domingo, 9 de agosto de 2015

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Imagen: El Diario / Pantano del Cenajo, 2015
La tumba de un embalse franquista
Un joven historiador murciano recupera la memoria de una de las mayores infraestructuras hidráulicas del franquismo, el embalse del Cenajo, en cuyas obras trabajaron cientos de presos políticos durante más de veinte años. “No es por ignorancia mantener la confusión sobre los trabajos forzados en el Cenajo, no existen las casualidades ni el azar en este asunto", reflexiona el investigador.
Pedro Serrano Solana | El Diario, 2015-08-09
http://www.eldiario.es/murcia/reportajes/Cenajo-herida-abierta-pantano_0_417508781.html

Víctor Peñalver eligió el embalse del Cenajo como objeto de la Tesina de Licenciatura que ha presentado en la Universidad de Murcia, y que le ha valido una calificación de Matrícula de Honor. Uno de los motivos por los que este joven investigador nacido en Cehegín se fijó en la gran obra hidráulica de los años 50, es el hecho de que el Noroeste murciano sea la única zona de la Región en la que no existe un monográfico dedicado a la represión franquista.

“El arranque de la investigación consistió en recabar testimonios orales, que son los que conservan la memoria colectiva de los hechos históricos, pero al mismo tiempo comencé a recopilar documentación de diferentes archivos”, cuenta Peñalver. Pronto constató que “las resonancias que el Cenajo había dejado en el recuerdo de los habitantes del lugar y los hechos que relataban estas personas, no casaban con lo que plasman los documentos oficialistas”. Mientras se encoge de hombros, reconoce que es algo “normal”: “Fueron las mismas autoridades del Régimen las que generaron esos documentos, así que…”.

También se dio cuenta de la impronta que había dejado una fecha en el recuerdo de los murcianos: el 6 de junio de 1963. Aquel día Francisco Franco pasó rutilante por la Región de Murcia con su enorme séquito y sus fuertes medidas de seguridad para inaugurar el embalse del Cenajo. También acudieron las cámaras del NO-DO, que grabaron a las muchas autoridades civiles, militares y religiosas, y a los lugareños venidos de diferentes partes de la provincia con pancartas de apoyo y agradecimiento al Caudillo.

Hubo nervios, explica Peñalver, pero mucho más serios que los propios de un gran evento: los nervios de los técnicos responsables del embalse, porque era la primera vez que se accionaba la maquinaria de la presa. Ni siquiera se habían hecho pruebas de funcionamiento. Fieles al simbolismo y al ceremonial de la dictadura –hasta tal punto insensata-, debía ser el mismo Franco el que pulsara el botón por primera vez. Por fortuna todo salió bien y el Generalísimo pudo subirse de nuevo en su coche y marcharse entre vítores.

Cenajo: obra hidráulica y ‘experimento social’
Tanto en aquellos que lo vivieron como en los que lo han estudiado después, es conocida la política de grandes obras hidráulicas del Régimen y la figura de Franco inaugurando embalses. Y de entre todos los que se construyeron en la época, el del Cenajo es especialmente importante: “Lo es por la magnitud de la obra y por la cantidad de personas que trabajaron en su construcción; fue la presa más grande de la época”, cuenta el historiador. “Lo que no se menciona tanto son los trabajos forzados”, añade.

El historiador destaca dos años: 1938 y 1944. En 1938 se creó el Patronato de Redención de Penas por Trabajo a iniciativa de un jesuita, lo que según Peñalver, supuso “la legalización de la esclavitud”. “Por un lado se trataba de un proyecto económico para rehabilitar la España destruida en guerra, y por otro era un experimento social como parte de un plan para implantar el ‘chip’ del movimiento”, analiza, e insiste en subrayar el concepto de “ingeniería social”, del que formaba parte capital la iglesia que se construía junto a los pabellones de los reclusos obreros. Del ‘tajo’ a la misa hasta cumplir la condena, o en el peor de los casos, hasta morir en la obra.

En cuanto a 1944, ese año fue cuando se revocó la condición de ‘condenado político’, de modo que todos los reclusos pasaron a ser considerados ‘presos comunes’. No se trataba a todos por igual, remarca Víctor Peñalver, pero unos y otros podían integrar los llamados Destacamentos Penales al objeto de cambiar días de condena por días de trabajo: “Entre 1952 y 1957, por cada dos días de trabajo se restaban tres días de condena”, relata el investigador, “aunque al final la decisión dependía del director de la prisión”.

Por otro lado, se les pagaba un salario, aunque es necesario matizar: “En los documentos de 1957 consta que el sueldo era de siete pesetas, pero no lo recibían íntegro; se les descontaba la ropa, la alimentación, la sanidad que llamaban ‘socorro’ y ‘auxilio’…”. Para ponernos en situación, Peñalver cita el trabajo de la catedrática de la UMU Encarna Nicolás en el que se recoge que el sueldo de un trabajador del campo en torno a 1941, era de entre nueve y 14 pesetas.

