No es fácil decirles a tus padres que te dedicas a la industria del sexo. Varias actrices españolas cuentan cómo lo hicieron a raíz de la publicación del libro ‘Coming out like a porn star’, de Jiz Lee.
Alberto G. Palomo | Tentaciones, El País, 2015-11-16
http://elpais.com/elpais/2015/11/16/tentaciones/1447657895_939226.html
Aunque tener trabajo hoy en día se considere un privilegio, sigue habiendo categorías. Los periodistas, por ejemplo, suelen recordar aquella frase atribuida erróneamente a Jack Lemmon en la película ‘Primera plana’, de Billy Wilder: “No le digas a mi madre que soy periodista, ella cree que toco el piano en un burdel”. En un ambiente de misterio y ocultación mucho más salvaje se mueven las actrices y los actores porno. La estadounidense Jiz Lee, emblema del género ‘queer’, lo ha vivido y lo quería contar. Por eso publicó el pasado mes de octubre ‘Coming out like a porn star’, un libro donde recopila su propia experiencia y la de algunos colegas de profesión a la hora de confesar a sus allegados a qué se dedicaban.
“Todo empezó ignorando una llamada de teléfono de mi padre”, relata Lee en el prólogo, “soy una mentirosa horrible y responder significaba dar explicaciones de por qué estaba en Berlín: porno, estaba haciendo porno”. Ese fue el momento en el que, según cuenta, decidió sacar a la luz su vida como actriz en videos para adultos y se fijó en que preguntar sobre las confesiones de los demás era un tema recurrente en el sector. “Estaba manteniéndolo aparte de mis familiares como si estuviera avergonzada cuando en realidad estaba muy orgullosa. Todos los testimonios reflejan los estigmas de una sociedad cuya madurez cultural en este terreno está todavía en un bochornoso nivel previo a la adolescencia”, expone en esta recopilación de “ensayos sobre pornografía”.
Prejuicios que también persisten en nuestro país. La más mediática y locuaz de nuestras actrices porno, Amarna Miller, reconoce a sus 25 años que ella nunca tuvo una “salida de armario” oficial. “Empecé detrás de las cámaras con mi propia productora hace cinco años, así que mi círculo más cercano ya sabía que me dedicaba a algo relacionado con la industria sexual. Cuando di el paso y empecé como actriz, nadie se sorprendió”, responde por correo electrónico desde Los Ángeles. “Con mi familia no tenía en aquel momento demasiada relación y lo supieron cuando aparecí en medios de comunicación ‘mainstream’. No me sentí en la obligación de contárselo. ¿Tendría que llamarles para decirles que era camarera? Entonces, ¿por qué sentirse en la obligación de decirlo si soy actriz porno?, pregunta.
Al final, se enteraron “por otros medios”. Y las consecuencias fueron “terribles”. “Con mis amigos todo había sido de lo más natural, pero la conversación que tuve con ellos estaba plagada de estereotipos sin fundamento. Les decepcionaba pensar que, teniendo cerebro, me hubiera dedicado a algo ligado a la imagen y el cuerpo”, apunta Miller cinco años después, que resuelve la situación con optimismo: “No les gustó y siguen sin estar de acuerdo, pero al menos ahora lo aceptan. Lo bueno es que, a partir de aquella hecatombe, hemos estrechado nuestra relación”.
Todos sostienen que no es fácil soltarlo. Menos en nuestra época, donde cualquier información se transmite de boca a oreja o, mejor dicho, de chat de Facebook en chat de Whatsapp en lo que tarda un dedo en tocar una pantalla. Justo lo que le ocurrió a Silvana Violet, de 22 años. Esta actriz de Monzón, un pueblo de 19.000 habitantes en la provincia de Huesca, sólo le contó a una amiga que iba a Madrid a rodar una escena. Al cabo de unas horas, todo el pueblo la había visto. Entre ellos, sus padres. “Les solté que hacía de doble para secuencias comprometidas de cine convencional, pero cuando se enteraron de la verdad me dijeron que hiciera las maletas y me fuera”, comparte lacónica. “Estuvimos dos o tres meses sin hablarnos. Son muy cerrados, de otra mentalidad. Me quedé en Madrid y dejé pasar algo de tiempo para volver al pueblo y hablarlo. Les pedí perdón y lo asumieron”.
