Imagen: El Diario Montañés / Santiago Echevarría |
Santiago Echevarría, especialista de Medicina Interna y experto en VIH de Valdecilla, se despide forzado por la jubilación, igual de «enamorado de la profesión» que hace 40 años y convencido de que el fin de esta enfermedad «llegará».
Ana Rosa García | El Diario Montañés, 2018-10-22
https://www.eldiariomontanes.es/cantabria/recuerdo-caras-jovenes-20181022215929-nt.html
El VIH se cruzó en su vida casi por casualidad, envolviéndole en una «vorágine» de dudas, miedos e historias personales difíciles de olvidar, de la que se ha apeado forzado por la jubilación. El internista Santiago Echevarría Vierna ha sido el médico de referencia de los enfermos de sida de Cantabria –más de 2.200 han pasado por sus manos–, viviendo de cerca «los años más duros de la enfermedad» (de 1985 a 1995), «en los que era fácil que murieran cuatro o cinco pacientes al mes», y la llegada de los fármacos que permitieron controlar el virus y devolver la esperanza de vida perdida. «Enamorado de la medicina», reconoce que le hubiera gustado estar en activo y participar del camino hacia la erradicación del VIH, que «llegará». Se acaba de despedir del hospital al que se trasladó en 1978 desde su Cataluña natal, atraído por el prestigio del Valdecilla de la época. Echó raíces en Cantabria tanto en lo personal –se casó con una cántabra– como en lo profesional, convirtiéndose en el gran experto de VIH y en uno de los profesionales más queridos y respetados del hospital.
–Está recién jubilado de Valdecilla, ¿le ha dado tiempo a asimilarlo?
–Con la jubilación te nombran viejo oficial, es el primer aviso de lo que te pueda quedar de vida, y eso te acongoja un poco. Por otra parte supone dejar la medicina, que es un venenillo con lo que vives desde hace mucho tiempo, en consulta, estudiando, preparando artículos... Ahora es un cambio de rutina total.
–¿Cómo recuerda esos comienzos y cómo ha cambiado el hospital desde entonces?
–Ha cambiado mucho, no solo físicamente. Entré en un centro médico nacional de gran prestigio, por ser el único de España, junto con el de La Paz. Después pasamos a hospital nacional y hoy en día somos hospital universitario, más centrado en la enseñanza que en la asistencia pura y dura. Recuerdo cuando llegamos que veíamos pacientes de toda España. Hoy seguimos teniendo un prestigio muy grande y manteniendo muy buena calidad, pero ya no es aquella referencia nacional. De eso no tiene la culpa Valdecilla, sino el estado de las autonomías. Todas las comunidades tienen derecho a tener sus propios centros de referencia y eso supuso más competencia.
–¿Cómo llega usted a Valdecilla?
–Yo soy catalán, me formé en el Clínico de Barcelona, había vivido mucho tiempo en Madrid y tenía claro que no quería asentarme en una gran ciudad. Me enamoré de Santander y me encantó la tranquilidad y la belleza de esta región, que además contaba con un hospital puntero.
–Se retira a los 65 años, ¿partidario de las prórrogas de jubilación?
–Sí. Se vive muy bien de jubilado, pero es cierto que hay que distinguir los médicos que tienen un trabajo físico excesivo, en los que puede estar más justificada la jubilación, de aquellos cuya carga es intelectual, donde la etapa más productiva es probablemente la década de los 50 y 60, cuando tienes una capacidad de trabajo y seguridad en el diagnóstico muy superior a quince años antes. Ahora eres capaz de enfocar las cosas con un golpe de vista, evitando pruebas diagnósticas innecesarias, por lo que eres muy rentable para el sistema, aunque eso no lo ven los gestores de la sanidad pública. Todos los trabajos intelectuales se podría prorrogar a voluntad del profesional. Hay gente que a los 65 años está quemada y otros, como yo, que siguen enamorados de su profesión.
–¿Por qué se decantó por las enfermedades infecciosas?
