Imagen: El Mundo |
A Marga Dopico, su marido le quemó a su pequeño Pablo. A Ruth Ortiz, Bretón le dejó sin sus dos 'vidas', José y Ruth. Mujeres a las que sus parejas mataron a sus hijos se unen y piden que la ley de víctima les ampare. Ésta es su lucha.
Ana María Ortiz | Crónica, El Mundo, 2015-08-16
http://www.elmundo.es/cronica/2015/08/16/55ce0b6946163f97648b4589.html
Estamos en la estación de autobuses de Huelva, un día de septiembre de 2013. La coruñesa Margarita Dopico ha llegado a la ciudad con la intención de localizar a Ruth Ortiz pero no tiene la más mínima referencia de dónde puede vivir ella. No hace falta. A la tristemente famosa Ruth le llegan cartas de toda España sin más indicación que "para Ruth, la madre de los niños asesinados". Todo el mundo en Huelva sabe por dónde para.
Marga da sin problemas con su barrio pues, pero los vecinos, que siempre han protegido a Ruth del foco mediático, la confunden con una periodista y se niegan a revelar su dirección exacta. La mujer se aposta a la puerta de un Mercadona con la esperanza de que ella entre a comprar, y se pasa también por un bar donde le dicen que a veces toma algo. Nada. Hasta que aborda a un amigo de la madre de Ruth y se sincera. "Mire, yo no soy periodista, a mí me ha pasado esto, y quiero ver a Ruth para decirle que me siento hermanada con ella de por vida".
"Me ha pasado esto". Pronto se cumplirán cinco años pero Marga aún evita si puede relatar el suceso. Perdón, Marga, pero es necesario para que el lector no pierda el hilo: a las 19.00 horas del sábado 2 de octubre de 2010 -un año y seis días antes de que José Bretón asesinara a los hijos de Ruth, también un sábado-, el hombre del que Marga se había separado, José Luis Deus, encerró al hijo de ambos en una furgoneta con una bombona de gas. Abrió la espita y prendió un mechero. Pablo tenía 14 meses.
El vecino de Ruth se conmovió al escuchar "esto" y habló con la familia. "Me llamó mi madre diciéndome que había venido una muchacha de Galicia y pensé que ya que venía expresamente de tan lejos tenía que recibirla. Quedamos en un bar cerca de mi barrio. Fue sólo un rato, pero me alegré mucho de hablar con ella. Era la primera vez que conversaba con una persona que entendía exactamente lo que me había sucedido", recuerda aquel primer contacto Ruth, de 42 años.
"Yo la busqué precisamente por eso, porque necesitaba hablar con alguien que hubiera pasado por lo mismo", refrenda Marga -42 años también- esta sensación de estar ante un ser humano con su misma herida. "Fue muy duro pero enriquecedor. Me encontré a una Ruth fuerte, más fuerte que yo aunque había pasado menos tiempo de lo suyo... y estable, con todo no superado pero sí asumido. Para mí, que entonces pensaba que nunca iba a levantar cabeza y sólo tenía ganas de morirme constantemente, se convirtió en mi referente a seguir".
Aquel primer cara a cara fue el inicio de una relación que, pese a los casi 1.000 kilómetros que las separaban, fue afianzándose a base de emails y llamadas, hasta el punto de que el encuentro de ambas con Crónica se celebra en una cafetería de A Coruña, a 20 kilómetros de Betanzos, donde Ruth está pasando unos días de vacaciones con su amiga Marga.
La visita ha coincidido con el parricidio de Moraña (Pontevedra), muy cerca de donde están ellas. Otra vez una mujer enterrando a sus hijos -en este caso Rocío Viéitez, a sus dos niñas: Candela (9 años) y Amaia (4)- y otra vez ellas desenterrando lo que les sucedió a los suyos. Si no han intentado ponerse en contacto con Rocío, cuentan, es porque saben que estos días no hay nadie que pueda sacarla del infierno. "Quiero verla pero no es el momento, sé que ahora ella está con su dolor y que no le importa nada, el mundo ha dejado de existir para ella. Sí quiero transmitirle que estoy aquí y que si necesita hablar conmigo estoy a su disposición", le dice Ruth a través de Crónica.
