Imagen: El País |
La visibilidad hace a los gais más libres y, paradójicamente, más fáciles de atacar.
David Alandete | El País, 2016-06-13
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/06/12/actualidad/1465737652_625999.html
Mucho camino se ha tenido que recorrer en Estados Unidos a lo largo de décadas pasadas para que una variada comunidad de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales (LGTB) pueda reunirse un sábado por la noche, sin esconderse, en un bar de una ciudad socialmente conservadora del sur del país, como es Orlando, para disfrutar de unas copas y algo de música en el fin de semana en que una buena parte del país ha celebrado el Orgullo Gay.
En uno de estos bares, Pulse, han muerto este domingo al menos 50 personas a tiros, objetivo fácil de un radical armado hasta los dientes. No hace falta esperar a que la policía concluya sus pesquisas. Con los hechos basta: es la peor matanza a tiros en la historia de EE UU, en un local gay.
Orlando es un claro ejemplo de lo mucho que ha evolucionado el país desde que en 1969 un grupo de gais y lesbianas comenzara a manifestarse contra la represión policial en el pub Stonewall de Nueva York. En aquel entonces quienes demostraran abiertamente su homosexualidad se convertían en unos proscritos, sujetos a discriminación legal en todos los ámbitos imaginables, desde la sanidad al empleo o el ejército.
Meses después de los disturbios de Stonewall abría en Orlando el centro Walt Disney World, uno de los mayores parques temáticos del mundo, consagrado a la sublimación de algo tan conservador como la familia nuclear, donde los príncipes buscaban a hermosas doncellas y estas soñaban con ingresar en la realeza por la vía del matrimonio.
Hoy, hasta Walt Disney World celebra unas jornadas gais estos mismos días de junio. Cualquier miembro de la comunidad LGTB puede acudir a ese vasto parque temático de Orlando a divertirse de forma abierta, luciendo camisetas rojas para demostrar que los conceptos de ‘normal’ o de ‘familia’ pueden ser muy variados. Es cierto que Disney no organiza oficialmente esta jornada, pero la acepta con una silenciosa solidaridad, abriendo sus brazos y sus cajas registradoras a las decenas de miles de miembros de la comunidad LGTB que acuden a Orlando esos días.
Parecería, pues, que EE UU haya llegado a la igualdad plena. ¡Tiene hasta un presidente que apoya por primera vez el matrimonio gay! Incluso el Tribunal Supremo ha reconocido el derecho de los homosexuales a casarse con todos los beneficios y obligaciones que marca la ley. Pero nada más lejos. Y no por una cuestión de derechos y libertades, sino de aceptación social.
Volvamos a Disney como empresa que ha abierto camino con un tratamiento especial a los gais. Hace tres meses amenazó con dejar de hacer negocios en el Estado de Georgia si el gobernador sancionaba una ley que permitiría por un lado a empleados del registro civil negarse a oficiar uniones entre personas del mismo sexo por objeción de conciencia y por otro a organizaciones religiosas despedir a personas por su condición sexual. Esa ley no es un episodio aislado. Es una copia, de hecho, de otra que intentó aprobarse el año pasado en Indiana.
El caso es que las políticas pueden haber avanzado y que en las grandes ciudades como San Francisco, Nueva York, Los Angeles o Washington se puede vivir la propia homosexualidad con libertad, pero lo que debería ser normal es aún considerado trato especial. Para que dos hombres o dos mujeres se den la mano o se besen en público, Disney no debería necesitar un día específico para los gais, como si esta comunidad debiera quedar contenida en su propio perímetro.
En algún tiempo futuro será necesario ir más allá: si de verdad hubiera aceptación y normalidad social, no se necesitarían los millones de bares que hay en el mundo como Pulse, un lugar en el que ha sido tan fácil cometer una masacre. Los gais deberían poder mostrarse como tales donde fuera, sin miedos, sin riesgos, sin agresiones.
