Imagen: Público / Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei |
La organización ultraconservadora reconoce que se mantienen estas prácticas entre sus miembros más comprometidos. Uno de sus teólogos asegura que sirven para controlar “tendencias desordenadas”.
Danilo Albin | Público, 2019-07-03
https://www.publico.es/politica/opus-dei-defiende-mortificaciones-corporales-lograr-embellecimiento-cuerpo.html
El camino de Dios no está exento de sufrimientos corporales. Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, guardaba en un cajón “disciplinas con garfios metálicos ensangrentados”. Así lo atestiguó Juan Jiménez Vargas, uno de sus compañeros en los años treinta, quien aseguró que sus herramientas de mortificación fueron descubiertas “cuando los ‘rojos’ registraron su habitación”. Más de 80 años después, el Opus sigue justificando la utilización de esas prácticas en su seno.
Esta misma semana, el Obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla –una de las caras más conservadoras del Episcopado, aunque no pertenece al Opus–, respondía a un oyente de su programa de radio sobre la actualidad de esas mortificaciones carnales. Se limitó a decir que la Iglesia “no va a entrar en la casuística de decir esto sí, esto no”, al tiempo que criticó a quienes usan el cilicio –una cadena con puntas que se coloca alrededor del muslo- “con el aire acondicionado puesto”.
El Opus Dei ha admitido en distintas ocasiones que sus miembros siguen empleando esa herramienta de mortificación. A través de distintos escritos difundidos a través de sus herramientas de comunicación, la congregación ultraconservadora reconoce que sus numerarios –aquellos que han realizado votos de castidad y viven en sus centros– utilizan el cilicio y las “disciplinas”, unas cuerdas con pequeños nudos que son usadas para darse azotes. Estas últimas “las usan algunos miembros célibes, generalmente una vez a la semana, durante un minuto o dos”. El cilicio, según consta en otras publicaciones, se emplea durante dos horas al día.
En un texto inicialmente difundido en 2006 –poco después del estreno del film El Código Da Vinci, que incluía escenas sobre mortificaciones–, señalaba además que las disciplinas “no producen sangre, ni perjuicio para la salud, sino sólo una breve molestia”. Aclaraba, en cualquier caso, que “los cristianos no encuentran en el dolor un placer especial”, ya que “el masoquismo es contrario a la doctrina de Jesús”.
En marzo pasado, el Opus volvía a examinar este asunto a través de una serie de trabajos elaborados por algunos profesores de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. El sacerdote Javier Sesé, Doctor en Sagrada Teología, destaca por ejemplo que “desde el inicio del cristianismo, los enamorados de Cristo” hicieron una serie de sacrificios: “al ayuno de Jesús respondieron con ayuno y abstinencia; a su no tener ‘donde reclinar la cabeza’ con vigilias, dormir en el suelo o sobre lechos y cabezales duros; a su flagelación, con flagelación (disciplinas); a su coronación de espinas, con cinturones de pinchos o similares (cilicios); a su “vía crucis’, cargando con una cruz (nazarenos), etc”.
En cualquier caso, aclara que todo eso se realizaba “con generosidad de enamorados, y con la humildad y la prudencia del que sabe que debe hasta su misma vida a ese amor de Jesús”, de manera que quienes “imitaron e imitan flagelación, coronación de espinas o ‘via crucis’, no se les ocurrió ni se les ocurre (salvo pocos exaltados, siempre reprobados por la Iglesia) clavarse en una cruz con clavos de verdad, o poner en peligro su vida y su salud llevando al extremo esas mortificaciones corporales”.
Sesé subraya también que “la mortificación, el cilicio y la disciplina, son un medio, un camino, no un fin: el sacrificio por amor culmina en un amor pleno, sin ningún atisbo de dolor o tristeza: en Dios mismo, que es Amor, Alegría, Gozo, Felicidad, Gloria”.
“Acto libre”
El Opus Dei también ha difundido un escrito del teólogo y abogado granadino Pablo Marti del Moral, quien sostiene que “la mortificación del cuerpo responde fundamentalmente a dos motivaciones: el autocontrol o dominio de sí mismo y el embellecimiento de la persona”.
