Imagen: Pikara / Manifestación 8M |
Lo que trae de vueltas al feminismo clásico se llama interseccionalidad y lo que lo desborda son los nuevos sujetos que emergen desde dentro del movimiento feminista sin solicitar permiso para hablar. Decidiendo las reivindicaciones que compartimos definiremos el sujeto político, pero eso implica el reto de abordar viejas heridas y fantasmas excluyentes.
Sam Fernández | Pikara, 2018-10-31
http://www.pikaramagazine.com/2018/10/sujetos-feministas-sam-fernandez/
Llevamos más de 40 años transformando y arriesgando el sujeto político del feminismo a la manera en que lo entendía el statu quo del movimiento y hoy, como antaño, tampoco lo hacemos exentes de debate tal y como hemos revivido las últimas semanas. En los años 80, el feminismo negro y el feminismo lesbiano abrieron una crisis en torno al sujeto político al denunciar la “confusión” interesada del feminismo occidental entre el sujeto “mujeres” y una parte de él (las mujeres blancas heterosexuales de clase media). Sería reduccionista leer este conflicto como el retorno de las lesbianas y de las negras al feminismo, quienes siempre habían estado ahí construyendo feminismos. El reclamo de ambos movimientos puso sobre la palestra algo más incómodo que el color diferente y la sexualidad diversa: nos mostró el modo en que el racismo y la lesbofobia -entrelazadas con el clasismo- se habían constituido como elementos históricos que perfilan el sujeto político del feminismo occidental. Es decir, el modo en que habíamos construido una agenda política cuyas preocupaciones formaban a posteriori un sujeto que excluía a las lesbianas y las negras –y de un golpe a las negras lesbianas-.
Entonces, a ¿qué me refiero con “sujeto político”? ¿Estoy hablando del “nosotres”? ¿Se trata, otra vez, de ese inagotable “quiénes somos”? Lo cierto es que no sé quiénes somos porque para ello hace falta responder antes otra pregunta cuyo calado es ético y político: ¿quiénes queremos/necesitamos ser para poder vehicular los reclamos éticos que nos movilizan contra ese heteropatriarcado que vivimos cada día en contextos complejos? Y esos contextos no pueden definirse únicamente en términos de género, que obviamente es una realidad, una que nos une tanto como nos diferencia por la sencilla razón de que no hay patriarcado que no sea cis-heteropatriarcado, que no tenga clase o que no recaiga de manera diferente sobre las personas migrantes. Quiero entender el debate actual sobre el sujeto político del feminismo como otra crisis epistemológica -una de sentido- en un mundo social que ofrece pocas certezas. Desconocemos demasiadas cosas, a veces ni siquiera sabemos ya cuáles son nuestros derechos (al menos ‘de facto’), pero al menos podemos afirmar (o creemos poder afirmar) quiénes son las mujeres y quiénes son los hombres. Y el mundo ya parece más recto –más ‘straight’–, incluso dentro del feminismo. Demasiada incertidumbre en tiempos de esa transformación político-ideológica del sistema en el que vivimos que algunes llaman crisis en lugar de capitalismo financiero atentando contra lo común. Claro que ¿qué es “lo común” en el feminismo? (aparte de una forma más mundana y productiva de preguntar por el sujeto político).