En agosto de 2014, Pornhub -la web especializada más visitada del mundo- publicó un estudio en el que cifraba en 40 millones las visitas diarias durante 2013. Un 2% provenían de España, lo que significa que cerca de 800.000 personas consumen porno a diario y sitúan a nuestro país en el décimo puesto del ranquin mundial por detrás de Estados Unidos, Inglaterra o Canadá, en lo alto de la tabla. Un negocio millonario que parece no responder a aquella imagen desteñida del videoclub con cortinilla. Su gratuidad y ubicuidad en cualquier dispositivo hacen que la intriga y la búsqueda de otras décadas se desvanezcan. “El problema ahora es la eternidad de lo que grabas”, aclara Paco Gisbert, periodista especializado en pornografía. "Antes, una actriz podía dejar el mundillo, crecer, y sus cintas no las conseguía casi nadie. Ahora todo se queda perenne en millones de páginas de todo el mundo”. “En los ochenta y los noventa, aún había gente que lo ocultaba toda la vida. Ahora es muy difícil y, además, los padres son de otra generación, han vivido el ‘destape’ y tienen otra mentalidad”, explica el autor de libros como ‘Gerard Damiano: el pornógrafo indie’, sobre el creador de la famosa ‘Garganta Profunda’. “Lo más curioso es que la madre suele ser la confidente y no el padre, que es el que tiene más posibilidad de ver los vídeos”, ríe.
“Siempre hay dudas y miedo”, afirma Gala Brown, que se lanzó al cine X después de meses de striptease y simultaneando un trabajo de oficina de lunes a viernes. “Mi madre se lo olía, pero no se atrevía a preguntar. Cuando se lo dije me apoyó totalmente. Al que más me costó decírselo fue a mi hermano pequeño, que tenía 16 años cuando empecé hace cuatro años, con 20. Luego se lo tomó súperbien”, recuerda. De forma parecida lo vivió Carolina Abril. Esta actriz canaria de 23 años pidió permiso a su madre para volar a Madrid y participar en un casting y despejó todos sus temores: “Dijo que si era lo que quería hacer, adelante”, sintetiza. Con su padre no tuvo la misma reacción: “Llevaba tiempo sin contacto y no tenía confianza”, describe. Como Jiz Lee, se sorprendió un día con varias llamadas suyas al móvil. También como Jiz Lee, las dejó sin contestar. “Cuando hablamos me amenazó con romperme los dientes. Más adelante nos reconciliamos y me dijo que era normal”. “Yo también se lo dije a mi familia y amigos antes del primer rodaje, sin más. Siento parecer sosa, pero no tengo ninguna anécdota curiosa”, añade por su parte Silvia Rubí, otra de las actrices españolas más internacionales.
La declaración de esta profesión desvela unos pliegues sexistas que, aunque menos profundos, se mantienen. Mientras que para las mujeres persiste el peso de lo indigno, a los hombres les arropa una imagen de triunfo. “La primera reacción no fue buena, pero vieron que me iba bien y están muy contentos”, relata el productor, director y actor Pablo Ferrari. “A mi madre no le hizo mucha gracia y a mi padre le pareció mortal, pero era mi sueño”, secunda Alberto Blanco, “lo relacionaban a una vida de vicio. Ahora saben que es legal y lo aceptan”. Ambos actores, de 37 y 27 años respectivamente, defienden su profesión, pero ponen pegas a que la ejerciera alguno de sus seres queridos. “Intentaría que hicieran otra cosa”, piensa Blanco. “No me gustaría. Preferiría que fueran médicos o astronautas. Si no quedara más remedio, lo aceptaría”, razona Ferrari.