A su juicio, “la mortificación del cuerpo es un acto libre forjado por una decisión de la voluntad, informada por la inteligencia (que proporciona el motivo de esa decisión), que contraría las apetencias o gustos del cuerpo en un acto determinado”. “Ahora bien –se pregunta Marti del Moral-, ¿por qué necesito controlar mi cuerpo?, o mejor ¿para qué busco controlar mi cuerpo?”. “Los motivos pueden ser muy variados, como por ejemplo la educación o cortesía humana. Así, debo mortificar mi cuerpo para no llevar a cabo actitudes que disturben la paz y la convivencia próxima”, apunta. De hecho, asegura que “existen tendencias desordenadas que conducen a la persona a su propia ruina, y que es preciso controlar”.
“El deseo de satisfacción y de goce, desordenado por el pecado, lleva a cosas que, si las hiciéramos, nos apartarían de la paz interior y de la comunión con Dios”, explica, citando como ejemplos “el apetito desordenado por la comida o la bebida, la envidia, la crítica o intolerancia con alguna persona (familiar, amigo, vecino o compañero), la pereza ante los propios deberes”, etc”. También habla de las mortificaciones –no en el sentido de castigos corporales- que implican el trabajo o los “deberes” con familiares y amigos.
Respecto a las prácticas de mortificación aún vigentes en el interior del Opus Dei, Marti del Moral sostiene que “el empleo tradicional en la Iglesia de prácticas de penitencia corporal como el cilicio o -en el caso que nos ocupa- las disciplinas, va unido a ese adornar el cuerpo espiritualmente con los sufrimientos y las llagas de Cristo, compartiendo en nuestro cuerpo los dolores de Jesús”.
“El sufrimiento del cristiano, y dentro de él, la mortificación corporal, es la manifestación de una realidad más profunda: su solidaridad y cercanía con el sufrimiento de todos los hombres y de cada hombre a lo largo de la Historia y de su vida. No es un castigo al cuerpo, como si éste fuera malo o despreciable, sino todo lo contrario”, añade. En cualquier caso, aclara que “no es obligatorio tener un cuerpo danone, ni ir a la moda aunque sea incómoda, ni llevar un piercing o hacerse tatuar, como tampoco es obligatorio utilizar la mortificación corporal del cilicio o las disciplinas”.
Esta misma semana, el Obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla –una de las caras más conservadoras del Episcopado, aunque no pertenece al Opus–, respondía a un oyente de su programa de radio sobre la actualidad de esas mortificaciones carnales. Se limitó a decir que la Iglesia “no va a entrar en la casuística de decir esto sí, esto no”, al tiempo que criticó a quienes usan el cilicio –una cadena con puntas que se coloca alrededor del muslo- “con el aire acondicionado puesto”.
El Opus Dei ha admitido en distintas ocasiones que sus miembros siguen empleando esa herramienta de mortificación. A través de distintos escritos difundidos a través de sus herramientas de comunicación, la congregación ultraconservadora reconoce que sus numerarios –aquellos que han realizado votos de castidad y viven en sus centros– utilizan el cilicio y las “disciplinas”, unas cuerdas con pequeños nudos que son usadas para darse azotes. Estas últimas “las usan algunos miembros célibes, generalmente una vez a la semana, durante un minuto o dos”. El cilicio, según consta en otras publicaciones, se emplea durante dos horas al día.
En un texto inicialmente difundido en 2006 –poco después del estreno del film El Código Da Vinci, que incluía escenas sobre mortificaciones–, señalaba además que las disciplinas “no producen sangre, ni perjuicio para la salud, sino sólo una breve molestia”. Aclaraba, en cualquier caso, que “los cristianos no encuentran en el dolor un placer especial”, ya que “el masoquismo es contrario a la doctrina de Jesús”.