Una opción para resolver la incerteza es recurrir a la autoridad de la biología. Decimos entonces que el sujeto del feminismo son las mujeres y que esas son “las hembras”; y ahí ya sí que no hay ningún género de dudas sobre quién se queda dentro y a quién le toca abandonar la palestra dentro de esta lucha de poder interna. Bromeo porque nunca me queda claro qué hay que hacer para saber si una es hembra. ¿Encargo un cariotipo o me miro los genitales? ¿Los miro o los mido? ¿Las dos cosas? ¿Y si no “coinciden” qué hacemos? ¿Pido una ecografía o mejor un análisis hormonal -porque ya se vuelve caro y complicado y quizás saber si una es hembra no quede al alcance de todas-?. No es un juego, aunque pueda parecerlo. Que se lo digan al Comité Olímpico Internacional, enredado durante décadas en resolver si determinadas atletas (atletas con nombres y apellidos, no casos teóricos de una tal Butler) deben competir en la categoría de mujeres o en la de hombres, sin que los estudios científicos acaben de resolver el asunto [1]. Y es que para comprobar de qué sexo es una persona primero tienes que definir qué es el sexo y ese es el “quid” de un embrollo que ningún laboratorio es capaz de resolver porque no es una pregunta de escuela de biología. Pero quizás las corrientes TERF [2] tengan ahí un filón profesional que, paradójicamente, desbanque a la ciencia a la hora de definir el sexo. Mi interés en este artículo no es poner el acento en la forma polarizada del conflicto (TERF – Transfeminismo), tal y como se ha visibilizado últimamente en las redes, sino hacer dos tipos de reclamo político y ético que van más allá de ese conflicto minoritario y poner de manifiesto que en el seno de esa polarización poco frecuente subyacen tensiones más reales y mundanas que es productivo pensar-articular. No es una interpelación a las corrientes TERF, es justamente una interpelación al resto de los feminismos.
El primer reclamo es tomar la responsabilidad de definir conscientemente dónde ponemos los anclajes del feminismo. Una posibilidad es anclarnos a la biología del binarismo sexual, un tipo de relato sobre la diferencia sexual asentado en el presupuesto de que existen dos entidades biológicas (sexos) cerradas y claramente separables. Si bien este es el relato hegemónico no es el único, como hemos aprendido de biólogas como Anne Fausto-Sterling o pensadoras como Helen Longino. En la intersección entre ciencia y feminismo hay narrativas más complejas sobre el cuerpo y el continuum de las diferencias sexuales que forman parte de la historia del pensamiento feminista. Pero el regreso a las versiones binaristas -y poco emancipadoras- de determinados relatos científicos sobre el sexo empieza a parecer un asunto cíclico en el feminismo, un as en la manga sacado en el momento justo en el que el sujeto del feminismo amenaza con perder sus contornos conocidos. Y creo que la aparente confusión entre abrir, ampliar o arriesgar el sujeto hegemónico del feminismo y destruirlo, usurparlo o perderlo adquiere sentido dentro de esa estabilización de los contornos de siempre. Quizás los reclamos políticos que desplazan la autoridad de definir “quiénes somos” a la versiones binaristas de la biología del sexo habrían de plantearse a quién están empoderando en este camino de vuelta a la seguridad y la certeza. Aún más, ¿qué aporta este desplazamiento de la autoridad a los feminismos, entendidos como proyectos emancipadores, en el contexto actual de medicalización, patologización y mercantilización de los malestares, un asunto que, justamente, el feminismo conoce muy bien?
Me pregunto si elegimos la biología como anclaje del feminismo, o cierta autoridad que arrastran los discursos biológicos —seductora y aparentemente empoderante— nos ha elegido a nosotres. Y pienso que no, que muchas están eligiendo la biología —ciertas versiones—, aunque a otres no nos guste, porque les sirve para delimitar el sujeto del feminismo de una forma que permita ceñir las agendas políticas, lo más estrictamente posible, a las realidades más inmediatas de un sujeto político que recuerda los tiempos de las mujeres blancas heterosexuales de clase media como epicentro del feminismo. Es tentador pensar que primero sabemos quiénes somos y luego decidimos nuestras agendas (qué queremos). Sin entrar en el dilema del huevo y la gallina, el camino es bidireccional y, frecuentemente, el carril inverso juega un papel decisivo: decidiendo las reivindicaciones definimos el sujeto político. Hacemos lo que tenemos que hacer para que el resultado sea ser quienes somos. Es en el proceso de reclamar donde nos reconocernos entre “nosotras” e identificamos a “les otres”. Son nuestras apuestas las que (re)generan el “nosotras” aunque la ficción de la identidad como origen del mundo nos suele hacer percibirlo al contrario. Y este es el segundo reclamo ético que quiero introducir aquí: en el centro del sujeto hay un asunto de agendas, de toma de decisiones políticas sobre qué tipo de transformaciones importan, qué condiciones de vida es prioritario o deseable cambiar desde las políticas feministas. Así que definan la agenda y, con ella, el sujeto político que deseen pero no nos digan que es consecuencia del feminismo. Y aún menos de la naturaleza.
