Imagen: Catalunyaplural / Fotograma del videoclip 'Booty', de C. Tamgana |
Dar por hecho que un hombre hablando de sexo duro debe resultar vejatorio para las mujeres supone poner en juego la idea patriarcal de que la sexualidad de las mujeres es ética y emotiva. Aludir a que las canciones de C.Tangana son sexistas o incluso promueven la violación culpabiliza a las miles de seguidoras a las que les ponen (y mucho) sus letras y que, en su inmensa mayoría, no son chicas inocentes que buscan ser sometidas por el macho alfa.
Laura Macaya Andrés | Catalunyaplural, 2019-08-12
https://catalunyaplural.cat/es/no-me-irriten-el-pussy/
Justo hacía unas horas que hablaba con una amiga, en broma pero en serio, de que quizás la música ‘trap’ era el nuevo punk. Compartimos algunas imágenes subidas a redes sociales por algunas divas del trap en las cuáles ellas, entre orgullosas y desafiantes, mostraban sus cuerpos tatuados, agujereados, cubiertos de escasas redes, tangas, máscaras de cuero, rodeadas de otras personas de estéticas igualmente incomprensibles para muchxs. Cuerpos excesivamente feminizados, putizados y no todos ellos podían identificarse con lo que cualquiera de nosotras identificaríamos con una Mujer.
Poco antes publiqué una entrada en Instagram, esa red amable y mezquina que vuelve nuestras vidas miserables al compararse con las de lxs demás, en la que aludía a la identificación que en ocasiones sentía con la masculinidad de C.Tangana. Tenía el objetivo de ironizar sobre el esencialismo que seguía imperando respecto a las cualidades de la masculinidad, la cual era objetable cuando era encarnada en un cuerpo leído hombre, mientras se ocultaba cuán despreciables o potentes podían ser también esas masculinidades cuando éramos nosotras quienes las llevábamos a cabo.
En la conversación con mi amiga ella dijo algo que me pareció excepcional respecto a los paralelismos entre el trap y el punk: parece que están gritando porque de otra forma nadie escucharía una mierda de lo que dicen. Y esos gritos podrían ser sin duda sus masculinidades y feminidades hiperbólicas, la pantomima de masculinidades que reducen a las mujeres a “booty”, mientras ellas no dejan de autodenominarse como “bitches” y muestran sus traseros al aire moviéndose en ejercicios imposibles. A pesar de todo ello, hacía mucho tiempo que no veía feminidades tan empoderadas. Feminidades que han convertido la falta y el estigma en potencia y que parecen azotar los culos de la izquierda bienpensante.
Esa misma izquierda bienpensante que en las recientes horas se ha servido de la supuesta promoción que hace C.Tangana de la cultura de la violación para censurar su actuación en las fiestas de Bilbao. El Ayuntamiento ha reculado, tras programar al trapero, ante el “aluvión de críticas” y un supuesto clamor social que ha recabado más de 10.000 firmas para prohibir su actuación.
La prohibición del consistorio, promovida por la petición de plataformas ciudadanas pero también de otros grupos municipales de izquierdas, me resulta profundamente problemática en varios aspectos.
El más evidente es el uso de la censura y la prohibición, elementos más propios de la cultura punitiva y de castigo que de aquellos movimientos que pretenden la transformación social, como puede ser el feminismo. No me parece especialmente complicado entender que la censura no transforma absolutamente nada, ni en las personas que son seguidoras del cantante, ni en la reflexión que podría pretenderse que hiciera el mismo, ni en la imperante cultura machista.
Pero además el uso de estrategias punitivas lo único que consigue es legitimarlas y abonar el campo para usarlas en cualquier otro sentido, mientras que culpabiliza de las violaciones o del sexismo a las personas individuales a quien se censura, obviando la complicidad estructural e institucional en la pervivencia de los valores machistas. Hasta aquí la crítica básica al uso de las estrategias punitivas por parte de los movimientos de liberación.
Ahora bien, como feminista me es imposible pasar por alto otra cuestión que es más difícil de visibilizar debido al imperante puritanismo sexual que ha promovido una parte de la izquierda y del feminismo. La cuestión que me parece más urgente y más peliaguda de abordar es la de si, más allá de las formas, el fin es legítimo, si la acción que produce la censura es realmente antagónica al feminismo.
