La próxima semana llegan a las librerías las memorias del dibujante de cómic, una crónica sentimental y erótica de la Barcelona de los setenta y ochenta.
Tomàs Delclós | Babelia, El País, 2016-06-04
Versión electrónica, 2016-06-09:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/01/babelia/1464786658_153351.html
El dibujante, pintor y, ahora, cronista audiovisual de la barcelonesa plaza Reial, Nazario, publica ‘La vida cotidiana del dibujante underground’ (Anagrama). Es la crónica sentimental y el dietario erótico de los arrumacos, amores y aventuras de la tropa que protagonizó el lado libertario de la Barcelona de los setenta y ochenta. En el libro, como en su vida, uno de los verbos más conjugados es “follar” y habla de “maricones” porque no le gustan los eufemismos. “Por llamarte gay no eres menos maricón”. En el libro apenas habla de su obra y apenas pone fechas. ¿Por qué? “Porque ya hay muchos catálogos y obras antológicas. Además, tengo mala memoria para las fechas, y quien quiera saberlas puede consultarlas en la biografía de la web, nazarioluque.com”, comenta en una entrevista en su casa.
A Nazario le interesaba contar la vida cotidiana para que se sepa que no todo en la peripecia del underground fueron risas. Los escombros de las resacas, el suicidio de amigos, la muerte por sobredosis, el trágico final de Ocaña (abrasado con un disfraz de papeles de seda) o la aparición del sida están muy presentes en su relato biográfico. “Nos movíamos por el ambiente como por campos de minas. Éramos unos supervivientes”. Y también quería contarla porque, “a diferencia de la movida madrileña, con un alcalde como Tierno que la apoyaba, aquí no se ha hecho nada. La movida barcelonesa es una desconocida. No se ha interesado nadie por ella”. No era una Barcelona confortable. Nazario explica, por ejemplo, la verbena de 1977, cuando él, Ocaña y el Osito fueron detenidos en el Café de la Ópera por cantar y mariconear con unos amigos. Las malas pulgas de unos guardias urbanos provocaron un motín de la gente. Total, tres días de cárcel, donde coincidieron con los actores de Els Joglars. Una Barcelona, sin embargo, con un fulgor que, considera, se ha apagado. “Ahora es una ciudad más reprimida”.
El underground eran los tebeos del grupo El Rrollo; era que la traducción inglesa de un cómic solo pudiera venderse en Estados Unidos en las sex-shops y envuelto en celofán, o era tener que imprimir (1975) en una vietnamita de la universidad 200 ejemplares de La Piraña Divina, donde Nazario reunió sus trabajos más impublicables. Curiosamente, un año después pudieron editarse legalmente las mismas historietas y únicamente hubo una multa porque, en el prólogo, Terenci Moix nombraba las palabras “paja” y “masturbación” más de veinte veces en una página y media. Pero el underground, para Nazario y sus amigos, también era provocación cotidiana. El despelote, y más en público, en los años setenta, en Canet Rock o en las Jornadas Libertarias fue casi un ritual. En otro sitio Nazario ha escrito que ellos eran unos pequeñoburgueses pasotas y drogadictos para la izquierda comunista y socialista, y basura anarquista, rayando en terroristas, para la derecha. El libro permite dibujar una ruta de los bares y locales predilectos de aquella tribu: Las Cuevas, Kike, La Gran Cava, London, Zeleste, Cúpula Venus, Magic…
Nazario, sin embargo, siempre ha sido muy estricto al aplicar el concepto underground a una obra. “Ha de cumplir tres condiciones: que la edites con tu dinero, que te niegues a autocensurarte y que distribuyas tu material por circuitos paralelos”. De hecho, en el libro da como una fecha del entierro del underground cuando el suplemento Arte y pensamiento de El País (20 noviembre de 1977) publicó unas páginas dedicadas a Ceesepe, Mariscal, Hortelano y él. Sin embargo, en 1981, cuando clausure en Barcelona su primera exposición individual, convocará a los amigos, pondrá crespones negros en la obra expuesta y con un ataúd celebrará las exequias del underground. “Cómo me voy a seguir creyendo underground cuando te dan la Medalla de Oro de Bellas Artes. Sería jugar al equívoco”, comenta ahora.
Evidentemente, las cosas han cambiado. Tentación, Martirio y Triunfo de San Reprimonio, Virgen y mártir tuvo que publicarlo en la revista francesa Zinc. Hoy está en el Reina Sofía. Este mes tiene una exposición en Córdoba donde, todavía en 1990, tuvo problemas para exponer y la imprenta Tipografía Católica se negó a editar el catálogo alegando cláusula de conciencia. Claro que Facebook le ha cerrado cinco veces su cuenta. “No voy a poner otro desnudo para que me la vuelvan a cerrar”. Nazario dejó el cómic por la pintura, que también ha abandonado. “Me di cuenta de que hacía una obra demasiado refinada y temí repetirme, caer en el manierismo. Además, las dos galerías con las que trabajaba han cerrado”.
Dedicado a escribir su biografía y, como un voyeur minucioso, a fotografiar desde el balcón de su piso lo que sucede en la plaza Reial, Nazario ha estado esperando unos tres años a que una editorial se interesara por el libro, que dedica a “mi Alejandro”, su pareja, fallecido en 2014. Educado en las confidencias del confesionario, Nazario escribe en él: “Los exhibicionistas nos volcamos en nuestros diarios como el náufrago que mete un escrito en la botella y lo lanza al mar”.