Existe una cierta “política de centro” (en término de hegemonía) dentro del feminismo que se traduce en las prácticas de los permisos, que siempre van precedidas de la antesala de la duda: ¿pero seguro que si (nosotras/os) abrimos el sujeto político no nos estaréis diluyendo a las que (decimos que) llegamos antes? ¿Si damos cabida a “vuestras” preocupaciones y opresiones de género, no perdemos espacio para las que nos afectan a “nosotras”, aquellas genuinamente importantes? Porque estamos en competencia y ni siquiera esto podemos ponerlo en duda sin dudar de nosotras mismas. Como si nuestra lucha contra la violencia patriarcal en las calles perdiera afuera porque nos acojamos a una comprensión de la violencia que de cuenta de la que sufren las mujeres y hombres trans, las lesbianas visibles o las personas sin papeles.
Angela Davis [3] plantéo recientemente que la criminalización de los hombres negros mediante la inculpación sistemática de violaciones a mujeres blancas es un asunto que debía movilizar al feminismo norteamericano. Habrá sectores (neo)machistas que quieran utilizar el reclamo de Davis para diluir la violencia patriarcal, no me queda la menor duda de ello, pero no podrán limitar nuestra capacidad colectiva para denunciar la usurpación del discurso. Por ello, estoy segura que el reclamo de Davis es oportuno y transformador, aunque para no correr el riesgo de involucrarnos podríamos replegarnos sobre la vigilancia de fronteras de la identidad -por aquello de “lo que pueda pasar”-. En nuestro contexto, dicha vigilancia traslada cíclicamente a las trans y las lesbianas fuera del sujeto “mujeres”, como ejemplifican algunos deslices en los que emergen como esos otros sujetos con los que “las mujeres” pueden coaligarse si así lo desean [4]. Imaginemos una mesa: a un lado, las mujeres, al otro las trans y las lesbianas. Lo que trae de vueltas al feminismo clásico se llama interseccionalidad, no transfeminismo (y no el concepto sino lo que se vive). Y lo que lo desborda es una realidad compleja donde nuevos sujetos emergen desde dentro del feminismo sin pasar por la sala de espera a recibir el permiso para luchar por parte de quienes se otorgan el privilegio de dispensarlo.
Creo que tenemos dos retos complejos en el momento actual. El primero es cómo abordar las vísceras y las tripas del feminismo en momentos de corrección política (me refiero a las cosas mundanas que nos pasan a les humanes que estamos ahí). Creo que hay una simpatía real en el movimiento feminista hacia las identidades trans y no binarias y hacia el movimiento en sí. Ello no impide que, en petit comité, las viejas heridas se reabran y emerja el fantasma sobre si, en el fondo del todo, el género no estará en la biología (ya sea en la de partida -caso de las mujeres trans- o en la de llegada -caso de una parte de los hombres trans-). Quizás desde los espacios de lo pequeño sea posible profundizar en debates internos que nos vuelvan políticamente más conscientes de donde estamos aún a riesgo de perder algo de nuestra autocomplacencia y nuestra autoimagen por el camino -valga para todas las partes-. La política del cuidado será esencial aquí así como renunciar a la sanción como forma de gestión de las diferencias que producen malestares (quizás toque hacer un uso tirando a conservador de la palabra ‘transfobia’ en espacios internos). La sanción es un grandísimo aleccionador en la corrección política dentro de los grupos. Contribuye a crear esa paradoja que hay cuando parece que todo va bien aun cuándo sabemos que no es cierto.