Eso, sin embargo, es de momento una utopía, y no sólo en EE UU, sino también en países más avanzados en derechos LGTB como España. Hasta que ese día llegue, será necesario que la comunidad gay tenga sus espacios de protección y de reivindicación: días especiales en parques temáticos, bares como Pulse o manifestaciones del Orgullo Gay. Y al fin y al cabo, poco cambiaría que un radical, por motivos que pronto revelarán las autoridades, abriera fuego en ese bar o en cualquier otro, matando a decenas de personas, sean del sexo o de la condición que sean. Para este tipo de locura no hay distinciones que valgan.
En uno de estos bares, Pulse, han muerto este domingo al menos 50 personas a tiros, objetivo fácil de un radical armado hasta los dientes. No hace falta esperar a que la policía concluya sus pesquisas. Con los hechos basta: es la peor matanza a tiros en la historia de EE UU, en un local gay.
Orlando es un claro ejemplo de lo mucho que ha evolucionado el país desde que en 1969 un grupo de gais y lesbianas comenzara a manifestarse contra la represión policial en el pub Stonewall de Nueva York. En aquel entonces quienes demostraran abiertamente su homosexualidad se convertían en unos proscritos, sujetos a discriminación legal en todos los ámbitos imaginables, desde la sanidad al empleo o el ejército.
Meses después de los disturbios de Stonewall abría en Orlando el centro Walt Disney World, uno de los mayores parques temáticos del mundo, consagrado a la sublimación de algo tan conservador como la familia nuclear, donde los príncipes buscaban a hermosas doncellas y estas soñaban con ingresar en la realeza por la vía del matrimonio.
Hoy, hasta Walt Disney World celebra unas jornadas gais estos mismos días de junio. Cualquier miembro de la comunidad LGTB puede acudir a ese vasto parque temático de Orlando a divertirse de forma abierta, luciendo camisetas rojas para demostrar que los conceptos de ‘normal’ o de ‘familia’ pueden ser muy variados. Es cierto que Disney no organiza oficialmente esta jornada, pero la acepta con una silenciosa solidaridad, abriendo sus brazos y sus cajas registradoras a las decenas de miles de miembros de la comunidad LGTB que acuden a Orlando esos días.
Parecería, pues, que EE UU haya llegado a la igualdad plena. ¡Tiene hasta un presidente que apoya por primera vez el matrimonio gay! Incluso el Tribunal Supremo ha reconocido el derecho de los homosexuales a casarse con todos los beneficios y obligaciones que marca la ley. Pero nada más lejos. Y no por una cuestión de derechos y libertades, sino de aceptación social.
Volvamos a Disney como empresa que ha abierto camino con un tratamiento especial a los gais. Hace tres meses amenazó con dejar de hacer negocios en el Estado de Georgia si el gobernador sancionaba una ley que permitiría por un lado a empleados del registro civil negarse a oficiar uniones entre personas del mismo sexo por objeción de conciencia y por otro a organizaciones religiosas despedir a personas por su condición sexual. Esa ley no es un episodio aislado. Es una copia, de hecho, de otra que intentó aprobarse el año pasado en Indiana.
El caso es que las políticas pueden haber avanzado y que en las grandes ciudades como San Francisco, Nueva York, Los Angeles o Washington se puede vivir la propia homosexualidad con libertad, pero lo que debería ser normal es aún considerado trato especial. Para que dos hombres o dos mujeres se den la mano o se besen en público, Disney no debería necesitar un día específico para los gais, como si esta comunidad debiera quedar contenida en su propio perímetro.
En algún tiempo futuro será necesario ir más allá: si de verdad hubiera aceptación y normalidad social, no se necesitarían los millones de bares que hay en el mundo como Pulse, un lugar en el que ha sido tan fácil cometer una masacre. Los gais deberían poder mostrarse como tales donde fuera, sin miedos, sin riesgos, sin agresiones.
Eso, sin embargo, es de momento una utopía, y no sólo en EE UU, sino también en países más avanzados en derechos LGTB como España. Hasta que ese día llegue, será necesario que la comunidad gay tenga sus espacios de protección y de reivindicación: días especiales en parques temáticos, bares como Pulse o manifestaciones del Orgullo Gay. Y al fin y al cabo, poco cambiaría que un radical, por motivos que pronto revelarán las autoridades, abriera fuego en ese bar o en cualquier otro, matando a decenas de personas, sean del sexo o de la condición que sean. Para este tipo de locura no hay distinciones que valgan.
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