Víctor Peñalver explica que apenas hay documentación de la primera parte del proyecto del Cenajo: “Hablamos de los años comprendidos entre 1943 y 1952, cuando se preparó el terreno y se construyó el pabellón obrero con la cárcel, el cuartel de la Guardia Civil y la iglesia; de todo eso ya no queda nada en pie, sólo tenemos las fotos de los archivos de la Confederación Hidrográfica del Segura”. En aquel tiempo, hasta 350 presos de distintos Destacamentos Penales y cárceles cercanas trabajaron en el lugar -y se infectaron de paludismo-, algunos de ellos desplazados de la Prisión Provincial de Hellín o del destacamento del Coto Minero de la pedanía hellinera de Las Minas, por ejemplo.

Rastrear a los presos políticos ha sido una tarea compleja, reconoce el historiador, básicamente por la ocultación de datos en la época y porque a efectos legales, cuando la obra entró en su fase más intensa, ya se había igualado la condición de preso político y de preso común. Eso sí, revisando los archivos se demuestra la magnitud de la obra del Cenajo: “En mayo de 1953, el 17,47% de todos los presos que integraban los quince Destacamentos Penales franquistas se encontraban trabajando en el embalse: 123 de 704”. “La presencia de reclusos en el Cenajo es siempre superior a la media nacional, año a año, más incluso que en el Valle de los Caídos durante los años cincuenta”, afirma Víctor mientras enseña unos gráficos que ha elaborado él mismo.

En la década de los 50, además, el Régimen trataba de lavar su imagen y de borrar sus conexiones con el bando perdedor de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo primordial de integrarse de un modo suave en los organismos internacionales surgidos tras el conflicto. De hecho, España superó los controles de la Comisión Internacional contra el Régimen Concentracionario: “Vino un grupo de estadounidenses en 1952 y dieron su visto bueno, aunque no sabemos si fue porque lo que realmente les interesaba era la base de Rota…”, añade escéptico.

“La Tumba siempre estaba abierta”
Peñalver explica que su intento de identificar a todos los presos y de conocer sus historias particulares ha sido imposible a pesar de haber buscado y cotejado muchos documentos. Sin embargo, sí que ha podido recoger dos casos concretos cuyos hechos y palabras ayudan a entender lo que significó el Cenajo; “una obra peligrosa, sin medidas de seguridad, donde se usaba dinamita y donde las tareas más difíciles y arriesgadas se reservaban a los presos, y en especial, a los anarquistas”, profundiza.

“Francisco de la Rosa nació en Calasparra. Era sindicalista de la CNT y preso político. Fue condenado a muerte y posteriormente se le conmutó la pena a treinta años y un día. No era obrero libre. Lo llevaron de un sitio a otro recorriendo penales de toda España, hasta que finalmente lo destinaron a trabajar en el Cenajo. Fue torturado y mutilado y se le condenó a destierro, de manera que no podía acercarse a menos de 20 kilómetros de su pueblo. En 1948 se suicidó. No soportó su condición de preso ni los trabajos forzados en el Cenajo. Seis años después de muerto, lo indultaron”, narra Víctor de corrido, para interpretar que “de ese modo es como el Régimen aumentaba su cifra de indultos y lavaba su imagen”. Durante el proceso de investigación tuvo la oportunidad de hablar con algunos de sus familiares y contarles lo que había encontrado en los archivos sobre Francisco.

El investigador pudo identificar a otro preso con mejor suerte: se trata de José Vicente Ortuño, que tras trabajar nueve meses en el Cenajo, en el año 1954, de cumplir condena y de conseguir pasar a Francia, publicó en el país vecino un valioso libro titulado ‘Raíces amargas’, en el que dedicó un capítulo entero a relatar su estancia en las obras del embalse.

Según explica Peñalver, cuando Ortuño llegó al Cenajo, el procedimiento ya estaba establecido. El mismo exrecluso lo relató de este modo: “Por la mañana, en la plaza, los cadáveres mutilados por las balas y las dentelladas de los perros que usaba la Guardia Civil le dieron la razón a mi compañero. Todos los prisioneros tuvieron que desfilar ante los cuerpos, sobre los que ya empezaban a revolotear unas moscas verdes. Por la tarde, un equipo los tiró a la caja de un tractor y los llevó al muro. La tumba estaba siempre abierta”.