En el paso de la política centrada en la identidad a la política del qué queremos, el segundo reto es cómo hacer cierres parciales, provisionales y precarios de los sujetos que construimos. Cualquier cierre del sujeto del feminismo (quiénes somos) es imparcial y, por consiguiente, podríamos decir que falso. Pero necesitamos hacer cierres falsos. Esto es una versión de lo que Gayatri Spivak [5] llama esencialismo estratégico. Pero como el lenguaje siempre es más inteligente que nosotres, acostumbra a llevarnos la delantera y nos desborda, yo quiero prescindir del término “esencialismo” -que al final, aunque sea por ósmosis, nos lo acabamos creyendo-. Prefiero llamar “cierres vulnerables” a la forma en que destacamos sujetos provisionales para luchas concretas. Sujetos que van cambiando y que no hallan ni coherencia ni anclaje en la biología sino en el modo en que nos acercan a una apuesta feminista por una transformación global de las vidas y los mundos que todes habitamos (humanes y no humanes) que nos permite (re)crear y reconocernos en eso que llamamos feminismos.
Nota: Como fórmula de lenguaje inclusivo opto por la “e” en lugar del asterisco porque este último interfiere con sistemas de lectura empleados por personas ciegas.
[1] Veáse Bárbara Vilariño: ‘CIStius, altius, fortius’: Medallas olímpicas a la normatividad” en http://www.pikaramagazine.com/2016/07/olimpiadas-deporte-trans-intersex/ (31/07/2016)
[2] Las corrientes TERF se definen a sí mismas como Feminismo Trans-Excluyente y plantean que las mujeres trans no deben formar parte del sujeto del feminismo ya que no son “hembras” en el sentido biológico clásico. Estas corrientes, que optan por asimilar el término mujer al de hembra, han adquirido mayor visibilidad mediante su actividad en Twitter durante las últimas semanas a raíz del debate sobre el sujeto político del feminismo que ha tenido lugar en las redes.
[3] “El feminismo será antirracista o no será”. Conferencia de Angela Davis (Madrid, 25/10/2018). Puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=1zBDpGI9RTw
[4] “Las mujeres, repitámoslo, pueden coaligarse con otros sujetos que como los homosexuales, las lesbianas, los transexuales, los bisexuales o los transgénero están embarcados en una lucha contra el orden patriarcal heteronormativo” (Luisa Posada en El diario_es, 22/10/2018)
[5] Spivak, G. (1987) In Other Worlds. Essays in Cultural Politics (New York: Methuen).
Entonces, a ¿qué me refiero con “sujeto político”? ¿Estoy hablando del “nosotres”? ¿Se trata, otra vez, de ese inagotable “quiénes somos”? Lo cierto es que no sé quiénes somos porque para ello hace falta responder antes otra pregunta cuyo calado es ético y político: ¿quiénes queremos/necesitamos ser para poder vehicular los reclamos éticos que nos movilizan contra ese heteropatriarcado que vivimos cada día en contextos complejos? Y esos contextos no pueden definirse únicamente en términos de género, que obviamente es una realidad, una que nos une tanto como nos diferencia por la sencilla razón de que no hay patriarcado que no sea cis-heteropatriarcado, que no tenga clase o que no recaiga de manera diferente sobre las personas migrantes. Quiero entender el debate actual sobre el sujeto político del feminismo como otra crisis epistemológica -una de sentido- en un mundo social que ofrece pocas certezas. Desconocemos demasiadas cosas, a veces ni siquiera sabemos ya cuáles son nuestros derechos (al menos ‘de facto’), pero al menos podemos afirmar (o creemos poder afirmar) quiénes son las mujeres y quiénes son los hombres. Y el mundo ya parece más recto –más ‘straight’–, incluso dentro del feminismo. Demasiada incertidumbre en tiempos de esa transformación político-ideológica del sistema en el que vivimos que algunes llaman crisis en lugar de capitalismo financiero atentando contra lo común. Claro que ¿qué es “lo común” en el feminismo? (aparte de una forma más mundana y productiva de preguntar por el sujeto político).
