Imagen: El Diario Vasco / Ares y Sarai |
La unidad de identidad de género de Osakidetza ha operado a 39 personas entre 2014 y 2015. Un equipo multidisciplinar que agrupa a psiquiatras, endocrinos y cirujanos se encarga de llevar a cabo el proceso, que no termina con la intervención y tiene un estrecho control médico.
Ana Vozmediano | El Diario Vasco, 2015-11-14
http://www.diariovasco.com/sociedad/201511/14/vascos-cada-jovenes-interesan-20151113100053.html
Desde el año 2009 está en marcha la Unidad de Identidad de Género de Osakidetza en el Hospital de Cruces. Un equipo multidiciplinar que agrupa a psiquiatras, endocrinos y cirujanos se encarga de que personas como Nahia, Ares o Sarai consigan ser ellas mismas con una reasignación de sexo. Entre el año pasado y hasta el pasado 13 de octubre, 39 vascos se han sometido a una operación de cambio de sexo en Osakidetza, según los datos del Departamento de Salud del Gobierno Vasco, que dirige el consejero Jon Darpón. Por territorios son 25 personas de Bizkaia, nueve de Gipuzkoa y cinco de Álava.
Todos buscaban una reasignación de sexo, que sus genitales se adaptaran a su verdadera identidad personal después de un largo proceso médico y psicológico de por medio. Y que no termina con la operación. Deberán seguir pasando de por vida por esta unidad para somerterse a distintos controles médicos, para la dilatación de la vulva o para seguir con la hormonación que necesitan para mantener sus cambios.
La primera persona en ser operada por este servicio fue Sarai, una bilbaína de 37 años, un 8 de diciembre de 2009. Repite eso que cuesta tanto entender como explicar. «Es que por mucho que el médico dijera que era un chico en el momento de nacer, yo me sentía chica en todo momento. Siempre he sido Sarai por mucho que llevara otro nombre. Lo malo es que he tenido que ocultar a Sarai y por tanto a mí misma durante 30 años. Todo eso supuso fracaso escolar, la autoestima por los suelos, una gran infelicidad que todavía no sé cómo pude soportar durante tantos años. Llega un punto en el que te planteas que, o revientas o que así no merece la pena vivir. A mí me pasó». En estos momentos Sarai no tiene pareja, pero lo que lamenta es no haberse atrevido a tomar antes la decisión de ser ella misma.
Cambiar de sexo, más bien cambiar de genitales, no solo acarrea enfrentarse al entorno, a la familia y a la sociedad con un físico diferente. Obliga a intervenciones quirúrgicas, a tratamientos hormonales, a prótesis, a visitas al médico y al psiquiatra.
Por eso el equipo multidisciplinar de Osakidetza cuenta con un protocolo fijado que incluye diferentes especialidades, desde el médico de cabecera que debe ser el primer punto de encuentro antes de acudir al psiquiatra, que evalúa la situación emocional de la persona para llegar después al endocrino y por fin al cirujano. Además, existe una asistencia personalizada para cualquier problema que pueda surgir a través de Berdindu. Esta oficina, que depende del Gobierno Vasco, ha prestado 120 atenciones durante este año, menos que el año pasado, que sumaron hasta 400.
Ares es responsable de este servicio de atención a gays, lesbianas y transexuales, y explica que cada vez llegan niños más pequeños a la oficina. «Los padres quieren lo mejor para sus hijos, se preocupan y quieren saber qué les ocurre. Hay más información y eso se nota».
A los niños no se les opera. Lo habitual es que se les aconseje esperar, pero también realizar un cambio progresivo en su forma de vestir, que se les deje jugar a lo que quieran y, sobre todo, matiza Ares, «tratarles como a él o como a ella, no dejar que se invisibilicen y reconocer que son así y no de otra manera».
Ares lo sabe bien. Porque nació chica oficial hace 43 años, aunque ahora lleva una prótesis y tiene que hormonarse el resto de su vida. Pero sobre todo, sabe lo que es el rechazo y los insultos en el patio del colegio, en el barrio, que no le dejaran jugar al fútbol, ni apartarse de su papel de niña. «Decimos que el médico se equivoca porque por lo único que se decide qué es una persona es chico o chica es por sus genitales. Y ni una vulva hace a una mujer ni un pene a un hombre».