–Más bien me decantaron. Estaba haciendo la tesis doctoral, en la que tenía que separar unas células, unos linfocitos, justo cuando nace una enfermedad (el VIH), que se diagnostica precisamente porque faltan esos linfocitos. Por eso empecé a mirarlo. Así me llegó el primer enfermo. En aquella época las enfermedades infecciosas, sobre todo el sida, tenían una historia negra, un miedo escénico alrededor, y como ya había visto al primero, llegaron después todos los demás. En esos momentos te conviertes en un especialista, te enganchas a una enfermedad y empiezas a seguirla muy de cerca. Aquello te va atrapando.
–¿Atrapado por el sida hasta hoy?
–Sí, entonces había una epidemia muy grande en España, asociada a las drogas, inmediatamente te sientes dentro de una vorágine, de una situación en la que tienes que salir a flote, poner orden, dar ánimos a los pacientes... te ves en medio de una situación en la que la gente te mira y tienes que responder. En cada provincia, cada hospital, hubo dos personas que cogieron las riendas de la enfermedad, que son los que han hecho que en España se hayan hecho las cosas lo suficientemente bien como para tener la enfermedad prácticamente dominada, pendiente de una curación total.
–¿Cómo recuerda esos primeros años?
–Llegó a ser la primera causa de mortalidad en gente joven, por debajo de los 25 años. Fueron años muy duros. Entre 1989 y 1991, había épocas en las que una tercera parte de las camas de Medicina Interna estaban ocupadas por enfermos VIH.
–¿Cuántas muertes se registraban en Valdecilla por aquel entonces?
–Es un dato que nunca he contado, pero era fácil que muriera un enfermo a la semana, en torno a cuatro o cinco al mes. Sí que recuerdo las caras de ellos, era todo gente joven. Y frases que te marcan: 'Solo le pido una cosa, me gustaría llegar a los 30 años, ni mi hermano ni mi marido pudieron'. Ella tampoco llegó. Recuerdo también a un punki maravilloso que me regaló una estatuilla que la tengo en casa como si fuera el mejor trofeo del mundo. Pienso en esa gente, en cómo ha evolucionado la enfermedad, y me digo: ¡Qué lastima que no llegamos a tiempo!
–La llegada de los antirretrovirales marcaron un antes y un después.
–Sí, hasta el 95 íbamos a remolque, haciendo lo que se podía, dando más esperanzas y cuidados que otra cosa. Y a partir de ahí cogemos las riendas y empezamos a llevar la enfermedad con los antirretrovirales potentes.
–¿Cómo se viven dentro del hospital esos años más duros?
–Con mucho miedo. Los sanitarios, cuando venía un enfermo que potencialmente podía contagiar, y más al principio cuando no se conocía la vía de transmisión, se asustaban. Lo hemos vivido más recientemente con el ébola. En aquella época dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a explicar, tranquilizar y racionalizar la asistencia a estos enfermos. A eso y a la lucha del preservativo, un pulso frente a la gente que estaba en contra. Fue una lucha paralela. Dimos charlas en cantidad de colegios, ayuntamientos, asociaciones de vecinos... y lo hacíamos fuera de las horas de trabajo, convencidos de que se necesitaba. Es una de las cosas de las que me siento más orgulloso, uno de los recuerdos más bonitos.
–¿Qué le enseñó esa lucha contra una enfermedad entonces tan letal?
–A trabajar con los demás, es la primera enfermedad multidisciplinaria que he visto que ha tenido que poner de acuerdo a todo el equipo. Si la consulta de VIH funciona tan bien es en gran parte por la labor de enfermería. Por otro lado, fue una enfermedad que me enseñó a tener que ponerte con el principal actor, que es el paciente. Hoy en día el tratamiento es una pastilla única, pero durante mucho tiempo tenían que tomar una gran cantidad de pastillas (15-20) y tenías que convencerlo, explicarle y anticiparte.
–Sin embargo ahora, con la enfermedad controlada, parece que se nos olvida que el sida está ahí.
–No es que se haya olvidado, es que se le ha perdido el respeto. Ahora es una enfermedad crónica más, obligará a tomar una medicación para tener controlado el virus, pero permitirá hacer una vida prácticamente normal. Se le ha perdido ese miedo que se le tenía, y ahora entre la gente joven hay quien la considera que tiene un morbo especial. Hay incluso fiestas en las cuales, aparte de la química, hay gente VIH y juegan como si fuera una ruleta rusa. Con las balas de fogueo, eso sí.
–En consecuencia, ¿están aumentando las infecciones de VIH?