Ha sido un día duro para Ruth Ortiz. En solidaridad con Rocío Viéitez tenía previsto asistir a una concentración de repulsa organizada por las mujeres de Ve-la luz, una asociación gallega de víctimas de la violencia de género muy peleona a la que pertenece Marga. El anuncio de su presencia moviliza a un buen número de medios de comunicación. Un equipo de televisión la localiza en una cafetería minutos antes del acto y le acerca un micrófono pretendiendo que entre en directo. Ruth se agobia y se marcha. No asistirá a la convocatoria.
"Las cámaras no me gustan", justifica la espantada. "Es que ya estoy consiguiendo cierto anonimato. A la gente le suena mi cara pero no saben de qué. "Me habrán visto en la tele", les digo. "¿Qué es, presentadora?". Eso me dicen. Y yo ya tengo la opción, según la actitud de la persona, de contar quién soy o no. Sé que mi imagen está en Internet y que no se va a borrar de ahí pero a estas alturas pensaba que podía ir a una manifestación como una más. Esta mañana he comprobado que no".
Si hoy ambas dan la cara es porque sienten la necesidad (y la obligación) de denunciar -la semana en la que entra en vigor la Ley de la Infancia que reconoce a los menores como víctimas de la violencia de género- la situación de abandono institucional en la que, aseguran, quedan aún las mujeres como ellas. Verán, los casos de las madres a las que la pareja o ex pareja les ha matado los hijos se zanjan con una sentencia condenatoria para el agresor -por asesinato para José Bretón y José Luis Deus- pero sin ningún dictamen judicial que identifique a las madres como víctimas directas de la violencia de género.
"Cada vez que me mudo y pido alguna ayuda social, o si quiero matricularme en la universidad, para pagar menos tasas tengo que demostrar que soy una víctima, tengo que contar de nuevo todo lo que me pasó para ver si me consideran apta o no", dice Marga, quien, cuando esto sucede, presenta la página de la memoria anual de la Fiscalía del Estado donde se califica la muerte de su hijo como "caso extremo de violencia de género".
"Otros colectivos de víctimas, como las del terrorismo, tienen ciertos derechos reconocidos pero las mujeres a las que nos han matado los hijos no. Legalmente no somos víctimas de la violencia de género. Y yo me pregunto: ¿qué mayor violencia de género hay que hacerte esto?, ¿qué mayor maltrato psicológico que matarte a tus hijos?", dice Ruth, quien ha tratado de consolar a otras madres que han pasado por su trance. Como a la asturiana Bárbara García, a quien el ex marido le asesinó a sus dos hijas en noviembre pasado -Amets (9 años) y Sara (7)- y con quien también se siente hermanada. A Bárbara le escribió: "Siento tu dolor como mío propio y estoy segura que es el mismo dolor que sienten todas las madres de este país, y por supuesto, todos los padres que nunca cometerían semejante barbarie contra sus hijos".
En algún momento a Ruth le rondó la idea de crear una asociación de madres con su misma historia pero la descartó. "Supondría una labor muy ardua y una implicación que me haría más daño de lo que yo podría aportar. Pero sí que voy a informarme de qué pasos hay que dar para lograr que, sin sentencia judicial, toda mujer a la que la pareja le mate a sus hijos sea considerada víctima de violencia de género. Estoy dispuesta a luchar por un cambio legislativo para defender a madres a las que les matan a sus hijos".
'Cuando me sentí muy sola'
El caso de sus hijos Ruth y José tuvo al país más de 10 meses en vilo, hasta que se descubrió que los restos de huesos hallados en un primer registro en la finca cordobesa de Las Quemadillas pertenecían a los pequeños. La madre, que entonces tenía 37 años, cuenta percibió el afecto y la solidaridad de la ciudadanía, respaldo que agradece mucho, pero que echó en falta después apoyo económico y psicológico. "Hubo un momento en que me sentí muy sola", cuenta. "Había perdido a mis hijos, a mi ex marido... esto es lo mejor que me ha pasado, perderlo, pero quiero decir que todos los pilares de mi vida se cayeron de golpe. Perdí también el trabajo y me encontré sin recursos de ningún tipo. Y los necesitaba porque quedé en shock y anulada para trabajar durante mucho tiempo".