Una opción para resolver la incerteza es recurrir a la autoridad de la biología. Decimos entonces que el sujeto del feminismo son las mujeres y que esas son “las hembras”; y ahí ya sí que no hay ningún género de dudas sobre quién se queda dentro y a quién le toca abandonar la palestra dentro de esta lucha de poder interna. Bromeo porque nunca me queda claro qué hay que hacer para saber si una es hembra. ¿Encargo un cariotipo o me miro los genitales? ¿Los miro o los mido? ¿Las dos cosas? ¿Y si no “coinciden” qué hacemos? ¿Pido una ecografía o mejor un análisis hormonal -porque ya se vuelve caro y complicado y quizás saber si una es hembra no quede al alcance de todas-?. No es un juego, aunque pueda parecerlo. Que se lo digan al Comité Olímpico Internacional, enredado durante décadas en resolver si determinadas atletas (atletas con nombres y apellidos, no casos teóricos de una tal Butler) deben competir en la categoría de mujeres o en la de hombres, sin que los estudios científicos acaben de resolver el asunto [1]. Y es que para comprobar de qué sexo es una persona primero tienes que definir qué es el sexo y ese es el “quid” de un embrollo que ningún laboratorio es capaz de resolver porque no es una pregunta de escuela de biología. Pero quizás las corrientes TERF [2] tengan ahí un filón profesional que, paradójicamente, desbanque a la ciencia a la hora de definir el sexo. Mi interés en este artículo no es poner el acento en la forma polarizada del conflicto (TERF – Transfeminismo), tal y como se ha visibilizado últimamente en las redes, sino hacer dos tipos de reclamo político y ético que van más allá de ese conflicto minoritario y poner de manifiesto que en el seno de esa polarización poco frecuente subyacen tensiones más reales y mundanas que es productivo pensar-articular. No es una interpelación a las corrientes TERF, es justamente una interpelación al resto de los feminismos.
El primer reclamo es tomar la responsabilidad de definir conscientemente dónde ponemos los anclajes del feminismo. Una posibilidad es anclarnos a la biología del binarismo sexual, un tipo de relato sobre la diferencia sexual asentado en el presupuesto de que existen dos entidades biológicas (sexos) cerradas y claramente separables. Si bien este es el relato hegemónico no es el único, como hemos aprendido de biólogas como Anne Fausto-Sterling o pensadoras como Helen Longino. En la intersección entre ciencia y feminismo hay narrativas más complejas sobre el cuerpo y el continuum de las diferencias sexuales que forman parte de la historia del pensamiento feminista. Pero el regreso a las versiones binaristas -y poco emancipadoras- de determinados relatos científicos sobre el sexo empieza a parecer un asunto cíclico en el feminismo, un as en la manga sacado en el momento justo en el que el sujeto del feminismo amenaza con perder sus contornos conocidos. Y creo que la aparente confusión entre abrir, ampliar o arriesgar el sujeto hegemónico del feminismo y destruirlo, usurparlo o perderlo adquiere sentido dentro de esa estabilización de los contornos de siempre. Quizás los reclamos políticos que desplazan la autoridad de definir “quiénes somos” a la versiones binaristas de la biología del sexo habrían de plantearse a quién están empoderando en este camino de vuelta a la seguridad y la certeza. Aún más, ¿qué aporta este desplazamiento de la autoridad a los feminismos, entendidos como proyectos emancipadores, en el contexto actual de medicalización, patologización y mercantilización de los malestares, un asunto que, justamente, el feminismo conoce muy bien?