–Sí, hay un repunte en gente joven, fundamentalmente por transmisión sexual. En los años 85-95 la principal vía de contagio eran los drogadictos, coincidió con la época de la heroína. Hoy en día es fundamentalmente por la vía sexual. Es triste que con los conocimientos que tenemos de la enfermedad haya gente capaz de jugar a estas cosas.
–¿Será posible erradicar el VIH?
–Sí, será posible. En medicina todo llega, a su tiempo. Se han abierto nuevas vías. La vacuna del VIH es bastante difícil, pero hay tratamientos de inmunoterapia que van a dar buenos resultados. Recientemente han salido informaciones positivas en trasplantados de células madre. Son casos que nos indican caminos a seguir y habrá gente que encuentre la manera de engancharlos.
–¿Profesionalmente le hubiera gustado estar en ese camino?
–Sí, pero me conformo con lo logrado. Me llevo dos alegrías. Una que a los enfermos que tenía a partir de 1996-97 conseguimos estabilizarlos y que tuvieran una supervivencia hasta el día de hoy. Uno de mis pacientes me decía 'llevo más tiempo con usted que con mi mujer'. Para mí eso es una auténtica satisfacción. Y la segunda, que entre mis enfermos ya no hay hepatitis C, porque la medicina ha sido capaz de curarla, lo que supuso una revolución.
–¿Con qué otra enfermedad infecciosa desearía repetir el 'milagro' de la hepatitis C si pudiera elegir?
–El VIH, sin duda. Porque la cantidad de millones de infectados en el mundo aún es muy grande. Estamos hablando de que España es un país privilegiado, es una isla preciosa dentro del mapa mundial del sida.
–¿De esas historias personales de las que ha sido testigo directo, hay alguna que recuerde especialmente?
–Cuando la gente tenía miedo al VIH, vi a una persona, con sus cuatro hijos enganchados a la droga, que había visto morir a tres y tenía ingresada en mi planta a la cuarta. A su lado había otra enferma, también drogadicta, sola, sin familia, que no tenía donde ir, y aquella madre la acogió en su casa y le dijo 'vente que te cuido yo'. Pero junto a esa cara más solidaria, también he visto casos donde gente pudiente y muy respetable dio la espalda a otras personas que en aquellos momentos necesitaban ayuda.
–¿Se controló la enfermedad pero el estigma no ha desaparecido?
–Ha sido una enfermedad con muy mala prensa desde el principio, asociada a homosexuales, drogadictos y gente de mal vivir. Hoy en día saben que no se mueren de ello pero la gente no se atreve a decirlo porque sigue habiendo miedos. Pese a las campañas, hay desconocimiento en la gente de la calle.
–¿Una vez que el paciente está tratado el contagio es cero?
–Así es, convivirá con el virus toda la vida, pero no hay posibilidad de contagio. Es más, las parejas de mis pacientes están teniendo hijos sin transmisión y sin necesidad de recurrir a inseminación artificial. Algo impensable años atrás.
–Hay expertos que auguran una epidemia de enfermedades infecciosas difíciles de controlar a causa de las superbacterias (resistentes a los antibióticos). ¿Lo comparte?
–Siempre que ha habido un problema ha habido soluciones. Esos son los retos de la medicina. Ante situaciones límite siempre se ha encontrado solución, aunque por el camino hay víctimas. Hay muchos retos por delante, como el rebrote de enfermedades que pensábamos que teníamos erradicadas: sarampión, parotiditis... Las bacterias multirresistentes suponen un problema muy importante, porque lo hemos hecho bastante mal con los antibióticos. Y luego hay muchos virus por ahí que no tenemos controlados. Hemos visto hace poco el primer caso de dengue autóctono en España. La facilidad de movilidad de la gente hace que tengamos nuevos enemigos.
–¿Ante qué enfermedad infecciosa hay que estar más alerta?
–En estos momentos, aquí y ahora, las enfermedades provocadas por bacterias multirresistentes, que están alojándose en focos donde es difícil erradicarlos, como son las personas mayores, que han recibido muchos tratamientos, tienen unas defensas bajas y tienen una escasa capacidad para defenderse de estas infecciones que se van extendiendo poco a poco. Es el reto que más me preocupa.