Eran épocas en las que a las personas transexuales se les llamaba travestis, acepción despectiva e insultante, pero sobre todo poco acertada ya que el termino es el de un hombre que se viste de mujer. Eran años en los que era mejor ser invisible. Como le ocurrió a Sarai, el fracaso escolar fue la tónica de la vida académica de Ares y su permante encierro en casa el reflejo de que no quería que nadie le viera. «Luchas contra ti mismo, sufres, sufres mucho, odias tus genitales, les das incluso excesiva importancia, más que cualquier otra persona. Nos hemos escondido hasta la saciedad. Había veces que no podía seguir adelante».
Charlas en colegios
Un día decidió coger toda esta mochila de dolor, buscó información, encontró a un sexólogo y sobre todo a un endocrino, el mismo que le trataba un problema que tenía en la tiroides y que comenzó a ocuparse de él. Le llevó a Málaga, donde se hacían operaciones privadas. Estudió sexología y ahora pretende ayudar en el camino a quienes tienen un problema como el suyo y para los que no quiere el mismo sufrimiento que padeció. Porque si hay un dato que puede aportar desde su experiencia como asesor y desde Berdindu, es que nadie que ha comenzado esta ruta hacia la reasignación de sexo la ha abandonado por miedo sanitario o social.
Por eso va a los colegios que se lo solicitan -«antes nos hubieran apedreado»- y contesta a preguntas como «¿me voy a ver enseguida como mujer?» Otra diferencia es que cuando se abrió el servicio Berdindu, mucha gente buscaba acompañamiento de personas con las que tenía una historia en común porque era difícil encontrar hueco en otros espacios sociales. «Ahora lo que quieren es asesorarse. Sus amigos los buscan ellos».
Una curiosidad. Y no es la del nombre que les pusieron al nacer, que no les interesa siquiera recordar porque nunca se identificaron con él. Sarai les preguntó a sus padres si querían elegirlo ellos. Se impuso la propuesta de la propia chica, que también tuvo respaldo familiar en el camino.
Todos buscaban una reasignación de sexo, que sus genitales se adaptaran a su verdadera identidad personal después de un largo proceso médico y psicológico de por medio. Y que no termina con la operación. Deberán seguir pasando de por vida por esta unidad para somerterse a distintos controles médicos, para la dilatación de la vulva o para seguir con la hormonación que necesitan para mantener sus cambios.
La primera persona en ser operada por este servicio fue Sarai, una bilbaína de 37 años, un 8 de diciembre de 2009. Repite eso que cuesta tanto entender como explicar. «Es que por mucho que el médico dijera que era un chico en el momento de nacer, yo me sentía chica en todo momento. Siempre he sido Sarai por mucho que llevara otro nombre. Lo malo es que he tenido que ocultar a Sarai y por tanto a mí misma durante 30 años. Todo eso supuso fracaso escolar, la autoestima por los suelos, una gran infelicidad que todavía no sé cómo pude soportar durante tantos años. Llega un punto en el que te planteas que, o revientas o que así no merece la pena vivir. A mí me pasó». En estos momentos Sarai no tiene pareja, pero lo que lamenta es no haberse atrevido a tomar antes la decisión de ser ella misma.
Cambiar de sexo, más bien cambiar de genitales, no solo acarrea enfrentarse al entorno, a la familia y a la sociedad con un físico diferente. Obliga a intervenciones quirúrgicas, a tratamientos hormonales, a prótesis, a visitas al médico y al psiquiatra.
Por eso el equipo multidisciplinar de Osakidetza cuenta con un protocolo fijado que incluye diferentes especialidades, desde el médico de cabecera que debe ser el primer punto de encuentro antes de acudir al psiquiatra, que evalúa la situación emocional de la persona para llegar después al endocrino y por fin al cirujano. Además, existe una asistencia personalizada para cualquier problema que pueda surgir a través de Berdindu. Esta oficina, que depende del Gobierno Vasco, ha prestado 120 atenciones durante este año, menos que el año pasado, que sumaron hasta 400.
Ares es responsable de este servicio de atención a gays, lesbianas y transexuales, y explica que cada vez llegan niños más pequeños a la oficina. «Los padres quieren lo mejor para sus hijos, se preocupan y quieren saber qué les ocurre. Hay más información y eso se nota».
A los niños no se les opera. Lo habitual es que se les aconseje esperar, pero también realizar un cambio progresivo en su forma de vestir, que se les deje jugar a lo que quieran y, sobre todo, matiza Ares, «tratarles como a él o como a ella, no dejar que se invisibilicen y reconocer que son así y no de otra manera».
