques de ira y volatilidad emocional”, declaró la doctora, negándose a especular sobre si la afección pudo influir en los actos delictivos de Hernández. “Hay muchos jugadores que tienen este problema y no se dedican a matar a la gente. Él tenía ya unos agravantes”, estima Ponseti, que concluye: “La enfermedad probablemente acentuó la transformación e hizo más palpable su carácter violento, pero la ETC por sí sola no hace que salgas a la calle a pegar tiros”.
En 2017, los New England Patriots, el equipo en el que había militado Hernández hasta ingresar en prisión, acudieron a la Casa Blanca para brindarle al presidente Donald Trump un nuevo triunfo en la Super Bowl. No quisieron hacer comentarios sobre la noticia que copaba todos los titulares esa mañana: el suicidio de Hernández.
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