Desde algunos feminismos se podría aducir que la censura no es una estrategia válida, pero que es incuestionable que el mensaje que promocionan las canciones de C.Tangana u otrxs traperxs, es sexista, poco o nada feminista y que debiera transformarse la cultura y los mensajes que la “chavalería inconsciente” reproduce y que tanto mal produce en las mujeres. El problema es que algunas feministas albergamos nuestras dudas ante tales afirmaciones.
Dar por hecho que un hombre hablando de sexo duro debe resultar vejatorio en si mismo para las mujeres supone poner en juego la consabida idea patriarcal y puritana de que la sexualidad de las mujeres es una sexualidad ética, emotiva, pacífica y no contradictoria. Aludir a que las canciones de C.Tangana son sexistas y que necesitan un filtro feminista o incluso que promueven la violación, culpabiliza a las miles, millones de seguidoras del cantante a las que les “ponen” (y mucho) sus letras y que, en su inmensa mayoría, no son chicas inocentes que buscan ser sometidas por el macho alfa.
Con estos mensajes se culpabilizan las sexualidades transgresoras de las mujeres, transgresoras porque transgreden los dogmas implícitos de los placeres éticos femeninos. La culpabilización de los deseos sexuales de las mujeres desempodera a las mismas en la priorización del placer, la libertad sexual y el descubrimiento de sus propios límites e impone normativas sexuales ficticias que poco o nada entienden de la configuración de los deseos.
La fuerza, la potencia, la agresividad, el sexo casual y explícito son características atribuidas tradicionalmente al hombre, pero que pertenecen a todas las personas. Al denigrarlas, no sólo se les niega a los hombres, sino que se desaprueban y se prohíben para todo el mundo (Badinter, 2004)* bajo el riesgo de ser tildadx de poco o nada feminista.
Todo ello contribuye a que las mujeres tiendan a priorizar el factor “riesgo” en su sexualidad, el cual conduce a la constricción sexual y al miedo, mientras que olvidamos que la búsqueda responsable del placer y la experimentación son la clave para el empoderamiento sexual de las mujeres y la lucha por la defensa de sus libertades sexuales.
Por otra parte, también resulta problemático el resbaladizo concepto de “cultura de la violación” en sus actuales usos, extendidos a cualquier conducta supuestamente sexista. La cultura de la violación hace referencia a todos aquellos actos que legitiman y normalizan la violencia sexual, como pueden ser los cuestionamientos a las víctimas, los relatos culpabilizadores a las mismas, etc.
Al culpar a Tangana de promover la cultura de la violación se equipara una canción, una explicitación de una fantasía a una práctica violenta, de la misma forma que, desde algunos feminismos, se argumenta que la pornografía es la teoría de la violación o que incluso incita a ella. Pero como dice Paloma Uría, «la pornografía responde en realidad a las fantasías sexuales, al deseo y no al orden de la realidad y del acto»**.
Todo ello sin entrar en los prejuicios clasistas y edadistas que hay implícitos en la condena no solo a C.Tangana, sino también a toda la cultura de la música trap, en la cual chicos, chicas y chicxs de diversas corporalidades y clases sociales gritan, como en el punk, ante un público que de otra forma no les hubiera escuchado.
Si desde el consistorio bilbaíno han considerado que esta era la mejor idea para proteger a las mujeres de sus propias cadenas, a mi parecer van muy desencaminadxs en sus iniciativas. Por una parte, no coincido con la reprobabilidad que se le atribuye a algunas de las letras de C.Tangana, pero tampoco creo que las mujeres solo debamos/podamos escuchar (leer, visionar, etc.) contenidos de ética intachable.
El ministro de cultura en funciones ha afirmado no aprobar la censura pero entenderla “al estar relacionado con temas de género” dando a entender una idea cada vez más popular: ante mensajes que puedan resultarnos incómodos a las mujeres, o al menos a una parte de ellas, es necesario aplicar la censura, el escrache o la desaprobación, acciones que no hacen más que ahondar en la clásica y patriarcal idea de la frágil emocionalidad femenina a la cual la más mínima desavenencia en el lenguaje o la acción puede impactarla de forma fatal.
Nadie viola por escuchar determinada letra, al igual que nadie mata por consumir muchos videojuegos. Desconocer el funcionamiento multicausal de la violencia y atribuir cualquier acción masculina al afán de dominación va en detrimento de pensarnos como sujetos responsables, que actúan y experimentan, siendo esta la base del empoderamiento sexual de las mujeres. Por favor, no me irriten el pussy, lo tengo clean.