En lo que coincide la mayoría es en que, tras retirar el velo inicial de la vergüenza, se crea una naturalidad pasmosa a la hora de decirlo en público. “Nada más conocer a alguien no digo que soy actor porno, pero igual que no digo que soy de Palencia”, se excusa Ferrari. “Luego ya explico que estoy en el sector del ocio para adultos y, si me preguntan más, lo cuento corrientemente”. Una normalidad que cuesta alcanzar. Han de pasar generaciones, disgustos, sorpresas e incluso libros que recojan algunas de estas experiencias, como el de Jiz Lee. Ahora, quizás, le llegue el turno a los periodistas.
“Todo empezó ignorando una llamada de teléfono de mi padre”, relata Lee en el prólogo, “soy una mentirosa horrible y responder significaba dar explicaciones de por qué estaba en Berlín: porno, estaba haciendo porno”. Ese fue el momento en el que, según cuenta, decidió sacar a la luz su vida como actriz en videos para adultos y se fijó en que preguntar sobre las confesiones de los demás era un tema recurrente en el sector. “Estaba manteniéndolo aparte de mis familiares como si estuviera avergonzada cuando en realidad estaba muy orgullosa. Todos los testimonios reflejan los estigmas de una sociedad cuya madurez cultural en este terreno está todavía en un bochornoso nivel previo a la adolescencia”, expone en esta recopilación de “ensayos sobre pornografía”.
Prejuicios que también persisten en nuestro país. La más mediática y locuaz de nuestras actrices porno, Amarna Miller, reconoce a sus 25 años que ella nunca tuvo una “salida de armario” oficial. “Empecé detrás de las cámaras con mi propia productora hace cinco años, así que mi círculo más cercano ya sabía que me dedicaba a algo relacionado con la industria sexual. Cuando di el paso y empecé como actriz, nadie se sorprendió”, responde por correo electrónico desde Los Ángeles. “Con mi familia no tenía en aquel momento demasiada relación y lo supieron cuando aparecí en medios de comunicación ‘mainstream’. No me sentí en la obligación de contárselo. ¿Tendría que llamarles para decirles que era camarera? Entonces, ¿por qué sentirse en la obligación de decirlo si soy actriz porno?, pregunta.
Al final, se enteraron “por otros medios”. Y las consecuencias fueron “terribles”. “Con mis amigos todo había sido de lo más natural, pero la conversación que tuve con ellos estaba plagada de estereotipos sin fundamento. Les decepcionaba pensar que, teniendo cerebro, me hubiera dedicado a algo ligado a la imagen y el cuerpo”, apunta Miller cinco años después, que resuelve la situación con optimismo: “No les gustó y siguen sin estar de acuerdo, pero al menos ahora lo aceptan. Lo bueno es que, a partir de aquella hecatombe, hemos estrechado nuestra relación”.
Todos sostienen que no es fácil soltarlo. Menos en nuestra época, donde cualquier información se transmite de boca a oreja o, mejor dicho, de chat de Facebook en chat de Whatsapp en lo que tarda un dedo en tocar una pantalla. Justo lo que le ocurrió a Silvana Violet, de 22 años. Esta actriz de Monzón, un pueblo de 19.000 habitantes en la provincia de Huesca, sólo le contó a una amiga que iba a Madrid a rodar una escena. Al cabo de unas horas, todo el pueblo la había visto. Entre ellos, sus padres. “Les solté que hacía de doble para secuencias comprometidas de cine convencional, pero cuando se enteraron de la verdad me dijeron que hiciera las maletas y me fuera”, comparte lacónica. “Estuvimos dos o tres meses sin hablarnos. Son muy cerrados, de otra mentalidad. Me quedé en Madrid y dejé pasar algo de tiempo para volver al pueblo y hablarlo. Les pedí perdón y lo asumieron”.