Cuando ambas lograron levantar cabeza, solicitaron a la Oficina de Empleo Estatal el reconocimiento como víctimas de la violencia de género para cobrar la Renta Activa de Inserción (RAI): 426 euros por tres años. A ambas se les acaba la ayuda este septiembre. Nada más. Las sentencias condenatorias a sus ex maridos estipulan indemnizaciones cuya cuantía ni siquiera recuerdan porque ellos se declararon insolventes y saben que nunca las van a cobrar. Son 500.000 euros para Ruth y 150.000 para Marga. A una víctima del terrorismo la indemniza el Estado, ponen ambas sobre la mesa.
Aquella primera vez que se vieron, en septiembre de 2013, Ruth le contó a Marga que iba a comenzar a estudiar en la Universidad. "A ella le impresionó que yo fuera capaz de ese esfuerzo y se animó a estudiar también", recuerda Ruth. Licenciada en Veterinaria, cuando sus hijos desaparecieron trabajaba como externa en el departamento de Sanidad de la Junta de Andalucía en Huelva. Era la encargada de registrar los casos de cáncer que se producían en la provincia. Cuando el contrato expiró, ni Ruth ni sus colegas del resto de provincias andaluzas fueron renovados.
Siempre había querido dedicarse al sector alimentario así que se matriculó en el máster de Ciencia y Tecnología de Aceites y Bebidas Fermentadas que imparte la Universidad sevillana Pablo de Olavide y que ha durado dos años. En junio lo acabó. Sus allegados le pagaron las tasas universitarias y para costearse vivir en Sevilla recurrió a una beca de la asociación Flora Tristán. "Tienen un programa por el que te facilitan alojamiento en su residencia por 60 euros al mes a cambio de hacer labor social en el Polígono Sur (un barrio marginal de Sevilla, vecino de las Tres mil viviendas)".
De 09.00 a 14.00 Ruth iba a la Universidad y por la tarde ayudaba a otras mujeres a las que también les ha tocado vivir circunstancias difíciles. "Me ha venido muy bien porque entre las clases, estudiar y el trabajo con la asociación no he tenido tiempo de darle vueltas a la cabeza". Cuando regrese de las vacaciones buscará trabajo en la industria alimentaria. Marga, por su parte, siguió el ejemplo de Ruth. "Siempre había querido acabar Bachillerato y me puse a ello. Aprobé y dije: "¡Ahora selectividad!"". Este año comienza el segundo curso del grado Ciencias del Lenguaje y Estudios Literarios.
Hay un punto importante que aún no se ha tocado y en el que también tienen algo que decir: la asistencia psicológica. "Te facilitan un psiquiatra que te da medicación y un psicólogo cada dos meses. Esto no es suficiente para nosotras, que necesitamos al menos una visita semanal. Si la Seguridad Social no puede hacerse cargo tendrá que haber un convenio con un sitio especializado", reclama Ruth Ortiz. "Yo comencé a ir al psicólogo, pagado por mi familia, un mes después, cuando estaba a punto de tirarme por la ventana", cuenta Marga. También Ruth se costeó su terapia.
Curiosamente ambas mujeres mencionan la misma herramienta psicológica como la panacea que les permitió volver a los recuerdos más dolorosos sin que la angustia se disparara a niveles insoportables. Se llama EMDR -Eye Movement Desensitization and Reprocessing, "desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares"- y es una moderna técnica psicoterapéutica que se aplica a supervivientes de grandes tragedias o traumas: soldados de la guerra de Irak, víctimas de violaciones o accidentes y mujeres como ellas. En la práctica, lo que han hecho los terapeutas de Ruth y Marga es pedirles que se concentren en los recuerdos más perturbadores al tiempo que siguen con los ojos el rápido movimiento de un dedo, lo que facilita que el cerebro procese el suceso. Para ambas ha sido de gran alivio.