* Badinter, E. (2004) Por mal camino. Madrid: Alianza Editorial
**Uria, P.(2018) El largo camino del feminismo: dogmas y disensos
Laura Macaya Andrés. Laura Macaya Andres és militant anarcofeminista i especialista en violències de gènere. Des de l’àmbit de l’atenció i la consultoria de polítiques públiques treballa específicament per a combatre les violències de gènere cap a les feminitats transgressores i en la promoció d’abordatges interseccionals i empoderadors cap a les mateixes.
Poco antes publiqué una entrada en Instagram, esa red amable y mezquina que vuelve nuestras vidas miserables al compararse con las de lxs demás, en la que aludía a la identificación que en ocasiones sentía con la masculinidad de C.Tangana. Tenía el objetivo de ironizar sobre el esencialismo que seguía imperando respecto a las cualidades de la masculinidad, la cual era objetable cuando era encarnada en un cuerpo leído hombre, mientras se ocultaba cuán despreciables o potentes podían ser también esas masculinidades cuando éramos nosotras quienes las llevábamos a cabo.
En la conversación con mi amiga ella dijo algo que me pareció excepcional respecto a los paralelismos entre el trap y el punk: parece que están gritando porque de otra forma nadie escucharía una mierda de lo que dicen. Y esos gritos podrían ser sin duda sus masculinidades y feminidades hiperbólicas, la pantomima de masculinidades que reducen a las mujeres a “booty”, mientras ellas no dejan de autodenominarse como “bitches” y muestran sus traseros al aire moviéndose en ejercicios imposibles. A pesar de todo ello, hacía mucho tiempo que no veía feminidades tan empoderadas. Feminidades que han convertido la falta y el estigma en potencia y que parecen azotar los culos de la izquierda bienpensante.
Esa misma izquierda bienpensante que en las recientes horas se ha servido de la supuesta promoción que hace C.Tangana de la cultura de la violación para censurar su actuación en las fiestas de Bilbao. El Ayuntamiento ha reculado, tras programar al trapero, ante el “aluvión de críticas” y un supuesto clamor social que ha recabado más de 10.000 firmas para prohibir su actuación.
La prohibición del consistorio, promovida por la petición de plataformas ciudadanas pero también de otros grupos municipales de izquierdas, me resulta profundamente problemática en varios aspectos.
El más evidente es el uso de la censura y la prohibición, elementos más propios de la cultura punitiva y de castigo que de aquellos movimientos que pretenden la transformación social, como puede ser el feminismo. No me parece especialmente complicado entender que la censura no transforma absolutamente nada, ni en las personas que son seguidoras del cantante, ni en la reflexión que podría pretenderse que hiciera el mismo, ni en la imperante cultura machista.
Pero además el uso de estrategias punitivas lo único que consigue es legitimarlas y abonar el campo para usarlas en cualquier otro sentido, mientras que culpabiliza de las violaciones o del sexismo a las personas individuales a quien se censura, obviando la complicidad estructural e institucional en la pervivencia de los valores machistas. Hasta aquí la crítica básica al uso de las estrategias punitivas por parte de los movimientos de liberación.
Ahora bien, como feminista me es imposible pasar por alto otra cuestión que es más difícil de visibilizar debido al imperante puritanismo sexual que ha promovido una parte de la izquierda y del feminismo. La cuestión que me parece más urgente y más peliaguda de abordar es la de si, más allá de las formas, el fin es legítimo, si la acción que produce la censura es realmente antagónica al feminismo.
Desde algunos feminismos se podría aducir que la censura no es una estrategia válida, pero que es incuestionable que el mensaje que promocionan las canciones de C.Tangana u otrxs traperxs, es sexista, poco o nada feminista y que debiera transformarse la cultura y los mensajes que la “chavalería inconsciente” reproduce y que tanto mal produce en las mujeres. El problema es que algunas feministas albergamos nuestras dudas ante tales afirmaciones.
