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Gonzalo Rosales | elitealasanjabarbariealpoder, 2015-08-06
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La heteronormatividad es un complejo sistema social, político, económico y cultural regimentado e impuesto en el capitalismo patriarcal, cuyo objetivo es la normalización de las relaciones sexoafectivas, las prácticas sexuales entre personas de distintos sexos y los vínculos heterosexuales de parentesco. El mantenimiento del régimen es posible mediante el uso de diversos mecanismos educativos, jurídicos, comunicacionales y religiosos, la acuñación social de costumbres machistas e idealización de la familia tipo, y a través de la estratégica existencia de instituciones jerarquizadas de control dependientes del Estado. Este cúmulo de cuestiones sumado a la recíproca reproducción de los procesos de marginalización, discriminación, persecución y hasta represión sobre aquellas personas que evaden la norma sexual constituida en el patriarcado, y promovida en complicidad con la religión y el ente estatal, permiten garantizar un pleno funcionamiento de la heteronorma como modelo de vida de los integrantes de la sociedad.
El primer uso del concepto “heteronormatividad” se produce en el año 1991. Fue Michael Warner quién la definió por primera vez como “el conjunto de las relaciones de poder por medio del cual la sexualidad se normaliza y se reglamenta en nuestra cultura y las relaciones heterosexuales idealizadas se institucionalizan y se equiparan con lo que significa ser humano”. A su vez, Samuel A. Chambers empleó a la heteronormatividad en varios de sus artículos, y teorizándola como “el conjunto de las expectativas, demandas y restricciones producidas cuando la heterosexualidad es tomada como normativa dentro de una sociedad”. Ambas posturas coinciden en que el aspecto determinante del proceso de la heteronormatividad es la búsqueda de la normalización de la heterosexualidad.
La imposición de la heteronormatividad es una consecuencia de la posteridad a la aceptación de la “heterosexualidad obligatoria” (concepto introducido por Adrienne Rich en 1980) como base fundamental de los seres humanos. La heterosexualidad es comprendida como la única orientación sexual, psíquica, física y social que se adapta a lo entendido como normalidad social. Creer, suponer, para luego obligar al resto a pensar que la atracción sentimental por el sexo opuesto es una sensación normal, natural y correcta resume brevemente el proceso previo al intento de idealización de la relación dual hombre-mujer. En el correlato, además, se sucede la idea de estigmatizar a la homosexualidad y demás prácticas afectivas-sexuales “anormales” que atenten contra el orden natural, para así facilitar la construcción de una heterosexualidad idealizada. Ésta teoría es llevada a la práctica por el institucionalismo religioso-estatal, y desde entonces, cuestionada por mujeres, hombres, feministas y quien esté a favor la liberación sexual.
Cuando la heterosexualidad pasa a regirse tornándose obligatoria, la identidad de género, la sexualidad y el sexo biológico se subordinan a un binarismo sexual. Así como los animales varían sexualmente entre machos y hembras; para los seres humanos, según enseñan las instituciones heteronormativas, también existen sólo dos categorías, (hombre y mujer), distintas y complementarias entre sí en todos los niveles de desarrollo de las relaciones humanas. Mientras los géneros socialmente perceptibles -cuya existencia es visibilizada- son el masculino y el femenino, se busca el ninguneo de las disidentes manifestaciones sexuales de las personas.
La base ideológica de la heteronormatividad es el binarismo sexual que intenta reducir al ser humano a dos categorías públicas de individuos, con manifestaciones, sentimientos, acciones normales e identidades sexuales determinadas. Previo al trabajo de Warner donde teoriza a la ‘heteronormatividad’, desde el feminismo (por medio de las lesbianas Monique Wittig y Gayle Rubin) ya se había cuestionado a la noción de “binarismo sexual”, teniendo a consideración que, desde la percepción de género, no hay argumentos válidos como para sostener que identidad de género, sexo físico y género social tengan que acoplarse para luego ser subordinados al ámbito masculino o femenino. Además se ha criticado la “normal”, “natural” y “correcta” heterosexualidad que, según Wittig, “es un régimen político que contiene un pensamiento ideológico, ‘straigh-hetero’”; y se llegó a determinar a las identidades anormales, discursos, formas y prácticas sexuales opuestas a la heteronorma como “lo otro” (conformado por lesbianas, gays, trans, bisexuales, asexuales, queer y demás formas distintas de percibir la sexualidad humana), que está inmerso en una situación de opresión.
Las instituciones heteronormativas tratan de erradicar las manifestaciones sexuales anormales de la conciencia social, empleando la denigración, el maltrato, y el rechazo contra sus exponentes, a quienes se les niega su identidad sexual, bloqueándoles el acceso a la educación, a la política y la cultura o impidiendo su participación legal y democrática. Actúan en base a sus principios, en defensa de la heterosexualidad normalizada, por lo que tienden a marginar a la homosexualidad no deseada y ejerciendo un pleno heterosexismo.
En sociedades controladas por poderes políticos, jurídicos y legales heteronormativos, condicionadas por las religiones, prejuicios del sentido común propio del patriarcado, tabúes sobre la sexualidad (la cual está condicionada por el racismo, sexismo y clasismo), y la firme creencia en la heterosexualidad, resulta todo un dilema para el individuo exteriorizar una identidad sexual distinta a las concebidas por la heteronormatividad. Por eso es muy común que termine optando por interiorizarla, lo que conllevará indefectiblemente a su negación, ya sea por temor a la degradación psicosocial del entorno o al ataque estatal-religioso que sufriría.
Independientemente de nuestra orientación sexual (incluso si somos heterosexuales) debemos comenzar a solidarizarnos con todos aquellos que no ingresan en lo normalmente impuesto. La brecha entre ellas, ellos y nosotrxs debe desaparecer, porque nadie está en condiciones de afirmar qué es lo normal, qué es lo natural y qué es lo correcto en la sexualidad, y mucho menos, de juzgar al resto. Somos individuos que conformamos una sociedad desigual, donde nadie es igual al otro y los gustos varían por completo.
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