La identidad en Estados Unidos pueder ser difusa y maleable: Rachel Dolezal, activista por los derechos civiles, es el último caso
Marc Bassets | El País, 2015-06-21
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/06/19/actualidad/1434740841_705843.html
Rachel Dolezal se identifica como negra desde los cinco años. Sus hermanos adoptivos eran negros. Estudió en Howard, una universidad afroamericana en Washington, DC. Se casó con un negro y sus hijos son negros. Se dedicó al activismo en favor de los derechos de los afroamericanos. Acabó presidiendo la sección local en Spokane, en el Estado de Washington, de la NAACP. La Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color, fundada en 1909, es la principal organización en favor de los derechos civiles de Estados Unidos.
En una semana Dolezal, de 37 años, ha visto cómo sus padres aseguraban que nació blanca y que se había hecho pasar por negra. Ha dimitido del cargo en la NAACP. Los medios de comunicación exponen su pasado e investigan otros posibles engaños en su carrera.
“Me identifico como negra”, se defendió hace unos días ante la cadena NBC. Aquella desconocida activista de una pequeña ciudad de 210.000 habitantes en el noroeste de Estados Unidos se ha convertido en una figura nacional, en uno de aquellos personajes que parecen salidos de la nada y en los que, sin quererlo ellos ni desearlo, este país proyecta sus fantasmas.
Dolezal ha tocado una fibra. Con las protestas recientes en Baltimore y otras ciudades por la represión policial, la matanza el miércoles en una iglesia negra en Carolina del Sur, la herencia de la esclavitud, la segregación y la discriminación pervive.
El caso Dolezal ilumina otro aspecto del trauma: la identidad. ¿Qué es ser negro? ¿Puede alguien decidir que lo será? ¿Puede decirse de la identidad afroamericana lo que Jordi Pujol decía de la identidad catalana, que es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y además tiene voluntad de ser catalán? ¿Es negro quien tiene voluntad de ser negro? ¿O se es negro, se quiera o no?
Científicamente sólo hay una raza, la humana. Cuando hablamos de raza, podemos estar hablando de la pigmentación de la piel y aquí cualquier clasificación es subjetiva y arbitraria, lo que el historiador Henry Louis Gates, Jr. ha llamado “las convenciones de la estratificación del color”. En la Nueva Orleans de principios del siglo XX, recordó Gates en un libro de los años noventa, “los negros de piel clara se casaban con frecuencia con otros negros de piel clara”.
La one-drop rule, la norma racista en algunos Estados según la cual quien tenga una sola gota de sangre negra es automáticamente negro, determinó durante décadas estas clasificaciones. Otra posibilidad, más sólida: que la raza sea una categoría social y cultural. Cuando decimos negro, no hablamos del color de la piel: hablamos de una identidad. Y las identidades se heredan, pero también pueden elegirse, moldearse y adaptarse.
Dolezal oscureció su piel tomando mucho el sol y se rizó el cabello. Y optó por identificarse como negra, con toda la historia de vejaciones y resistencia. Sin tener antepasados esclavos ni africanos, asumió como propia la memoria común de los afroamericanos.
También Barack Obama asumió esta memoria. Hijo de una blanca de Kansas y un negro de Kenia, el presidente creció con su madre y sus abuelos blancos y sólo vio a su padre ocasionalmente. Sin embargo, todavía se le describe como el primer presidente negro. ¿Por la one-drop rule, la norma de la única gota?
Existe una diferencia sustancial entre Dolezal y Obama, más allá de si la activista de Spokane no tiene antepasados africanos conocidos y el presidente de Estados Unidos sí. Dolezal decidió ser negra, pero podría haber sido blanca y puede volver a serlo: viejas fotos difundidas por sus padres muestran una niña rubia y blanca. Obama, aunque construyó su identidad al llegar a la edad adulta y se sumergió en los códigos y la memoria común de la América negra en Chicago, ha explicado que no le quedó más remedio que ser negro.
“Si en esta sociedad tienes aspecto de afroamericano”, dijo durante la campaña que le llevó a la Casa Blanca en 2008, “te tratan como afroamericano”.