Un libro en el que las escenas libertinas se mezclan con iconos de vírgenes y toreros. Donde se cita al inevitable Jean Genet, que vivió otra Barcelona más canalla, pero también a Bataille o Dreyer. Donde en la larga lista de amantes tiene cabida un novio guardia civil. Ahora es abstemio, no fuma y, dice en el libro, la única droga que no piensa abandonar es el sexo. Nazario entendía el underground también como una forma de vida. Por eso no cree que sus amigos se enfaden por lo que ha escrito. “Todo lo cuento como una cosa normal”. Y ahí está el relato de este, como dijo Vázquez Montalbán, agitador moral.
A Nazario le interesaba contar la vida cotidiana para que se sepa que no todo en la peripecia del underground fueron risas. Los escombros de las resacas, el suicidio de amigos, la muerte por sobredosis, el trágico final de Ocaña (abrasado con un disfraz de papeles de seda) o la aparición del sida están muy presentes en su relato biográfico. “Nos movíamos por el ambiente como por campos de minas. Éramos unos supervivientes”. Y también quería contarla porque, “a diferencia de la movida madrileña, con un alcalde como Tierno que la apoyaba, aquí no se ha hecho nada. La movida barcelonesa es una desconocida. No se ha interesado nadie por ella”. No era una Barcelona confortable. Nazario explica, por ejemplo, la verbena de 1977, cuando él, Ocaña y el Osito fueron detenidos en el Café de la Ópera por cantar y mariconear con unos amigos. Las malas pulgas de unos guardias urbanos provocaron un motín de la gente. Total, tres días de cárcel, donde coincidieron con los actores de Els Joglars. Una Barcelona, sin embargo, con un fulgor que, considera, se ha apagado. “Ahora es una ciudad más reprimida”.
El underground eran los tebeos del grupo El Rrollo; era que la traducción inglesa de un cómic solo pudiera venderse en Estados Unidos en las sex-shops y envuelto en celofán, o era tener que imprimir (1975) en una vietnamita de la universidad 200 ejemplares de La Piraña Divina, donde Nazario reunió sus trabajos más impublicables. Curiosamente, un año después pudieron editarse legalmente las mismas historietas y únicamente hubo una multa porque, en el prólogo, Terenci Moix nombraba las palabras “paja” y “masturbación” más de veinte veces en una página y media. Pero el underground, para Nazario y sus amigos, también era provocación cotidiana. El despelote, y más en público, en los años setenta, en Canet Rock o en las Jornadas Libertarias fue casi un ritual. En otro sitio Nazario ha escrito que ellos eran unos pequeñoburgueses pasotas y drogadictos para la izquierda comunista y socialista, y basura anarquista, rayando en terroristas, para la derecha. El libro permite dibujar una ruta de los bares y locales predilectos de aquella tribu: Las Cuevas, Kike, La Gran Cava, London, Zeleste, Cúpula Venus, Magic…
Nazario, sin embargo, siempre ha sido muy estricto al aplicar el concepto underground a una obra. “Ha de cumplir tres condiciones: que la edites con tu dinero, que te niegues a autocensurarte y que distribuyas tu material por circuitos paralelos”. De hecho, en el libro da como una fecha del entierro del underground cuando el suplemento Arte y pensamiento de El País (20 noviembre de 1977) publicó unas páginas dedicadas a Ceesepe, Mariscal, Hortelano y él. Sin embargo, en 1981, cuando clausure en Barcelona su primera exposición individual, convocará a los amigos, pondrá crespones negros en la obra expuesta y con un ataúd celebrará las exequias del underground. “Cómo me voy a seguir creyendo underground cuando te dan la Medalla de Oro de Bellas Artes. Sería jugar al equívoco”, comenta ahora.
Evidentemente, las cosas han cambiado. Tentación, Martirio y Triunfo de San Reprimonio, Virgen y mártir tuvo que publicarlo en la revista francesa Zinc. Hoy está en el Reina Sofía. Este mes tiene una exposición en Córdoba donde, todavía en 1990, tuvo problemas para exponer y la imprenta Tipografía Católica se negó a editar el catálogo alegando cláusula de conciencia. Claro que Facebook le ha cerrado cinco veces su cuenta. “No voy a poner otro desnudo para que me la vuelvan a cerrar”. Nazario dejó el cómic por la pintura, que también ha abandonado. “Me di cuenta de que hacía una obra demasiado refinada y temí repetirme, caer en el manierismo. Además, las dos galerías con las que trabajaba han cerrado”.
Dedicado a escribir su biografía y, como un voyeur minucioso, a fotografiar desde el balcón de su piso lo que sucede en la plaza Reial, Nazario ha estado esperando unos tres años a que una editorial se interesara por el libro, que dedica a “mi Alejandro”, su pareja, fallecido en 2014. Educado en las confidencias del confesionario, Nazario escribe en él: “Los exhibicionistas nos volcamos en nuestros diarios como el náufrago que mete un escrito en la botella y lo lanza al mar”.
Un libro en el que las escenas libertinas se mezclan con iconos de vírgenes y toreros. Donde se cita al inevitable Jean Genet, que vivió otra Barcelona más canalla, pero también a Bataille o Dreyer. Donde en la larga lista de amantes tiene cabida un novio guardia civil. Ahora es abstemio, no fuma y, dice en el libro, la única droga que no piensa abandonar es el sexo. Nazario entendía el underground también como una forma de vida. Por eso no cree que sus amigos se enfaden por lo que ha escrito. “Todo lo cuento como una cosa normal”. Y ahí está el relato de este, como dijo Vázquez Montalbán, agitador moral.
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