Dar por hecho que un hombre hablando de sexo duro debe resultar vejatorio en si mismo para las mujeres supone poner en juego la consabida idea patriarcal y puritana de que la sexualidad de las mujeres es una sexualidad ética, emotiva, pacífica y no contradictoria. Aludir a que las canciones de C.Tangana son sexistas y que necesitan un filtro feminista o incluso que promueven la violación, culpabiliza a las miles, millones de seguidoras del cantante a las que les “ponen” (y mucho) sus letras y que, en su inmensa mayoría, no son chicas inocentes que buscan ser sometidas por el macho alfa.
Con estos mensajes se culpabilizan las sexualidades transgresoras de las mujeres, transgresoras porque transgreden los dogmas implícitos de los placeres éticos femeninos. La culpabilización de los deseos sexuales de las mujeres desempodera a las mismas en la priorización del placer, la libertad sexual y el descubrimiento de sus propios límites e impone normativas sexuales ficticias que poco o nada entienden de la configuración de los deseos.
La fuerza, la potencia, la agresividad, el sexo casual y explícito son características atribuidas tradicionalmente al hombre, pero que pertenecen a todas las personas. Al denigrarlas, no sólo se les niega a los hombres, sino que se desaprueban y se prohíben para todo el mundo (Badinter, 2004)* bajo el riesgo de ser tildadx de poco o nada feminista.
Todo ello contribuye a que las mujeres tiendan a priorizar el factor “riesgo” en su sexualidad, el cual conduce a la constricción sexual y al miedo, mientras que olvidamos que la búsqueda responsable del placer y la experimentación son la clave para el empoderamiento sexual de las mujeres y la lucha por la defensa de sus libertades sexuales.
Por otra parte, también resulta problemático el resbaladizo concepto de “cultura de la violación” en sus actuales usos, extendidos a cualquier conducta supuestamente sexista. La cultura de la violación hace referencia a todos aquellos actos que legitiman y normalizan la violencia sexual, como pueden ser los cuestionamientos a las víctimas, los relatos culpabilizadores a las mismas, etc.
Al culpar a Tangana de promover la cultura de la violación se equipara una canción, una explicitación de una fantasía a una práctica violenta, de la misma forma que, desde algunos feminismos, se argumenta que la pornografía es la teoría de la violación o que incluso incita a ella. Pero como dice Paloma Uría, «la pornografía responde en realidad a las fantasías sexuales, al deseo y no al orden de la realidad y del acto»**.
Todo ello sin entrar en los prejuicios clasistas y edadistas que hay implícitos en la condena no solo a C.Tangana, sino también a toda la cultura de la música trap, en la cual chicos, chicas y chicxs de diversas corporalidades y clases sociales gritan, como en el punk, ante un público que de otra forma no les hubiera escuchado.
Si desde el consistorio bilbaíno han considerado que esta era la mejor idea para proteger a las mujeres de sus propias cadenas, a mi parecer van muy desencaminadxs en sus iniciativas. Por una parte, no coincido con la reprobabilidad que se le atribuye a algunas de las letras de C.Tangana, pero tampoco creo que las mujeres solo debamos/podamos escuchar (leer, visionar, etc.) contenidos de ética intachable.
El ministro de cultura en funciones ha afirmado no aprobar la censura pero entenderla “al estar relacionado con temas de género” dando a entender una idea cada vez más popular: ante mensajes que puedan resultarnos incómodos a las mujeres, o al menos a una parte de ellas, es necesario aplicar la censura, el escrache o la desaprobación, acciones que no hacen más que ahondar en la clásica y patriarcal idea de la frágil emocionalidad femenina a la cual la más mínima desavenencia en el lenguaje o la acción puede impactarla de forma fatal.
Nadie viola por escuchar determinada letra, al igual que nadie mata por consumir muchos videojuegos. Desconocer el funcionamiento multicausal de la violencia y atribuir cualquier acción masculina al afán de dominación va en detrimento de pensarnos como sujetos responsables, que actúan y experimentan, siendo esta la base del empoderamiento sexual de las mujeres. Por favor, no me irriten el pussy, lo tengo clean.
* Badinter, E. (2004) Por mal camino. Madrid: Alianza Editorial
**Uria, P.(2018) El largo camino del feminismo: dogmas y disensos
Laura Macaya Andrés. Laura Macaya Andres és militant anarcofeminista i especialista en violències de gènere. Des de l’àmbit de l’atenció i la consultoria de polítiques públiques treballa específicament per a combatre les violències de gènere cap a les feminitats transgressores i en la promoció d’abordatges interseccionals i empoderadors cap a les mateixes.
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