No siempre ha sido así. Hay una tradición larga de negros —negros de piel clara— que decidieron dejar de serlo y lo lograron. Durante la Segunda Guerra Mundial, hubo casos de negros que se inscribieron en las Fuerzas Armadas como blancos para evitar regresar a la vida civil como ciudadanos de segunda clase. Lo explicó el periodista Brent Staples en un artículo de 2003 en The New York Times. “Un demógrafo”, escribió Staples, “calculó que más de 50.000 personas negras zarparon hacia la blanquitud durante los años cuarenta, se casaron con personas blancas y probablemente cortaron amarras con sus familias negras”.
Uno de los negros que se hicieron pasar por blancos fue Anatole Broyard, temible crítico literario del Times en los años ochenta y noventa. Broyard nació en 1920 en Nueva Orleans de padre y madre negros. Excepto su hermana, el resto de la familia eran negros de piel clara. Emigraron a Nueva York. En el Greenwich Village de mediados de siglo, Anatole Broyard era una estrella. Era elegante, inteligente, seductor. No se identificaba como negro. Corrían rumores, pero pocos conocían su origen. Sus hijos no lo supieron hasta poco antes de morir él, en 1990. “La sociedad había decretado que la raza era una cuestión de ley natural, pero él quería que fuese una afinidad electiva”, escribió Henry Louis Gates, Jr. en 1996 en un artículo de la revista The New Yorker que sacó a Broyard del armario racial. En su novela “La mancha humana”, publicada cuatro años después, Philip Roth inventó un personaje, el profesor Coleman Silk, que se parecía mucho a Broyard.
Para Dolezal, como para Silk o Broyard, ser negra parece ser una afinidad electiva, pero este no es el único reproche que ahora se le hace. La NAACP ha dejado claro que el problema de Dolezal no era que fuese blanca —la NAACP ha tenido líderes blancos—, sino su credibilidad, las dudas sobre su honestidad respecto a sus orígenes.
Estados Unidos es el país de la tabla rasa, de la meritocracia y de los hombres y mujeres hechos a sí mismos, el país que permite comenzar de cero. Dolezal lo ha intentado.
La incógnita es si es una impostora o un personaje genuinamente estadounidense: una mujer libre, que modela sin límites su vida y su identidad.
Rachel tenía cinco años y se sentía negra. El veredicto sigue abierto.
En una semana Dolezal, de 37 años, ha visto cómo sus padres aseguraban que nació blanca y que se había hecho pasar por negra. Ha dimitido del cargo en la NAACP. Los medios de comunicación exponen su pasado e investigan otros posibles engaños en su carrera.
“Me identifico como negra”, se defendió hace unos días ante la cadena NBC. Aquella desconocida activista de una pequeña ciudad de 210.000 habitantes en el noroeste de Estados Unidos se ha convertido en una figura nacional, en uno de aquellos personajes que parecen salidos de la nada y en los que, sin quererlo ellos ni desearlo, este país proyecta sus fantasmas.
Dolezal ha tocado una fibra. Con las protestas recientes en Baltimore y otras ciudades por la represión policial, la matanza el miércoles en una iglesia negra en Carolina del Sur, la herencia de la esclavitud, la segregación y la discriminación pervive.
El caso Dolezal ilumina otro aspecto del trauma: la identidad. ¿Qué es ser negro? ¿Puede alguien decidir que lo será? ¿Puede decirse de la identidad afroamericana lo que Jordi Pujol decía de la identidad catalana, que es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y además tiene voluntad de ser catalán? ¿Es negro quien tiene voluntad de ser negro? ¿O se es negro, se quiera o no?
Científicamente sólo hay una raza, la humana. Cuando hablamos de raza, podemos estar hablando de la pigmentación de la piel y aquí cualquier clasificación es subjetiva y arbitraria, lo que el historiador Henry Louis Gates, Jr. ha llamado “las convenciones de la estratificación del color”. En la Nueva Orleans de principios del siglo XX, recordó Gates en un libro de los años noventa, “los negros de piel clara se casaban con frecuencia con otros negros de piel clara”.
