‘Furias divinas’ recoge y dignifica la voz y la cultura de los travestidos frente al molde del 'homosexual respetable' y el paisaje del activismo y de Podemos.
Luis Alemany | El Mundo, 2016-03-07
http://www.elmundo.es/cultura/2016/03/07/56ddaa73e2704e2f2c8b4617.html
La ciudad de La Algaida tiene una playa que se parece a la de Sanlúcar, unas calles que son iguales a las de Sanlúcar, un alcalde que recuerda al de Sanlúcar y un escritor que es como Eduardo Mendicutti. Pero no es Sanlúcar, no es Mendicutti. También tiene La Algaida un garito oscurísimo en el que una pandilla de ‘drags’ sale a hacer ‘playback’ y a decir zafiedades con mucho arte. Y tiene su gente bien, sus señoritos ricos, que un día inventan el sarao más elitista de la historia, "el baile de la diadema". La fiesta, claro, chirría con la crisis que sufrimos el resto de los mortales y los ‘travestidos’ del lugar, que viven casi con lo puesto, se lo toman mal. Por eso, montan un piquete con el fin de sabotear el baile. Hay un problema. El escuadrón tiene dos líderes: La Furiosa, que es comunista y tiende a ponerse pesado; y La Canelita, que es de Podemos y que a menudo se pone cursi. Y entre ellos se llevan a matar.
En eso consiste ‘Furias divinas’ (Tusquets), la nueva novela de Eduardo Mendicutti, cuyo personaje novelesco, el escritor que tanto se le parece, acabará por unirse al piquete. Como si Mendicutti, que tiene su vida de economista, que va bien vestido, es educado y sabe comportarse, que ha logrado ser un gay con éxito en este mundo de heterosexuales aburridos, se reprochara a sí mismo haber sido un buen chico durante demasiados años. "No, no me pasa eso porque esta vida formal la he alternado con otra vida nada formal. Aunque ha sido un poco esquizofrénico, no me arrepiento", responde Mendicutti. "Pero ahora estoy en ese momento en el que es un poco horrible sobrevivir. Hay que hacer algo para seguir viviendo. O te enamoras, que es maravilloso, o te inventas algo para no limitarte a pasar el tiempo".
"Algo", esta vez, es retratar a los travestidos de La Algaida a través de sus propias palabras, su parloteo enloquecido de maricas de Cádiz. ¿Maricas? "Marica es una palabra que nunca uso; si hace falta utilizo la palabra maricón. Pero me parece muy bien darle la vuelta, quitarle el significado hostil que ha tenido siempre y que venía de fuera y hacerla una palabra nuestra", dice Mendicutti. Bueno: da igual, se entiende. En ‘Furias divinas’, los ‘drags’ se van dando relevos con sus monólogos desafiantes, sus juegos de palabras crueles y sus "mira, maricón", como si la novela fuese una historia de Cabrera Infante en la que, en vez de cubanos, hablaran unos cuantos locatis de izquierdas.
"Esa forma de hablar que recojo es básicamente la misma que han tenido siempre este tipo de personajes. Y no sólo este tipo de personajes: también hay homosexuales que durante el día se comportan con discreción y tienen trabajos normales y que, al llegar a casa, se tratan en femenino y empiezan a hablar así. Ese lenguaje es parte de una cultura de la transgresión y de un humor combativo y, a la vez, salvador. Muchas veces, las vidas que tienen son penosas, pero les queda el humor y la transgresión para redimirse". Es lo que ha pasado siempre: el chaval inseguro que pone voz de macarra como una manera de reivindicar su dignidad personal... "Exacto. Es una forma de supervivencia. Sé que habrá quien diga que 'ya está Mendicutti con esas historias de hombres que se tratan de mujeres. Pero si eso ya está superado...'. Pues no, no está superado y, además, no tiene por qué estar superado".