Ares lo sabe bien. Porque nació chica oficial hace 43 años, aunque ahora lleva una prótesis y tiene que hormonarse el resto de su vida. Pero sobre todo, sabe lo que es el rechazo y los insultos en el patio del colegio, en el barrio, que no le dejaran jugar al fútbol, ni apartarse de su papel de niña. «Decimos que el médico se equivoca porque por lo único que se decide qué es una persona es chico o chica es por sus genitales. Y ni una vulva hace a una mujer ni un pene a un hombre».
Eran épocas en las que a las personas transexuales se les llamaba travestis, acepción despectiva e insultante, pero sobre todo poco acertada ya que el termino es el de un hombre que se viste de mujer. Eran años en los que era mejor ser invisible. Como le ocurrió a Sarai, el fracaso escolar fue la tónica de la vida académica de Ares y su permante encierro en casa el reflejo de que no quería que nadie le viera. «Luchas contra ti mismo, sufres, sufres mucho, odias tus genitales, les das incluso excesiva importancia, más que cualquier otra persona. Nos hemos escondido hasta la saciedad. Había veces que no podía seguir adelante».
Charlas en colegios
Un día decidió coger toda esta mochila de dolor, buscó información, encontró a un sexólogo y sobre todo a un endocrino, el mismo que le trataba un problema que tenía en la tiroides y que comenzó a ocuparse de él. Le llevó a Málaga, donde se hacían operaciones privadas. Estudió sexología y ahora pretende ayudar en el camino a quienes tienen un problema como el suyo y para los que no quiere el mismo sufrimiento que padeció. Porque si hay un dato que puede aportar desde su experiencia como asesor y desde Berdindu, es que nadie que ha comenzado esta ruta hacia la reasignación de sexo la ha abandonado por miedo sanitario o social.
Por eso va a los colegios que se lo solicitan -«antes nos hubieran apedreado»- y contesta a preguntas como «¿me voy a ver enseguida como mujer?» Otra diferencia es que cuando se abrió el servicio Berdindu, mucha gente buscaba acompañamiento de personas con las que tenía una historia en común porque era difícil encontrar hueco en otros espacios sociales. «Ahora lo que quieren es asesorarse. Sus amigos los buscan ellos».
Una curiosidad. Y no es la del nombre que les pusieron al nacer, que no les interesa siquiera recordar porque nunca se identificaron con él. Sarai les preguntó a sus padres si querían elegirlo ellos. Se impuso la propuesta de la propia chica, que también tuvo respaldo familiar en el camino.
«No suelo contarlo, pero tampoco me importa hacerlo».
Nahia es una donostiarra de 21 años que estudia interpretación en Madrid y que se sometió a una operación de cambio de sexo.
Ana Vozmediano | El Diario Vasco, 2015-11-14
http://www.diariovasco.com/sociedad/201511/07/suelo-contarlo-pero-tampoco-20151107011620-v.html
Nahia es más joven, tiene 21 años, es de Donostia y estudia Interpretación en Madrid, donde ha hecho amigos y se ha adaptado perfectamente. No sabe cuando se dio cuenta de que, una vez más, el médico se había equivocado al decir a sus padres que era un chaval. Lo que siempre supo es que sus sentimientos y su sensibilidad se asemejaban a los de las mujeres, que el mundo varonil no le atraía.
También a Nahia le cuesta explicar esa sensación. «Nunca he sabido contar cómo es ese malestar que tienes porque no estás de acuerdo con el papel que se te asigna la sociedad, porque quieres completar los roles de mujer. Es complicado, pero lo tienes claro».
Tamborrero chico de su ikastola, jugaba siempre con las niñas y con las Barbies. Cuando tenía cinco años se disfrazaba de princesa como sus amigas, le encantaba jugar a ponerse pelucas y maquillajes. «Eres pequeña y no eres consciente de que tus genitales no te pertenecen, aunque mi madre me ha contado que siempre me metía la 'pilila' entre las piernas».
Las chicas de la 'gela' la percibieron y la trataron como a una más y como anécdota, Nahia cuenta que su abuela, la que la crió de cerca, siempre lo supo, que desde que ella era muy pequeña se dio cuenta de que había algo diferente en su forma de ser respecto al comportamiento de sus primos.