La one-drop rule, la norma racista en algunos Estados según la cual quien tenga una sola gota de sangre negra es automáticamente negro, determinó durante décadas estas clasificaciones. Otra posibilidad, más sólida: que la raza sea una categoría social y cultural. Cuando decimos negro, no hablamos del color de la piel: hablamos de una identidad. Y las identidades se heredan, pero también pueden elegirse, moldearse y adaptarse.
Dolezal oscureció su piel tomando mucho el sol y se rizó el cabello. Y optó por identificarse como negra, con toda la historia de vejaciones y resistencia. Sin tener antepasados esclavos ni africanos, asumió como propia la memoria común de los afroamericanos.
También Barack Obama asumió esta memoria. Hijo de una blanca de Kansas y un negro de Kenia, el presidente creció con su madre y sus abuelos blancos y sólo vio a su padre ocasionalmente. Sin embargo, todavía se le describe como el primer presidente negro. ¿Por la one-drop rule, la norma de la única gota?
Existe una diferencia sustancial entre Dolezal y Obama, más allá de si la activista de Spokane no tiene antepasados africanos conocidos y el presidente de Estados Unidos sí. Dolezal decidió ser negra, pero podría haber sido blanca y puede volver a serlo: viejas fotos difundidas por sus padres muestran una niña rubia y blanca. Obama, aunque construyó su identidad al llegar a la edad adulta y se sumergió en los códigos y la memoria común de la América negra en Chicago, ha explicado que no le quedó más remedio que ser negro.
“Si en esta sociedad tienes aspecto de afroamericano”, dijo durante la campaña que le llevó a la Casa Blanca en 2008, “te tratan como afroamericano”.
No siempre ha sido así. Hay una tradición larga de negros —negros de piel clara— que decidieron dejar de serlo y lo lograron. Durante la Segunda Guerra Mundial, hubo casos de negros que se inscribieron en las Fuerzas Armadas como blancos para evitar regresar a la vida civil como ciudadanos de segunda clase. Lo explicó el periodista Brent Staples en un artículo de 2003 en The New York Times. “Un demógrafo”, escribió Staples, “calculó que más de 50.000 personas negras zarparon hacia la blanquitud durante los años cuarenta, se casaron con personas blancas y probablemente cortaron amarras con sus familias negras”.
Uno de los negros que se hicieron pasar por blancos fue Anatole Broyard, temible crítico literario del Times en los años ochenta y noventa. Broyard nació en 1920 en Nueva Orleans de padre y madre negros. Excepto su hermana, el resto de la familia eran negros de piel clara. Emigraron a Nueva York. En el Greenwich Village de mediados de siglo, Anatole Broyard era una estrella. Era elegante, inteligente, seductor. No se identificaba como negro. Corrían rumores, pero pocos conocían su origen. Sus hijos no lo supieron hasta poco antes de morir él, en 1990. “La sociedad había decretado que la raza era una cuestión de ley natural, pero él quería que fuese una afinidad electiva”, escribió Henry Louis Gates, Jr. en 1996 en un artículo de la revista The New Yorker que sacó a Broyard del armario racial. En su novela “La mancha humana”, publicada cuatro años después, Philip Roth inventó un personaje, el profesor Coleman Silk, que se parecía mucho a Broyard.
Para Dolezal, como para Silk o Broyard, ser negra parece ser una afinidad electiva, pero este no es el único reproche que ahora se le hace. La NAACP ha dejado claro que el problema de Dolezal no era que fuese blanca —la NAACP ha tenido líderes blancos—, sino su credibilidad, las dudas sobre su honestidad respecto a sus orígenes.
Estados Unidos es el país de la tabla rasa, de la meritocracia y de los hombres y mujeres hechos a sí mismos, el país que permite comenzar de cero. Dolezal lo ha intentado.
La incógnita es si es una impostora o un personaje genuinamente estadounidense: una mujer libre, que modela sin límites su vida y su identidad.
Rachel tenía cinco años y se sentía negra. El veredicto sigue abierto.
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