Ya no nos gustan
No lo tienen fácil los piqueteros de ‘Furias divinas’. No sólo es el gran mundo heterosexual el que censura sus extravagancias. También la gran hermandad homosexual se siente incómoda con esta pandilla de figuras grotescas: viejos, feos, amanerados, incultos, caricaturizables... "Es muy injusto que en la comunidad gay olvide de dónde viene, lo que hemos sido, el sufrimiento que ha habido detrás de toda esta aparente normalización que disfrutamos, y mira que odio la palabra normalización... Se está intentando imponer un modelo de gay respetable, presentable. Desde fuera se impone y desde dentro se asume, y así se mutila lo que somos. Los travestis, transexuales, los drags... Todos ellos han estado en la vanguardia de la visibilidad y eso supuso recibir palos, pelearse con el lucero del alba, pasarlo mal. Falsificar eso, falsificar lo que somos es malísimo".
¿Un ejemplo? "Estoy pensando en ‘Stonewall’, la película de Roland Emmerich. Todos sabemos que los protagonistas de [la revuelta de] Stonewall fueron gente ‘impresentable’: chaperos, travestis, chulos... Esos fueron los que dieron la cara y se llevaron los golpes. En cambio, en la película, el héroe es un chico mono, rubito y educado. Esa decisión le sirve a la gente que se empeña en defender la respetabilidad del colectivo. Vale, lo entiendo. Pero eso es falsear la historia".
Y continúa: "La idea de la respetabilidad impuesta me pone muy nervioso. Y mire que yo doy una imagen de respetabilidad. ¡Si parezco un dependiente de El Corte Inglés! Pero espero no caer nunca en el mensaje de 'son respetables los que son somos nosotros'. Respetable es cada uno por su conducta, no por la apariencia con la que quiera presentarse ante el mundo".
Bien: lo que pasa es que La Canelita, La Furiosa y compañía no son santos varones. Son mezquinos, ignorantes y soberbios y tienen ese instinto arrabalero para encontrar la debilidad del otro y hurgar en la herida hasta que sangre. "Claro que sí. Pero es que quién puede dudar de que entre los homosexuales hay gente buena, mala y, sobre todo, gente que es buena y mala... Existe un afán por idealizar esta comunidad y, si no participas en ese proyecto, te lo reprochan, te dicen que vas en contra del colectivo".
Sólo nos falta hablar de Podemos, como hace todo el mundo: "Acabé esta novela el 20 de noviembre, un mes antes de las elecciones. Lo que estamos viviendo desde entonces confirma lo que aparece en este libro: la teatralización de la vida política, el sentido del espectáculo... Hay cosas de Podemos que me gustan y hay cosas que no me gustan, aunque, en conjunto, por la forma que tienen de conducirse, no me fio mucho de ellos". Y temina Mendicutti: "Ha habido momentos de mi vida en los que he estado muy seguro de tener toda la razón en lo que pensaba. Hoy, no estoy seguro de casi nada, no se me ocurre qué agarraderas puedo encontrar para tener la razón y ni siquiera tengo mucho interés en tenerla. Y, además, creo que eso es sano".
En eso consiste ‘Furias divinas’ (Tusquets), la nueva novela de Eduardo Mendicutti, cuyo personaje novelesco, el escritor que tanto se le parece, acabará por unirse al piquete. Como si Mendicutti, que tiene su vida de economista, que va bien vestido, es educado y sabe comportarse, que ha logrado ser un gay con éxito en este mundo de heterosexuales aburridos, se reprochara a sí mismo haber sido un buen chico durante demasiados años. "No, no me pasa eso porque esta vida formal la he alternado con otra vida nada formal. Aunque ha sido un poco esquizofrénico, no me arrepiento", responde Mendicutti. "Pero ahora estoy en ese momento en el que es un poco horrible sobrevivir. Hay que hacer algo para seguir viviendo. O te enamoras, que es maravilloso, o te inventas algo para no limitarte a pasar el tiempo".
"Algo", esta vez, es retratar a los travestidos de La Algaida a través de sus propias palabras, su parloteo enloquecido de maricas de Cádiz. ¿Maricas? "Marica es una palabra que nunca uso; si hace falta utilizo la palabra maricón. Pero me parece muy bien darle la vuelta, quitarle el significado hostil que ha tenido siempre y que venía de fuera y hacerla una palabra nuestra", dice Mendicutti. Bueno: da igual, se entiende. En ‘Furias divinas’, los ‘drags’ se van dando relevos con sus monólogos desafiantes, sus juegos de palabras crueles y sus "mira, maricón", como si la novela fuese una historia de Cabrera Infante en la que, en vez de cubanos, hablaran unos cuantos locatis de izquierdas.