En marzo pasado, el Opus volvía a examinar este asunto a través de una serie de trabajos elaborados por algunos profesores de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. El sacerdote Javier Sesé, Doctor en Sagrada Teología, destaca por ejemplo que “desde el inicio del cristianismo, los enamorados de Cristo” hicieron una serie de sacrificios: “al ayuno de Jesús respondieron con ayuno y abstinencia; a su no tener ‘donde reclinar la cabeza’ con vigilias, dormir en el suelo o sobre lechos y cabezales duros; a su flagelación, con flagelación (disciplinas); a su coronación de espinas, con cinturones de pinchos o similares (cilicios); a su “vía crucis’, cargando con una cruz (nazarenos), etc”.
En cualquier caso, aclara que todo eso se realizaba “con generosidad de enamorados, y con la humildad y la prudencia del que sabe que debe hasta su misma vida a ese amor de Jesús”, de manera que quienes “imitaron e imitan flagelación, coronación de espinas o ‘via crucis’, no se les ocurrió ni se les ocurre (salvo pocos exaltados, siempre reprobados por la Iglesia) clavarse en una cruz con clavos de verdad, o poner en peligro su vida y su salud llevando al extremo esas mortificaciones corporales”.
Sesé subraya también que “la mortificación, el cilicio y la disciplina, son un medio, un camino, no un fin: el sacrificio por amor culmina en un amor pleno, sin ningún atisbo de dolor o tristeza: en Dios mismo, que es Amor, Alegría, Gozo, Felicidad, Gloria”.
“Acto libre”
El Opus Dei también ha difundido un escrito del teólogo y abogado granadino Pablo Marti del Moral, quien sostiene que “la mortificación del cuerpo responde fundamentalmente a dos motivaciones: el autocontrol o dominio de sí mismo y el embellecimiento de la persona”.
A su juicio, “la mortificación del cuerpo es un acto libre forjado por una decisión de la voluntad, informada por la inteligencia (que proporciona el motivo de esa decisión), que contraría las apetencias o gustos del cuerpo en un acto determinado”. “Ahora bien –se pregunta Marti del Moral-, ¿por qué necesito controlar mi cuerpo?, o mejor ¿para qué busco controlar mi cuerpo?”. “Los motivos pueden ser muy variados, como por ejemplo la educación o cortesía humana. Así, debo mortificar mi cuerpo para no llevar a cabo actitudes que disturben la paz y la convivencia próxima”, apunta. De hecho, asegura que “existen tendencias desordenadas que conducen a la persona a su propia ruina, y que es preciso controlar”.
“El deseo de satisfacción y de goce, desordenado por el pecado, lleva a cosas que, si las hiciéramos, nos apartarían de la paz interior y de la comunión con Dios”, explica, citando como ejemplos “el apetito desordenado por la comida o la bebida, la envidia, la crítica o intolerancia con alguna persona (familiar, amigo, vecino o compañero), la pereza ante los propios deberes”, etc”. También habla de las mortificaciones –no en el sentido de castigos corporales- que implican el trabajo o los “deberes” con familiares y amigos.
Respecto a las prácticas de mortificación aún vigentes en el interior del Opus Dei, Marti del Moral sostiene que “el empleo tradicional en la Iglesia de prácticas de penitencia corporal como el cilicio o -en el caso que nos ocupa- las disciplinas, va unido a ese adornar el cuerpo espiritualmente con los sufrimientos y las llagas de Cristo, compartiendo en nuestro cuerpo los dolores de Jesús”.
“El sufrimiento del cristiano, y dentro de él, la mortificación corporal, es la manifestación de una realidad más profunda: su solidaridad y cercanía con el sufrimiento de todos los hombres y de cada hombre a lo largo de la Historia y de su vida. No es un castigo al cuerpo, como si éste fuera malo o despreciable, sino todo lo contrario”, añade. En cualquier caso, aclara que “no es obligatorio tener un cuerpo danone, ni ir a la moda aunque sea incómoda, ni llevar un piercing o hacerse tatuar, como tampoco es obligatorio utilizar la mortificación corporal del cilicio o las disciplinas”.
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