Me pregunto si elegimos la biología como anclaje del feminismo, o cierta autoridad que arrastran los discursos biológicos —seductora y aparentemente empoderante— nos ha elegido a nosotres. Y pienso que no, que muchas están eligiendo la biología —ciertas versiones—, aunque a otres no nos guste, porque les sirve para delimitar el sujeto del feminismo de una forma que permita ceñir las agendas políticas, lo más estrictamente posible, a las realidades más inmediatas de un sujeto político que recuerda los tiempos de las mujeres blancas heterosexuales de clase media como epicentro del feminismo. Es tentador pensar que primero sabemos quiénes somos y luego decidimos nuestras agendas (qué queremos). Sin entrar en el dilema del huevo y la gallina, el camino es bidireccional y, frecuentemente, el carril inverso juega un papel decisivo: decidiendo las reivindicaciones definimos el sujeto político. Hacemos lo que tenemos que hacer para que el resultado sea ser quienes somos. Es en el proceso de reclamar donde nos reconocernos entre “nosotras” e identificamos a “les otres”. Son nuestras apuestas las que (re)generan el “nosotras” aunque la ficción de la identidad como origen del mundo nos suele hacer percibirlo al contrario. Y este es el segundo reclamo ético que quiero introducir aquí: en el centro del sujeto hay un asunto de agendas, de toma de decisiones políticas sobre qué tipo de transformaciones importan, qué condiciones de vida es prioritario o deseable cambiar desde las políticas feministas. Así que definan la agenda y, con ella, el sujeto político que deseen pero no nos digan que es consecuencia del feminismo. Y aún menos de la naturaleza.
Existe una cierta “política de centro” (en término de hegemonía) dentro del feminismo que se traduce en las prácticas de los permisos, que siempre van precedidas de la antesala de la duda: ¿pero seguro que si (nosotras/os) abrimos el sujeto político no nos estaréis diluyendo a las que (decimos que) llegamos antes? ¿Si damos cabida a “vuestras” preocupaciones y opresiones de género, no perdemos espacio para las que nos afectan a “nosotras”, aquellas genuinamente importantes? Porque estamos en competencia y ni siquiera esto podemos ponerlo en duda sin dudar de nosotras mismas. Como si nuestra lucha contra la violencia patriarcal en las calles perdiera afuera porque nos acojamos a una comprensión de la violencia que de cuenta de la que sufren las mujeres y hombres trans, las lesbianas visibles o las personas sin papeles.
Angela Davis [3] plantéo recientemente que la criminalización de los hombres negros mediante la inculpación sistemática de violaciones a mujeres blancas es un asunto que debía movilizar al feminismo norteamericano. Habrá sectores (neo)machistas que quieran utilizar el reclamo de Davis para diluir la violencia patriarcal, no me queda la menor duda de ello, pero no podrán limitar nuestra capacidad colectiva para denunciar la usurpación del discurso. Por ello, estoy segura que el reclamo de Davis es oportuno y transformador, aunque para no correr el riesgo de involucrarnos podríamos replegarnos sobre la vigilancia de fronteras de la identidad -por aquello de “lo que pueda pasar”-. En nuestro contexto, dicha vigilancia traslada cíclicamente a las trans y las lesbianas fuera del sujeto “mujeres”, como ejemplifican algunos deslices en los que emergen como esos otros sujetos con los que “las mujeres” pueden coaligarse si así lo desean [4]. Imaginemos una mesa: a un lado, las mujeres, al otro las trans y las lesbianas. Lo que trae de vueltas al feminismo clásico se llama interseccionalidad, no transfeminismo (y no el concepto sino lo que se vive). Y lo que lo desborda es una realidad compleja donde nuevos sujetos emergen desde dentro del feminismo sin pasar por la sala de espera a recibir el permiso para luchar por parte de quienes se otorgan el privilegio de dispensarlo.