En agosto de 2014, Pornhub -la web especializada más visitada del mundo- publicó un estudio en el que cifraba en 40 millones las visitas diarias durante 2013. Un 2% provenían de España, lo que significa que cerca de 800.000 personas consumen porno a diario y sitúan a nuestro país en el décimo puesto del ranquin mundial por detrás de Estados Unidos, Inglaterra o Canadá, en lo alto de la tabla. Un negocio millonario que parece no responder a aquella imagen desteñida del videoclub con cortinilla. Su gratuidad y ubicuidad en cualquier dispositivo hacen que la intriga y la búsqueda de otras décadas se desvanezcan. “El problema ahora es la eternidad de lo que grabas”, aclara Paco Gisbert, periodista especializado en pornografía. "Antes, una actriz podía dejar el mundillo, crecer, y sus cintas no las conseguía casi nadie. Ahora todo se queda perenne en millones de páginas de todo el mundo”. “En los ochenta y los noventa, aún había gente que lo ocultaba toda la vida. Ahora es muy difícil y, además, los padres son de otra generación, han vivido el ‘destape’ y tienen otra mentalidad”, explica el autor de libros como ‘Gerard Damiano: el pornógrafo indie’, sobre el creador de la famosa ‘Garganta Profunda’. “Lo más curioso es que la madre suele ser la confidente y no el padre, que es el que tiene más posibilidad de ver los vídeos”, ríe.
“Siempre hay dudas y miedo”, afirma Gala Brown, que se lanzó al cine X después de meses de striptease y simultaneando un trabajo de oficina de lunes a viernes. “Mi madre se lo olía, pero no se atrevía a preguntar. Cuando se lo dije me apoyó totalmente. Al que más me costó decírselo fue a mi hermano pequeño, que tenía 16 años cuando empecé hace cuatro años, con 20. Luego se lo tomó súperbien”, recuerda. De forma parecida lo vivió Carolina Abril. Esta actriz canaria de 23 años pidió permiso a su madre para volar a Madrid y participar en un casting y despejó todos sus temores: “Dijo que si era lo que quería hacer, adelante”, sintetiza. Con su padre no tuvo la misma reacción: “Llevaba tiempo sin contacto y no tenía confianza”, describe. Como Jiz Lee, se sorprendió un día con varias llamadas suyas al móvil. También como Jiz Lee, las dejó sin contestar. “Cuando hablamos me amenazó con romperme los dientes. Más adelante nos reconciliamos y me dijo que era normal”. “Yo también se lo dije a mi familia y amigos antes del primer rodaje, sin más. Siento parecer sosa, pero no tengo ninguna anécdota curiosa”, añade por su parte Silvia Rubí, otra de las actrices españolas más internacionales.
La declaración de esta profesión desvela unos pliegues sexistas que, aunque menos profundos, se mantienen. Mientras que para las mujeres persiste el peso de lo indigno, a los hombres les arropa una imagen de triunfo. “La primera reacción no fue buena, pero vieron que me iba bien y están muy contentos”, relata el productor, director y actor Pablo Ferrari. “A mi madre no le hizo mucha gracia y a mi padre le pareció mortal, pero era mi sueño”, secunda Alberto Blanco, “lo relacionaban a una vida de vicio. Ahora saben que es legal y lo aceptan”. Ambos actores, de 37 y 27 años respectivamente, defienden su profesión, pero ponen pegas a que la ejerciera alguno de sus seres queridos. “Intentaría que hicieran otra cosa”, piensa Blanco. “No me gustaría. Preferiría que fueran médicos o astronautas. Si no quedara más remedio, lo aceptaría”, razona Ferrari.
En lo que coincide la mayoría es en que, tras retirar el velo inicial de la vergüenza, se crea una naturalidad pasmosa a la hora de decirlo en público. “Nada más conocer a alguien no digo que soy actor porno, pero igual que no digo que soy de Palencia”, se excusa Ferrari. “Luego ya explico que estoy en el sector del ocio para adultos y, si me preguntan más, lo cuento corrientemente”. Una normalidad que cuesta alcanzar. Han de pasar generaciones, disgustos, sorpresas e incluso libros que recojan algunas de estas experiencias, como el de Jiz Lee. Ahora, quizás, le llegue el turno a los periodistas.
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