"Esa forma de hablar que recojo es básicamente la misma que han tenido siempre este tipo de personajes. Y no sólo este tipo de personajes: también hay homosexuales que durante el día se comportan con discreción y tienen trabajos normales y que, al llegar a casa, se tratan en femenino y empiezan a hablar así. Ese lenguaje es parte de una cultura de la transgresión y de un humor combativo y, a la vez, salvador. Muchas veces, las vidas que tienen son penosas, pero les queda el humor y la transgresión para redimirse". Es lo que ha pasado siempre: el chaval inseguro que pone voz de macarra como una manera de reivindicar su dignidad personal... "Exacto. Es una forma de supervivencia. Sé que habrá quien diga que 'ya está Mendicutti con esas historias de hombres que se tratan de mujeres. Pero si eso ya está superado...'. Pues no, no está superado y, además, no tiene por qué estar superado".
Ya no nos gustan
No lo tienen fácil los piqueteros de ‘Furias divinas’. No sólo es el gran mundo heterosexual el que censura sus extravagancias. También la gran hermandad homosexual se siente incómoda con esta pandilla de figuras grotescas: viejos, feos, amanerados, incultos, caricaturizables... "Es muy injusto que en la comunidad gay olvide de dónde viene, lo que hemos sido, el sufrimiento que ha habido detrás de toda esta aparente normalización que disfrutamos, y mira que odio la palabra normalización... Se está intentando imponer un modelo de gay respetable, presentable. Desde fuera se impone y desde dentro se asume, y así se mutila lo que somos. Los travestis, transexuales, los drags... Todos ellos han estado en la vanguardia de la visibilidad y eso supuso recibir palos, pelearse con el lucero del alba, pasarlo mal. Falsificar eso, falsificar lo que somos es malísimo".
¿Un ejemplo? "Estoy pensando en ‘Stonewall’, la película de Roland Emmerich. Todos sabemos que los protagonistas de [la revuelta de] Stonewall fueron gente ‘impresentable’: chaperos, travestis, chulos... Esos fueron los que dieron la cara y se llevaron los golpes. En cambio, en la película, el héroe es un chico mono, rubito y educado. Esa decisión le sirve a la gente que se empeña en defender la respetabilidad del colectivo. Vale, lo entiendo. Pero eso es falsear la historia".
Y continúa: "La idea de la respetabilidad impuesta me pone muy nervioso. Y mire que yo doy una imagen de respetabilidad. ¡Si parezco un dependiente de El Corte Inglés! Pero espero no caer nunca en el mensaje de 'son respetables los que son somos nosotros'. Respetable es cada uno por su conducta, no por la apariencia con la que quiera presentarse ante el mundo".
Bien: lo que pasa es que La Canelita, La Furiosa y compañía no son santos varones. Son mezquinos, ignorantes y soberbios y tienen ese instinto arrabalero para encontrar la debilidad del otro y hurgar en la herida hasta que sangre. "Claro que sí. Pero es que quién puede dudar de que entre los homosexuales hay gente buena, mala y, sobre todo, gente que es buena y mala... Existe un afán por idealizar esta comunidad y, si no participas en ese proyecto, te lo reprochan, te dicen que vas en contra del colectivo".
Sólo nos falta hablar de Podemos, como hace todo el mundo: "Acabé esta novela el 20 de noviembre, un mes antes de las elecciones. Lo que estamos viviendo desde entonces confirma lo que aparece en este libro: la teatralización de la vida política, el sentido del espectáculo... Hay cosas de Podemos que me gustan y hay cosas que no me gustan, aunque, en conjunto, por la forma que tienen de conducirse, no me fio mucho de ellos". Y temina Mendicutti: "Ha habido momentos de mi vida en los que he estado muy seguro de tener toda la razón en lo que pensaba. Hoy, no estoy seguro de casi nada, no se me ocurre qué agarraderas puedo encontrar para tener la razón y ni siquiera tengo mucho interés en tenerla. Y, además, creo que eso es sano".
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