Esta estudiante de Interpretación se siente «muy agradecida» hacia su familia, a cómo aceptaron su situación y cómo le prestaron su ayuda. También a la actitud de sus compañeros de ikastola, que no le dieron de lado cuando comenzó a cambiar de imagen a los 13 años, ni cuando a los 14 empezó su proceso con el tratamiento con el psiquiatra que le acabaría llevando al quirófano.
«Es que no cambié de un día para otro, esto no fue de repente. Poco a poco fui cambiando mi imagen exterior, me pintaba los ojos, las uñas, me dejé crecer el pelo... Me acuerdo de mi primera falda, pero sobre todo de los primeros tacones. Me los puse para un Carnaval y ese día decidí que volvería a calzármelos siempre que me diera la gana». Pese a que aquello fue una especie de liberación, le pasó como a tantas mujeres, que ahora no se los pone casi nunca. «Es que en Madrid lo mejor es ir con deportivas», ríe Nahia.
¿Ha confiado a sus nuevos amigos su condición de transexual? «Ni lo suelo contar ni tampoco me importa contarlo. No creo que haya mayor necesidad de hacerlo, pero si hay que hablar se habla, porque si evitas un tema es porque le das mayor importancia que la que tiene».
Nahia no tiene pareja, sus amores, hasta ahora, han durado más bien poco, pero es consciente de que hay chicos a los que les gusta mucho y a otros -«mejor ni recordar la reacción espantosa de un chico todavía muy reciente»- les causa perplejidad. «Es que la ciencia tiene que avanzar más, la cirugía también, porque hay que tener mucha paciencia con la dilatación, por ejemplo, con todo lo que eso conlleva. Mi última intervención me la hizo un cirujano privado, porque mi padre se empeñó en pagarla. Tengo suerte. Siempre han querido lo mejor para mí».
También a Nahia le cuesta explicar esa sensación. «Nunca he sabido contar cómo es ese malestar que tienes porque no estás de acuerdo con el papel que se te asigna la sociedad, porque quieres completar los roles de mujer. Es complicado, pero lo tienes claro».
Tamborrero chico de su ikastola, jugaba siempre con las niñas y con las Barbies. Cuando tenía cinco años se disfrazaba de princesa como sus amigas, le encantaba jugar a ponerse pelucas y maquillajes. «Eres pequeña y no eres consciente de que tus genitales no te pertenecen, aunque mi madre me ha contado que siempre me metía la 'pilila' entre las piernas».
Las chicas de la 'gela' la percibieron y la trataron como a una más y como anécdota, Nahia cuenta que su abuela, la que la crió de cerca, siempre lo supo, que desde que ella era muy pequeña se dio cuenta de que había algo diferente en su forma de ser respecto al comportamiento de sus primos.
Esta estudiante de Interpretación se siente «muy agradecida» hacia su familia, a cómo aceptaron su situación y cómo le prestaron su ayuda. También a la actitud de sus compañeros de ikastola, que no le dieron de lado cuando comenzó a cambiar de imagen a los 13 años, ni cuando a los 14 empezó su proceso con el tratamiento con el psiquiatra que le acabaría llevando al quirófano.
«Es que no cambié de un día para otro, esto no fue de repente. Poco a poco fui cambiando mi imagen exterior, me pintaba los ojos, las uñas, me dejé crecer el pelo... Me acuerdo de mi primera falda, pero sobre todo de los primeros tacones. Me los puse para un Carnaval y ese día decidí que volvería a calzármelos siempre que me diera la gana». Pese a que aquello fue una especie de liberación, le pasó como a tantas mujeres, que ahora no se los pone casi nunca. «Es que en Madrid lo mejor es ir con deportivas», ríe Nahia.
¿Ha confiado a sus nuevos amigos su condición de transexual? «Ni lo suelo contar ni tampoco me importa contarlo. No creo que haya mayor necesidad de hacerlo, pero si hay que hablar se habla, porque si evitas un tema es porque le das mayor importancia que la que tiene».
Nahia no tiene pareja, sus amores, hasta ahora, han durado más bien poco, pero es consciente de que hay chicos a los que les gusta mucho y a otros -«mejor ni recordar la reacción espantosa de un chico todavía muy reciente»- les causa perplejidad. «Es que la ciencia tiene que avanzar más, la cirugía también, porque hay que tener mucha paciencia con la dilatación, por ejemplo, con todo lo que eso conlleva. Mi última intervención me la hizo un cirujano privado, porque mi padre se empeñó en pagarla. Tengo suerte. Siempre han querido lo mejor para mí».
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