Las imágenes de este reportaje se toman en los jardines de Méndez Núñez, en A Coruña. Mientras el fotógrafo llega, paseamos por el parque, que a las siete de la tarde es una jauría de niños: niños corriendo tras un balón, niñas en patines, bebés en sus carritos... A la redactora se le hace un nudo en la garganta aunque ellas no muestran dolor ante la estampa. Cuenta Ruth que ya no evita ningún escenario y sólo se marcha de un sitio si percibe agresividad, sea verbal o psicólogica. Al principio, Marga no podía entrar en un supermercado ni cocinar, porque eran actividades que hacía con o para su hijo. Ahora sólo huye de las estanterías de los productos para bebés. "Me hacía daño hasta la primavera, no soportaba ver las cosas crecer...".
Le queda a Marga algún trauma por superar y también zanjar el asunto pendiente con la Guardia Civil, a la que denunció por su actuación en el caso. A las 16:00 horas el asesino de su hijo la llamó para anunciarle lo que iba a hacer y ella lo puso en conocimiento de los agentes, quienes, asegura, no creyeron la amenaza. Cuando se movilizaron tras una segunda llamada, tres horas después, era tarde.
Margarita Dopico ha sido siempre anónima pero hace unas semanas mostró por primera vez su rostro en el Parlamento gallego, donde a las mujeres de Ve-la luz se les dio voz tras protagonizar una sonada huelga de hambre. "Si ustedes recibieran una amenaza de bomba en un colegio, ¿qué harían?, ¿lo desalojarían o esperarían a ver si explota?", preguntó a sus señorías.
Ruth, Marga y otras 18
46 niños. No hay estadística que cuente específicamente el número de mujeres que pertenecen a la misma hermandad que Ruth Ortiz y Margarita Dopico, es decir, a la de las madres a las que el padre les ha quitado a todos sus hijos. Crónica ha desglosado los sucesos de la última década con menores asesinados por su progenitor -46 niños en total- y ha contado hasta 20 mujeres que se quedaron totalmente solas. Al margen quedan las que fueron asesinadas junto a sus pequeños y las que tuvieron la suerte de salvar a algún hijo. De algunas ni siquiera trascendió el nombre. Son Mónica Mendoza, Pilar Gallardo, Isabel Serrano, Bárbara García, Rocío Viéitez, Yolanda Mena...
Marga da sin problemas con su barrio pues, pero los vecinos, que siempre han protegido a Ruth del foco mediático, la confunden con una periodista y se niegan a revelar su dirección exacta. La mujer se aposta a la puerta de un Mercadona con la esperanza de que ella entre a comprar, y se pasa también por un bar donde le dicen que a veces toma algo. Nada. Hasta que aborda a un amigo de la madre de Ruth y se sincera. "Mire, yo no soy periodista, a mí me ha pasado esto, y quiero ver a Ruth para decirle que me siento hermanada con ella de por vida".
"Me ha pasado esto". Pronto se cumplirán cinco años pero Marga aún evita si puede relatar el suceso. Perdón, Marga, pero es necesario para que el lector no pierda el hilo: a las 19.00 horas del sábado 2 de octubre de 2010 -un año y seis días antes de que José Bretón asesinara a los hijos de Ruth, también un sábado-, el hombre del que Marga se había separado, José Luis Deus, encerró al hijo de ambos en una furgoneta con una bombona de gas. Abrió la espita y prendió un mechero. Pablo tenía 14 meses.
El vecino de Ruth se conmovió al escuchar "esto" y habló con la familia. "Me llamó mi madre diciéndome que había venido una muchacha de Galicia y pensé que ya que venía expresamente de tan lejos tenía que recibirla. Quedamos en un bar cerca de mi barrio. Fue sólo un rato, pero me alegré mucho de hablar con ella. Era la primera vez que conversaba con una persona que entendía exactamente lo que me había sucedido", recuerda aquel primer contacto Ruth, de 42 años.