–Se habla de que para 2050, las bacterias multirresistentes causarán más muertes que el cáncer.
–Yo espero que para entonces tengamos nuevos fármacos y estrategias de tratamiento.
–Se ha referido al rebrote de enfermedades, ¿qué opina de los movimientos antivacunas?
–Todo el mundo tiene derecho a opinar y a decidir sobre su propio cuerpo, pero respetando la sociedad en la que vive. El hecho de decidir no vacunarse puede quedar muy bonito, el discurso de la vida natural, sana y ecológica está muy de moda, pero cuando no había hospitales, cuando no había antibióticos ni vacunas, el hombre vivía feliz en el campo y su esperanza de vida eran los 30 años. Ahora están por encima de los 80, por lo tanto, algo bien habremos hecho. Es un dato para recapacitar.
–Está recién jubilado de Valdecilla, ¿le ha dado tiempo a asimilarlo?
–Con la jubilación te nombran viejo oficial, es el primer aviso de lo que te pueda quedar de vida, y eso te acongoja un poco. Por otra parte supone dejar la medicina, que es un venenillo con lo que vives desde hace mucho tiempo, en consulta, estudiando, preparando artículos... Ahora es un cambio de rutina total.
–¿Cómo recuerda esos comienzos y cómo ha cambiado el hospital desde entonces?
–Ha cambiado mucho, no solo físicamente. Entré en un centro médico nacional de gran prestigio, por ser el único de España, junto con el de La Paz. Después pasamos a hospital nacional y hoy en día somos hospital universitario, más centrado en la enseñanza que en la asistencia pura y dura. Recuerdo cuando llegamos que veíamos pacientes de toda España. Hoy seguimos teniendo un prestigio muy grande y manteniendo muy buena calidad, pero ya no es aquella referencia nacional. De eso no tiene la culpa Valdecilla, sino el estado de las autonomías. Todas las comunidades tienen derecho a tener sus propios centros de referencia y eso supuso más competencia.
–¿Cómo llega usted a Valdecilla?
–Yo soy catalán, me formé en el Clínico de Barcelona, había vivido mucho tiempo en Madrid y tenía claro que no quería asentarme en una gran ciudad. Me enamoré de Santander y me encantó la tranquilidad y la belleza de esta región, que además contaba con un hospital puntero.
–Se retira a los 65 años, ¿partidario de las prórrogas de jubilación?
–Sí. Se vive muy bien de jubilado, pero es cierto que hay que distinguir los médicos que tienen un trabajo físico excesivo, en los que puede estar más justificada la jubilación, de aquellos cuya carga es intelectual, donde la etapa más productiva es probablemente la década de los 50 y 60, cuando tienes una capacidad de trabajo y seguridad en el diagnóstico muy superior a quince años antes. Ahora eres capaz de enfocar las cosas con un golpe de vista, evitando pruebas diagnósticas innecesarias, por lo que eres muy rentable para el sistema, aunque eso no lo ven los gestores de la sanidad pública. Todos los trabajos intelectuales se podría prorrogar a voluntad del profesional. Hay gente que a los 65 años está quemada y otros, como yo, que siguen enamorados de su profesión.
–¿Por qué se decantó por las enfermedades infecciosas?
–Más bien me decantaron. Estaba haciendo la tesis doctoral, en la que tenía que separar unas células, unos linfocitos, justo cuando nace una enfermedad (el VIH), que se diagnostica precisamente porque faltan esos linfocitos. Por eso empecé a mirarlo. Así me llegó el primer enfermo. En aquella época las enfermedades infecciosas, sobre todo el sida, tenían una historia negra, un miedo escénico alrededor, y como ya había visto al primero, llegaron después todos los demás. En esos momentos te conviertes en un especialista, te enganchas a una enfermedad y empiezas a seguirla muy de cerca. Aquello te va atrapando.
–¿Atrapado por el sida hasta hoy?
–Sí, entonces había una epidemia muy grande en España, asociada a las drogas, inmediatamente te sientes dentro de una vorágine, de una situación en la que tienes que salir a flote, poner orden, dar ánimos a los pacientes... te ves en medio de una situación en la que la gente te mira y tienes que responder. En cada provincia, cada hospital, hubo dos personas que cogieron las riendas de la enfermedad, que son los que han hecho que en España se hayan hecho las cosas lo suficientemente bien como para tener la enfermedad prácticamente dominada, pendiente de una curación total.