Creo que tenemos dos retos complejos en el momento actual. El primero es cómo abordar las vísceras y las tripas del feminismo en momentos de corrección política (me refiero a las cosas mundanas que nos pasan a les humanes que estamos ahí). Creo que hay una simpatía real en el movimiento feminista hacia las identidades trans y no binarias y hacia el movimiento en sí. Ello no impide que, en petit comité, las viejas heridas se reabran y emerja el fantasma sobre si, en el fondo del todo, el género no estará en la biología (ya sea en la de partida -caso de las mujeres trans- o en la de llegada -caso de una parte de los hombres trans-). Quizás desde los espacios de lo pequeño sea posible profundizar en debates internos que nos vuelvan políticamente más conscientes de donde estamos aún a riesgo de perder algo de nuestra autocomplacencia y nuestra autoimagen por el camino -valga para todas las partes-. La política del cuidado será esencial aquí así como renunciar a la sanción como forma de gestión de las diferencias que producen malestares (quizás toque hacer un uso tirando a conservador de la palabra ‘transfobia’ en espacios internos). La sanción es un grandísimo aleccionador en la corrección política dentro de los grupos. Contribuye a crear esa paradoja que hay cuando parece que todo va bien aun cuándo sabemos que no es cierto.
En el paso de la política centrada en la identidad a la política del qué queremos, el segundo reto es cómo hacer cierres parciales, provisionales y precarios de los sujetos que construimos. Cualquier cierre del sujeto del feminismo (quiénes somos) es imparcial y, por consiguiente, podríamos decir que falso. Pero necesitamos hacer cierres falsos. Esto es una versión de lo que Gayatri Spivak [5] llama esencialismo estratégico. Pero como el lenguaje siempre es más inteligente que nosotres, acostumbra a llevarnos la delantera y nos desborda, yo quiero prescindir del término “esencialismo” -que al final, aunque sea por ósmosis, nos lo acabamos creyendo-. Prefiero llamar “cierres vulnerables” a la forma en que destacamos sujetos provisionales para luchas concretas. Sujetos que van cambiando y que no hallan ni coherencia ni anclaje en la biología sino en el modo en que nos acercan a una apuesta feminista por una transformación global de las vidas y los mundos que todes habitamos (humanes y no humanes) que nos permite (re)crear y reconocernos en eso que llamamos feminismos.
Nota: Como fórmula de lenguaje inclusivo opto por la “e” en lugar del asterisco porque este último interfiere con sistemas de lectura empleados por personas ciegas.
[1] Veáse Bárbara Vilariño: ‘CIStius, altius, fortius’: Medallas olímpicas a la normatividad” en http://www.pikaramagazine.com/2016/07/olimpiadas-deporte-trans-intersex/ (31/07/2016)
[2] Las corrientes TERF se definen a sí mismas como Feminismo Trans-Excluyente y plantean que las mujeres trans no deben formar parte del sujeto del feminismo ya que no son “hembras” en el sentido biológico clásico. Estas corrientes, que optan por asimilar el término mujer al de hembra, han adquirido mayor visibilidad mediante su actividad en Twitter durante las últimas semanas a raíz del debate sobre el sujeto político del feminismo que ha tenido lugar en las redes.
[3] “El feminismo será antirracista o no será”. Conferencia de Angela Davis (Madrid, 25/10/2018). Puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=1zBDpGI9RTw
[4] “Las mujeres, repitámoslo, pueden coaligarse con otros sujetos que como los homosexuales, las lesbianas, los transexuales, los bisexuales o los transgénero están embarcados en una lucha contra el orden patriarcal heteronormativo” (Luisa Posada en El diario_es, 22/10/2018)
[5] Spivak, G. (1987) In Other Worlds. Essays in Cultural Politics (New York: Methuen).
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