"Yo la busqué precisamente por eso, porque necesitaba hablar con alguien que hubiera pasado por lo mismo", refrenda Marga -42 años también- esta sensación de estar ante un ser humano con su misma herida. "Fue muy duro pero enriquecedor. Me encontré a una Ruth fuerte, más fuerte que yo aunque había pasado menos tiempo de lo suyo... y estable, con todo no superado pero sí asumido. Para mí, que entonces pensaba que nunca iba a levantar cabeza y sólo tenía ganas de morirme constantemente, se convirtió en mi referente a seguir".
Aquel primer cara a cara fue el inicio de una relación que, pese a los casi 1.000 kilómetros que las separaban, fue afianzándose a base de emails y llamadas, hasta el punto de que el encuentro de ambas con Crónica se celebra en una cafetería de A Coruña, a 20 kilómetros de Betanzos, donde Ruth está pasando unos días de vacaciones con su amiga Marga.
La visita ha coincidido con el parricidio de Moraña (Pontevedra), muy cerca de donde están ellas. Otra vez una mujer enterrando a sus hijos -en este caso Rocío Viéitez, a sus dos niñas: Candela (9 años) y Amaia (4)- y otra vez ellas desenterrando lo que les sucedió a los suyos. Si no han intentado ponerse en contacto con Rocío, cuentan, es porque saben que estos días no hay nadie que pueda sacarla del infierno. "Quiero verla pero no es el momento, sé que ahora ella está con su dolor y que no le importa nada, el mundo ha dejado de existir para ella. Sí quiero transmitirle que estoy aquí y que si necesita hablar conmigo estoy a su disposición", le dice Ruth a través de Crónica.
Ha sido un día duro para Ruth Ortiz. En solidaridad con Rocío Viéitez tenía previsto asistir a una concentración de repulsa organizada por las mujeres de Ve-la luz, una asociación gallega de víctimas de la violencia de género muy peleona a la que pertenece Marga. El anuncio de su presencia moviliza a un buen número de medios de comunicación. Un equipo de televisión la localiza en una cafetería minutos antes del acto y le acerca un micrófono pretendiendo que entre en directo. Ruth se agobia y se marcha. No asistirá a la convocatoria.
"Las cámaras no me gustan", justifica la espantada. "Es que ya estoy consiguiendo cierto anonimato. A la gente le suena mi cara pero no saben de qué. "Me habrán visto en la tele", les digo. "¿Qué es, presentadora?". Eso me dicen. Y yo ya tengo la opción, según la actitud de la persona, de contar quién soy o no. Sé que mi imagen está en Internet y que no se va a borrar de ahí pero a estas alturas pensaba que podía ir a una manifestación como una más. Esta mañana he comprobado que no".
Si hoy ambas dan la cara es porque sienten la necesidad (y la obligación) de denunciar -la semana en la que entra en vigor la Ley de la Infancia que reconoce a los menores como víctimas de la violencia de género- la situación de abandono institucional en la que, aseguran, quedan aún las mujeres como ellas. Verán, los casos de las madres a las que la pareja o ex pareja les ha matado los hijos se zanjan con una sentencia condenatoria para el agresor -por asesinato para José Bretón y José Luis Deus- pero sin ningún dictamen judicial que identifique a las madres como víctimas directas de la violencia de género.
"Cada vez que me mudo y pido alguna ayuda social, o si quiero matricularme en la universidad, para pagar menos tasas tengo que demostrar que soy una víctima, tengo que contar de nuevo todo lo que me pasó para ver si me consideran apta o no", dice Marga, quien, cuando esto sucede, presenta la página de la memoria anual de la Fiscalía del Estado donde se califica la muerte de su hijo como "caso extremo de violencia de género".