–¿Cómo recuerda esos primeros años?
–Llegó a ser la primera causa de mortalidad en gente joven, por debajo de los 25 años. Fueron años muy duros. Entre 1989 y 1991, había épocas en las que una tercera parte de las camas de Medicina Interna estaban ocupadas por enfermos VIH.
–¿Cuántas muertes se registraban en Valdecilla por aquel entonces?
–Es un dato que nunca he contado, pero era fácil que muriera un enfermo a la semana, en torno a cuatro o cinco al mes. Sí que recuerdo las caras de ellos, era todo gente joven. Y frases que te marcan: 'Solo le pido una cosa, me gustaría llegar a los 30 años, ni mi hermano ni mi marido pudieron'. Ella tampoco llegó. Recuerdo también a un punki maravilloso que me regaló una estatuilla que la tengo en casa como si fuera el mejor trofeo del mundo. Pienso en esa gente, en cómo ha evolucionado la enfermedad, y me digo: ¡Qué lastima que no llegamos a tiempo!
–La llegada de los antirretrovirales marcaron un antes y un después.
–Sí, hasta el 95 íbamos a remolque, haciendo lo que se podía, dando más esperanzas y cuidados que otra cosa. Y a partir de ahí cogemos las riendas y empezamos a llevar la enfermedad con los antirretrovirales potentes.
–¿Cómo se viven dentro del hospital esos años más duros?
–Con mucho miedo. Los sanitarios, cuando venía un enfermo que potencialmente podía contagiar, y más al principio cuando no se conocía la vía de transmisión, se asustaban. Lo hemos vivido más recientemente con el ébola. En aquella época dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a explicar, tranquilizar y racionalizar la asistencia a estos enfermos. A eso y a la lucha del preservativo, un pulso frente a la gente que estaba en contra. Fue una lucha paralela. Dimos charlas en cantidad de colegios, ayuntamientos, asociaciones de vecinos... y lo hacíamos fuera de las horas de trabajo, convencidos de que se necesitaba. Es una de las cosas de las que me siento más orgulloso, uno de los recuerdos más bonitos.
–¿Qué le enseñó esa lucha contra una enfermedad entonces tan letal?
–A trabajar con los demás, es la primera enfermedad multidisciplinaria que he visto que ha tenido que poner de acuerdo a todo el equipo. Si la consulta de VIH funciona tan bien es en gran parte por la labor de enfermería. Por otro lado, fue una enfermedad que me enseñó a tener que ponerte con el principal actor, que es el paciente. Hoy en día el tratamiento es una pastilla única, pero durante mucho tiempo tenían que tomar una gran cantidad de pastillas (15-20) y tenías que convencerlo, explicarle y anticiparte.
–Sin embargo ahora, con la enfermedad controlada, parece que se nos olvida que el sida está ahí.
–No es que se haya olvidado, es que se le ha perdido el respeto. Ahora es una enfermedad crónica más, obligará a tomar una medicación para tener controlado el virus, pero permitirá hacer una vida prácticamente normal. Se le ha perdido ese miedo que se le tenía, y ahora entre la gente joven hay quien la considera que tiene un morbo especial. Hay incluso fiestas en las cuales, aparte de la química, hay gente VIH y juegan como si fuera una ruleta rusa. Con las balas de fogueo, eso sí.
–En consecuencia, ¿están aumentando las infecciones de VIH?
–Sí, hay un repunte en gente joven, fundamentalmente por transmisión sexual. En los años 85-95 la principal vía de contagio eran los drogadictos, coincidió con la época de la heroína. Hoy en día es fundamentalmente por la vía sexual. Es triste que con los conocimientos que tenemos de la enfermedad haya gente capaz de jugar a estas cosas.
–¿Será posible erradicar el VIH?
–Sí, será posible. En medicina todo llega, a su tiempo. Se han abierto nuevas vías. La vacuna del VIH es bastante difícil, pero hay tratamientos de inmunoterapia que van a dar buenos resultados. Recientemente han salido informaciones positivas en trasplantados de células madre. Son casos que nos indican caminos a seguir y habrá gente que encuentre la manera de engancharlos.