"La Tumba, como llamaban a la presa, funcionó como enterramiento colectivo similar a las fosas comunes, dentro del modus operandi represivo franquista de ocultar la principal prueba del delito, el cadáver, y claro, de todo esto no hay documento probatorio porque las fuentes oficiales nunca lo reflejan", añade Víctor Peñalver. "Había diferencias de trato entre presos políticos y comunes, y también se diferenciaba entre obreros reclusos y obreros libres", prosigue. El historiador muestra una escueta noticia del diario ABC del año 1954, en la que se informaba del fallecimiento de tres obreros en el Cenajo: “De las muertes de los obreros reclusos no se daba publicidad”.

“El arte de construir presas”
En la investigación, Peñalver se tropezó con importantes empresas constructoras, algunas de las cuales siguen operando en la actualidad tras pasar por fusiones, compras y ventas: “Si los organismos oficiales ocultan esta historia, las empresas también”, proclama, remitiendo a trabajos como los de Antonio Maestre e Isaías La Fuente, ‘Franquismo S.A.’ y ‘Esclavos por la patria’. “Hay que destacar el papel de estas grandes empresas que se aprovecharon de la situación y usaron mano de obra reclusa”, enfatiza Víctor Peñalver, para luego citar algunos ejemplos.

“En el Cenajo participó COVILES, Construcciones Civiles, que luego se convirtió en OBRASCON y más tarde pasó a formar parte del grupo OHL, también formada por la empresa Huarte y Laín, encargada de la construcción del Valle de los Caídos", relata el historiador: “Contacté con ellos y les pregunté sobre este asunto, pero no colaboraron”. “En el Cenajo hubo otras empresas, como Destajista San Román, Obras y Servicios Públicos… Tapan su historia porque esa es la herencia del franquismo”, insiste. Después, muestra el lema de la empresa COVILES: “‘El arte de construir presas…’ Ya ves, calificar estos procesos de construcción con la palabra ‘arte’”, lamenta el historiador.

Lugares de memoria
Hace pocas semanas se reinauguró el hotel Cenajo, un edificio de estética noble y enclavado en un paraje de singular belleza en las inmediaciones del pantano. "Allí es donde residió el equipo de ingenieros y de arquitectos durante los 20 años que duró la obra", explica Víctor Peñalver. “Mientras, los obreros reclusos vivían en su pabellón, y al igual que sucedió en el Valle de los Caídos, los familiares de los presos que recibían permiso para visitarles, podían alojarse durante unos días en unas casas-cueva con aspecto de chabolas que se construían en un lugar próximo, y de las que sólo quedan las ruinas”, relata.

En la reapertura del hotel, Víctor Peñalver ha echado en falta una mención o recuerdo a lo que sucedió durante la construcción del embalse, lo que le hace volver sobre las dificultades de encontrar documentos en los archivos –durante el último año ha visitado el Archivo Histórico Provincial de Murcia, el Archivo General de Alcalá de Henares y los archivos de los ministerios de Justicia y de Interior-: “En ellos sí se refleja la presencia de reclusos y la instalación de un destacamento penal en el Cenajo. Sin embargo, en los escritos oficiales de la Confederación Hidrográfica sobre el Cenajo, no se reconocen los trabajos forzados, tan sólo en uno de ellos se dice que ‘puede ser’ que los hubiera, pero nada más", afirma Peñalver.

“Los efectos de la propaganda franquista siguen en vigor con palabras que se usan mucho hoy, como sensatez, estabilidad, orden… Las ganas de obtener democracia a cambio de impunidad siguen vigentes”, reflexiona. A su juicio, “no es por ignorancia mantener la confusión sobre los trabajos forzados en el Cenajo, no existen las casualidades ni el azar en este asunto. Y por aquí han pasado también alcaldes socialistas y no se ha hecho nada”. “Contra el franquismo también hace falta terapia de choque”, afirma en referencia a la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, aunque luego reconoce que “simplemente con quitar placas, sin divulgación, no se soluciona nada”.

“Para nosotros el Cenajo ha sido siempre un sitio de referencia del ocio y de la naturaleza, pero cuando íbamos, no sabíamos qué había pasado porque nadie nos lo contaba, y allí sigue la placa de la inauguración del embalse. Sin embargo, no sirve de nada que la quiten si no dicen qué fue lo que pasó realmente”, admite este investigador, para quien una buena opción sería mantener la placa de la dictadura y añadir otra al lado “que cuente la historia de verdad, la historia con mayúsculas, y que denuncie la propaganda”.

“Es necesario crear ‘Lugares de Memoria’ en estos espacios para combatir la impunidad y para acabar con las teorías negacionistas”, insiste el historiador. Antes de acabar, Víctor Peñalver pone más ejemplos de obras en las que se hizo uso del trabajo de los presos en la propia Región de Murcia: “La rehabilitación del convento de Adoratrices de Cartagena, y las explotaciones mineras del Llano del Beal y de La Unión. Estos enclaves de trabajo no han sido investigados en profundidad hasta la fecha”.

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