"Otros colectivos de víctimas, como las del terrorismo, tienen ciertos derechos reconocidos pero las mujeres a las que nos han matado los hijos no. Legalmente no somos víctimas de la violencia de género. Y yo me pregunto: ¿qué mayor violencia de género hay que hacerte esto?, ¿qué mayor maltrato psicológico que matarte a tus hijos?", dice Ruth, quien ha tratado de consolar a otras madres que han pasado por su trance. Como a la asturiana Bárbara García, a quien el ex marido le asesinó a sus dos hijas en noviembre pasado -Amets (9 años) y Sara (7)- y con quien también se siente hermanada. A Bárbara le escribió: "Siento tu dolor como mío propio y estoy segura que es el mismo dolor que sienten todas las madres de este país, y por supuesto, todos los padres que nunca cometerían semejante barbarie contra sus hijos".
En algún momento a Ruth le rondó la idea de crear una asociación de madres con su misma historia pero la descartó. "Supondría una labor muy ardua y una implicación que me haría más daño de lo que yo podría aportar. Pero sí que voy a informarme de qué pasos hay que dar para lograr que, sin sentencia judicial, toda mujer a la que la pareja le mate a sus hijos sea considerada víctima de violencia de género. Estoy dispuesta a luchar por un cambio legislativo para defender a madres a las que les matan a sus hijos".
'Cuando me sentí muy sola'
El caso de sus hijos Ruth y José tuvo al país más de 10 meses en vilo, hasta que se descubrió que los restos de huesos hallados en un primer registro en la finca cordobesa de Las Quemadillas pertenecían a los pequeños. La madre, que entonces tenía 37 años, cuenta percibió el afecto y la solidaridad de la ciudadanía, respaldo que agradece mucho, pero que echó en falta después apoyo económico y psicológico. "Hubo un momento en que me sentí muy sola", cuenta. "Había perdido a mis hijos, a mi ex marido... esto es lo mejor que me ha pasado, perderlo, pero quiero decir que todos los pilares de mi vida se cayeron de golpe. Perdí también el trabajo y me encontré sin recursos de ningún tipo. Y los necesitaba porque quedé en shock y anulada para trabajar durante mucho tiempo".
Cuando ambas lograron levantar cabeza, solicitaron a la Oficina de Empleo Estatal el reconocimiento como víctimas de la violencia de género para cobrar la Renta Activa de Inserción (RAI): 426 euros por tres años. A ambas se les acaba la ayuda este septiembre. Nada más. Las sentencias condenatorias a sus ex maridos estipulan indemnizaciones cuya cuantía ni siquiera recuerdan porque ellos se declararon insolventes y saben que nunca las van a cobrar. Son 500.000 euros para Ruth y 150.000 para Marga. A una víctima del terrorismo la indemniza el Estado, ponen ambas sobre la mesa.
Aquella primera vez que se vieron, en septiembre de 2013, Ruth le contó a Marga que iba a comenzar a estudiar en la Universidad. "A ella le impresionó que yo fuera capaz de ese esfuerzo y se animó a estudiar también", recuerda Ruth. Licenciada en Veterinaria, cuando sus hijos desaparecieron trabajaba como externa en el departamento de Sanidad de la Junta de Andalucía en Huelva. Era la encargada de registrar los casos de cáncer que se producían en la provincia. Cuando el contrato expiró, ni Ruth ni sus colegas del resto de provincias andaluzas fueron renovados.
Siempre había querido dedicarse al sector alimentario así que se matriculó en el máster de Ciencia y Tecnología de Aceites y Bebidas Fermentadas que imparte la Universidad sevillana Pablo de Olavide y que ha durado dos años. En junio lo acabó. Sus allegados le pagaron las tasas universitarias y para costearse vivir en Sevilla recurrió a una beca de la asociación Flora Tristán. "Tienen un programa por el que te facilitan alojamiento en su residencia por 60 euros al mes a cambio de hacer labor social en el Polígono Sur (un barrio marginal de Sevilla, vecino de las Tres mil viviendas)".