–¿Profesionalmente le hubiera gustado estar en ese camino?
–Sí, pero me conformo con lo logrado. Me llevo dos alegrías. Una que a los enfermos que tenía a partir de 1996-97 conseguimos estabilizarlos y que tuvieran una supervivencia hasta el día de hoy. Uno de mis pacientes me decía 'llevo más tiempo con usted que con mi mujer'. Para mí eso es una auténtica satisfacción. Y la segunda, que entre mis enfermos ya no hay hepatitis C, porque la medicina ha sido capaz de curarla, lo que supuso una revolución.
–¿Con qué otra enfermedad infecciosa desearía repetir el 'milagro' de la hepatitis C si pudiera elegir?
–El VIH, sin duda. Porque la cantidad de millones de infectados en el mundo aún es muy grande. Estamos hablando de que España es un país privilegiado, es una isla preciosa dentro del mapa mundial del sida.
–¿De esas historias personales de las que ha sido testigo directo, hay alguna que recuerde especialmente?
–Cuando la gente tenía miedo al VIH, vi a una persona, con sus cuatro hijos enganchados a la droga, que había visto morir a tres y tenía ingresada en mi planta a la cuarta. A su lado había otra enferma, también drogadicta, sola, sin familia, que no tenía donde ir, y aquella madre la acogió en su casa y le dijo 'vente que te cuido yo'. Pero junto a esa cara más solidaria, también he visto casos donde gente pudiente y muy respetable dio la espalda a otras personas que en aquellos momentos necesitaban ayuda.
–¿Se controló la enfermedad pero el estigma no ha desaparecido?
–Ha sido una enfermedad con muy mala prensa desde el principio, asociada a homosexuales, drogadictos y gente de mal vivir. Hoy en día saben que no se mueren de ello pero la gente no se atreve a decirlo porque sigue habiendo miedos. Pese a las campañas, hay desconocimiento en la gente de la calle.
–¿Una vez que el paciente está tratado el contagio es cero?
–Así es, convivirá con el virus toda la vida, pero no hay posibilidad de contagio. Es más, las parejas de mis pacientes están teniendo hijos sin transmisión y sin necesidad de recurrir a inseminación artificial. Algo impensable años atrás.
–Hay expertos que auguran una epidemia de enfermedades infecciosas difíciles de controlar a causa de las superbacterias (resistentes a los antibióticos). ¿Lo comparte?
–Siempre que ha habido un problema ha habido soluciones. Esos son los retos de la medicina. Ante situaciones límite siempre se ha encontrado solución, aunque por el camino hay víctimas. Hay muchos retos por delante, como el rebrote de enfermedades que pensábamos que teníamos erradicadas: sarampión, parotiditis... Las bacterias multirresistentes suponen un problema muy importante, porque lo hemos hecho bastante mal con los antibióticos. Y luego hay muchos virus por ahí que no tenemos controlados. Hemos visto hace poco el primer caso de dengue autóctono en España. La facilidad de movilidad de la gente hace que tengamos nuevos enemigos.
–¿Ante qué enfermedad infecciosa hay que estar más alerta?
–En estos momentos, aquí y ahora, las enfermedades provocadas por bacterias multirresistentes, que están alojándose en focos donde es difícil erradicarlos, como son las personas mayores, que han recibido muchos tratamientos, tienen unas defensas bajas y tienen una escasa capacidad para defenderse de estas infecciones que se van extendiendo poco a poco. Es el reto que más me preocupa.
–Se habla de que para 2050, las bacterias multirresistentes causarán más muertes que el cáncer.
–Yo espero que para entonces tengamos nuevos fármacos y estrategias de tratamiento.
–Se ha referido al rebrote de enfermedades, ¿qué opina de los movimientos antivacunas?
–Todo el mundo tiene derecho a opinar y a decidir sobre su propio cuerpo, pero respetando la sociedad en la que vive. El hecho de decidir no vacunarse puede quedar muy bonito, el discurso de la vida natural, sana y ecológica está muy de moda, pero cuando no había hospitales, cuando no había antibióticos ni vacunas, el hombre vivía feliz en el campo y su esperanza de vida eran los 30 años. Ahora están por encima de los 80, por lo tanto, algo bien habremos hecho. Es un dato para recapacitar.
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