De 09.00 a 14.00 Ruth iba a la Universidad y por la tarde ayudaba a otras mujeres a las que también les ha tocado vivir circunstancias difíciles. "Me ha venido muy bien porque entre las clases, estudiar y el trabajo con la asociación no he tenido tiempo de darle vueltas a la cabeza". Cuando regrese de las vacaciones buscará trabajo en la industria alimentaria. Marga, por su parte, siguió el ejemplo de Ruth. "Siempre había querido acabar Bachillerato y me puse a ello. Aprobé y dije: "¡Ahora selectividad!"". Este año comienza el segundo curso del grado Ciencias del Lenguaje y Estudios Literarios.
Hay un punto importante que aún no se ha tocado y en el que también tienen algo que decir: la asistencia psicológica. "Te facilitan un psiquiatra que te da medicación y un psicólogo cada dos meses. Esto no es suficiente para nosotras, que necesitamos al menos una visita semanal. Si la Seguridad Social no puede hacerse cargo tendrá que haber un convenio con un sitio especializado", reclama Ruth Ortiz. "Yo comencé a ir al psicólogo, pagado por mi familia, un mes después, cuando estaba a punto de tirarme por la ventana", cuenta Marga. También Ruth se costeó su terapia.
Curiosamente ambas mujeres mencionan la misma herramienta psicológica como la panacea que les permitió volver a los recuerdos más dolorosos sin que la angustia se disparara a niveles insoportables. Se llama EMDR -Eye Movement Desensitization and Reprocessing, "desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares"- y es una moderna técnica psicoterapéutica que se aplica a supervivientes de grandes tragedias o traumas: soldados de la guerra de Irak, víctimas de violaciones o accidentes y mujeres como ellas. En la práctica, lo que han hecho los terapeutas de Ruth y Marga es pedirles que se concentren en los recuerdos más perturbadores al tiempo que siguen con los ojos el rápido movimiento de un dedo, lo que facilita que el cerebro procese el suceso. Para ambas ha sido de gran alivio.
Las imágenes de este reportaje se toman en los jardines de Méndez Núñez, en A Coruña. Mientras el fotógrafo llega, paseamos por el parque, que a las siete de la tarde es una jauría de niños: niños corriendo tras un balón, niñas en patines, bebés en sus carritos... A la redactora se le hace un nudo en la garganta aunque ellas no muestran dolor ante la estampa. Cuenta Ruth que ya no evita ningún escenario y sólo se marcha de un sitio si percibe agresividad, sea verbal o psicólogica. Al principio, Marga no podía entrar en un supermercado ni cocinar, porque eran actividades que hacía con o para su hijo. Ahora sólo huye de las estanterías de los productos para bebés. "Me hacía daño hasta la primavera, no soportaba ver las cosas crecer...".
Le queda a Marga algún trauma por superar y también zanjar el asunto pendiente con la Guardia Civil, a la que denunció por su actuación en el caso. A las 16:00 horas el asesino de su hijo la llamó para anunciarle lo que iba a hacer y ella lo puso en conocimiento de los agentes, quienes, asegura, no creyeron la amenaza. Cuando se movilizaron tras una segunda llamada, tres horas después, era tarde.
Margarita Dopico ha sido siempre anónima pero hace unas semanas mostró por primera vez su rostro en el Parlamento gallego, donde a las mujeres de Ve-la luz se les dio voz tras protagonizar una sonada huelga de hambre. "Si ustedes recibieran una amenaza de bomba en un colegio, ¿qué harían?, ¿lo desalojarían o esperarían a ver si explota?", preguntó a sus señorías.
Ruth, Marga y otras 18
46 niños. No hay estadística que cuente específicamente el número de mujeres que pertenecen a la misma hermandad que Ruth Ortiz y Margarita Dopico, es decir, a la de las madres a las que el padre les ha quitado a todos sus hijos. Crónica ha desglosado los sucesos de la última década con menores asesinados por su progenitor -46 niños en total- y ha contado hasta 20 mujeres que se quedaron totalmente solas. Al margen quedan las que fueron asesinadas junto a sus pequeños y las que tuvieron la suerte de salvar a algún hijo. De algunas ni siquiera trascendió el nombre. Son Mónica Mendoza, Pilar Gallardo, Isabel Serrano, Bárbara García, Rocío Viéitez, Yolanda Mena...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.